Investigamos
Haifaa Al-Mansour. Mujeres fortaleza
Haifaa Al-Mansour es una realizadora cinematográfica que cuenta en su haber con cuatro largometrajes de ficción: La bicicleta verde (Wadjda, 2012), Mary Shelley (2017), Desmelenada (Nappily Ever After, 2018) y La candidata perfecta (The Perfect Candidate, 2019). Pero además del indudable mérito de haber dirigido ya cuatro películas perteneciendo al género femenino (incluso algunos cortos y un documental), Haifaa Al-Mansour posee una circunstancia singular por su nacionalidad: es de Arabia Saudí. Aparte de la dificultad de encontrar directoras mujeres entre una lista interminable de hombres dedicados a dicha profesión, no digamos ya con más de un par de obras, imagínense si el origen de la fémina en cuestión es la de un país asiático que no reabrió cines hasta 2018, cuarenta años después de su prohibición tras el rígido conservadurismo religioso expandido en 1979 con la Revolución Islámica de Irán.
Pero lamentablemente, Arabia Saudí no solo se ocupa u ocupaba hasta hace bien poco de prohibir los cines. Además, tiene el terrible mérito de ser uno de los países en el que las discriminaciones que sufren las mujeres son de mayor calado. Las féminas de ese estado tienen que vivir bajo la tutela de un hombre que debe otorgarles permiso para asuntos varios. Tampoco pueden hablar con personas del género masculino a no ser que sean parientes. En los colegios se segrega por sexos. En zonas públicas existen espacios separados (en colas para pagar en establecimientos o para coger un transporte público, en mesas de restaurantes, en salas de espera en hospitales…). Además, ellas no pueden decidir su vestimenta. Deben taparse enteramente, excepto ojos y manos, con una túnica del color del luto, del negro, de esa tonalidad que canaliza la ausencia total de luz. Un negro alquitrán asociado sin remedio a la muerte, al sufrimiento, al terror y a las tinieblas. El hábito en cuestión se denomina Abaya y bajo su manto deben soportarse las altas temperaturas de la zona. También hasta hace bien poco ellas tampoco podían votar, conducir, ni estudiar otras carreras que las de medicina o magisterio (por razones obvias derivadas de la segregación e invisibilidad). La situación para la mitad de la población que ha tenido la desgracia de nacer mujer en Arabia Saudí es muy grave. Sus derechos humanos son violados reiteradamente con la rastrera complicidad del resto del universo. El petróleo es jugoso, genera riqueza, demasiada, y son muchos los estados, instituciones y organismos que prefieren poner la mano y mirar hacia otro lado.
Haifaa Al-Mansour inició su carrera en la dirección con el rodaje de tres cortos: Who? (1997), The Bitter Journey (2000) y The Only Way Out (2001). Su siguiente proyecto se materializó en el documental Women Without Shadows (2005). Consta de sucesivas entrevistas sobre el papel de la mujer saudí y su desarrollo vital en la opacidad. Consiguió proyectarse y ser premiado en festivales internacionales. Y se estarán preguntando cómo una persona pudo apasionarse por el mundo cinematográfico en una nación en la que no existían los cines. Haifaa Al-Mansour tuvo la suerte de que su padre le introdujo en el audiovisual a través de cintas que visionaban en casa y, tras estudiar literatura comparada en El Cairo, se formó como cineasta en Sidney.
