Críticas

Entre vivos y muertos

Memoryland

Mièn ký ức. Kim Quy Bui. Vietnam, 2021.

MemorylandCartelNos encontramos ante el segundo largometraje de la realizadora vietnamita Kim Quy Bui, tras The Inseminator (Nguoi truyen giong, 2014). Fue su primera incursión en las costumbres rurales de su país, con una puesta en escena que entronca con el realismo mágico. En él, se centra en la tradición del mantenimiento de la línea familiar masculina mediante el matrimonio del primer hijo. En fin… En esta ocasión, con Memoryland, nos traslada, en tono semidocumental y también fantasmagórico, a los ritos funerarios de Vietnam, en su lucha entre la modernidad y la tradición. La película se inicia, tras una fotografía abierta de un paisaje, con unos planos detalle que nos muestran objetos cotidianos como zapatos y comida ya con aspecto rancio, incluso repleta de hormigas. Una anciana tumbada en la cama expresa con voz en off los últimos deseos sobre su funeral: pretende que sea modesto y ser enterrada junto a su hogar. Mientras tanto, la imagen se dirige a la fotografía de una pareja el día de su boda. Son su hijo y su nuera, que deberán ocuparse de sus voluntades finales. Un desdoblamiento del cuerpo nos indica que la mujer ha fallecido.    

Estamos ante un filme que navega entre vivos y muertos, entre el mantenimiento de las costumbres rurales y el avance de la modernidad urbana. Nos deslizamos entre el entierro en el lugar en el que se ha vivido o en cementerios, entre cremación o unión definitiva del cuerpo con la tierra en la que salió, entre aldeas que se abandonan y edificios que van alzándose en el perfil de las ciudades. Otra visión sobre el desarrollo imparable de la civilización que nos remonta al maestro japonés Yasujirō Ozu en sus Cuentos de Tokio (Tokyo monogatari, 1953). Extraordinaria mirada sobre la pérdida de rituales y la evolución hacia la industrialización, en aquella ocasión situándose en el país nipón tras la Segunda Guerra Mundial. Con su película, la directora vietnamita únicamente recurre en el arranque a dos historias, a dos muertes, la ya mencionada y la de un joven en un accidente en la construcción, que sucesivamente van enlazándose y tejiendo hilos comunes. Espectros, remordimientos y burocracia irán tomando protagonismo para que viajemos, con sosiego, a una lucha entre espiritualidad y materialismo, mientras nos asomamos a ritos funerarios. 

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Con esta obra de la directora asiática, es imposible no establecer asociación con el realizador tailandés Apichatpong Weerasethakul. Ambos recurren a una  perspectiva distanciada en la que el peso de la narración resulta escaso. Por ejemplo, en Tropical Malady (Sud pralad, 2004), el tailandés divide en dos partes el filme, una primera urbana, naturalista y luminosa y una segunda simbólica, oscura y selvática. Las creencias sobrenaturales, tanto en Tailandia como en Vietnam, apoyadas por el budismo doctrinal y popular, han alimentado a ambas naciones durante generaciones. Un mundo ancestral repleto de seres mágicos, como reflejos del inconsciente en su abismo. Una relación de opuestos, de vida y muerte, en perfecta simbiosis. Una construcción del espacio fílmico como fantasmal, como un lugar orgánico en el que vivos y muertos se encuentran e interactúan. No olvidemos que el cine es una ilusión, en el que la realidad y su fantasma coinciden en el mismo nivel ontológico. Morin definía la imagen fílmica como un espejo de la realidad, un doble y, en consecuencia, una ausencia. 

