Críticas
Hiperrealismo entre fantasías
Fuego fatuo
Fogo Fátuo. João Pedro Rodrigues. Portugal, 2022.
El cine portugués ha adquirido significación en el espacio europeo. Sus propuestas en estéticas de vanguardia desde aspectos radicales y la búsqueda de aperturas en las formas cinematográficas están encontrando el aplauso de los cinéfilos. A João Pedro Rodrigues podríamos incluirlo entre
los directores pertenecientes a “la cuarta generación”, de la que formarían parte Pedro Costa, Rita Azevedo Gomes o Teresa Villaverde. Se trata de un grupo de cineastas comprometidos en la renovación del objetivismo descriptivo con fuerzas telúricas, en un recorrido desde el deseo animal, la historia o la muerte. Además, la mayoría se interesa por el mismo espacio cinematográfico, por Portugal, ya sea urbano o perteneciente a la naturaleza, con distorsiones entre realidad y ficción. Las huellas de un pasado histórico y el peso de los lugares-memoria son reconstruidos desde el presente, desde imágenes filmadas hoy. Y la movilización no se limita en campos artísticos.
Fuego fatuo es descrita por su director como una fantasía musical. Arrancamos en el país luso, año 2069 (una fecha no elegida precisamente al azar). Su alteza real Alfredo está a punto de fallecer. Se encuentra en su lecho mortuorio mientras que un familiar, todavía en la niñez, juega con un camión de bomberos. Suena una canción infantil de respeto a la naturaleza y a la amistad, dando pie a un largo flashback en el que Alfredo rememora su pasado de juventud con el único amigo que considera que ha tenido, con Alfonso. Nos introducimos entonces entre escenas que se abren y cierran con una puerta, pero que se desarrollan en la misma estancia, en el comedor de la familia real. Se trata de un evidente guiño al espectador, un fundido a negro con mirada a cámara que evidencia que los personajes son muy conscientes de que están siendo observados y existe un límite que no quieren que traspasemos. Así, retrocedemos al año 2011. Alfredo, heredero al trono, quiere ser bombero. La preocupación medioambiental ya ocupa uno de los principales problemas de la humanidad. Portugal está en llamas y los bosques se queman en un camino de difícil retorno. El príncipe, tras las imaginables discusiones con sus progenitores, entra en un periodo de formación en el cuerpo de bomberos como voluntario, disfrazado de tarea humanitaria. Su instructor es Alfonso.
Nos adentramos así en una comedia deliciosa en los que hay momentos en los que la sátira se impone. Como aquel ya mencionado en el que el heredero pretende ser bombero, o cuando la conciencia ecológica lleva a rechazar el pollo frito, o en el momento en que se alude a que a todo el mundo le ha dado por estudiar humanidades en vez de ingeniería, o cuando descubrimos que todos los perros de la familia real son llamados María Pía. No está de más recordar que Portugal es una república desde 1910. La obra se alza mágicamente tanto en los números musicales como en los que no lo son. El tinte festivo, divertido, imaginativo, artístico, erótico y sexual se imponen. Es un largometraje de 67 minutos al que hay que agradecer su duración, a la vista del cine actual por el que nos movemos. Con brillantez, penetramos en el túnel del tiempo para volver de nuevo al lecho de muerte, con sorpresa final. Y al tratarse de un musical, entre otros géneros, se cuenta con un sentido dinámico del espacio y con una estilización profunda. Movimiento y color transforman el universo del filme dando paso al ensueño y a la inventiva.
Siguiendo la tradición portuguesa de Manoel de Oliveira en sus planteamientos entre cine y teatro, Rodrigues elabora en Fuego fatuo una película muy teatral. Opinaba Oliveira que “el límite del cine se parece al del teatro: se ven en pantalla todas las acciones y todos los cuerpos contenidos en un espacio concentrado, dentro de los límites del encuadramiento, que si se quisiera, podría denominarse espacio teatral, porque el espacio teatral y el cinematográfico son la misma cosa”. Precisamente, uno de los géneros más teatralizados es el musical, que es capaz de reproducir cualquier aspecto de la realidad. En el filme vamos navegando entre canciones infantiles lusas de los años ochenta del siglo pasado, con sencillos mensajes de amor y respeto a la naturaleza, o coreografías de tono sensual y pictórico, con alusiones o representaciones de cuadros de Caravaggio o Francis Bacon. Hasta se da una vuelta de tuerca sobre tradiciones como los calendarios de bomberos. La pintura es utilizada en una especie de tableau vivant, al ser representada por los actores en el encuadre.