La bicicleta verde, su primer largometraje de ficción, como ya hemos mencionado, se rodó en Arabia Saudí en la clandestinidad. Corría el año 2012 y los tímidos aires de libertad que soplan en el país se sitúan en fechas posteriores. Narra la historia de Wadjda, una niña de diez años. Va al colegio, le gusta jugar al sambori, montar en bicicleta, escuchar música…; en fin, como cualquier cría de su edad. Pero Wadjda ha tenido la mala suerte de nacer mujer y su principal anhelo, poseer una bicicleta, no va a ser bien vista entre sus congéneres. Porque de mujer, como vemos en el filme, se ejerce desde el nacimiento. Observamos que solo con diez años ya se obliga a vestir esas siniestras túnicas negras u a olvidarse de calzar deportivas. Y si los vientos vienen con aperturas, ya se encargan las educadoras de penetrar en los cerebros para que nada cambie y se siga manteniendo el respeto por tradiciones que, según costumbres y religión, realmente caracterizan a las mujeres «honradas» (como seguir cubriéndose el rostro o trabajar físicamente separadas de los hombres).
La lista de atropellos contra las féminas no acaba con lo expuesto en el párrafo anterior. Así, por ejemplo, si un marido se cansa de su esposa o considera que no le da lo que cree merecer, es libre de unirse con otra e ir creando hogares sucesivos a conveniencia. No cabe reproche alguno de la agraviada o los hijos comunes. Y aunque seas mujer, no te libras de aprender de memoria, de recitar como una letanía el mismísimo Corán. No solo eso; además, si alcanzas la maestría en la recitación consigues las máximas condecoraciones. Ante tales horrores y algunos otros, cómo no enternecernos con Wadjda, nuestra protagonista, una niña resuelta, casi descarada, todavía libre de adoctrinamientos que se presienten cercanos. Una chiquilla que se mueve ante la cámara con toda naturalidad y que trapichea con audacia para intentar alcanzar sus sueños en las pocas horas de vuelo que le quedan. La bicicleta verde es una valiente exhibición de la vida cotidiana en el país de la directora, aunque, comprensiblemente, no llegue a disparar de lleno. La discreción, en sus circunstancias, mandan. De cualquier modo, a pesar de que los medios no ayudaron, merece destacarse la recreación del ambiente saudí: calles polvorientas y texturas pálidas en consonancia con un país en el que lo que no es ilegal es pecado. No obstante, la realizadora se permite el capricho de acabar su ópera prima con una optimista apertura de foco conteniendo a nuestra vivaracha protagonista.
El segundo largometraje de Haifaa Al-Mansour consistió en Mary Shelley (2017). Rodada en Europa, se trata de una coproducción entre Estados Unidos, Irlanda y Reino Unido. Estamos ante una excelente y original biografía de la mujer que da nombre al título, de la autora de Frankenstein o el moderno Prometeo, obra escrita en 1818. La infancia de Mary Shelley, hija de la filósofa feminista Mary Wollstonecraft, autora de Vindicación de los derechos de la mujer, estuvo rodeada de literatura en la librería londinense que poseyó su padre, el también filósofo, además de político, William Godwin. Pero a pesar de que nuestra protagonista, interpretada por Elle Fanning, recibió una educación exquisita para la época, también tuvo la desgracia de nacer mujer a finales del siglo XVIII. Y aunque se atrevió a escribir, incluso a firmar sus obras e intentó publicar, en esto último no tuvo demasiada suerte. En cualquier caso, una mujer a la que se enseñó a pensar y que aprendió a tomar sus propias decisiones, acertadas o no, pero que eran las suyas.
Con Mary Shelley, Haifaa Al-Mansour nos traslada un cuadro sobre la soledad, sobre la soledad de un monstruo y la de su creadora, que con apenas dieciocho años tuvo que recorrer dolorosos trances que le llevaron a un estado de profunda congoja y desamparo. Pero Mary, con fortaleza y coraje, consiguió que la artista que llevaba dentro saliera a flote y huyera del anonimato. La película está magníficamente ambientada en su recorrido por calles londinenses sucias, apelotonadas, oscuras, bulliciosas. Y también nos moveremos por el continente europeo, concretamente en esa mansión imposible habitada por el excéntrico poeta Lord Byron. Y como en La bicicleta verde, intereses y egoísmos masculinos son protegidos hasta legalmente, sin importar éticas, moralidades o cadáveres dejados por el camino.
