La excavación

Mucho más allá de desenterrar un tesoro de proporciones mundiales, en La Excavación, presenciamos la inhumación de la misma integridad humana. La nueva película de Simon Stone nos pone de frente una metáfora de vida, curiosamente a partir de la muerte; pues esta historia gira alrededor del descubrimiento de una barca mortuoria del siglo VII que yacía bajo toneladas de tierra. Muerte que nos da lecciones de vida. Gente común que realiza cosas extraordinarias.

Mientras Basil Brown (Ralph Finnes), un excavador sin título de educación formal, descubre y posteriormente desentierra uno de los hallazgos más importantes de la historia británica, tan grande que cambió la forma que tenían los historiadores de comprender la época medieval de su país, los participantes que lo ayudan en este descubrimiento, desentierran, pasiones, verdades y esencias, cavando y extrayendo toneladas de miedos, inseguridades y egoísmos.

En el suelo de Suffolk, la vida cambia y resurge, en cambio, en su cielo, la sombra de la muerte sobrevuela. La Segunda Guerra Mundial está por comenzar.

Simultáneamente, el vínculo que se establece con los personajes protagonistas, interpretados magníficamente por Ralph Finnes y Carey Mulligan, va mucho más allá de lo romántico, es más bien, un vínculo místico, espiritual e intimista. Mientras los observamos realizando una excavación personal, a veces introspectiva, cada uno de ellos desenterrará sus propios tesoros, acompañándose y confiando uno en el otro cada vez más.

Stone, quizá al querer serle fiel a la novela, por momentos se desvía de la trama principal, poniéndole voz a muchos personajes que podrían querer cambiar el rumbo de la historia. Sin embargo, retoma el camino para demostrar el mensaje que quiere dar: todos tenemos algo que desenterrar para liberar nuestro propio propósito en la vida y enaltecerlo con el talento personal que cada quien posee.

Es clara la crítica que realiza el film al desvelar el desdén que la arqueología académica ejerce hacia los que no pertenecen a su gremio. En cambio, el carácter de Pretty, al ser la terrateniente, enfría de golpe la tensión que existe entre los académicos y Brown, al dejar clara y contundente su posición hacia el arqueólogo autodidacta. Y es a él, a quien le da el crédito del gran descubrimiento, sin embargo, el egoísmo profesional aflora cuando la barca es finalmente expuesta, sin mencionar el nombre del Basil Brown, a quien hasta hace poco tiempo se le dio el reconocimiento por sus aportes a la arqueología.

Filmada con una potencia visual que recuerda la fotografía de Emanuel Lubezky, así como algunas de las obras de Terrence Malick, este filme inglés es un lujo visual. Una conmovedora historia que nos va llevando delicadamente a través de la cinta, con el uso de un montaje y sonido suaves, rítmicos y cadentes. El director de fotografía, Mike Elay, logra verdaderas obras de arte, conjugando personas simples con la belleza del entorno, como cuando vemos atardeceres a contraluz, y las siluetas de los protagonistas evocan sensaciones de comunión con todos los elementos de la naturaleza, que está presente en cada uno de los delicados encuadres. Es así como, además de las actuaciones y las historias entrelazadas de los personajes, el ambiente visual nos emociona, nos atrapa y nos sumerge en un sendero de sentimientos, a veces más profundo que la misma barca enterrada en Suffolk. Con luz natural y neutra y con tonos terracota, Elay nos hace vivir los dramas que Stone desentierra.

Actualmente, la barca yace en el Museo Británico, y es esa misma barca la que, además de llevar al más allá a un ser humano importante del siglo VII, ha transportado el profesionalismo y humildad de Basil Brown, el dolor y sentido de justicia de Edith Pretty, el orgullo e interés de un director de museo y el amor de parejas desarmadas y vueltas a constituirse. Pero por encima de todo, el amor y la fortaleza de un niño extraordinario que, a bordo de ella, apacigua y serena los miedos de su madre antes de emprender un gran viaje infinito al cosmos.

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