Festivales 

Berlinale 2021

Berlinale 2021

Hace un poco más de un año, la Berlinale fue el último festival que tuvo lugar de forma presencial, y en su edición número 71, fue uno de los primeros festivales europeos de clase “A” en realizarse en formato híbrido, con una versión online, del 1ro al 5 de Marzo, y una versión especial de verano proyectada para las primeras semanas de junio. En dicha fecha, se espera una apertura de gala en conjunto con los realizadores, además de funciones en salas de cine donde el público podrá asistir al estreno de las películas seleccionadas.

En cuanto a la programación de esta edición, de acuerdo con el director artístico del festival Carlo Chatrian, los acontecimientos del 2020 han desembocado en películas tan personales como íntimas, con miradas afectadas por la disrupción global que sugieren nuevas formas de relación con el cine. Con un número un tanto reducido de títulos en comparación con años anteriores, las películas en competencia de la selección oficial se caracterizan por ofrecer -más que nunca- una imagen del cine tal como es y se aventuran en bosquejar un posible tal como será. De esta manera, la sección Competition engloba una diversidad de obras, algunas producidas y rodadas en pandemia, otras de autores ya reconocidos e incluso algunas óperas prima. ¿De dónde parte la inquietud de estos autores en este periodo de reverberación de la crisis sanitaria y económica? ¿Desde dónde se observa al mundo?

 

Dirigida por Xavier Beauvois, Albatros (2021) se sitúa en Etretat, una localidad francesa conocida por sus vertiginosos acantilados. Pero mientras algunos se sacan fotos en los paisajes esculpidos por el viento y el mar, la gendarmería se encarga de mantener el orden en la comunidad, ya sea retirar el cuerpo de un hombre que se ha arrojado del precipicio o lidiar con un posible caso de abuso a un menor. En el centro de la historia se encuentra Laurent, un comandante de la brigada, que a pesar de los tumultos diarios disfruta su trabajo mientras intenta controlar las fricciones entre los granjeros y las autoridades tras la implementación de nuevas medidas gubernamentales. Luego de diez años de relación y una hija de por medio, Laurent propone matrimonio a su pareja y pareciera que la vida rural continúa sin mayores problemas a pesar del creciente número de suicidios, del disgusto hacia las fuerzas del orden, o del crimen en aumento.

Albatros
Albatros / Drift Away – © Guy Ferrandis

Albatros dedica la mitad de su extensión a la presentación del personaje y a dilucidar los lazos que existen entre él y su entorno. En un movimiento de cámara casi imperceptible, lo vemos salir de su hogar y caminar hasta la gendarmería que se encuentra al lado mismo de su casa, como si la separación entre lo que sucede en su trabajo y en su hogar está resguardada solo por una pared, y en un permanente estado de alerta. También lo vemos con su familia y con su hija, en compañía de colegas de trabajo, y, no menos importante, lo vemos navegando con un amigo; su mirada fija, atraída hacia el horizonte infinito, nos habla de un encanto hacia el mar. Pero a Laurent le sucede una tragedia, un accidente que lo deja paralizado y sin posibilidad de hablar siquiera por varios minutos. La fascinación que él sentía hacia el mar será un hogar al que intentará regresar, un espacio de cobijo y protección. A raíz del accidente, el relato abandona la costa y se arroja al agua para acompañar al personaje en la búsqueda del consuelo que pueda apaciguar la culpa. Es aquí, en los largos planos del mar, tan imponentes como sublime, donde el silencio abarca la imagen y somete el cuerpo a la fuerza de la naturaleza, una metáfora del tumulto interno que solo encuentra paz después de la tormenta.

