Las niñas

Celia tiene 11 años y asiste a un colegio religioso en una ciudad de provincias en la España de principios de los 90. Con un punto de partido autobiográfico, Pilar Palomero estrena su primer largometraje como directora, impregnándose de las vivencias de su niñez para hablar del papel de la mujer y su lenta escalada en la sociedad española, herencia indudable, esta, de su historia como país y de la huella profunda que dejaron el franquismo y la religión durante muchos años.

Sorprende bastante el ver cómo, en el año 1992, la educación que se ofrecía en algunos colegios españoles estaba todavía muy alejada de los nuevos aires de apertura que llevaban ya algunos años conviviendo con parte de la ciudadanía. La libertad sexual era un tema presente en muchos de los ámbitos de la sociedad, como vemos en el anuncio de preservativos de la época que muestra la película, pero seguía siendo tabú en otros, creándose así una complicada situación de doble moral que se trató de vivir con normalidad. Hechos, como el ser madre soltera, eran casi delitos, y Pilar Palomera logra reflejar de manera sobresaliente este momento histórico concreto que le tocó vivir en  primera fila.

En este ambiente es en el que va creciendo la pequeña Celia, que no encuentra respuesta para algunas de sus preguntas y que no entiende por qué sus amigas viven una vida más relajada y alejada de culpas, lo que le produce cierta lógica envidia, mientras  la existencia que le toca vivir al lado de su madre es oscura y está llena de interrogantes. La adolescencia supone, en su caso, el romper no solo con la niñez, sino también con ciertas restricciones heredadas de un pasado de represión obsoleto que ya no encuentra respuestas convincentes en el presente.

Retrato de un universo femenino, en el que la mujer se empezaba a cuestionar su papel secundario, Las niñas está llena de situaciones y anécdotas que hoy nos chirrían, pero que confirman cómo hemos avanzado algunos pasos, pese a que todavía no hayamos llegado a la meta de la igualdad de género.

Merecida ganadora del Festival de Málaga, la película es también una metáfora sobre la hipocresía con que a veces nos obliga a vivir la vida. Celia forma parte de un coro en su colegio que no le deja cantar, sino solo gesticular sus labios, pareciendo así que canta con el resto de compañeras. Desgraciadamente, todavía hay muchas personas a las que se les pide que no sean ellas mismas, que figuren y que aparenten ser lo que no son. Se las acalla para que no molesten, porque se salen de lo socialmente “conveniente”. Son culpas heredadas que debemos quitarnos de encima.

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