Investigamos
Tarde de perros. El espectador mediatizado
¡Sin la televisión… nos matarían a todos!
Sonny Wortzik
Brooklyn, Nueva York, agosto 22 de 1972, 02:57pm. Tres hombres entran en un banco, un plan de robo que duraría tan solo diez minutos se tornará en largas horas de sofocante tensión, un circo mediático que, doce horas después, será historia. Apenas iniciado el asalto, uno de los ladrones entra en pánico y huye, todo lo que podía salir mal sale peor y cada decisión será otra vuelta de tuerca.
Dos inexpertos ladrones, Sonny (Al Pacino) y Sal (John Cazale), intentan tomar el dinero y huir, pero el ingreso en la bóveda será el giro que los pondrá en jaque y un improvisado cambio de plan alertará a las autoridades. En minutos, 250 policías rodean el lugar. Ahora, solo les queda la toma de rehenes y negociar.
Basada en hecho reales, con gran maestría, Lumet mantiene al espectador en una pasiva incertidumbre a través de situaciones desconcertantes y un humor perspicaz, utilizando un lenguaje coloquial y una narrativa sencilla pero contundente. El magnífico guion de Frank Pierson, ganador del Oscar, es una exquisita mezcla de cine policíaco, crítica social, thriller, queer y líneas casi cómicas, introducidas con tal cuidado que mantiene la tensión dramática, un dejo de risa en cada ironía y unas entrelíneas para pensar un poco más allá de la gran pantalla.
El contexto político de Estados Unidos en las décadas de los 60 y 70 era álgido, la intervención en la Guerra de Vietnam en 1964 generó el surgimiento de movimientos sociales pacifistas, además de los ya existentes, como los antirracistas y los de género, entre otros, que se iban fortaleciendo a medida que la guerra se perdía y la moral de los estadounidenses quedaba minada. Esto sumado al escándalo de Watergate, que desmoronaba la poca confianza que tenían en sus gobernantes, dejando al descubierto los abusos de poder del gobierno de Nixon contra activistas y políticos por medio del espionaje y el acoso de los servicios de inteligencia. El cine de los 70 no fue ajeno a su tiempo y experimentó sobre esas libertades que se gestaban socialmente, poniendo en la pantalla la otra cara de la moneda, que exponía las realidades sociales y políticas.
Sin mayores sutilezas, Lumet pone de manifiesto situaciones como a la masacre por la rebelión de la prisión de Attica o a Sonny como excombatiente de Vietnam, sin que haya algún beneficio alguno por parte del Estado, o el trasfondo del FBI al mando de un operativo por un atraco simple y la capacidad de los medios de comunicación para tergiversar no solo una historia, sino la Historia, hacer cortinas de humo y mediatizar a las audiencias. La ironía de más de un centenar de policías que, frente a las cámaras de los noticieros, se muestran como una institución tolerante, que permite la negociación de manera fluida es otra cara del show. Solo cuando los medios ya no están cerca, esas capas se van descubriendo.
Si la pretensión de Lumet era insertar al espectador en la película desde el primer minuto, como si el asalto fuera visto desde la pantalla chica, lo logra de manera audaz. Los planos iniciales, que parecieran irrelevantes, tienen un fuerte contenido por el contraste de las clases sociales de Nueva York, acompañados de una canción que será la única música que se escuche durante todo el metraje y, en el momento de silenciarla, nos convierte en un asistente más al show mediático.
Es una historia sencilla contada linealmente, con un ritmo constante que sostiene la tensión al máximo de principio a fin. No existe el flashback, pero es León (Chris Sarandon) la pieza clave que conecta en tiempo presente y dilucida por completo la vida de Sonny hasta el más íntimo detalle, además de enmarcar el móvil del robo.
El confinamiento en un ambiente denso y sofocante en el banco es el acierto del director de fotografía Victor J. Kemper, con las escenas largas que nos introducen en la historia, no desde una cámara subjetiva, sino a través de la sensación de ser parte del film, no de ver a través de sus protagonistas, sino ser unos más. Con excelentes desplazamientos de cámara conecta diferentes historias, como aquella en que Sonny enseña a una rehén a presentar armas con el fusil con el que debería intimidarlos o introduciéndonos en la discusión entre Sal y otra rehén. Hay escenas que parten de un plano general y sin cortes nos lleva hasta primeros planos, donde se descubre la angustia de los protagonistas. Los encuadres con buena profundidad de campo no solo dan a los personajes la medida justa para desentrañar su carácter y su historia, como la atención puesta en Miriam (Marcia Jean Kurtz), que con sutiles movimientos capta nuestra mirada, sino también la capacidad de ver desde el banco lo que sucede del otro lado de la calle, en la barbería, convertida en centro de logística de la policía. Todo está perfectamente dispuesto para ser percibido como una unidad.