 

En un tono distinto, que coquetea entre la sátira y la ironía, a la profesora de secundaria de Bad Luck Banging or Loony Porn (2021) también le sucede algo: un video pornográfico suyo y de su pareja se filtra en la web y genera ronchas en su entorno laboral. Compuesta por tres episodios, la película del rumano Radu Jude fluctúa entre la ficción y el documental para ilustrar una sociedad conservadora motivada por su política carcelaria de penalidades y aboliciones donde el sexo es el tabú más preponderante, incluso por encima del fascismo. Aquí, como en todo el mundo, el goce de la sexualidad debe ser, ante todo, discreto y reservado.

Bad Luck Banging or Loony Porn
Babardeală cu bucluc sau porno balamuc / Bad Luck Banging or Loony Porn – © Silviu Ghetie / Micro Film 2021

Bad Luck Banging or Loony Porn asume con naturalidad los nuevos mandatos del mundo post pandémico: sus personajes usan tapabocas y como todos, intentan respetar la distancia social. Pero también se burla de la torpeza humana y de los nuevos arquetipos que brotaron en consecuencia, como aquel que usa el barbijo por debajo de la nariz y no tolera que se le llame la atención por eso o aquel que cree en la extravagante teoría de conspiración mundial que involucra a Bill Gates, figuras presentes con las que nos hemos (mal)acostumbrado a vivir. En la primera parte de la película, una cámara en mano acompaña a Emi en sus andanzas por una ciudad inadvertida de sus problemas personales. En su recorrido, el encuadre capta la curiosidad de los transeúntes que cada tanto miran a cámara y las conversaciones ajenas que quedan registradas por mera casualidad. También ocurre algo regido por el azar y la búsqueda, pues en estos planos largos, cuando la profesora se pierde y sale del cuadro, Jude encuentra síntomas de un entorno violento, ya sea la chocante contaminación visual con un collage de propaganda política y publicidad, o la agresividad palpitante de las personas reacias a acatar normas de tránsito y/o convivencia social.

La segunda parte es un diccionario en formato de una enciclopedia visual donde los aforismos mordaces dejan entrever la historia política y social de Rumania. Existe además una disociación entre imágen y palabra, que conjuga símbolos nacionales con términos referentes a prácticas sexuales. Bad Luck Banging or Loony Porn desemboca en un número circense de gemidos y acusaciones, como una cacería de brujas moderna, que desnuda la hipocresía de una clase social media cómplice de la censura y de la perpetuación de modelos tradicionalistas que condenan la dignidad de una mujer y se lavan las manos después, con alcohol en gel, claro está. La denuncia es tan puntual como incisiva; en toda comedia subyace alguna verdad, y en toda ironía, una sensación de irritación que de alguna u otra manera eventualmente estalla.

 

Desde Irán, un país teocrático donde la pena de muerte se aplica a numerosos delitos, Ballad of a White Cow (2021) traza las injusticias de un sistema legal abominable y perverso que se resguarda en la supuesta voluntad de Dios. Aquí, la religión y la justicia componen una sola entidad de control donde las condenas son impuestas por un tribunal indiferente a la vida humana, y peor si de mujeres se trata. El drama gira en torno a Mina, madre de una niña sordomuda, que tras un año de la muerte de su marido, le informan que el testigo que lo había incriminado es en realidad el verdadero autor del crimen, y por ende, la sentencia de muerte pronunciada había sido un error. Dirigida por Behtash Sanaeeha y Maryam Moghadam, quien también protagoniza la película, el relato transita entre la inocencia y la culpa que recae sobre sus personajes víctimas del régimen, que no pueden hacer más que aguardar el fallo, tan desvalido como un animal siendo juzgado por siluetas oscuras y anónimas.