Al mismo tiempo, hemos de señalar que nos introducimos en una obra de cine queer, definición inclusiva inventada por la revista británica Sight & Sound en 1992 para definir identidades y experiencias gays, lesbianas, bisexuales o transgénero (colectivos que se han ido incrementando con la profundización en derechos como la igualdad, dignidad o libre desarrollo de la personalidad). Además, la sexualidad y la imagen fálica se apoderan del primer plano en determinados momentos. El barroquismo desborda para descender en la saturación, la locura o lo carnal hasta alejarse de lleno del modo de representación institucional. La transparencia da pie a una hipervisibilidad del cuerpo, del sexo, del sentir; en una liberación de lastres o estigmas de la moral dominante o de representaciones judeocristianas. El sujeto representado respira desinhibición, desprovisto de las limitaciones que podrían pesar sobre el sentimiento físico. Nos adentramos con Rodrigues en el camino del posporno para apropiarnos del código tradicional del porno, para reinterpretarlo y para introducirlo en el cine de autor.
Pero fuego fatuo, muy a menudo, además de referirse a un fenómeno real y fantasmal, al mismo tiempo posee un significado metafórico, aludiendo a esperanzas o metas imposibles de alcanzar. Y si en principio parece que nos movemos en una película ligera, nada más lejos de la realidad. En ella se cuecen demasiados temas. Además de los ya aludidos, se satiriza con agudeza el mundo monárquico y se reflexiona sobre los destinos de cada cual. Entre la provocación y la sonrisa, nos envolvemos con diferencias sociales y problemas políticos. Choques raciales van tejiéndose a lo largo del filme, desde ese enorme cuadro primigenio que introduce el asunto del poscolonialismo: una pintura del siglo XVIII de José Conrado Roza titulado originalmente como “El casamiento de la negrata Roza”, posteriormente renombrado, por razones obvias, como “La mascarada nupcial”. Retrata a los enanos negros de la reina María de Portugal.
El filme nos ha recordado una película de Lluís Miñarro, en concreto Stella Cadente (Estrella fugaz, 2014). Narra el breve reinado de Amadeo de Saboya en España en 1870, ese rey que importaron y no tardó en salir por piernas. Eróticas ambas películas, además de cómicas y con protagonistas de sangre real. La phantasia de esta obra, como la griega, se metamorfosea en una aparición, un espectáculo, una imagen, en figuraciones que transportan al ensueño para evadirse de representaciones realistas y crear otros mundos, más o menos inventados. Rodrigues experimenta entre los límites de la realidad, de lo representable, de la conciencia, con fragmentaciones del relato o aproximaciones de cámara. Mientras reímos y tiramos dardos a crisis climáticas, sociales o amorosas, nos sumergimos en un ambiente luminoso que juega con el movimiento de los cuerpos y que creemos que no pretende tomarse demasiado en serio. En definitiva, hemos disfrutado con esta experiencia visual que explora en la potencia de las imágenes con sensualidad, sentido del humor y afilados diálogos.
Tráiler:
Ficha técnica:
Fuego fatuo (Fogo Fátuo), Portugal, 2022.Dirección: João Pedro Rodrigues
Duración: 67 minutos
Guion: Paulo Lopes Graça, João Rui Guerra da Mata, João Pedro Rodrigues
Producción: Coproducción Portugal-Francia; House on Fire, Filmes Fantasma, Terratreme Filmes
Fotografía: Rui Poças
Música: Paulo Bragança, Oceano Cruz
Reparto: Mauro Costa, André Cabral, Margarida Vila-Nova, Miguel Loureiro, Joel Branco, Teresa Madruga, Cláudia Jardim, Joana Barrios, João Villas-Boas, João Reis Moreira, João Caçador