Críticas
Memorias de mis putas tristes
L’Apollonide
Bertrand Bonello. Francia, 2011.
Los poetas, al ver mis grandes ademanes,
que parecen prestados de edificios soberbios,
consumirán sus días en austeros estudios;
pues, para fascinar a estos amantes dóciles,
tengo puros espejos que hacen todo aun más bello:
¡Mis ojos, mis profundos ojos de eternas luces!
“Belleza”, de Charles Baudelaire, extraído de Las Flores del Mal
L’Apollonide (Souvenirs de la maison close) es una muy placentera y sensual aproximación hacia las vivencias cotidianas de un grupo de jóvenes prostitutas de un burdel parisino de fines del siglo XIX, aunque no se trata de una película desprovista de ciertos golpes de efecto y algún exceso de cálculo en sus resoluciones formales, factores que le restan espontaneidad y la acercan peligrosamente hacia la impostura frívola de cierto cine diseñado para el paladar del público más perezoso y menos propenso al riesgo del circuito cinematográfico de festivales.
La película se sitúa en un contexto claro y definido, enunciado desde las mismas placas al comienzo del film: la transición entre el final de un siglo y el comienzo del siguiente, forzando de esta manera una clara analogía con los avatares del refinado burdel, cuya permanencia se ve amenazada por el creciente auge de la prostitución callejera y los altos impuestos y las permanentes deudas que su propietaria debe afrontar para su mantenimiento. Frecuentado por empresarios, artistas y aristócratas, L’Apollonide, el prostíbulo que da nombre a la película, es algo así como el canto del cisne de una era plagada de sadismo, melancolía, lujuria, romanticismo y sueños de libertad. El guión no elude ciertas referencias culturales de la época que solo contribuyen a anticipar ciertas fatalidades de la trama (en este sentido resulta evidente la mención al pasar de La Guerra de los Mundos que efectúa uno de los clientes del lugar, sobre todo en lo que respecta a la resolución de la novela de Orwell, donde se alude a las enfermedades virales a las que los invasores alienígenas no pudieron adaptarse en la Tierra, recurso estratégico que anticipa la sífilis que afectará a una de las prostitutas del lugar y que refuerza esa idea de incompatibilidad con los nuevos tiempos que sobrevuela el film completo). Y así es como entre ciertos pasos en falso, gestos presuntuosos y amanerados y momentos de enorme y auténtica belleza, L’Apollonide se convierte en un muy ameno perfume francés con cuya fragancia da cierto gusto polemizar.
La cámara del cineasta Bertrand Bonello (El Pornógrafo, Tiresia) se desplaza con elegancia y lentitud por los interiores de L’Apollonide, brindando el mismo tratamiento estético tanto a los momentos más intensos de cada jornada de sus hermosas trabajadoras como a los intersticios de tedio cotidiano presentes en el día a día, emparentando el ejercicio de la prostitución con cualquier otro trabajo que se rija bajo las serializadas y rutinarias coordenadas de la producción capitalista. Es así como cada encuentro nocturno con los clientes que frecuentan el lugar y la concreción de sus fantasías, por más excéntricas que estas pudieran resultar, terminan representando en manos del realizador acontecimientos poco extraordinarios, viéndose sometidos a un dudoso procedimiento de homologación que los equipara con las acciones más irrelevantes, como los hábitos de higiene o las revisaciones médicas a las que se exponen las prostitutas del lugar. Quizás Bonello pretenda desmitificar un poco ese universo tan controversial del que suele ser considerado como el oficio más antiguo del mundo, despojándolo de cualquier intensidad que atente contra ese propósito. Sin embargo, hay algo difuso que yace detrás de muchas de las decisiones formales que asume el realizador a lo largo de la película, sobre todo en aquellos tramos donde sus resoluciones estéticas adquieren mayor vuelo y placer fotogénico para la mirada del espectador (algunos momentos de belleza basados en la precisión de los encuadres, en la contemplación extasiada de los cuerpos femeninos, en la musicalización extemporánea en claro contraste con la época en la que se sitúa el relato, en el uso de la pantalla dividida), generando que la presunta audacia de cada plano despida un incómodo aroma a exceso de cálculo y corrección política. En otros momentos Bonello resulta ser decididamente torpe (algún foco selectivo que fuerza una desazón demasiado obvia, un fundido a negro extenso que remarca un abismo sentimental). Pero aun con todos esos defectos, L’Apollonide es un relato sentido en el que el director se involucra a flor de piel con las angustias de sus personajes.
Más allá de algunos acontecimientos aislados de concentración dramática significativos para la trama, como ser el ingreso al burdel de la joven Pauline, una prostituta de dieciséis años de edad, o la brutal agresión física de un cliente hacia Madeleine, una de las damas de compañía más veteranas del lugar, la película está conformada por segmentos dispersos en los que resultan más relevantes las sensaciones anímicas de sus personajes reveladas a través de cada conversación o en cada gesto (los almuerzos compartidos, la lectura de las cartas que predicen el futuro, los enjuagues bucales que suceden a cada encuentro sexual). En cada uno de estos momentos, Bonello adopta un estilo reposado, hecho a base de movimientos lentos y pausados, algo claustrofóbico, como lo delata el predomino de espacios cerrados en la ambientación del film, aunque incluye un par de escenas en exteriores, como la de un luminoso y plácido día de campo compartido por las prostitutas, evocación visual de claras reminiscencias renoirianas, y un abrupto desplazamiento temporal hacia nuestros días a modo de epílogo y que marca un violento quiebre con la ambientación histórica implementada en todo el tramo previo de la película. Esta escena final a modo de coda es una de las decisiones más confusas de todo el relato, donde no queda claro si el realizador pretende establecer una continuidad lineal con respecto a las prácticas de la prostitución a través de los tiempos, aludiendo a la camaleónica adaptación que el oficio supo demostrar durante su larga existencia, o una nostálgica evocación del glamour propio de los tiempos del romanticismo oscuro.
Por momentos da la impresión de que Bertrand Bonello no se siente demasiado a gusto en el interior de L’Apollonide, y si bien evita toda condena moral hacia sus personajes ni tampoco cae en el barroquismo desatado y vacío, se termina pareciendo demasiado a uno de los clientes que se dedica a contemplar entre las piernas de las prostitutas evocando ideales artísticos impostados en cada una de sus declamaciones y en sus promesas de una vida mejor, pero siempre acurrucado entre las sábanas de sus embajadoras del placer a sueldo, a las que desnuda en más de un sentido con una mirada que oscila entre el cariño, el erotismo y la frivolidad.
Ficha técnica:
L’Apollonide , Francia, 2011.Dirección: Bertrand Bonello
Guion: Bertrand Bonello
Producción: Bertrand Bonello y Kristina Larsen
Fotografía: Josée Deshaies
Música: Bertrand Bonello
Reparto: Alice Barnole, Noémie Lvovsky, Céline Sallette, Jasmine Trinca, Hafsia Herzi, Adèle Haenel, Xavier Beauvois
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