Ballad of a White Cow
Ghasideyeh gave sefid / Ballad of a White Cow – © Amin Jafari

En Ballad of a White Cow el daño no solo recae en la viuda silenciada, sino además en aquellos individuos que de alguna u otra manera poseen una relación con el caso, desde uno de los jueces que mantiene una relación inestable con su hijo, hasta la esposa del hombre que había acusado a un inocente y que acude a la casa de Mina desespera por obtener su perdón. La tragedia es solo el inicio, ya que a medida que ella se arma de valor para contarle la verdad a su hija, su mundo empieza a derrumbarse de a poco; del ámbito laboral, a la relación con sus vecinos, manejarse en este entorno patriarcal presupone un atentado hacia derechos humanos básicos donde los hombres son cómplices ciegos. Por otro lado, el relato observa los infinitos trámites que ella debe hacer para sobrevivir y la burocracia administrativa que va más allá de formalidades y documentos sino se sostiene en disculpas y absoluciones. No en vano a Mina se la ve de negro siempre, oprimida por las estructuras rígidas de dominio que enmarcan su figura y reflejan una sociedad inflexible cuyo sostén es, entre tantas otras atrocidades, la victimización de las mujeres y la perpetuación de su rol como personas sin voz.

 

Una rareza en la sección, Natural Light (2020) de Dénes Nagy es la única película histórica. Ambientada durante la Segunda Guerra Mundial, Semetkta es un soldado húngaro que pertenece a una compañía encargada de ejercer control sobre los territorios ocupados por los nazis. Tras pasar por un pueblo, la compañía cae en una emboscada donde fallecen varios soldados, entre ellos el comandante de la unidad. Al ser el siguiente en mando, Semetkta asume el liderazgo con una tarea compleja, restaurar el dominio sobre los aldeanos, antes que la situación sucumba en una vorágine descontrolada.

En la primera escena de la película, los soldados detienen a dos hombres con un alce a bordo de una balsa que se desplazaban entre la niebla. Sin decir palabra alguna, los soldados carnean al animal y dejan sólo los huesos. En este gesto de dominación absoluta, implícita con una violencia que sucede entre corte y corte, radica la idea que prima el debut de Nagy: aquí el silencio es tan agresivo como su entorno, pero es también un intento desesperado por mantener la cordura frente a situaciones inhumanas, como apropiarse de los últimos recursos de los que depende la supervivencia de otros seres humanos. Del mismo modo en que los rostros inmutables de los pueblerinos no exhiben señal de resistencia alguna, pero bajo sus facciones se esconde el miedo y el odio, el semblante de Semetkta permanece impávido frente al horror que tarde o temprano arriba a la compañía. En Natural Light los paisajes son tan gélidos como sombríos. El color del barro y del bosque se funde con el color de los uniformes dejando afuera cualquier señal de calidez o de color, tanto así que el blanco de un balde de leche recién ordeñada o el rojo intenso de los frutos salvajes obsequiados a cambio del perdón, acaban siendo desechados a la tierra. Y en cierto modo, esto también ocurre con Semetkta, por mas que el protagonista aún sea consciente de lo que es y lo que no es capaz de hacer, personas como él -a la larga- no tienen cabida en este escenario terrorífico.

 

El azar influye en nuestras vidas más de lo que podemos imaginar. Bajo la mirada de Ryusuke Hamaguchi, La ruleta del amor y la fantasía (2021) discurre sobre las eventualidades que rigen los encuentros y los desencuentros, aquellas circunstancias fortuitas que en cierta manera determinan las relaciones afectivas de sus personajes. La película se compone de tres episodios distintos que narran un triángulo amoroso develado por casualidad en una conversación a bordo de un taxi, un intento de seducción fallido entre un profesor y su alumna, y un malentendido inofensivo que conduce a un encuentro entre dos mujeres que al parecer no se vieron hace tiempo.

