Guiones
James Cameron entre arañas
Antes de que los superhéroes se convirtieran en una de las franquicias más taquilleras del cine, su vida en la gran pantalla resultaba ser un poco desastrosa. Dejándo por un lado a Superman y a Batman, entre los años ochenta y noventa parecía imposible pensar que otros personajes que no fueran estos dos difícilmente pudieran llegar a tener mucho éxito; lo que se buscaba era la facilidad de vender el producto, lo cual llevaba a pensar que solo nombres (y apellidos) ya famosos podían asegurar cierta recaudación. Impensable hubiera sido pensar que un héroe casi desconocido como Iron Man podría permitir construir una serie de películas con las que armar todo un universo cinematográfico. Mejor resultaba concentrarse sobre un nombre ya famoso de por sí.
El Spiderman de James Cameron, entonces, representaría un primer intento de transformar al Peter Parker de papel en uno de carne y hueso, algo que si bien ya había sido hecho en el pasado en la televisión, esta vez nos llevaría a sentarnos en las butacas de los cines de todo el mundo, con un Di Caprio prestándole su cara al hombre araña de Nueva York. Una idea, esta, que seguramente hubiera atraído a muchos espectadores pero que, además de no encontrar un guión definitivo, ahondó completamente, sobre todo después de que Superman (el último de la serie de Reeves) se revelara un completo desastre, dejando a los inversores un poco cautos, y de que los Batman de Schumacher no llegaran a ser productos interesantes (ni desde un punto de vista artístico, ni de ventas). De todas formas, nos queda el treatment de Cameron, unas cuarenta hojas en las que el director nos permite acercarnos a lo que llegaría a ser, quizás, su filme.
Se nota primero el carácter poco preciso que el tratamiento tiene: si bien teóricamente sería posible crear una película de dos horas (menos resultaría imposible), sin embargo, ante una lectura objetiva, resulta necesario un cambio radical, ya que en realidad este tratamiento parece indicar una duración de más de los 120 minutos máximos que una película de este género aconsejaría para no aburrir a los espectadores. No significa esto que Cameron no hubiera podido rodar una obra siguiendo sus ideas originales, sino que el ritmo hubiera resultado muy veloz, casi como si el director no nos hubiera querido dejar lo bastante para saborear las imágenes y la historia que se desarrollarían (¿sin bastantes pausas?) ante nuestros ojos.
Dejando por un lado la casi inexistente fidelidad al mundo original de los cómics (solo se salva parte del origen de Spiderman), es necesario subrayar la presencia de un tono a veces muy adulto pero, al mismo tiempo, capaz de atrapar la atención de los más jóvenes (se supone, por lo menos, que el filme hubiera recibido un PG-13 por la presencia de violencia y de sexo). Desde este punto de vista Cameron demuestra tener una visión clara de lo que para él tenía que ser la película, con un punto de vista más oscuro que, una vez que se haya ido desarrollando por la casi completa totalidad de lo que nos viene contando, logra tener su punto de cambio radical hacia un final que nos va a dejar completamente satisfechos.
Y el hecho es que el cuento que nos enseña Cameron sigue una estructura bastante simple pero, al mismo tiempo, interesante: su Peter Parker no es un simple nerd, sino que dentro de sí esconde una parte más oscura, a veces más dinámicamente egoísta, que logra salir al descubierto en las primeras escenas y que será el punto de partida para después desatar la cuestión de la responsabilidad que implica el poder. Hay, por esta razón, un movimiento preciso que nos enseña cómo no son las habilidades superhumanas las que crean a un héroe, sino lo que efectivamente está dentro de cada persona, aquellos momentos en los que nos encontramos ante una encrucijada y tenemos que elegir, sabiendo que la elección más ética puede ser también la que más daño podría hacernos.
Pensar en lo que hubiera podido ser resulta muchas veces un ejercicio estéril: nos faltarían aquellos elementos capaces de darle al conjunto una serie de estructuras más precisas y, por esta razón, más sólidas. El de Cameron, al fin y al cabo, solo es un tratamiento y nada nos impide pensar que, si hubiera logrado rodar la película, hubiera cambiado mucho, quizás todo, para presentarnos un producto diferente. Nos queda así solo la posibilidad de leer una serie de ideas interesantes, a veces poco bien estructuradas (pero, en esta fase, resulta ser algo normal), a veces llenas de un ritmo casi inagotable (y desestabilizador). Una obra que nunca podrá verse llevada a la pantalla pero que, en su estado, es capaz de suscitar nuestro interés.