Series de TV
El robo del siglo
Teniendo en cuenta que la película argentina homónima (El robo del siglo, Ariel Winograd, 2020) también es sobre el robo a un banco, es inevitable preguntarse, ¿por qué no le cambiaron el nombre? Deberían haberlo hecho, porque esta miniserie de Netflix necesita evitar las comparaciones y merece ser reconocida como uno de los mejores productos audiovisuales que han salido de Colombia en los últimos años, y ya les digo por qué.
Empecemos con la historia real: el espectacular robo a la sede de Valledupar del Banco de la República paralizó a Colombia en 1994, los asaltantes se llevaron -al valor actual- unos 57 millones de dólares. La fantástica historia que involucró a más de 26 personas es de no creer, las consecuencias las enfrentó el país entero y los billetes perdieron su valor comercial, pues no habían sido emitidos oficialmente por el Banco. El final ya lo sabemos y una simple búsqueda en Internet puede revelar todos los detalles. ¿Entonces por qué vale la pena ver la serie? Porque cuenta todas esas peripecias con mucha destreza, por supuesto, pero en el fondo están los geniales Chayo y Molina, los protagonistas de la historia, dos ladrones que no han aprendido la lección de la vida y deciden retirarse con un último atraco, el más ambicioso de todos.
Chayo no es otro que Andrés Parra, el actor reconocido por ponerse en los zapatos de Pablo Escobar, Hugo Chávez y Sergio Jadue, y la elección no pudo haber sido mejor. Parra recrea a ese hombre que vive en su burbuja de mentiras, que ha pasado su vida de trampa en trampa tratando de escalar en la pirámide social para darle a su esposa y su hija (Paula Castaño y María Camila Zea) todo lo que quieren, para que se sientan felices en una Bogotá que siempre ha vivido de apariencias. Come chuletón asado traído de la Argentina con vino tinto y le dice de forma despectiva a su hija que si quiere una carne más asada vaya a “un piqueteadero”, un término muy usado en Colombia que habla del lugar donde la comida es mucho más rústica, más común. Prefiere negar su pasado, incluyendo a su primer hijo (Juan Sebastián Calero), y vivir en la mentira.
Su vida parece perfecta así, pero en el fondo él sabe que es solo una ilusión y así lo vende: Chayo tiene una joyería, el lugar que vende fantasías para que las personas se adornen y se vean más elegantes de lo que son realmente. Pero su negocio no va bien y la tentadora propuesta de robar el Banco de la República, el lugar que protege todo el dinero de un país, es algo que enciende el fuego de su interior. Ese Banco ha sido víctima de robos antes, pero esta vez cuentan con complicidad en el interior de la institución para poder salir como héroes, o antihéroes, con el jugoso botín y sin levantar sospecha.
Para este complot se necesita un gran equipo, y Chayo debe recurrir a quien fue su mejor amigo, el abogado Jairo Molina, interpretado por el actor Christian Tappan, otro de esos grandes actores que saben muy bien lo que hacen y que además ha compartido con Parra en varias ocasiones. Molina aún resiente que Chayo lo haya dejado botado en la escena de un robo que salió mal y debería haberles enseñado a ambos una lección, pero no. Molina también cae en la tentación, es un abogado que vive a punta de diálisis a la espera de un trasplante, ya no tiene nada que perder, la vida le ha dado suficientes golpes y solo le queda su esposa Romy (la siempre maravillosa Katherine Vélez), que lo sigue hasta el fin del mundo y termina apoyando la absurda aventura en la que se van a embarcar, porque “es la última vez”. Y sí que lo va a ser.
Pero además necesitan dinero para el robo. Hay que “pagar el cupo” para que no les quiten el negocio, además de conseguir el equipo de herramientas y las personas expertas que logren entrar en la bóveda donde se resguarda el dinero. ¿Quién más que la venenosa Doña K (una increíble Marcela Benjumea) para ayudarlos? Una mujer de negocios no muy transparentes que conoce perfectamente quién es el Chayo y que no está dispuesta a volver a creerle, pero la presencia de Molina le hace pensar que este golpe va en serio. Después de reunir a los “expertos” en el tema, tener a un vigilante del Banco de su lado y a un teniente de la policía que les ayude, el equipo está listo.
