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Network: La voracidad de un sistema desalmado
Se suele asociar el término “Hollywood” con lo banal, una forma de desacreditar el cine, de asociarlo con un estilo de espectáculo sin sentido y sin ningún tipo de profundidad. Nada esta más lejos de esa apreciación o, mejor dicho, quien lo afirma no conoce de la historia del cine. Detengámonos por un instante y viajemos a los gloriosos años 70 del cine norteamericano, más precisamente a la entrega de los Oscar de marzo de 1977, en la que competiríamos con películas de la talla de Rocky (que a la postre fue la ganadora), Todos los hombres del presidente y Taxi Driver todos exponentes icónicos de esta época de oro. Sí, ese fue uno de esos años en que se nos hace muy difícil tener una favorita si a esa lista sumamos a Network, un mundo implacable, desde mi punto de vista, una de las mejores películas de Sidney Lumet, un director que, si bien no surgió durante esa década, aportó gran parte de las obras más destacadas.
La filmografía de Lumet gira, en su mayor parte, sobre un eje en común: protagonistas problemáticos que por sobre todas las cosas se caracterizan por ir en contra de la corriente, personajes decididos por su convicción y generalmente apartados por gran parte de la sociedad. Como a quien encarna Henry Fonda en 12 hombres sin piedad (12 angry men, 1957), un hombre enfrentado a la opinión de otros once con quienes conforma un jurado, que a fuerza de hacerlos reflexionar sobre el caso que tratan, va logrando modificar su opinión uno por uno. El prestamista (1965) nos presentaba a un soberbio Rod Steiger interpretando a un judío alemán sobreviviente del holocausto a quien, a pesar del paso del tiempo, los fantasmas del horror vivido en aquellos años lo seguían persiguiendo, a pesar de vivir en un lugar como Nueva York, completamente diferente a su lugar de origen. En Serpico (1973), un policía honesto interpretado por Al Pacino hace frente a un mundo lleno de corrupción y connivencia entre las fuerzas de la ley y la delincuencia. O podemos citar Tarde de Perros (Dog day afternoon, 1975), donde lo que aparenta ser un simple robo de banco más se convierte en una cuestión que está en debate hasta nuestros días. Allí se encuentra el punto que más me fascina de la filmografía de Lumet: todas las cuestiones que planteó a lo largo de la misma parecen muy actuales. ¿Alguien imaginaría en 1957 que los planteos de Henry Fonda en 12 hombres sin piedad todavía estarían en discusión aun varios años entrado el siglo XXI? ¿Alguien imaginaría en 1975 que cuestiones referidas a la lucha LGBTIQ seguiría siendo motivo de debate cuatro décadas y media después? Es entonces donde no salgo de mi asombro si pienso que cuando se filmó Network, un mundo implacable faltaban más de veinte años para que internet comenzara a volverse masivo y unos treinta para la irrupción de las redes sociales en nuestras vidas cotidianas y, aun así, al verla parece tan actual que genera un sentimiento que mezcla resignación e indignación ¿Hemos aprendido algo? Plantea varias cuestiones como el poder monopólico de las corporaciones, lo pequeños e insignificantes que somos ante ello, pero por sobre todas las cosas, lo frágiles que somos frente al sistema. El protagonista, un famoso presentador de noticias con años de trayectoria se ve repentinamente envuelto en una crisis personal que lo hunde al punto de hacerle perder todo, pero es en su reacción donde los directivos de la cadena de TV para la que trabaja ven una gran y oscura oportunidad. Esa oportunidad era de lo más salvaje: hacer de sus declaraciones un espectáculo televisivo, aunque estas revelaran al público los secretos más tenebrosos de la relación que existe entre los medios de comunicación y quienes los financian.
