Críticas
El azar
Atraco perfecto
Otros títulos: Casta de malditos.
The Killing. Stanley Kubrick. EUA, 1956.
Estamos ante el tercer largometraje de Stanley Kubrick, tras Fear an Desire (1953) y El beso del asesino (Killer’s Kiss, 1955). Además, fue el que precedió a Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957), uno de los mejores legados cinematográficos antibelicista y antimilitarista. Atraco perfecto (Casta de malditos en Hispanoamérica), lleva a la pantalla los preparativos de un robo en un hipódromo, así como su perpetración y desenlace. Se trata de un asalto meticulosamente planeado por un grupo heterogéneo, formado por cinco hombres. De ellos, su cabecilla es Johnny Clay. Está interpretado por Sterling Hayden y se ha encargado de maquinar una cuidadosa e impecable estrategia, una suma de elementos dispares magistralmente combinados, que solo pueden conducir al éxito, a ese atraco perfecto que proclama el título. Cada ficha del ajedrez y cada uno de los movimientos sobre el tablero están calculados al detalle, al segundo, al milímetro. Una planificación que ha requerido de una mente “brillante”, la de Johnny; pero además, precisará de la exacta y coordenada cooperación de todo el grupo. Estamos ante un trabajo en equipo, precisamente ese tipo de tarea que en los últimos años se valora con apasionamiento, especialmente en círculos laborales o académicos.
Son cinco hombres dispuestos a acometer su gran salto, aquel que les sacará las ilusiones de los cajones y hará que sus mediocres vidas cobren sentido. La obra se enmarca en el género de cine negro, en unas fechas en las que su ciclo vital estaba en decadencia. Pero paradójicamente, dicha situación consiguió que los largometrajes tardíos de la corriente se desembarazaran de complejos y tocaran de lleno la desesperación y el fatalismo del noir, sumiendo sin contemplaciones a sus personajes en un destino que no son capaces de manejar. Nuestros cinco protagonistas masculinos, nuestros quizás futuros delincuentes (ya lo verán en el filme), curiosamente, no son malos, no son presentados como hombres especialmente depravados o perversos. Stanley Kubrick los trata con humanidad. A pesar de que el Código de Producción de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos vigente por aquellas fechas obligaba a que los delincuentes no fueran presentados con simpatía, Mike, George, Marvin, Randy y Johnny son personas educadas, amables, generosas y disciplinadas (más o menos). Entre ellos, hay quien pretende obtener un capital para atender a su mujer enferma; también encontramos al que arriesga el futuro, también por su mujer, aunque en este caso nos encontremos ante una fémina que encarna a la perfección a la “fatal” del género; o existe el caso del policía acostumbrado y empeñado en llevar su vida con el máximo lujo posible; e incluso hallamos a un homosexual tapado (recuerden el año del largometraje), entregado a su venerado y de paso, a la causa.
En el párrafo anterior hemos hecho un breve inciso sobre los motivos principales que van a llevar a los integrantes del clan a intentar salir del vulgar hoyo en que consideran enterradas sus existencias. Pero nos falta el cerebro, Johnny. Acaba de salir de la prisión de Alcatraz, tras cinco años encerrado por un delito menor. Y qué mejor que lanzarse a por la mayor, teniendo en cuenta que la pena no cambia en demasía por el montante del botín. Johnny es un hombre que sobresale de la media, valora y distingue a sus amigos, respeta al prójimo y quiere a su novia. Es el autor intelectual de un brillante plan que, sin embargo, tendrá que depender de diletantes eslabones que pueden soltarse en cualquier momento. Johnny, como ya avisa el filósofo del filme, es la oveja negra del rebaño, el etiquetado socialmente como diferente, el genio que, en su versión de gánster, jamás será aceptado de buen grado entre la mediocridad. Como escuchamos literalmente en la película, “La individualidad es como un monstruo que debe ser estrangulado en la cuna, para que los que te rodean se sientan cómodos”.