La tarea es un éxito, y eso no es ningún “spoiler” de la serie. Pero, ¿qué pasa cuando unos buenos para nada se vuelven millonarios de la noche a la mañana? Nadie está preparado para eso, así que la naturaleza humana y el “sálvese quien pueda” salen a flote. Cada uno se preocupa por sí mismo y por sus propios billetes, haciendo aflorar la ambición, el orgullo y la mentira que duermen en todos los humanos, pero también la compasión, el dolor y la resignación. La serie nos deja soñar con que la justicia existe en un país como Colombia, sin quitarle el humor que ha venido matizando hasta el último capítulo. Chayo le pone la cara a su pasado y lo reconoce, para darse cuenta de que no ha dejado de ser quién es y tal vez nunca lo hará. Termina su arco tal y como empezó, viviendo en una fantasía, en su burbuja. Morales hace lo que tiene que hacer, porque no le queda otra opción. Doña K lucha en un mundo de hombres donde busca sobresalir, haciéndose la dura y buscando imponerse ante la fuerza del macho, pero el poder que está detrás de ella la hace pagar muy caro.
Todos hacen lo que pueden, porque así son ellos. Y no es que sean malas personas, simplemente no son perfectos. Como todos los seres humanos. Porque hay que seguir viviendo con lo que se tiene, y ese es precisamente el espíritu del colombiano, del latinoamericano, de todo ser humano: la vida te da sorpresas, como dice Rubén Blades, y a todas se les pone el pecho. De todo nos levantamos, porque tenemos que hacerlo, y seguimos viviendo, aceptamos nuestro destino y continuamos en el camino. Siempre me pregunté por qué Colombia fue elegido como “el país mas feliz del mundo” en algún momento de la historia de este loco mundo, y definitivamente es eso: la resiliencia, la capacidad del hombre de superar circunstancias traumáticas, como vivir en una realidad macondiana que parece extenderse como un virus por el mundo.
Las comparaciones con la historia real y con la serie española de la misma plataforma, La Casa de Papel (2017-), son innecesarias. Cada producto audiovisual de ficción debe ser valorado por lo que es y no por lo que pudo haber sido, o por lo que parece. Hace años conocí de primera mano los detalles de la investigación y solo les puedo decir que los libretistas logran recrear con gran fidelidad los hechos reales. Natalia Santa y Nicolás Serrano junto a Pablo González y Camilo Prince -los creadores y directores- lograron escribir una historia emocionante, ágil, con toques de comedia y suspenso, con una estructura más parecida a las series americanas y alejándose de la telenovela tradicional que abunda en Latinoamérica, sin necesidad de explicar ni responder todos los detalles de la historia. Con personajes verosímiles, descarados, reales, tan universales y, a la vez, tan colombianos. Es el retrato de una realidad donde están presentes hasta los narcotraficantes que han manchado la historia y el nombre de todo un país, pero sin volverlos el centro de atención.
Pero los libretos no son todo. Es necesario aplaudir a toda la producción de El robo del siglo, porque sobresale entre las series de Netflix hechas en Colombia, algunas de las cuales se perdieron entre las buenas intenciones y la repetición de la misma fórmula de siempre. Acá se ve una propuesta y se siente el riesgo de querer contar algo diferente. También hay que reconocer el trabajo de los demás departamentos: todo el cuerpo actoral fue elegido con precisión; la fotografía es impecable; el diseño de arte y vestuario recrean tan vívidamente la época y las situaciones, que es inevitable no sentirse de regreso en los años 90.
Y para rematar está la música. No sólo los temas originales de la serie, creados por Felipe Linares, le dan un gran ritmo y suspenso a las escenas; la selección de canciones que marcaron una época crean una banda sonora memorable, una estrategia que se ha retomado desde el éxito absoluto de esta estrategia en Guardianes de la Galaxia (Guardians of the Galaxy, James Gunn, 2014). Acá están presentes Timbiriche, Hombres G, Nino Bravo y muchos otros que no se van de la cabeza días después de haber terminado los seis capítulos que componen la serie. Las estrellas se alinearon y los talentos se juntaron para darle vida a una serie colombiana producida por Dynamo, a la que es necesario darle una oportunidad.
Trailer:
Excelente!!!!!
Genial! No queda nada más por decir de tan buena producción. Bien que se resalte la propuesta narrativa de la serie, alejada del cliché telenovelero colombiano, que tiene su nicho, sí, pero necesitamos nuevas formas de contar historias.