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El verano de Cody
Driveways. Andrew Ahn. EUA, 2019.
El verano de Cody es el segundo largometraje del director estadounidense Andrew Ahn, tras la realización de Noche de Spa (Spa Night, 2016). Se trata de un filme de cine independiente, pequeño, honesto, sencillo pero muy sentido. Narrativamente, se centra el el cambio vital que va a experimentar Kathy, una mujer, madre de un niño de ocho años llamado Cody. Dicha transformación se producirá tras conocer la muerte de su hermana y realizar el viaje al lugar en el que residía para hacerse cargo de su vivienda y enseres. Sin quererlo, sin pretenderlo, ambos se acercarán hacia un destino en el que recibirán inesperadas emociones. El desplazamiento físico del inicio, por sorpresa, se transmuta para erigirse en evolución y crecimiento interior.
El realizador aborda en esta obra el acercamiento hacia unos seres anónimos, personas como muchas otras que jamás saldrán en los telediarios. Y coloca como protagonistas a los ya mencionados Cody y Kathy, dos seres de carácter reservado y que no parecen atesorar excesivas alegrías. La mujer, desengañada, se encuentra inmersa en un tímido intento de mejorar su situación laboral. El menor, de carácter introvertido, tiene serias dificultades en establecer comunicación con la gente que le rodea. Casi sin levantar cabeza para dejar de mirar su consola de videojuegos, asemeja un futuro candidato a adulto misántropo. Su evasiva reacción ante todo aquel que se le acerque o le mire más de un segundo hace reflexionar sobre ello. Recelo y vómitos son las consecuencias. Cody y Kathy aterrizan en una población cualquiera de Estados Unidos. Solo se tienen el uno al otro en una etapa vital que se percibe como trascendente.
El mayor acierto de la película es la caracterización de personajes. Además de los ya abordados, aparece, por ejemplo, la vecina indeseable, magníficamente perfilada aunque algo histriónica. Cotilla, racista, agobiante, políticamente correcta (o eso cree ella), con la sonrisa postiza invariable y el radar siempre enchufado para detectar cualquier movimiento a su alrededor. O también se identifican con nitidez niños amenazadores, grandes tanto en proporciones como en propósitos malignos; menores a los que se les permite todo y que son conscientes de la fuerza de la que disponen. E igualmente, podremos deleitarnos con otros críos, mucho más humildes en sus juegos, con sus cómics, conscientes de lo que significa una disculpa y un regalo codiciado.
Merece párrafo aparte el héroe, el anciano retirado, el veterano exmarine de la guerra de Corea. Un hombre que, todavía no nos lo podemos creer pero salvo error u omisión de la cámara, prescinde del orgullo de tener ondeada la bandera de su país en el porche. Es el personaje enlace, el que jamás cambia al no dejar de ser en todo momento él mismo. Por contra, sí que logra que las modificaciones, en positivo, se produzcan en los demás protagonistas. Con bingo o sin bingo, patinando o no, enseñando a conducir un cortacésped o regalando estrenas, como se dice por nuestra tierra (dinero en efectivo, cash, para que nos entendamos). Qué mejor obsequio cuando se adolece de conocimientos de videojuegos o cuentos infantiles. Se trata de Del, un hombre de carácter entrañable.
Nuestros tres protagonistas son interpretados con gran acierto por Hong Chau, Lucas Jaye y Brian Dennehy. Los tres saben reflejar la soledad inmensa que soportan en su interior, un desamparo que une por invisibles hilos. También comparten la falta de expectativas hacia el futuro, además de honestidad y orgullo. Pero cuando menos se espera, la sinceridad, la vulnerabilidad y el desprendimiento puede desembocar en crecimientos personales hasta en las edades más insospechadas. Sin ruido, con modestia, con arrojo y dejando de lado complejos. Mayores o menores, blancos o negros, más ricos o más pobres. ¿A quién le importa? A la vecina, sí, a ella sí que le importa.