Aunque la historia discurra por dos vías bien marcadas, por un lado, el largo derrotero de los días finales de Howard Beale (Peter Finch) y por el otro, el ascenso profesional exponencial en la carrera de Diana Christensen (Faye Dunaway), el enfoque principal se posa sobre la figura del primero. Finch debe componer un personaje histriónico, rendido ante el alcoholismo y que de un día a otro debe lidiar con la pérdida de lo único que daba sentido a su vida: su trabajo. Es tan emotiva su interpretación, tan profunda y conmovedora que es imposible que no acompañemos a su personaje en sus sentimientos, tanto en sus momentos más “revolucionarios” como en sus choques de realidad al cruzarse con los más altos directivos de la UBS y sus condicionamientos. El británico falleció unos dos meses antes de la entrega de los Oscars de 1977 y se convirtió en el primer ganador póstumo del galardón a mejor actor principal. Su trabajo es tan imponente que en su categoría le ganó a Robert De Niro (que estaba nominado por un personaje tan icónico como Travis Bickle), a Sylvester Stallone (por el emblemático Rocky Balboa) y a William Holden, quien interpreta en esta misma película al productor de noticias Max Schumacher ¿Hubo alguna necesidad de homenajearlo entregándole el Oscar póstumo? Por supuesto que no, se lo merecía sin ningún tipo de dudas. En su contraparte está Faye Dunaway, que también ganó el Oscar a mejor actriz principal y se encuentra al nivel de Finch, componiendo un personaje lleno de contradicciones, dispuesta a cualquier cosa con tal de lograr sus objetivos. No hago hincapié en las nominaciones y ganadores de los premios de la Academia por una cuestión aislada, sino que procuro demostrar un aspecto de Sidney Lumet que lo transformó en uno de los más grandes realizadores de la historia del cine: su excelente trabajo en la dirección de actores. Y este comentario no va en detrimento del gran reparto con el que contó Network, un mundo implacable. Como citara anteriormente, otro de los grandes trabajos es el de William Holden ¿eclipsado? por el de Finch, pero no menos extraordinario al momento de personificar a un productor de espíritu noble y amigo personal de Beale, que debe lidiar con la maldad de los desalmados directivos de la UBS. Frank Hackett, uno de ellos, es personificado por un impecable Robert Duvall, de quien sólo voy a hacer un comentario: Qué impresionantes los años 70 de este gran actor! Y no quiero dejar de mencionar a Beatrice Straight, quien ganó la estatuilla a mejor actriz de reparto y a Ned Beatty, quien estuvo nominado en su contraparte masculina. En su libro Así se hacen las películas, Lumet detalla el proceso completo que lleva un film desde el punto de vista de un director, llenándolo de consejos y formas de generar un equipo que trabaje en armonía. Esta cuestión no es menor, ya que se ve plasmada en el resultado final de la cinta y por ello es que esta película fue multipremiada en varias entregas de premios internacionales.
La forma de exponer la voracidad y lo obsceno del comportamiento de las grandes corporaciones por parte del guionista Paddy Chayefsky me parece magistral, partiendo de la historia de un hombre exitoso devenido en un desecho de la industria y paralelamente, el ascenso de una productora sin escrúpulos en un mundillo que, digámoslo, se ve horrible. Todo condensa para que en el tercer acto el protagonista reciba una revelación que frustra el sentido que tomó su vida y todo desemboque en un final triste, oscuro y con un mensaje repleto de impotencia, una característica de gran parte de la filmografía de Lumet. Y para agregarle más pimienta aun, Network, un mundo implacable contó con el trabajo fotográfico de Owen Roitzman, que venía de trabajar en dos películas de William Friedkin, Contra el imperio de la droga (The French Connection, 1971) y El Exorcista (The Exorcist, 1973). Es en el uso de la luminosidad, la sensación de aturdimiento de Beale y las relaciones de peso que Roitman explicita la balanza del poder sobre la que oscila esta historia, que no representa más que lo que ocurre en la realidad; realidad que está a la vista de todos y muchos no logran ver.
Con Network, un mundo implacable, Sidney Lumet nos dejó una advertencia que nunca escuchamos, pero también hizo un amplio análisis de la sociedad de aquella época, que no era más que un preludio de lo que ocurriría décadas después: conglomerados de medios absorbiendo a otros, a la vez que sus accionistas controlan el contenido que ellos reproducen. Y todo esto mientras promueven un discurso unificado que destruye el análisis y favorece la banalización, a veces incluso beneficiándose de gente que, haciendo el ridículo o simplemente hartos de una realidad cada día más oscura, procura tener una voz propia entre tanto mensaje corporativo que nos rodea.