Wheel of Fortune and Fantasy
Guzen to sozo / Wheel of Fortune and Fantasy – © 2021 Neopa/Fictive

Tal como su nombre lo indica, además de la presencia de protagonistas femeninos que sortean las coincidencias por delante, un componente del orden mágico o fantástico se injerta en cada una de las historias de manera sutil pero determinante en la resolución del capítulo, o al menos en su búsqueda. En uno, es un virus que ha infectado los aparatos tecnológicos hasta el punto de obligar a la población mundial prescindir del internet, en otro, es un instante de arrepentimiento que regresa en el tiempo y propone una alternativa menos dolorosa, y en otro, es la lectura de un libro erótico que se prolonga por tanto tiempo que pareciera sumerjirnos en el relato narrado, una suerte de metalenjuage que enlaza la literatura y el cine, un relato dentro de otro. En este sentido, los espacios se transforman en escenarios configurados donde los personajes ensayan y se equivocan, repiten errores o evitan caer en tentaciones agotadas, como un juego placentero posibilitado por la narración. En contraposición a los planos largos que sostienen la tensión sexual o avivan un deseo con cada línea de diálogo pronunciada, cada fragmento se ve interrumpido por un salto de tiempo brusco que omite un tiempo indefinido como si fuera el remate o el prefacio de un conflicto mayor. En La ruleta del amor y la fantasía, Hamaguchi nos regala la posibilidad de redención, como si a pesar de todo las probabilidades estuvieran por un breve momento de nuestro lado.

 

Los pequeños milagros también ocurren en los espacios más reducidos, tal es el caso de Mr. Bachmann and His Class (2021), de Maria Speth. El documental se sitúa en la ciudad industrial de Stadtallendorf, Alemania, donde Dieter Bachmann está a cargo de un grupo de estudiantes de entre 12 a 14 años que provienen de diversos países como Transilvania, Hungría o Bulgaria y que fueron criados en culturas muy diferentes entre sí. Además de la religión y de la procedencia que ilustra la diversidad singular que habita el aula, con sus tradiciones y modos particulares de relacionarse con el mundo, la diferencia en el manejo del idioma alemán es un desafío más para el profesor, quien debe enseñarles comunicación, matemática e historia en la espera de que puedan ingresar a un colegio secundario y continuar con sus estudios.

Mr Bachmann and His Class
Herr Bachmann und seine Klasse / Mr Bachmann and His Class – © Madonnen Film

Con su gorro de lana y remeras de bandas de rock, es claro que Bachmann no es el típico profesor adoctrinador. Su carácter distendido y despreocupado configura un personaje con el cual sus alumnos pueden relacionarse con facilidad. De la misma manera en la que Bachmann exige el respeto entre ellos, él nunca menosprecia los problemas que cada uno carga en su mochila, y se dirige a sus alumnos de igual a igual. Su pasión por la música es algo que transmite dentro de su clase, haciéndoles participar en tertulias grupales que ponen en pausa el programa académico. Mediante canciones y juegos, el relato de historias y de anécdotas, ellos van aprendiendo a relacionarse entre sí, con herramientas más importantes que el vocabulario obligatorio de inglés como la tolerancia, el respeto o incluso la capacidad de lidiar con frustraciones personales y aprender a adaptarse a un nuevo país, habilidades que no pueden ser medidas en un examen.

El relato abarca un año lectivo para contemplar los cambios paulatinos que se dan en las dinámicas dentro de la clase, desde tímidas miradas a cámara al inicio, a demostraciones de afecto durante el recreo o la hora del almuerzo, tan espontáneas como genuinas. El contenido de las lecciones queda relegado en el montaje, ya que las discusiones sobre la familia o el amor dejan entrever la inocencia de un niño que aún no ha adquirido los vicios de los adultos, como ciertos prejuicios ciegos o el fanatismo. A la par, llegamos a conocer cada uno de ellos lo suficiente para distinguir una expresión de dolor o de disgusto que se delinea en sus rostros. Mr. Bachmann and His Class no solo es el retrato de un hombre, sino de los lazos afectivos y la conexión que se va forjando entre Bachmann y sus estudiantes; cuando los chicos se retiran del salón, el vacío es tan grande como los deseos de un mundo mejor para ellos y quienes le rodean.

