Críticas
Jamás el olvido
Insumisas
Insoumises. Fernando Pérez, Laura Cazador. Cuba, Suiza, 2018.
No hace demasiados meses que la realizadora española Isabel Coixet, se interesó por un suceso real acaecido en España, en 1902, concretamente en el norte del país, en Galicia. Se trataba de la peculiar historia de dos mujeres que consiguieron engañar a autoridades religiosas y civiles, contrayendo matrimonio canónico. Se trata de la película Elisa y Marcela (1918), una estimable recreación del recorrido por un camino minado de intransigencias e intolerancias. Está reflejado por la cámara de la cineasta con sensibilidad y profundo respeto hacia un intenso amor, demonizado con intensidad. Por las mismas fechas, el director cubano Fernando Pérez, cineasta de dilatada trayectoria (autor de La vida es silbar en 1998 o de Suite Habana en 2003), y la joven realizadora suiza Laura Cazador centran su punto de atención en la extraordinaria historia de Enriqueta Faber, una suiza de Lausana que consiguió estudiar medicina en París vestida de hombre, ejercer su profesión en Cuba y casarse, también canónicamente, con otra mujer, la nativa Juana de León. Otras dos mujeres que consiguieron saltar sobre hipocresías, moralidades y discriminaciones; pero en esta ocasión, nos situamos en Cuba, casi con un siglo de antelación, concretamente, en 1819.
Los realizadores Cazador y Pérez han conformado una puesta en escena muy convincente para acercarnos, no solo a aquella relación fatídica para la época, sino también a una aproximación de lo que podría suceder en la isla caribeña hace unos doscientos años. Y lo consiguen de forma sobria, sin obviar la mugre y la dureza que se adueñaba de la isla en aquella época. Y esa sobriedad se logra a pesar de la exuberancia del paisaje caribeño, en un periodo de decadencia y con aspiraciones contradictorias en el contexto político, social y económico. Un mundo colonial esclavista, bárbaro, clasista, atrasado, machista, patriarcal y violento. Mientras que Cuba desarrollaba un gran crecimiento económico, gracias al monocultivo del azúcar, la metrópoli, España, intentaba exprimir semejante potencial provocando el crecimiento de una élite económica en la isla, para unir fuerzas. Una oligarquía que aceptaba sin reparos el tráfico de esclavos africanos y miraba hacia otro lado cuando las continuas barbaries acometidas por clanes de delincuentes y bárbaros blancos no les afectaba directamente.
En la película se nos muestra a uno de sus dos principales personajes, a Enrique Faber, nacida como Enriqueta, como un médico-cirujano suizo que viajó a Cuba en la segunda década del siglo XIX, a la búsqueda de un hijo que le robaron al nacer (en ningún momento se nos dan más explicaciones al respecto). Con ese anhelo desembarca en la isla, para descubrir un mundo incivilizado de magnates y esclavos, incluidos carniceros que se pasean por los salones de los oligarcas. Un territorio en el que el analfabetismo es la norma y el dinero, las influencias y el poder, no necesariamente por ese orden, rigen la vida social de los opulentos. Faber está interpretada por la actriz Sylvie Testud. Si bien estamos ante un meritorio esfuerzo en asemejarse a un varón, tiene en su contra un cuerpo más bien endeble y alejado de cualquier robustez. Además, sus facciones barbilampiñas tampoco ayudan en demasía. Un defecto de casting que intenta solventar con gesto adusto y movimientos bruscos. Probablemente, no sea suficiente para que en determinados momentos nos alejemos del filme ante la falta de credibilidad en la argucia.
Pero Enrique no es nuestro único protagonista. No en vano, el título de la película se encuentra en plural. Junto al mismo o a la misma, seguimos a Juana de León, una brava mujer de clase humilde, que debe enfrentarse al desprecio de su familia y de toda la comunidad. ¿El motivo? Agárrense: ha sido violada, y parece que no de forma aislada, por uno de los bárbaros que transitan en el largometraje. Una pérdida de virginidad que pese a lo traumático y delictivo de su origen, es imposible que consiga el “perdón” de un pueblo empapado en el catolicismo y en convenciones inamovibles. Y ya ni mencionamos la posibilidad de detención, enjuiciamiento y condena del delincuente. Paradójicamente, es Juana la que no puede ni pisar la iglesia, es rechazada, agredida y hasta expulsada de la casa familiar por su padre, además de ser repudiada y calificada como “bruja” por los los dirigentes del lugar, sus seguidores y servidores; aquellos seres que esclavizan, no asisten a los cautivos y engañan a sus mujeres. Juana está interpretada de manera muy convincente por la actriz Yeni Soria. Muestra con naturalidad un carácter orgulloso, fuerte, indómito y valeroso.
