Críticas
La mansión del desastre
Otra vuelta de tuerca
The Turning. Floria Sigismondi. EUA, 2020.
Otra vuelta de tuerca es uno de esos relatos que son un auténtico clásico en eso de las adaptaciones a la gran pantalla. Ya sea por su traslación directa o por servir como inspiración para otras historias, el célebre relato gótico del novelista Henry James es un viejo conocido de los espectadores. El infame 2020 deja para el recuerdo dos versiones para el recuerdo. Por un lado, la televisiva La maldición de Bly Manor (The Haunting of Bly Manor, Mike Flanagan, 2020), surgida de la inquieta imaginación de Mike Flanagan, voz protagonista del terror de nuevo cuño, gracias a la estilosa visión del género. Por otro, Otra vuelta de tuerca (The Turning, Floria Sigismondi, 2020), actualización de la propuesta de James que navega entre la fabulosa puesta en escena y cierto atrevimiento que, por desgracia, hace naufragar una película que se desinfla sin remedio según pasan los minutos.
Es casi irritante que, por culpa de tejemanejes de intenciones poco claras, el último tramo de la película se convierta en una colección de tópicos fantasmales rubricados con una desastrosa reinvención de la antológica ambigüedad de la novela original, transformada en un abracadabra insulso sin impacto alguno, en aras de la modernidad insufrible de intelectualidad dudosa. La pretenciosidad engulle los buenos momentos que ofrece la propuesta en sus primeros compases, promesa de algo mucho más interesante que el desaguisado psicológico, engañoso y alejado de la coherencia interna del relato ofrecido por Sigismondi hasta ese momento, en el que deviene el tramo final de la historia.
Lo justo es decir que Sigismondi comienza su película de manera casi brillante. Hay cierta artificiosidad al trasladar todo el aparatoso entorno victoriano de la novela a los tiempos actuales, pero la directora sale airosa del desafío. Consigue incluso dotar al conjunto de mayor misterio y extrañeza, ya que la enorme mansión y las costumbres decimonónicas de sus habitantes resultan completamente desfasadas y anacrónicas, reducto de tiempos ya extintos y, al mismo tiempo, curiosamente creíbles. Las habitaciones vacías, la sensación de decadencia y olvido que rodea al caserón, el aura de melancolía y recuerdos de tiempos mejores que, como una maldición, recorren los silenciosos pasillos de la mansión, construyen un universo personal en el que Sigismondi conjuga con bastante acierto el gusto por el romanticismo mohoso del cuento de fantasmas victoriano con la puesta al día de ese mismo concepto.
Con esa premisa, Otra vuelta de tuerca parece encauzada, muestra del talento visual de una directora curtida en los difíciles pastos de la producción televisiva, que es capaz de encontrar voz propia a través de la atmósfera opresiva de la enorme mansión. Por desgracia, la elegancia de la premisa se pierde poco a poco, engullida por la estridencia truculenta, la falta de coherencia y los trucos mil veces vistos de las historias de fantasmas al uso. La enorme personalidad de la novela de James, ejemplo de uso magistral de los puntos de vista para jugar con la imaginación del espectador, pasa a vulgar artificio en manos de Sigismondi, que escapa de sí misma y de su calma reflexiva y amenazante hacia las prisas, la soluciones previsibles y las nieblas del ridículo por exceso. A cambio de los inteligentes dobles sentidos de la novela de James, Otra vuelta de tuerca nos lanza confusión y tensiones resueltas de manera chapucera.
El reparto tampoco ayuda. Ocurre con el plantel actoral lo mismo que con el resto de la película. Parecen dejarse llevar por la falta de rumbo, por la constante carencia de credibilidad en el desarrollo de los misterios de la mansión, y la truculencia infantil que tan buen juego podría haber dado se tuerce hasta lo ridículamente lúgubre y aburrido. La falta de química entre la entregada Mackenzie Davies y el lánguido Finn Wolfhard lastra cualquier posibilidad de entrar al trapo de las ideas cada vez más inverosímiles que se incrustan casi desesperadamente en la película. Así es muy difícil comulgar con ruedas de molino, cosa que Otra vuelta de tuerca pide al espectador de manera insistente.
En un año complicado para los cines hemos podido disfrutar de pequeñas joyas que, en un año de estrenos masivos, hubiesen pasado inadvertidos. El género de terror ha tenido sus momentos estelares gracias a esas sorpresas. Es una pena, pero Otra vuelta de tuerca no entra en ese selecto grupo, todo lo contrario. Es una película que, a pesar de las buenas intenciones y las virtudes visuales de su directora, merece el rápido olvido. Hay que ser justo; es la primera película de Sigismondi, y quizá haya pagado la novatada. Quizá en el futuro encuentre esa obra que haga justicia al talento que, parece, se atisba en los escasos instantes memorables de su debut.
Por suerte, será por grandes adaptaciones de Otra vuelta de tuerca. Aprovecho para recomendar mi favorita. The Innocents (JackClayton, 1961), elegantísima e impecable adaptación del mismo relato por parte de Jack Clayton, que toma sus licencias para contar un relato escalofriante sobre la infancia pervertida, protagonizada por una inconmensurable Deborah Kerr, y bautizada en España como ¡Suspense!. Otro de esos atentados sonrojantes tan comunes en la traducción de títulos en inglés.
Una pena. Había material de sobra para una gran película. Pero Otra vuelta de tuerca, versión 2020, no tiene cimientos ni para considerarse un tiro al poste. Los clásicos pueden ser traicioneros, y si juegas a cambiar las reglas cada diez minutos, no hay Henry James que salve el desastre.
Tráiler:
https://youtu.be/nBGNmhUD-0I
Ficha técnica:
Otra vuelta de tuerca (The Turning), EUA, 2020.Dirección: Floria Sigismondi
Duración: 94 minutos
Guion: Chad Hayes, Carey Hayes
Producción: Amblin Entertainment, Vertigo Entertainment
Fotografía: David Ungaro
Música: Nathan Barr
Reparto: Mackenzie Davis, Finn Wolfhard, Brooklynn Prince, Niall Greig Fulton, Denna Thomsen, Mark Huberman, Barbara Marten