 

En un futuro no muy lejano, es probable que cohabitar con robots humanos sea tan natural como las pantallas táctiles, pero ¿cómo será la convivencia con estos androides? En I’m Your Man (2021), Alma, una científica que trabaja en el Museo de Pérgamo, accede a participar de un experimento que pone a prueba un nuevo tipo de robots humanoides diseñados para convertirse en la pareja ideal. Mientras la ambiciosa investigación liderada por Alma avanza a un ritmo paulatino, el humanoide Tom se muda a vivir con ella con el único propósito de hacerla feliz, sea que esto signifique arreglar su escritorio y desordenarlo nuevamente en cuestión de segundos o fingir que duerme en la alacena. Pese a la resistencia y el escepticismo de la mujer, la programación del robot tan deseoso de complacer va despertando -sin intención alguna- sentimientos enterrados a los que ella deberá enfrentarse tarde o temprano.

I'm Your Man
Ich bin dein Mensch / I’m Your Man – © Christine Fenzl

Dirigida por Maria Schrader, I’m Your Man se interesa menos en los pormenores científicos del género de ciencia ficción que en la confrontación de Alma con quien debería ser su alma gemela, valga la redundancia, con la única diferencia de que él fue creado en una fábrica. El tono cómico viene dado por la torpeza del humanoide, quien aún está configurando el equipo según las preferencias de su usuario y comete errores como adornar el baño con pétalos de rosa porque las estadísticas le informaron que las mujeres alemanas fantasean con un encuentro íntimo a la luz de la vela. A pesar de esto, con el correr de los días, Tom se convierte de gran ayuda para Alma, siendo un aliado a la hora de lidiar con su padre o un cómplice en el relacionamiento con una ex pareja. Al rostro elegante y estilizado de Tom se le contrapone las expresiones casi imperceptibles de Alma, que resguardan cualquier expresión de frustración, de risa o de cariño. En la dualidad entre esta máquina configurada para comprender emociones según la lógica de fórmulas causales y un humano que se resiste a concebir manifestaciones sentimentales pero busca empedernidamente ápices de un lenguaje poético en símbolos primitivos, se esconde la complejidad de la película de Schrader.

Más allá del humor, I’m Your Man esboza una sociedad no muy distinta a la nuestra basada en algoritmos y sistemas personalizados por nuestros caprichos momentáneos. Hoy en día, del mismo modo en que una aplicación filtra nuestros gustos a una velocidad alarmante, ya sean objetos de consumo o perfiles exhibidos en góndolas virtuales, es posible silenciar y ocultar aquello que nos genera disgusto. Quizás sea muy pronto para intuir las consecuencias de una paciencia cada vez más intolerante, pero no tanto para sopesar el deseo o la soledad humana que cada tanto nos aqueja y nos empuja en movimiento.

 

Escrita y dirigida por Hong Sang-soo, quien además se encarga de la fotografía y de la música, Introduction (2021) es la historia de dos jóvenes narrada mediante tres episodios distintos separados en el tiempo. Youngho, hijo de un doctor, visita a su padre, con quien tiene una relación un tanto distante. El médico, agobiado por un problema que no se llega a explicar del todo, prefiere atender a un actor famoso que a Youngho. En otro episodio, Juwon, la novia de Youngho se muda a Berlín para estudiar moda. Estando allí, durante la visita de su madre, quien la presenta a una artista famosa con la que podrá compartir un departamento, aparece Youngho. Y en la última parte de la película, y la más extensa, Youngho va a almorzar con su madre y con el actor del primer capítulo, en un encuentro empapado en soju.

Introduction
Inteurodeoksyeon / Introduction – © Jeonwonsa Film Co.Production

A lo largo de los tres fragmentos que componen Introduction es posible percibir rasgos en común que dejan traslucir las inquietudes temáticas de Hong. Por un lado, las diferencias entre una generación y la otra van más allá de las formalidades del trato o de las discrepancias entre las expectativas de los adultos y los deseos de los jóvenes. Los padres siempre están presentando a sus hijos a algún personaje mayor que supone ser de referencia para ellos, y por mera cortesía, los hijos acceden a escuchar discursos sobre su futuro, por más que no compartan sus ideas. En cierto modo, las aspiraciones de los mayores pesan sobre los anhelos de los jóvenes, quienes tambalean (y se caen) en esta búsqueda eterna. Existe además un contraste entre las largas caminatas en la calle o en la playa, con el frío y el viento abrazando la soledad del cuerpo, y los breves instantes en los que los personajes se quedan dormidos, porque estar en movimiento es tan importante como quedarse quieto.

