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Festival de San Sebastián 2023 – Sección Perlak
Sección Perlak
El cine que nos espera
El Festival de Cine de San Sebastián 2023 se acaba de celebrar del 22 al 30 de septiembre, en su 71 edición. Entre sus diversas secciones, se encuentra la denominada Perlak. En ella, se seleccionan una serie de largometrajes, inéditos en España, que han sido los más destacados a lo largo del año, al haber sido aclamados por la crítica y/o premiados en otros festivales internacionales. Todas las películas exhibidas en la misma optan al Premio del Público Ciudad de Donostia/San Sebastian, elegido por los espectadores asistentes a las proyecciones. Se compone del de Mejor Película como primer premio y la Mejor Película Europea como segundo. Las votaciones han decidido otorgarlos a La sociedad de la nieve de J. A. Bayona, la que más puntuación ha recibido, y a Yo, capitán (Io capitano) de Matteo Garrone. La primera, seleccionada para representar a España en los Óscar del próximo año, vuelve a interesarse en esa lucha por la supervivencia que debieron afrontar los pasajeros accidentados en 1972, del vuelo fletado por la Fuerza Aérea Uruguaya para llevar a un equipo de rugby a Chile, estrellado en un glaciar de los Andes. La del italiano resultó vencedora en el último Festival de Venecia en los apartados correspondientes a mejor dirección y mejor actor emergente para Seydou Sarr. Se centra en el drama de la emigración ilegal a través de las penurias padecidas por dos jóvenes que parten desde Senegal para intentar llegar a Europa. A continuación, vamos a desarrollar una breve reseña de las películas de esta sección que hemos tenido la suerte de visionar. Porque ya les adelantamos, nos espera un año cinéfilo extraordinario con verdaderas joyas. Efectivamente, la denominación de Perlas no podría estar más acertada.
El mal no existe (Aku Wa Sonzai Shinai/Evil Does Not Exit), es el nuevo filme del japonés Ryûsuke Hamaguchi, tras la maravillosa Drive My Car (Doraibu mai kâ, 2021). Obtuvo el Gran Premio del Jurado en Venecia. Takumi, un hombre de aspecto rudo y su pequeña hija, viven en una aldea situada en plena naturaleza salvaje, un paraíso casi virgen. Al parecer, a su ecosistema le pueden quedar cuatro días, ya que por una empresa promotora se planea la construcción de un gamping. ¿Y qué significa tal vocablo? Pues expresa un paso más allá de los campings, a los que añade glamur. Una nueva moda que está comenzando a explotarse, surgida en Francia. Entraremos así en el asunto de la avaricia capitalista y de la destrucción de nuestro entorno, cuyo equilibrio casi siempre está supeditado a intereses económicos. Nos sumergimos con delicia en un drama complejo que cuenta con un final enigmático, abierto a interpretaciones. Con cámara pausada, nos recuerda la importancia del diálogo antes que el enfrentamiento. Se abre y cierra con dos escenas en las que se recurre al plano nadir. Ha oscurecido y tiempos sombríos acechan.
Anatomía de una caída (Anatomie d’une chute) fue la última ganadora de la Palma de Oro en Cannes. De la francesa Justine Triet, consiste en la rigurosa disección de una muerte tras una caída, cuyo desarrollo hace dudar sobre su verdadera naturaleza. ¿Accidente, suicidio o asesinato? El fallecido es Samuel, un profesor y escritor que vive con su mujer Sandra, también escritora, y su hijo ciego Daniel, en un chalé de los Alpes franceses. La directora de El reflejo de Sibyl (Sibyl, 2019) aborda un claro homenaje a la obra de Otto Preminger, Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, 1959). Tras la acusación por asesinato de la mujer, entramos en una rigurosa exposición de lo que pudo haber sucedido. Por su proximidad, nos hace recordar el filme también francés de Alice Diop, Saint Omer. El pueblo contra Laurence Coly (Saint Omer, 2022). Otra descripción minuciosa del desarrollo de un juicio contra una mujer de origen senegalés, acusada de matar a su bebé de 15 meses. Fue premio del jurado en Venecia y mejor película y guion en Sevilla. Volviendo a la obra de Triet, se encuentra perfectamente documentada sobre lo que podría ser el verdadero desarrollo de un juicio en Francia. Nos adentramos en un viaje centrado en la descomposición de la pareja protagonista. Un recorrido en el que lo menos importante será la verdad de lo acontecido. Las capas que envuelven el suceso se van desgranando para que el espectador saque sus propias conclusiones. Un poderoso thriller judicial que sabe mantener el interés en todo momento y que merece ulteriores visiones.
La ya citada Yo, capitán del autor de Gomorra (2008) o Dogman (2018), perfila un estremecedor relato de denuncia por el trato a los que tienen que huir de sus países escapando de pobreza, persecuciones o guerras. Un trato inhumano por parte de autoridades, fuerzas policiales o mafias organizadas. Calamidades que se abordan en una película de carretera, a la manera de otros filmes como En este mundo (In This World, 2002) de Michael Winterbottom o Adú de Salvador Calvo (2020). Una pérdida de la inocencia de dos menores de edad, colmados de un humanismo que puede fortalecerse o perderse por el camino. Con la intención de que empaticemos y suframos junto a los chicos protagonistas, destacan esos planos panorámicos del desierto, a la manera de Lawrence de Arabia de David Lean (Lawrence of Arabia, 1962). También esa locura colectiva, ese pánico que embarga a los afectados en los momentos finales, en una sucesión rápida de cortes. Garrone nos recuerda que incluso de la más vil crueldad, desesperación y abandono es posible sacar belleza.
