Investigamos
Tetsuo. The iron Man
No hay dios dentro de la máquina
Era muy joven cuando vi Tetsuo, The Iron Man (Shinya Tsukamoto, 1989) por primera vez. Quizá demasiado pronto para la experiencia, apenas un adolescente. Pero ya se sabe, la fascinación por lo extraño y lo prohibido, la fiereza de creer que se está preparado para todo. Pero no se está listo para Tetsuo. Da igual la edad, el tiempo que pase por encima de la malsana cinta de Shinya Tsukamoto, o la cantidad de veces que el enfermizo espectáculo pase ante tus ojos, revisionado tras revisionado.
Han sido muchas las ocasiones en las que he vuelto a la turbiedad de la propuesta de este director salvaje, y siempre he sentido algo. Normalmente, incomodidad, pero mezclada por auténtica fascinación, porque siempre me parecerá una película imposible. Cuando el horror metalizado toma forma en la pantalla vuelvo a ser aquel chaval de 15 años arrasado por la pesadilla histérica de Tsukamoto, representación delirante de los rincones oscuros, mentales y físicos, en los que el ser humano es absorbido por la oscuridad profunda, el abandono, lo putrefacto y patológico; neurosis plasmada en imágenes que rompen en mil pedazos las ideas preconcebidas que podemos tener sobre qué es una película.
Las pulsiones de vida y muerte chocan como una tormenta de sensaciones directas como puñetazos, emociones vivas y sin destilar que se agarran a cada poro. Incapaz de apartar la vista, el desasosegante viaje de metamorfosis nos lleva de la mano a esos lugares que ignoramos de nosotros mismos; lugares en lo profundo de nuestras psiques al límite. Tsukamoto nos arranca la venda de los ojos, nos despoja de máscaras y nos lanza al otro lado del velo, crudo y despiadado. Estaciones de metro mohosas que parecen la antesala de un viaje al infierno, fábricas abandonadas rebosantes de metal oxidado; apartamentos decadentes, minúsculos cubículos cercanos a prisiones de rutina.
La neurosis sexual, el fetichismo, la violencia, la soledad, el desapego, la indiferencia… la plomiza amalgama de bajezas humanas se traduce en la mirada al abismo, en el cual los personajes de Tetsuo abandonan cualquier atisbo de cordura, abrazados en la alucinación neocárnica de metal fundido con músculos y nervios.
No hay mucho que contar sobre la trama de Tetsuo. Un triste oficinista, un don nadie, un auténtico cero a la izquierda, comienza a cambiar de un día para otro. Trozos de metal aparecen por su cuerpo. Cada vez se parece más a una monstruosidad mecánica. Y no solo eso, se siente observado perseguido, amenazado por un ente que se convierte en un nuevo dios vengativo, omnipotente gracias a la tecnología y al odio. El juego de paranoia establecido entre ambos es el pavimento por el que Tsukamoto nos conduce a su gran catarsis, un clamor hiperviolento del viejo lema punk, no hay futuro. Por supuesto, el dios que sale de la máquina es destructivo, algo nuevo y terrible, algo que deja a la humanidad atrás, pero que no es algo mejor. Es el resultado de un universo enajenado, el éxtasis del miedo.
Tsukamoto consiguió que el bajo presupuesto de Tetsuo se convirtiese en una virtud. El feísmo mutó en imaginación desbordante, la falta de medios en estilo inconfundible. Blanco y negro cromado hasta rozar el azul quirúrgico y cortante, miradas de horror en primer plano, monstruosidades que impactaban precisamente por esa falta de realismo que traspasaba las fronteras de lo grotesco. Tsukamoto daba la mano a Buñuel, a David Lynch, desde el prisma de pesadillas que tomaban forma en aquel final de la década de los 80. Las ciudades eran cicatrices que supuraban contaminación, enormes pústulas de contención de seres atrapados en un ciclo de producción y consumo alienante y destructivo.
El germen de aquel movimiento que se dio en llamar ciberpunk colapsaba en los postulados de Tetsuo, donde se mezclaba el cine experimental con el kabuki, el cine tradicional de monstruos a la japonesa o series míticas como Ultraman, de la que es una especie de reflejo distorsionado y perverso. El género tokusatsu llevado al límite del horror, visceral y desasosegante, capaz de tocar partes de tu alma hasta dejarte exhausto.
Tetsuo es imprevisible, pero también descorazonadora. No hay belleza ni redención, tan solo desesperanza, adornada con episodios de humor negro desconcertante y falto de oportunidad, pero que cuadra a la perfección con el desapego con el que Tsukamoto acomete este descenso a los infiernos. El horror corporal de Cronemberg se arrastra por el fango de la decadencia, pero aún así resulta sofisticado y atrevido, a pesar de su aspecto mugroso.
Tetsuo me noqueó, me dejó sin argumentos, me demostró que el cine puede ser muchas cosas, no necesariamente hermosas o edificantes. También podía ser punto de entrada a purgatorios visuales, vistazos al dolor, a la penitencia casi masoquista.
El universo de Tsukamoto no se queda ahí, y sus películas siempre presentan el punto sórdido y la incidencia en sentimientos de soledad y angustia urbana, como en otra obra que puede considerarse heredera espiritual de esta Tetsuo, Bullet Ballet (Shinya Tsukamoto, 1998), donde también hace el papel protagonista. De su faceta como actor también es notable destacar Marebito (Takashi Shimizu, 2004), alucinada revisión del terror japonés que también tiene mucho de mal suelo tecnológico con un inesperado giro lovecraftiano.
También retomó su obra más significativa, Tetsuo, con dos secuelas de menor impacto que su ilustre predecesora, una trilogía irregular con una segunda parte interesante y la tercera entrega que es mejor olvidar.
Tetsuo es un horror diferente, pionero, que no ha perdido vigencia, mil veces imitado, relegada a película de culto. ¿Recomendaría ver esta película? He aprendido a ser prudente con esta clase de cosas. Creo firmemente que hay películas que acechan a su público, que esperan relegadas en su nicho a ser redescubiertas y reivindicadas. Tetsuo es una de ellas. No hay delicadeza ni poesía cuando uno se adentra en sus imágenes. Pero algo se remueve en el interior, algo que otras películas, casi ninguna, son incapaces de encontrar. Solo por algo así, Tetsuo es valiosa. Es un tesoro. Mohoso, podrido y pasto de la locura, pero un tesoro al fin y al cabo.