Miss Marx

Miss Marx es el segundo largometraje de la italiana Susanna Nicchiarelli, tras Nico, 1988 (2017). Si su primera película estaba centrada en Christa Päffgen, conocida por “Nico”, musa de Warhol y cantante de The Velvet Underground, en esta ocasión también se fija en la vida de otra mujer; concretamente, de Eleanor Marx, “Tussy” (1855-1898), hija menor del militante comunista y pensador Carl Marx. Nos situamos, por tanto, en un biopic que, en esencia, dirige su atención en la contradicción que acompañó a la fémina entre sus ideales y lo que tenía en casa. Nos referimos a su pareja, a Edward Aveling, un hombre derrochador, egoísta, drogadicto, desconsiderado, mentiroso e infiel. Pensamos que Eleanor Marx merecía una biografía que se ocupara más de sus propios logros, que no son pocos,  y menos, de su sometimiento a los hombres o de circunstancias, acontecimientos o desgracias que ocurrieron tanto con ella misma como en su familia y amigos. Divorcios, hijos extramatrimoniales, muertes prematuras… En fin, una sucesión de desdichas que le faltan poco para llegar a conformar a esta obra como un auténtico melodrama.

Susanna Nicchiarelli, en su supuesta pretensión de desarrollar una película de reivindicación feminista, parece que olvida una de las mayores críticas que dicho movimiento dirigió hacia el contenido de muchas de las obras cinematográficas. Apuntamos a la prevalencia en presentar a las mujeres solo en función de sus relaciones con los hombres. Una identificación con la masculinidad que Godard sentenció en la siguiente frase: “Todo lo que se necesita para hacer una película es una chica y una pistola”. Eleanor Marx fue una mujer inteligente, de gran formación, que destacó por sus ideas revolucionarias a finales del siglo XIX sobre la lucha por la igualdad de géneros; además era contraria a las duras condiciones que soportaban obreras y obreros en los lugares de trabajo, a sus salarios irrisorios, a las largas jornadas a las que se les sometían o a las inexistentes prevenciones para evitar riesgos laborales. También hizo hincapié en la falta de humanidad que se exhibía con la explotación infantil. Una lucha con demasiados frentes, algunos de los cuales no hemos superado del todo en el siglo XXI.

Eleanor Marx trabajó de profesora, participó en los intentos de formación de un partido socialista independiente, colaboro con Engels y clasificó y ordenó sus papeles y documentos tras su muerte; se especializó en dar conferencias de concienciación social, publicó sus propios libros como La cuestión en la mujer, un punto de vista socialista, realizó trabajos de traducción, entre ellos el primero al inglés de Madame Bovary; y también editó y se interesó por la actuación en el teatro… Todo lo anterior no le sirve a la realizadora italiana más que para una forma de adorno del que se pasa de puntillas, otorgándole apenas algo de interés. Lo importante, lo más primordial y destacable consiste en su relación con un hombre y los dramas personales que hubo de afrontar. 

Ya vemos. El filme apenas nos sirve para contrastar la lucha política, social y profesional de la hija de Karl Marx. Las duras condiciones laborales de la época son exhibidas en muy pocos instantes, prácticamente con fotografías, cuyas plasmaciones se aceleran. La mayoría de los momentos con imágenes de archivo son anacronismos que aluden al pasado (la Comuna de París, en 1871, por ejemplo) o al futuro, como cuando se muestran imágenes de una huelga minera que estalló en el Reino Unido en la década de 1980. Mientras tanto, nos regodeamos en un preciosismo fotográfico en cuanto a la vestimenta, a la ostentosidad de los hogares pertenecientes a dirigentes de la lucha obrera, a un atrezo, en general, fastuoso y barroco. Tampoco el guion ayuda a mejorar el conjunto, haciendo gala de agujeros negros que no parecen buscados a propósito, sino que marcan espacios que no han sabido elaborarse con eficiencia. Afortunadamente, se agradece la elipsis en los momentos finales. 

Eleanor Marx está interpretada por la actriz británica Romola Garai. Se convierte en uno de los pilares fundamentales de la puesta en escena. Su actuación consigue que no se derrumbe todo el anclaje. No es la primera vez que aborda papeles de época. Ya lo hizo, con mucha solvencia, en anteriores proyectos, fundamentalmente para la televisión. La recordamos en una de sus apariciones en el cine, exactamente en el largometraje Sufragistas, de Sarah Gavron (Sufragette, 2015); con esa lucha que se inició en  Inglaterra en vísperas de la Primera Guerra Mundial, en la que mujeres procedente del mundo obrero se arriesgaron a perderlo todo (trabajo, casas, hijos…) en búsqueda de la igualdad y la dignidad del género femenino.  En el filme de Nicchiarelli, Romola Garai nos ofrece  la configuración de un personaje con muchos matices, abordando sus contradicciones personales, desde la turbación hasta la resignación. 

Puede llamar la atención el recurso de elementos de la época actual como la música de rock, también las rupturas de la cuarta pared o la forma en que se desarrollan los cambios temporales. Precisamente, se habló en abundancia de la obra de Sofía Coppola, Maria Antonieta (Marie-Antoinette, 2006), de su mezcla de músicas, formas, ritmos y colores. Y si bien en aquella ocasión deslumbraron, ahora nos preguntamos sobre la verdadera razón de la pequeña utilización de elementos modernos o de nuestra época. Y por lo que aportan al filme, nos cuestionamos si será el recurso que ha empleado Nicchiarelli para intentar sacar de la vulgaridad a su retrato de época y sentir que abordaba la audacia en la propuesta.  Para acabar, qué mejor que recurrir a  la sentencia del crítico estadounidense  Roger Ebert: “Quienes busquen conocer la verdad de la vida de un hombre por su película harán mejor en preguntar a su abuela”.

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