Nuestras dos protagonistas, Enrique/Enriqueta y Juana, desde el principio y con gran habilidad, son presentadas por los realizadores, Laura Cazador y Fernando Pérez, de forma paralela. Desde la Europa napoleónica pasamos a la Cuba dominada por el régimen cuasi dictatorial impuesto por la colonia, un territorio en el que una minoría se encuentra inmersa en acumular fortunas, con gran margen de impunidad y sin que derechos humanos básicos, de los otros humanos, claro, tuvieran cabida. Las dos historias citadas llegan, en un momento determinado, a unirse y seguir un recorrido conjunto, hasta que el destino vuelve a separarse y separarlas, ya definitivamente, para acabar como en el inicio, con un montaje paralelo.
Nos ha sorprendido descubrir que en Cuba también contaban con su Espartaco (Spartacus, Stanley Kubrick, 1960) autóctono. Le llamaban Cimarrón y a sus seguidores, esclavos rebeldes y fugitivos que escapaban a los bosques para llevar existencias en libertad, fueron denominados, como no, “cimarrones”. Debido a la escasez de trabajadores indígenas, en el siglo XVI, España comenzó a trasladar esclavos africanos a Cuba para trabajar en plantaciones de azúcar. Se habla de que alrededor de 800 mil, en su mayoría de Senegal y de la costa de Guinea, fueron enviados a la isla, sobre todo durante el siglo XVIII y principios del XIX, en régimen de esclavitud.
La obra probablemente peque de un exceso de melodramatismo, tanto por el elevado número de tragedias que se soportan como en la intensidad con la que se muestran. Insumisas no ahorra al espectador escenas dantescas, insufribles, atentatorias contra la libertad, el patrimonio, el honor, la dignidad y las personas. Unos actos violentos que no saben del fuera de campo y que encontramos necesarios para el recuerdo, para la toma de conciencia, para no repetir errores, para que otras generaciones sean educadas en ese lema que se proclamaba en fechas muy cercanas a las del desarrollo del largometraje, precisamente con la Revolución Francesa: esa libertad, igualdad y fraternidad que Enrique intenta enseñar en su pequeña escuela de desharrapados por la fortuna.
No quedaba lejos esa Ilustración inspiradora de una élite intelectual que todavía creía y luchaba por un humanismo racional, entendido, eso sí, a su manera. Y llegar con esa formación desde la vieja Europa a una Cuba atrasada, dominada por ritos católicos y otras brujerías, soberbia en su propia inmundicia, debe resultar demasiado traumático. No terminamos de entender como Enrique no salió por piernas de aquel infierno. Hay, pero el amor es un arma poderosa; y no solo la querencia a la pareja, también al prójimo, al necesitado, al que sufre y al que es diana de cualquier injusticia. Enrique es médico, médico cirujano, no lo olvidamos. Para poder cursar los estudios tuvo que hacerse pasar por hombre, pero sus esfuerzos no quedaron en saco roto. Su profesión es curar al enfermo, a buenos y a malos, a blancos y a negros, a pobres y a ricos. Así lo aprendió y así intentará realizarlo en la práctica a lo largo de toda su existencia.
¿Ignoramos la experiencia real de Enrique Faber y prohibimos la película por racista? Por desgracia, ejemplos no faltan. El más reciente, Lo que el viento se llevó (Gone With the Wind, 1939), de los directores Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood. Eso mismo le pasó, hace unos pocos años, a la novela de Harper Lee, Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird), obra en la que se basa el inolvidable filme homónimo de Robert Mulligan, realizado en 1962. Se vetó en las aulas del estado de Virginia y en algunos otros, por utilizar insultos de carácter racista. ¡Inconcebible para la formación de los niños! ¿Y ustedes que opinan? ¿También quieren borrar la historia o prefieren aprender de ella?
Tráiler:
Ficha técnica:
Insumisas (Insoumises), Cuba, Suiza, 2018.Dirección: Fernando Pérez, Laura Cazador
Duración: 94 minutos
Guion: Fernando Pérez, Laura Cazador
Producción: Bohemian Films / ICAIC
Fotografía: Raul Pérez Ureta
Música: Philippe Heritier
Reparto: Sylvie Testud, Yeni Soria, Antonio Buil, Giselle González Alpízar, Héctor Noas, Mario Guerra