Críticas
El crimen perfecto
Las diabólicas
Les diaboliques. H.G. Clouzot. Francia, 1955.
Con esta crítica y la dedicada a Asesinos natos (Natural Born Killers, Oliver Stone, 1994) mi idea es hacer un pequeño paseo por el radical cambio que la concepción del mal ha tenido a lo largo de los años a nivel cinematográfico. Da la sensación que el crimen, y por ende, la misma idea del mal, ha metamorfoseado hasta los niveles actuales, en los que la moralidad de los actos terribles y execrables por definición es carne de polémica y poderosos debates. Hablaremos de la idea de crimen, y de las diferencias entre el asesino cinematográfico de antaño y de la representación actual del mismo personaje en el cine de los últimos años.
El primer ejemplo, estas diabólicas francesas tan recordadas por los críticos, que suele aparecer en esas listas de mejores películas de todos los tiempos. Lo cierto es que es de una elegancia suprema, argumentada en la excelente labor de realización de H.G Clouzot. En esta historia que termina en juego de prestidigitación y engaños, cuenta la historia de dos mujeres atrapadas en las manos de un ser despreciable, Delasalle. Una, esposa oficial; la otra, amante. Ambas, compañeras en un opresivo y decadente internado, en caída libre por la inoperante gestión de Delasalle. Hartas de una situación humillante y represiva, deciden poner fin a la vida de su dictatorial pesadilla, y juntas planean un elaborado crimen perfecto.
Pero si algo hemos aprendido de la historia del cine, es que el crimen perfecto no existe.
El mundo se transforma en una amenaza constante para las implicadas, que sucumben al miedo, a la desconfianza y, sobre todo en el caso de la señora Delasalle, la culpa destructiva. Su cordura se desquebraja, su imaginación vuela, su humanidad pide a gritos la redención.
Es curioso como las películas de entonces dan sentido al crimen. Independientemente de lo miserable de los perpetradores; hay una excusa, un motivo, la chispa que empuja a los protagonistas de la historia a cometer actos que, en principio, quedan fuera de su espectro moral salvo por las desgraciadas situaciones que los ahogan. Aunque muchas veces es la codicia, simple y llana, la gasolina que alimenta el incendio desencadenante de desastres.
En este caso, uno no deja de sentir cierta empatía con las protagonistas, destruidas por un maltratador de libro. Delasalle manipula, seduce, engaña, usa las palabras como arma afilada. Es un despojo de ser humano en todas sus facetas, y uno, como espectador, no le desea otra cosa salvo dolor. Pero, al mismo tiempo, como ser moral, entendemos que las asesinas deben ser castigadas, a pesar de las simpatías que, en principio, puedan despertar. Ese es el gran juego que plantea Clouzot, genera la tensión agobiante que conduce a ambas mujeres a una situación imposible. Además, añade la pizca de misterio desquiciante que cimienta el climax de la historia, sorprendente y revelador. Tanto que, al acabar la película, sus responsables pedían a los espectadores que aguantasen las ganas de comentar el final con amigos y conocidos, para no estropear el impactante primer visionado.
Al final, hay justicia, por supuesto, en toda la amplitud de la palabra, de la humana y de la poética. Hemos vivido un agobiante paseo por los pasillos del internado, mezcla triste y gris de mansión destartalada y cuartel militar. Clouzot se adueña del espacio, lo transforma en la jaula de oro en la que languidecen las diabólicas del título. Sus largos pasillos y las estancias fantasmales dan el empaque necesario para que el rocambolesco juego de espejos en que se convierte el travieso guión sea creíble y rompedor. A pesar del final un tanto apresurado y, si nos ponemos quisquillosos, absurdo.
Pero la propuesta es tan excelente en conjunto, que las nimiedades quedan en paréntesis (iba a decir “quedan perdonadas”, pero, me temo, que mis conocimientos cinematográficos son ridículamente escasos como para “perdonar” a un maestro como Clouzot). Incluso aprovecha su contexto para que entendamos un modelo de educación ruin y malvado por esencia. Esa idea castradora y destructiva de todo lo bueno que puede dar un ser humano de sí mismo, destinada a producir personas mansas y cortadas a patrón. El grito, el castigo, el golpe, la humillación, cualquiera de esas herramientas anacrónicas, contrarias a cualquier horizonte de humanismo que el concepto mismo de educación ha de llevar anclado a su esencia.
Es evidente que la crítica al sistema educativo no es la motivación principal de la película, pero me gusta pensar que algo de intención hay en el desarrollo de su historia. Los chicos del internado son fundamentales para entender el devenir de los acontecimientos: su enfrentamiento a la autoridad encarnada en profesores mercenarios y caducos, sus sueños, sus corrillos, juegos y travesuras. La imagen de una infancia en blanco y negro, que muchos sueñan con traer como modelo para el siglo XXI. Terrible.
El crimen de antaño tenía una motivación anclada en los deseos humanos de libertad o en las manifestaciones oscuras del alma, como la ambición o la pasión destructora. Quizá fue Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) la primera en mostrar al monstruo de cara humana, la psique destruida o malsana del asesino que encuentra la semilla del crimen en lo más profundo de sus propios miedos. Hasta ese momento, los grandes asesinos literarios, a pesar de sus monstruosidades, tenían conciencia de la malevolencia de sus actos, aunque se situasen en una posición por encima del bien y del mal. Del crimen moral pasamos al asesino moderno, que veremos en nuestra próxima película. Un ser amoral, egocéntrico, por encima de las concepciones clásicas sobre responsabilidad. Desechos monstruosos de nuestra propia esquizofrenia social.
De momento, disfrutemos de la calma y la sorpresa de este crimen en blanco y negro, de los malabares narrativos. Aparte de divagaciones, es una gran película.
Ficha técnica:
Las diabólicas (Les diaboliques), Francia, 1955.Dirección: H.G. Clouzot
Duración: 114 minutos
Guion: H.G. Clouzot, Jérome Géronimi, René Masson, Frédéric Grendel
Producción: Vera Films
Fotografía: Armand Thirard
Música: Georges Van Parys
Reparto: Simone Signoret, Véra Clouzot, Paul Meurisse, Charles Vanel, Jean Brochard, Thérèse Dorny, Georges Chamarat, Michel Serrault, Georges Poujouly