En 2018, Haifaa Al-Mansour dirigió una comedia con producción de Netflix, concretamente Desmelenada. El filme está rodado en Estados Unidos y sus propósitos parecen ciertamente alejados de otras obras de la directora. Violet, su protagonista, es una mujer que ha sido educada para mantenerse perfecta en cualquier ocasión. Perfecta en su físico, en vestimenta, en comportamiento, en discreción. Y en todo momento siempre con su melena arreglada, con un peinado impecable, no importa que no haya un mañana. Primero los pelos en su sitio y después hay que salir a la búsqueda del marido perfecto (adinerado, apuesto, con profesión reconocida…). Justo aquel que nos llevará a la siguiente aspiración: tener hijos y no chihuahuas. Y aunque Violet va modelando su personalidad a lo largo de la película, los altibajos le van sacando y volviendo a llevar al punto de partida.
En Desmelenada parece que a su realizadora no se le ponen los pelos de punta y además de lo anterior, recurre a situaciones disparatadas y a chistes o escenas de grueso calibre. No faltan pretendientes, ni niñas postizas, ni madres histéricas o padres al aire con sus últimas canas. Tampoco asistencias a reuniones equivocadas y otros disparates que no enumeramos para no aburrir. Todo en una puesta en escena en la que no destacaríamos ningún elemento en particular. Cualquier ser anónimo pudo estar situado detrás de la cámara. Afortunadamente, Haifaa Al-Mansour acierta con un final que se aleja de los estereotipos y de machismos viejunos con los que nos amenaza a lo largo de todo el filme.
El cuarto y último largometraje hasta la fecha de la directora árabe es La candidata perfecta. Como el primero, también se rodó en Arabia Saudí, pero esta vez a plena luz e incluso financiada en parte por un fondo de aquel país. Narra la historia de una joven y valiente médica, Maryam que se presenta a las elecciones municipales con el objetivo de que asfalten el camino de acceso al centro de salud en el que trabaja. Moviéndose con destreza, Haifaa Al-Mansour recorre intimidades familiares y lugares públicos en una puesta en escena convencional y solvente. Y a pesar de los años transcurridos desde La bicicleta verde y la supuesta apertura, en escena se suceden mujeres tapadas hasta las cejas, siguen bajo la tutela de un guardián legal masculino y continúan segregadas en lugares públicos.
Cuando hace unos meses tuvimos la ocasión de ver La candidata perfecta nos quedamos con un sabor agridulce por su final, con lo que quizás nos pareció un quiero y un no puedo. Ahora, al volver a ella, estamos casi convencidos de que las motivaciones de la realizadora no se encauzan por un camino de vuelta a las raíces. Creemos comprender las inmensas dificultades a las que tiene que enfrentarse la autora para poder seguir rodando mientras denuncia y sortea censuras. De eso sabía mucho nuestro queridísimo Luis García Berlanga. Hay que saber tirar de la cuerda lo suficiente para que no se rompa y creemos que Haifaa Al-Mansour ha encontrado la medida adecuada. En la disyuntiva, ha preferido la revolución suave que ninguna.
Por último, nos preguntamos qué tienen en común los cuatro largometrajes realizados hasta el momento por la directora saudí. Y las coincidencias no las encontramos precisamente en elementos técnicos relativos a composición, posiciones de cámara, luz, sonido o ritmo. El hilo conductor debe buscarse en su preocupación por la situación de las mujeres, tanto en el pasado, en el presente y en el futuro. Porque vayas donde vayas, te sitúes en América, Europa o Asia, en el siglo XVIII o XXI, el género femenino sigue presa de discriminaciones, invisibilidad y desigualdades. Y la única forma de cambiar la situación, de obtener la igualdad real, es hacer presente la infamia siempre que se tenga ocasión. Y el cine es un gran medio, una magnífica herramienta para denunciar y recordar que debemos de seguir luchando.