Críticas
El desconcierto de lo cotidiano
Increíble pero cierto
Incroyable mais vrai. Quentin Dupieux. Francia, 2022.
Si no existiese Quentin Dupieux, habría que inventarlo. Con independencia de la calidad de sus películas, hay pocos directores con una forma tan particular de entender el cine. Se pueden decir bastantes cosas acerca de su extravagante filmografía, buenas y malas, pero no todos los cineastas son capaces de moverse con tanta soltura por las fronteras de lo absurdo, del sentido mismo de narración secuencial. Da la impresión de que, cuando vemos sus propuestas, asistimos a una especia de chiste privado, obligados a desentrañar las intenciones del director a ver si encontramos la gracia.
Es comprensible que no todo el mundo está dispuesto a ese envite, y considere las películas de Dupieux poco menos que mamarrachadas incoherentes producto de los delirios de un gamberro con demasiadas ganas de llamar la atención. Si se aceptan las reglas, o la total ausencia de ellas según se mire, la extravagancia del director francés es desafiante, soplo de aire fresco por la visión delirante de la realidad que aporta desde la excentricidad burlona.
En Increíble pero cierto (Quentin Dupieux, 2022) ofrece un ácido relato, que roza el costumbrismo, de la clase media francesa, desde el prisma de la comedia. En ese terreno es donde encuentra acomodo Dupieux, aunque muchas veces la broma se nos escape por grotesca. Es evidente que hay un anclaje con la realidad, pero el aspecto absurdo, rozando lo puramente onírico, es la esencia de la disparatada narración en manos de este reconocido artista multidisciplinar. Los límites entre lo mundano y lo fantástico se diluyen, conforman un universo personal donde prima lo estrafalario.
A pesar de esa incidencia en la distorsión de ´la existencia, Increíble pero cierto es, quizá, una de sus películas más asequibles, puesto que sí existe un desarrollo clásico en las peripecias de los protagonistas. Son los pequeños detalles, o la premisa misma de la que parte, los que sitúan la película en el extraño cosmos de Dupieux.
En principio, nos cuentan cosas de lo más natural, e incluso prosaico. La búsqueda de casa por parte de una pareja ya madura, basada en la construcción de personajes que parecen extirpados de la tradición de la comedia realista francesa. Pero no se tarde en introducir el elemento desconcertante, cuando la casa revela curiosas propiedades para sus dueños. Con este giro inicial, que el espectador debe descubrir por sí mismo, Dupieux nos lanza una reflexión acerca de las relaciones de pareja, las adicciones y el miedo a envejecer, la desintegración del amor, las apariencias y los mínimos cosmos que establecemos con la gente cercana.
Dupieux es un director intuitivo, que no necesita grandes alardes para conformar su cine. De hecho, es la sencillez visual lo que prima en toda su obra. Bien es cierto que la naturaleza mutante de la obra de nuestro protagonista nos ha permitido ver muchas facetas y referencias, desde la abrasiva y estrambótica Rubber (Quentin Dupieux, 2010) a la fluidez de la película que hoy comentamos. Se puede decir que Dupieux es capaz de reinventarse a sí mismo de forma constante, cimentado sobre el espíritu travieso que hacen identificables las creaciones que llegan a la pantalla.
Tanto es así, referente a esa capacidad maleable, que conocimos al director francés con el alias de Mr. Oizo, en su faceta de productor y artista de música electrónica, con la que se dio a conocer al mundo.
La cámara de Dupieux es calmada, casi íntima, acompañando a los personajes por los recovecos de esta casa excepcional, que, en apariencia, tampoco tiene nada remarcable. Anodinos espacios y momentos rutinarios sirven para que la disonancia sea todavía más perceptible.
Aunque la trama avanza con naturalidad a pesar del esperpento, llega un momento en el que Dupieux decide romper con todo y juega la baza de la desestructuración del concepto del tiempo, y su narración sí que cae en las fauces de la versión descarada y estrambótica del director. Es donde encontraremos los momentos realmente audaces y desafiantes de Increíble pero cierto, que ponen sobre la mesa las auténticas intenciones tras el delirante juego de espejos con la realidad que Dupieux propone desde el comienzo de la película.
Con todo, a pesar de sus muchos aciertos, Increíble pero cierto muestra cierta repetición, falta de auténtico riesgo por parte de un director acomodado en la extravagancia. Es imposible decir que sea previsible, pero dentro de su propuesta se nota cierta falta de frescura.
Increíble pero cierto funciona como comedia incluso con su propio código interno surrealista. La película es lo bastante divertida por sí misma como para dejar en segundo plano la constante llamada de atención de Dupieux sobre sí mismo, empeñado en demostrar al mundo lo diferente y estrafalario que es su cine. Algo de eterno adolescente empeñado en madurar de forma atropellada hay en Increíble pero cierto, pero no hay duda de que es divertida, e incluso cautivadora si se entra al trapo con todo. Dupieux está tan acostumbrado a transitar por estos lares del sinsentido que resulta despreocupado tras la cámara, convencido de la naturalidad de su inaudito universo.
Dupieux sabe en cuando se aprieta el acelerador, cuando se rebaja el ritmo, que puede ser vertiginoso. Nos somete a su montaña rusa y, por mi parte, el viaje es tan disfrutable como extraño.
Menos mal que nos quedan directores como Dupieux. Así no tenemos que inventarlos.
Ficha técnica:
Increíble pero cierto (Incroyable mais vrai), Francia, 2022.Dirección: Quentin Dupieux
Duración: 74 minutos
Guion: Quentin Dupieux
Producción: Atelier de Production, arte France Cinéma, Versus Production
Fotografía: Quentin Dupieux
Música: Jon Santo
Reparto: Alain Chabat, Léa Drucker, Anaïs Demoustier, Benoît Magimel, Stéphane Pezerat, Marie-Christine Orry, Roxane Arnal, Lena Lapres, Gregoire Bonnet