El uso reiterado de zooms, ya una constante en el cine de Hong, parecieran variar el encuadre en función a una dislocación emocional, aquel preciso segundo donde un cambio interno del personaje se manifiesta en el desplazamiento de la cámara, quizás una angustia invocada, o la nostalgia que aluden ciertos recuerdos. A través de los diálogos de sus personajes, Introduction medita sobre la naturaleza de la actuación, sobre lo real en la representación de una caricia en la pantalla o fuera de un escenario, pero también encuentra la belleza de un abrazo que sucede en un repentino arrebato de cariño. Tal vez el encanto de la vida sea nada más que esto, transitar como si estuviéramos siempre en el prefacio de nuestra mortalidad, mientras nos emborrachamos, nos abrazamos y dormimos.

 

En Memory Box (2021), una caja de recuerdos conecta la vida de tres generaciones de mujeres libanesas que ahora viven en Montreal. Mientras la familia se prepara para las festividades navideñas, un paquete arriba a la casa y suscita curiosidad en Alex, la hija adolescente de Maia. A pesar de los intentos frustrados de la abuela por ocultar el paquete, y a escondidas de su madre, Alex abre la caja y descubre cartas, cuadernos, cassettes y fotografías que Maia había enviado a su mejor amiga durante la década de los 1980. Con cada correspondencia, la historia oculta de su madre va adquiriendo forma y color en el imaginario de Alex, al tiempo que va trazando los surcos de cada cicatriz dejada por un pasado doloroso.

Memory Box
Memory Box – © Haut et Court – Abbout Productions – Micro_Scope

Dirigida por Joana Hadjithomas y Khalil Joreige, Memory Box conecta pasado y presente a través de las grabaciones de su madre que Alex escucha en una casetera vieja. La figura de Maia, por momentos un tanto misteriosa, se va desdoblando ante nuestros ojos mientras escuchamos relatos que abarcan desde los detalles cotidianos más ínfimos a historias de amor y desamor en medio de los conflictos bélicos de una Beirut en guerra. Alex registra todo lo ve mediante la cámara de su celular, como si estuviera intentando aprehender su propia existencia con la punta de sus dedos que se desplazan por la pantalla una y otra vez. Tal como en los diarios de Maia, los fragmentos escritos en papel se unen a músicas y sonidos, en la imagen, las fotografías adquieren movimiento y la banda sonora se traspasa de un tiempo al otro, en un gesto de reconstrucción identitaria que une retazos de una vida cargada de mucho sufrimiento. Aún así, la tragedia se contiene fuera de campo y en los momentos más dramáticos, la imaginación interviene y quema el celuloide para emular un bombardeo. Más que una lección de historia política, Memory Box es un relato de reconciliación emotiva con la historia de una misma, dónde abuela, madre e hija encuentran un entendimiento intergeneracional por encima de los traumas del desarraigo.

 

Para deconstruir una idea, a veces es necesario mirar desde adentro hacia afuera. Dirigida por Alonso Ruizpalacios, Una película de policías (2021) examina la institución policial de un país hostigado por la violencia mediante la combinación de recursos narrativos de la ficción y del documental. Narrada mediante episodios que se centran en un personaje y el otro, y luego en ambos como pareja, la película acompaña los relatos de Teresa y de Montoya, dos oficiales de la fuerza, para culminar en una reflexión sobre el propio medio cinematográfico en la construcción de un documental.