El largometraje contiene escenas enternecedoras. Como la del supermercado, en la que acompañamos a dos ancianos que sobreviven en el establecimiento recordando lo justo, comprando cereales de oferta o buscando unos aseos como si fueran el paraíso. Y por supuesto, no falta el mercadito, en el jardín, claro. Cuando vean el filme lo comprenderán. Ese rastro organizado a las puertas de las viviendas al que acude no solo la vecindad. En estos casos, la cuerda de conocidos y de conocidos de otros conocidos se alarga casi hasta el infinito. Baratijas, cepillos, pinceles, lápices, bagatelas diversas que pueden llegar a ser imprescindibles para algunos.
Kathy y Cody deben enfrentarse en la temporada estival a un periodo de limpieza no solo exterior. Una metáfora que atesora El verano de Cody, inmediatamente después de que se atraviesa ese sendero asfaltado que proclama el título en su original para llegar al hogar de la hermana fallecida. Y la empatía crecerá tanto entre los personajes como con el público. Huyendo de perjuicios, conversando, dejando atrás duelos y con mucha delicadeza. Y descubriendo, al mismo tiempo, todo aquello que hasta el momento no ha importado, no ha interesado, pero que ya no se puede atrapar. De lo que ya ha volado únicamente es posible el interés por su conocimiento y ulterior comprensión. Pero no es fácil. Hay que abandonar escrúpulos y lanzarse, aunque sea con recelo, al entendimiento de lo ignorado, del diferente, de los que se fueron y de los que acaban de entrar en nuestro pequeño mundo.
La obra de Andrew Ahn se inicia con un viaje. Resulta un tema recurrente en el universo cinematográfico. Viaje como ruptura con el origen, como desconexión con lo vivido y como encuentro con extraños. Viaje de lucha con uno mismo y de hallazgo del diferente. Viaje como superación de límites y como acicate para la aproximación. Un trayecto en el que se toma conciencia de la propia identidad para superarla. Hemos intentado recordar viajes similares vividos en la pantalla. Y una y otra vez nos viene a la memoria la gran película Una historia verdadera de David Lynch (The Straight Story, 1999). Sí, dos obras muy diferentes pero comunes en unos desplazamientos con los que se dejan atrás inquinas y conducen a la comprensión, a la solidaridad, al humanismo. Y además, conmueven profundamente.
El verano de Cody nos ha parecido una pequeña gran obra que también acierta con su banda sonora, delicada y nostálgica, presente únicamente en momentos muy precisos. Asemeja que cualquier aspecto del filme está mimado al detalle. No solo caracterizaciones, dirección de actores o música. También observamos una atractiva fotografía, unos encuadres precisos y unas localizaciones atrayentes. Todo contado relajadamente, sin prisas, tomándose el tiempo que se considera oportuno. La obra se hace querer y se contempla con cariño. Los sentimientos afloran y nos posicionamos con ese niño, con esa madre, con ese anciano. Todo un abanico de edades cabeceando para abrir un sendero entre incertidumbres venideras.
Tráiler:
Ficha técnica:
El verano de Cody (Driveways), EUA, 2019.Dirección: Andrew Ahn
Duración: 83 minutos
Guion: Hannah Bos, Paul Thureen
Producción: CinemaWerks, Farcaster Films, Maven Pictures, Studio Mao, Symbolic Exchange
Fotografía: Ki Jin Kim
Música: Jay Wadley
Reparto: Jack Caleb, Stan Carp, Hong Chau, Jennifer Delora, Brian Dennehy, James DiGiacomo, Sophia DiStefano, Christine Ebersole, Lucas Jaye, Samantha Jones, Anastasia Veronica Lee, Raymond Lee, Fernando Mateo Jr., Robyn Payne, Wayne Pyle, Willoughby Pyle, Laurent Rejto
Película muy entrañable y recomendable