El factor climático, reflejado en la fotografía se percibe natural, la iluminación del atardecer da cuenta de cómo van pasando las horas, también transmite la sensación densa del calor del verano en un espacio cerrado, en contraste con el aire cálido pero fresco del exterior, y también por contraste, el ambiente distendido en el que pasan las horas los rehenes con el intento de tensión por parte de la policía, que también tiene momentos de calma. Una característica para destacar es la iluminación del banco, el recurso de la luz fluorescente y las lámparas de emergencia, al ser parte del escenario, se perciben como propias del espacio real, potenciado además por el maquillaje y el vestuario, que reflejan el cansancio, la sudoración y el agotamiento general en una tarde calurosa.
Personajes reconocibles en la vida cotidiana dan ritmo a la película, ninguno viene por azar, el chico de la pizza o el novio de María tienen acaso un minuto de fama en el show mediático de la pantalla chica. Lumet siempre está recalcando la función de los medios. La relación que se desarrolla en el interior del banco entre rehenes y delincuentes es sui generis, al inicio del robo hay amenaza, pero una vez que se cae el plan, todo cambia. Sylvia (Penelope Allen), la cajera principal, va tomando fuerza, haciendo notar cada vez más su empatía con Sonny, es un personaje con un carácter fuerte que enfrenta la postura de los ladrones. En realidad, no se desarrolla el síndrome de Estocolmo, no existe hostigamiento ni se establece afecto hacia los ladrones, dentro del banco siempre hay un ambiente de distensión, a las mujeres se les ve incluso bailar, reír y participar del show mediático, la relación establecida con Sonny es amena, al contrario que con Sal, quien es anulado con indiferencia por parte de los rehenes, debido a su carácter. Nuevamente, Lumet deja como subtexto detalles en estos personajes, características de contenido social y político.
Los personajes están elaborados al detalle como una filigrana, algo particularmente interesante son las referencias directas a la religión católica que muestran algunos de ellos, especialmente los protagonistas, pues marca profundamente su aspecto moral. Sonny es impulsivo, cree mantener el control de la situación, pero con cada decisión muestra su vulnerabilidad e ingenuidad, que se va convirtiendo en angustia. Él es la incertidumbre misma. Se mueve en la tragicomedia, es un hombre descontrolado e impaciente, toda la tensión que sostiene está plasmada en su vestuario que, con el paso de las horas, se descompone. Todo lo contrario de Sal. A medida en que aparecen las personas que lo rodean, descubrimos al hombre protector con afán de hacer feliz a todos los demás, aún sin resolver su propia vida. Un carácter formado por una madre sobreprotectora, un padre a quien no le importa su hijo por sus preferencias sexuales, pero la conexión más profunda que se puede tener con Sonny se logra al conocer a la madre de sus dos hijos, su insufrible esposa Angie (Susan Perezt), una mujer brusca, agresiva y potencialmente violenta. Entonces, solo nos queda por decir… pobre hombre, pero aun así declara un infinito amor a su mujer.
El personaje que interpreta Cazale es impactante, Salvatore es el punto crítico de la tensión, es la bomba a punto de explotar y se mantiene a lo largo de la cinta aun en las situaciones distendidas. Sal permanece firme, contundente y decidido. Antes de volver a la cárcel tiene por opción el suicidio, es un hombre sobrio, casi estático, que demuestra un carácter fuerte, tiene una disciplina religiosa, a pesar del calor sofocante se mantiene impecable en su vestir y su peinado, es un ser absolutamente reprimido, su traje y su postura rígida son su coraza, evidencia de una formación ortodoxa machista, porque “los chicos no lloran”. A través de los primeros planos y de sus pocas, pero magníficas líneas, se descubre a ese ser quebrantable, que poco a poco va mostrando su soledad, su insípida vida llena de padecimientos. Reacciona con fuerza a cuestionamientos a su moral y a su hombría, lo alternan y le calan profundamente, es un personaje que con el paso de las horas va dejando ver su vulnerabilidad y su ingenuidad, al punto de que se deja llevar sin protestar por las decisiones de Sonny. De Sal, los medios solo lo mencionan como un ladrón homosexual, pero no hay una imagen de él en la televisión, no tiene voz, no hay historia que contar, es inexistente en el circo televisivo.
Lumet inserta el tema de la sexualidad con un manejo delicado, donde muestra esas revoluciones que se gestaban en los 70, con sus seguidores y sus detractores, pero aún más inquietante, pues trabaja sobre la homosexualidad y la bisexualidad, donde Sonny mantiene su relación con Angie y con León. Este último es un personaje que se muestra vulnerable, pero aprovecha las circunstancias desde el primer momento en el que aparece, se regocija en el show mediático, es, en efecto, su matrimonio la historia que pone al rojo los televisores en las casas y el robo deja de ser noticia, obteniendo sus quince minutos de fama, al convertirse en estrella de la pantalla chica.
Tarde de perros es una historia que pone al espectador al límite y lo atrapa, contiene tal diversidad de temas que invita a verla una y otra vez sin que se agote. Siempre queda algo por escudriñar, por leer y nuevamente se siente la tensión, y la sensación de sofoco. Queda también la fuerte crítica social y política, temas recurrentes en el cine de Lumet. Con todos esos componentes, es una joya del cine estadounidense de los 70, un testigo de su tiempo.
Muy buena esa película la vi hace varios años
Me atrapó de principio a fin.