Una película de policías
Una película de policías / A Cop Movie – © No Ficcion

Una película de policías inicia con el personaje de Teresa patrullando las calles nocturnas de la Ciudad de México. Al cabo de unos minutos donde el registro del relato pareciera manejarse en los linderos de una ficción, la voz en off de la policía invade la imagen y sostiene la narración. Con miradas a cámara y palabras que se entreveran al cuadro, la exploración añade una capa de complejidad más en la reconstrucción de su vida privada y su inserción al ámbito laboral, en un ejercicio de negación constante del carácter real o ficticio de lo se va desplegando frente a cámara. Aquí, nada es definitivo, ni de un solo aspecto, sino va cambiando de forma de modo intermitente como las luces azules y rojas del coche policía.

Por otra parte, Ruizpalacios ahonda en el proceso de convertirse en un policía, el engranaje humano de la organización política destinada a mantener el supuesto orden público, y la justificación latente por detrás de tomar dicha decisión pese al peligro diario que esto supone. Pero el idilio pronto se desmorona, si es que existió alguna vez, pues ser policía es encarnar una figura que es percibida por los demás como la institucionalización de la delincuencia. A medida que la violencia se va desdoblando en la historia, afectando tanto a los personajes como a los actores mismos, la maquinaria detrás del sistema corrupto va exhibiendo sus raíces desde los estratos más bajos, que cobran impuesto al alquiler de chalecos antibalas, a las cabecillas de poder perpetradas por pandillas criminales a cambio de girar la vista en otro sentido. Tal como el imaginario de un policía es tan solo un repertorio de símbolos instaurados por un cine de género, Una película de policías abre el telón detrás de un telón, y desnuda el mito detrás del heroísmo que se desmorona ante una realidad incómoda.

 

El dolor y la ausencia se subsanan a través del encuentro mágico de una niña con su madre en Petite Maman (2021), la última película de Céline Sciamma. Tras la muerte de su madre, Marion regresa al hogar maternal en compañía de su pareja y de su hija Nelly, pero habitar los espacios de su infancia evocan recuerdos tan dolorosos que ella decide partir y deja a su familia a cargo de empacar las pertenencias restantes. Nelly, acostumbrada a la soledad, deambula por el bosque al lado de la casa en busca del fuerte que había construido su madre tantos años atrás, pero encuentra a otra niña muy similar a ella con la que entabla una intensa pero fugaz amistad.

Petite Maman
Petite Maman – © Lilies Films

Petite Maman desciende la cámara al nivel de la mirada de una niña en un momento de mucha tristeza como es la pérdida de un ser querido. En la escena inicial de la película, Nelly se despide de los demás residentes del hogar de ancianos donde había estado su abuela y de camino a la casa, su diminuta mano alimenta bocadillos a Marion mientras ella maneja, porque esta es la manera que ella sabe de cuidar a quienes le cuidan. Mientras la niña lidia con su duelo, entendido como la imposibilidad de haberse despedido de su abuela, y su madre no encuentra consuelo posible, el traspaso a un mundo fantástico le obsequia la oportunidad de acompañar a su madre de otro modo. La belleza del bosque se convierte así en un refugio ficticio desconectado del mundo adulto donde madre e hija no solo comparten una memoria sino que es a través de ella que se conocen y se acompañan. En la inocencia cómplice de las travesuras infantiles, la carencia emocional padecida por ambas se remedia mediante los juegos y las aventuras, por más pequeñas que éstas sean, como preparar panqueques o personificar actores de una película.

