A fondo
Indiana Jones en la cultura de masas
Personaje que forma parte de la historia del cine, juego narrativo con el cual dar una nueva forma a lo pulp de hace muchos años, Indiana Jones es mucho más que un simple elemento con el cual entablar una serie de aventuras a lo largo del mundo. Es, efectivamente, un símbolo con el cual parte de nuestra sociedad ha ido creciendo y que, en lo que al imaginario cultural compartido se refiere, pone en marcha una serie de elucubraciones y análisis de carácter artístico, ejemplo, este, de cómo lo popular ha logrado convertirse en un área del estudio del ser humano (todo lo cual, por supuesto, nos lleva a leer una y otra vez el ensayo de Benjamin sobre la reproducción de los objetos de arte, mezclando nuestras consideraciones con la capacidad de clonarse de los productos del cine – millares de pantallas que reproducen, casi de forma sincrónica, el mismo filme).
Que Indiana Jones sea un producto acertado pocas palabras merece. Es algo tan obvio, para los que tenemos cierta edad, que resultaría inútil hablar sobre la cuestión. Por supuesto, espectadores más jóvenes poco conocimiento sobre el tema podrían tener, lo cual implica, de por sí, el hecho de reconocer que, sí, efectivamente los productos pop establecen unos lazos sobre todo con cierta parte de la población en lo que a determinados momentos temporales (léase décadas) se refiere. Quizás sea, entonces, nuestro Indiana Jones un personaje del que hoy en día ya menos se habla y que, como para los grandes protagonistas de hace años (o siglos) de las grandes narrativas pulp, no podrá sino desaparecer como si de una reliquia histórica se tratara (se leerán ensayos sobre él, algunos artículos, nada más, y formará parte del currículo de “historia del cine de la segunda mitad del siglo XX”, o tan solo de los estudios de dirección y, más precisamente, de Spielberg).
Las tres películas originales serían los Raiders, el Temple y la Crusade, las cuales, dicho sea y no de paso, no siguen una línea cronológica: el segundo episodio es (y tal vez pocos lo hayan notado) una precuela, así que antes de que aparecieran aquellos episodios I, II y III de la Galaxias ya teníamos a Lucas jugando con la idea de moverse por el dominio de Cronos. Y, cosa interesante, el segundo episodio de Indiana, que sería el primero, fue también la razón que llevó a la creación del PG-13, o sea de clasificar una película para niños pero con la presencia de sus padres (lo cual, obviamente, no funciona casi nunca y los jóvenes, viendo películas para adultos llenas de violencia, no se convierten en seguidores de la secta Thug).
Más dificultad ha tenido quizás la cuarta entrega. Tanto a la crítica especializada (lo cual, muchas veces, son solo aficionados delante de un ordenador o de una cámara) como a los espectadores les ha resultado, en su mayoría, poco apreciable, como si de un paso falso se haya tratado. Es por culpa de los alienígenas, o más bien de los seres extradimensionales, que nada con el mundo de Jones tiene que ver, así afirman; una consideración, esta, que no tiene en cuenta el hecho de ser, Indiana Jones, una serie ideada para llevar a la pantalla el sentimiento (el feeling) de lo pulp de los años cuarenta y, con las calaveras, de los cincuenta. La cuarta entrega, entonces, que guste o menos (cuestiones personales), tiene derecho a formar parte de las grandes aventuras del arqueólogo y es, si dejamos por un lado nuestra voluntad de encontrar los aspectos más negativos (¿cuáles son, de todas formas?), una obra completa y claramente tanto lucasiana como spielberguiana.
Sin embargo, la cuarta entrega había llegado muchos años después del capítulo supuestamente final, aquella cruzada que terminaba con un “riding into the horizon”. Y, actualmente, la quinta entrega (la final, así dicen), se presenta pasados quince años, con el avatar de Ford que está a punto de dejar el escenario (el de la película, por supuesto, sentado en un bar y celebrando su jubilación –lo cual, como todo hombre sabe, es un momento horrible para quienes amamos nuestro trabajo). Habría que pensar que algo no pasa bien si, efectivamente, después de la trilogía original hemos tenido que esperar todos estos años para dos entregas más. ¿Tendríamos que pensar que Indiana Jones poco atractivo tiene, hoy en día? ¿Acaso nuestra cultura pop ha cambiado demasiado, dejándole al arqueólogo poco espacio de acción (pun intended)?