La presencia de seres fantasmales en los límites del cuadro fílmico ha existido en el cine desde sus inicios, relacionándose con naturalidad con los seres vivos. Dos ejemplos clásicos son El fantasma y la señora Muir (The Ghost and Mrs. Muir, 1947), de Joseph L. Mankiewicz , y Jennie (Portrait of Jennie, 1948), de William Dieterle. No se les escapará que las imágenes son huellas de lo real pero al tiempo, también ilusiones que no son reales. Es imposible distinguir en una película la presencia real de los seres vivos y la presencia imaginaria de fantasmas. Todos los primeros, los vivos, podrían ser espectros (Fraga). Nobuhiro Suwa lo sabe muy bien en la concepción de sus filmes. Baste como muestra El león duerme esta noche (Le lion est mort ce soir, 2017). La construcción de la memoria puede afrontarse desde diversos métodos, no exactamente los fotográficos, como recurren, entre otros, en la cultura vietnamita y exhibe Quy Bui. Y la autora reproduce con gran sensibilidad imágenes en relación con la realidad o el recuerdo al que pertenecían.

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Memoryland se perfila como un combate frente al desconcierto ante el mundo que nos rodea y cambia constantemente; ante el surgimiento de sistemas que actúan a escala mundial y borran nuestras raíces; una tensión entre la globalización y nuestras costumbres más ancestrales… El filme lo exhibe sabiamente y únicamente peca de cierto academicismo en la configuración meticulosa de encuadres y en la utilización reiterativa de planos, como los cenitales y de detalle.  No obstante, la obra nos introduce suavemente en un estado hipnótico que se aleja del sopor. Y mientras tanto, asistimos a asuntos tan “banales” como el elevado precio de un funeral, la elección del ataúd, del lugar de reposo, de la asistencia o no de chamanes, de la participación de músicos o de la adquisición de coronas y sus porteadores. La vida, en la cultura asiática, como en muchas, es un camino que hay que superar liberando obstáculos. Pero también en Vietnam se ocupan de aquellos que también puedan surgir en el tránsito al paraíso, previniéndose ante sobornos o dádivas que sería posible que peligraran el trayecto.

Así mismo, cuenta el largometraje con escenas cómicas o irónicas, como aquella en que la cerda es reprendida o en la que resulta arduo buscarle un macho en condiciones. Y nos quedamos con la belleza del pintor que esboza en su lienzo la figura de la mujer dormida, en estado plácido y de abandono. Y tampoco habíamos visto nunca, ni siquiera imaginado u oído, una forma tan brutal y concreta de suicidarse, repleta de remordimientos. Y abordamos, igualmente, además de lo efímero de la existencia, el periodo de la vejez, ese estado que Cicerón abominaba por cuatro circunstancias: porque impide hacer cosas, porque debilita el cuerpo, porque priva de casi todos los placeres y porque no se encuentra lejos de la muerte. Y no hay circunstancia que acerque más a esta última que el sueño. Y ello lo sabe bien nuestra directora, en esas escenas oníricas que embelesan con su excelente fotografía. Cuando los vínculos con el cuerpo se desatan, las almas de las personas que están durmiendo se encuentran en un estado de absoluta receptividad hacia lo sobrenatural.  

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Para contemplar, hay que saber guardar la distancia y el respeto sobre lo contemplado. Así lo hace Quy Bui y también lo entendió el japonés Yōjirō Takita con sus Despedidas (Okuribito, 2008). Respetar significa preservar virgen la distancia  que nos separa de lo que debe permanecer intacto. Los llamados ritos de paso son formas ceremoniales de deslizarse entre entradas y salidas. ¿Por qué el cadáver es arreglado? El fallecimiento es un paso de la vida hacia la muerte. Y en ese itinerario, existe una ley natural que se impone y, de momento, no ha perdido su vigencia. Arreglar el cadáver es disponerlo para ese recorrido de forma digna. De momento, puede que tengamos fortuna y no sigamos el camino de ese asno inocente y desconcertado del polaco Jerzy Skolimowski en Eo (2022).

Tráiler:

 

 

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Ficha técnica:

Memoryland (Mièn ký ức),  Vietnam, 2021.

Dirección: Kim Quy Bui
Duración: 99 minutos
Guion: Kim Quy Bui
Producción: Coproducción Vietnam-Alemania; CineHanoi, Scarlet Visions
Fotografía: Dang Xuan Truong
Música: Arnaud Soulier
Reparto: Mong Giao Vu, Thu Trang Nguyen, Van Thai Nguyen, Thi Minh Phuong Bui, Duc Thanh Dao

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