Conocerse a través del reflejo de la pequeña Marion, que se mueve, habla y juega igual que Nelly, y recorrer las habitaciones donde ella ahora duerme pero en otro color y empapelado, es un modo de enfrentarse a su propio crecimiento. Petite Maman observa la adultez desde la niñez pero es la edad adulta la que en cierto modo se ajusta a la sensibilidad y dimensión de una niña de ocho años, desde la altura del plano, a personajes que rejuvenecen con un afeitado o un objeto que se hereda y adquiere otro valor. Si en la relación madre e hija era palpable un cierto silencio sosegado, en el vínculo que establecen ambas niñas, la ternura trasciende esa distancia y se prolonga en ambos espacios temporales unidos por el sendero que conduce de una casa a la otra. En este sentido, la película de Sciamma es un gesto de cariño tan delicado, que posibilita una coincidencia inasequible sino es a través de la imaginación y del relato.

 

What Do We See When We Look at the Sky? (2021), a diferencia de lo que su título podría sugerir, encuentra la belleza en el mundo terrenal que yace bajo el cielo. En el pueblo georgiano de Kutaisi, Lisa trabaja en una farmacia y Giorgi juega fútbol en un equipo local. El primer encuentro de ambos será una coincidencia donde sus pies ingresan al cuadro, y un brazo recoge un libro. Más tarde, bajo la luz del alumbrado de la calle, serán sus siluetas diminutas las que volverán a encontrarse en una esquina. Sin saber sus nombres, ellos fijan una cita para el día siguiente, pero el universo les arroja la maldición del “ojo maligno”, y cuando despiertan, son otras personas. Ante la imposibilidad de reconocerse el uno al otro, la cita planeada se ve truncada, y al parecer, la fantasía del amor a primera vista se desmorona, pero no así el romanticismo casi táctil de la película.

What Do We See When We Look at the Sky?
Ras vkhedavt, rodesac cas vukurebt? / What Do We See When We Look at the Sky? / Was sehen wir, wenn wir zum Himmel schauen? – © Faraz Fesharaki/DFFB

El inicio de What Do We See When We Look at the Sky?, con un pedido pícaro dirigido al público, podría ser un prólogo que poco a poco reniega el infortunio de Lisa y Giorgi. A pesar de que ellos se ven resignados a habitar otros cuerpos, la película acompaña las ansias de los amantes por volver a verse, pero los días pasan, ambos deben trabajar y lo cotidiano empieza a acaparar el relato. El color y la textura granulosa de la fotografía, de tonos cálidos y saturados, con una banda sonora que mece el movimiento de sus personajes, configura una imagen lírica que invita a enamorarse del espacio mismo. A veces, la observación es de lejos, con planos abiertos donde los personajes y las personas que moldean el entorno se desplazan por la ciudad en sus quehaceres diarios; otras, son detalles minúsculos, gestos y sonrisas, que quedan captadas en el fílmico casi por azar. Lisa y Giorgi consiguen trabajo en un café, y mientras las pantallas de los televisores se tiñen con los colores de los distintos países en competencia, el mundial de fútbol aglomera tanto a fanáticos como a perros callejeros, que así como los humanos, se reúnen a ver un partido en el bar de la esquina.

Además del amor por el deporte y los animales, el amor por el cine se entromete mediante un equipo de filmación que camina por las calles en la búsqueda de parejas ideales para realizar una película. Escrita y dirigida por Alexandre Koberidze, en cada una de las líneas narrativas de What Do We See When We Look at the Sky?, sea una voz en off, o una imagen dentro de otra, cine y magia se conjugan para describir un romance con lo mundano, porque a pesar de todo, la vida siempre continua.

 

Tras un año tan atípico, en constante amenaza de superarse a sí mismo, resulta evidente que las películas de la sección en competencia de esta Berlinale están rociadas por las condicionantes de su presente. Quizás el cine no volverá a ser lo mismo, quizás los festivales no volverán a ser lo mismo, y quizás estas dudas podrían dejar de ser lamentos apresurados o suspiros lánguidos, porque quizás el espectador también sea otro. Al fin y al cabo, en la sorpresa de lo que aún está por venir, en las mutaciones y las transformaciones de un arte en constante movimiento, tanto dentro como fuera del plano, radica su latido. ¡Y qué alegría es estar viva!

Comparte este contenido:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.