En realidad, el mundo de Indiana Jones nunca se ha limitado a la pantalla (la grande, por supuesto). Cabe recordar, primero, como Lucas había querido crear un franchise de gran dimensión, si bien no como la de los Skywalkers (y de Solo). La idea de “volver a los orígenes” se balancea, así, entre el prólogo de Crusade y la serie de televisión en la que podemos ver a un Jones muy joven, en un caso un chico de entre ocho y diez años, en otro de entre dieciséis y veintiuno. Lucas ya tenía claro cómo el tiempo, en el cine, resulta ser algo plástico, fácilmente maleable. Se entremezcla así el mundo de la primera mitad del siglo pasado, con sus sucesos y personas reales, y el mundo ficticio de los Jones (no solo Junior, sino también Senior y madre), abriendo paso a una serie de aventuras que habrían formado el carácter de nuestro pseudo-anti-héroe (¿o es que se trata, efectivamente, de un héroe?).
Y, sin embargo, el mundo de Indiana Jones no se limita al cine y a su hermana menor, la televisión. La producción cultural abarca los libros, tanto las novelas como los tebeos. Quizás esto sea una manera no tanto de profundizar al personaje, de darle más elementos estructurales y biográficos, sino de presentar nuevas aventuras con las que satisfacer nuestra gana de viajar a mundos diferentes (para nosotros, obviamente, no para los autóctonos) a través de un período histórico (el pasado, otra vez para nosotros, tanto reciente como extremadamente lejano) en el cual nada está prohibido (nos referimos al área de las aventuras, por supuesto). Hay que notar, de todas formas, que la producción literaria se desarrolla, más o menos, durante una década (la última de los noventa); quizás el momentum fue perfecto para aquellos años, disminuyendo hasta su desaparición hacia el nuevo milenio (que comienza en 2001).
Otra vida de Jones es la que se ha ido formando en otro tipo de pantalla, la de nuestros ordenadores o la de las consolas (la pantalla, aquí, es otra vez la de los televisores). En este caso hay lo que se define como un sinfín de encarnaciones, empezando con Atari y pasando a Nintendo, sin dejarse atrás SEGA, Microsoft, Sony y el mundo tanto de Windows como de Mac. Se nos ofrece, así, la posibilidad de guiar al profesor (hay que preguntarse cómo exactamente tuvo tiempo para enseñar –¿quizás sus aventuras tuvieran lugar durante las vacaciones?) tanto en aventuras ya conocidas (Raiders, Temple, Crusade) como en otras completamente nuevas.
Y es aquí, al fin y al cabo, que las narraciones toman vida nueva, ya que nuestro héroe no tiene límites, ni de edad ni de recursos (nos referimos a la necesidad de tener dinero para rodar películas –mucho dinero, por supuesto). Pasamos de los side-scrolling a la tercera dimensión, y en todo esto sin olvidar una de las obras más acertadas de Lucasarts, aquella obra maestra que funciona perfectamente como secuela del tercer capítulo cinematográfico: Indiana Jones and the Fate of Atlantis, de 1992, en la cual, a través nuestro ratón, podemos mover al profesor Jones e interactuar con el ambiente (tanto los objetos como las personas), todo esto en el contexto de las producciones hechas con el SCUMM (o sea, muy divertidas, irónicas e inteligentes).
Y, a lo mejor, es en el mundo de los videojuegos que Indiana Jones ha logrado formar familia y generar a nuevos personajes (piénsese, por ejemplo, en la serie de Tomb Raider) ya que, en el cine, es como si su legado hubiera desaparecido (exactamente como las ideas de Lucas de ofrecernos a Mutt como nuevo héroe, idea, esta, fracasada por culpa de malos humores entre actor y director). Hay que pensar si, en efecto, lo que Indiana Jones logró representar en los años ochenta fue algo que ya no puede volver a presentarse. Todo lo que fue, fue, con buena paz de los que nos gustaría seguir viviendo nuevas aventuras con (y de) nuestro académico aventurero. Sin embargo, vivimos en tiempos en los que todo se recicla, se remoldea, se (re)presenta con las mismas estructuras bajo un disfraz nuevo. Nada nos impide pensar, de hecho, que Jones siga viviendo en el mundo digital, o que, quizás, dentro de unas décadas (cuando ni Lucas ni Ford ni Spielberg estarán, una gran pérdida para el cine), aparezca un nuevo personaje, no tanto un émulo ni (ojalá no vaya a ser así) un remake, sino el nieto o la nieta de Indiana (de cuya existencia no sabíamos nada), y así seguir jugando con lo pop y con el concepto de aventura.