Stanley Kubrick se basó, con Atraco perfecto, en una novela policiaca de Lionel White, titulada Clean Break. Y en la puesta en escena de la película, se apoya en dos elementos esenciales que le dan el carácter diferente y especial: la voz en off y la construcción del relato como un puzzle, como una especie de laberinto que lleva a la trama de atrás a adelante y de adelante a atrás. El reloj avanza y retrocede, mientras la cámara va siguiendo meticulosamente los movimientos de cada personaje, desde una semana anterior a la fecha elegida para el golpe. Una gozada de construcción que termina culminando en una astracanada imposible. Además, el autor se permite el lujo de iniciar el largometraje con unas imágenes, de evidente aire documental, sobre los preparativos de una carrera en un hipódromo. Unas escenas a las que recurrirá varias veces para insertarlas entre las idas y venidas de sus grises héroes, otorgando veracidad a los hechos.
Es imposible no dedicarle un apartado a la interpretación de Marie Windsor como Sherry Peatty, esa mujer fatal a la que ya hemos aludido y que se convierte en pieza clave en el desarrollo de los acontecimientos. Pocas veces nos hemos encontrado a arpías de semejante calado. Una fémina capaz de maltratar a su entregado marido, George, de forma vergonzosa y humillante; un ser vil y desaprensivo, ocupado en exclusiva a su propia causa e interés; una mente enferma y egoísta que pretende manejar a los hombres como auténticos mequetrefes a su servicio. Un mal bicho, en definitiva, que consigue levantar hacia su persona la máxima repugnancia. Entre las mejores escenas de la obra se encuentran las que protagoniza con su marido, haciendo gala de un duro desprecio y manejando con destreza la táctica de la manipulación. Un ejemplo magnífico de dos seres arrastrados por pasiones sombrías y destructivas, que no puede tener otro remate más certero que acompañados por un loro enjaulado y envueltos en un mísero final.
En realidad, lo que acaba erigiéndose como resorte conductor de Atraco perfecto es el azar, esa causalidad o casualidad que hace a cualquier acontecimiento nimio productor de intensas consecuencias. Unos detalles irrisorios que pueden dar la vuelta a toda una existencia. Un gracioso perrito, una pérfida mujer (¿misoginia en Kubrick?) o un tráfico excesivo, incluso una maleta demasiado grande, son capaces de acarrear consecuencias insospechadas, patéticas y estrafalarias. El ser humano, sometido a fuerzas que nunca puede llegar a controlar en su integridad. Una falta de dominio sobre la naturaleza que únicamente es capaz de abordarse con evidente pesimismo.
Stanley Kubrick, con su Atraco Perfecto, ha sido comparado con la película de John Huston, La jungla del asfalto (The Asphalt Jungle, 1950), obra protagonizada también por Sterling Hayden. Efectivamente, ambos filmes poseen en común la meticulosa planificación de un robo por una banda de atracadores, una identificación ejemplar del carácter y motivación de personajes, además de la caracterización de los lugares comunes del género, con habitaciones, bares y granjas miserables y malolientes. Pero si a algún largometraje recuerda el final de esta obra de Kubrick, es a El tesoro de Sierra Madre (The Treasure of the Sierra Madre, 1948), también del maestro Huston, con su polvo dorado al viento, perturbado por el aleteo de una mariposa. Dos conclusiones delirantes que se encuentran entre las mejores de todos los tiempos.
Tráiler:
Ficha técnica:
Atraco perfecto / Casta de malditos (The Killing), EUA, 1956.Dirección: Stanley Kubrick
Duración: 83 minutos
Guion: Stanley Kubrick (Novela: Lionel White. Diálogos: Jim Thompson)
Producción: Harris-Kubrick Productions. Distribuida por United Artists
Fotografía: Lucien Ballard
Música: Gerald Fried
Reparto: Sterling Hayden, Coleen Gray, Vince Edwards, Jay C. Flippen, Marie Windsor, Ted de Corsia, Elisha Cook Jr., Joe Sawyer, Timothy Carey, Jay Adler, Joe Turkel, Kola Kwariani, James Edwards, Tito Vuolo, Cecil Elliott, Dorothy Adams, Herbert Ellis, Mary Carroll