El japonés Hirokazu Koreeda nos regala momentos entrañables con su último filme, Monstruo (Kaibutsu). Aquí, continua con su retrato de la familia en el Japón contemporáneo, en un universo creativo centrado en grupos humanos que batallan y se reinventan contra las adversidades. Con su delicadeza y hondura habituales, el realizador de Still Walking (Aruitemo, Aruitemo, 2008) o Nuestra hermana pequeña (Umimachi Diary, 2015), se adentra en los territorios del acoso escolar, de la discriminación al diferente, de denuncias imaginadas que se transmiten como la pólvora , amor maternal, malos tratos paternofiliales o problemas de identidad sexual. Un chiquillo de unos diez años, Minato, empieza a tener comportamientos extraños. Su madre, al enterarse que los problemas derivan del trato recibido por un profesor, acude a la escuela para averiguar lo que está sucediendo. El largometraje ganó el premio al mejor guion en Cannes, justamente el único filme de Koreeda, exceptuando Maborosi (Maboroshi no hikari, 1995), en el que no es autor del mismo. Lo escribió Yuji Sakamoto. La banda sonora corresponde al afamado compositor Ryūichi Sakamoto, responsable de músicas tan diversas como Feliz Navidad, Mr. Lawrence de Nagisa Ôshima (Senjo no Merry Christmas, 1983) o Tacones lejanos de Pedro Almodóvar (1991). Desgraciadamente, falleció justamente durante el desarrollo del Festival de Cannes. El realizador japonés se vale del efecto Rashomon para acercarnos la historia desde tres puntos de vista: el de la madre, el del profesor y el del hijo. Se narran los mismos hechos pero añadiéndoles poco a poco nuevas informaciones. Koreeda nos sigue emocionando entre familias desestructuradas y entre secretos y mentiras.
Y el premio gordo vino de la mano del genial Aki Kaurismäki con su Fallen Leaves (Kuolleet lehdet), a la que se otorgó el galardón especial del jurado en Cannes. En ella encontramos al autor finlandés en su esencia. Una delicia de película. Ansa vive sola y trabaja de reponedora en un supermercado. Holappa se gana la vida como obrero en una fábrica y es alcohólico. La relación que se establece entre ambos tras un encuentro casual marcará el ritmo de la película, mientras los medios de comunicación vomitan los desastres de la guerra en Ucrania. Se trata de una comedia triste, melancólica, con muchos guiños cinéfilos. Seres aislados, anónimos, desengañados, con sus traumas, sus vicios, sus defectos y carencias. Con gran minimalismo, es la interpretación hierática de los actores la que otorga sello de autoría al director, en la misma escuela que Yorgos Lanthimos. Un estatismo que fascina y que, paradójicamente, es capaz de provocar de forma intensa cualquier emoción. Por otra parte, tampoco faltan las denuncias sociales o el registro de imposiciones absurdas. Las criaturas del autor de El otro lado de la esperanza (Toivon tuolla puolen, 2017) solo buscan compañía, solidaridad y un poco de afecto. Asistimos a un pase de Los muertos no mueren de Jim Jarmusch (The Dead Don’t Die , 2019) y de manera no inocente aparece el cartel de Breve encuentro de David Lean (Brief Encounter, 1945). Y todavía nos sobrevuela esos maravillosos planos finales en claro homenaje a Charles Chaplin.
Todd Haynes se basa en unos hechos reales, ocurridos en Estados Unidos en los 90 del siglo pasado, con Secretos de un escándalo (May December). Compitió en el Festival de Cannes. Trata de una profesora casada y madre de tres hijos que, con 36 años, fue acusada de tener relaciones sexuales con un alumno de 13. Se sitúa dos décadas después de los hechos, cuando los implicados autorizan la realización de un filme sobre la historia y su protagonista pretende documentarse para el papel. Las interpretaciones principales son asumidas por Julianne Moore y Natalie Portman, magníficas ambas. Como sospecharán, se trata de una historia que acaparó el interés mediático por el morbo que origina y el rechazo social que conlleva. El realizador de Carol (2015) sigue elaborando sus filmes con su habitual estética preciosista. Desde metáforas alusivas a la prisión y a la libertad, seremos testigos de las repercusiones del caso entre los afectados, directa o indirectamente; además, reflexionaremos acerca de la moralidad de cada uno y sus posibles causas. Consideramos que estamos ante una obra muy atractiva de la que, igualmente, cabe destacar su desasosegante banda sonora, que recuerda sobremanera a la terminación del “Concierto para Europa” en el filme Tres colores: Azul de Krzysztof Kieślowski ( Trois couleurs: Bleu, 1993).
Memory es el último largometraje del realizador mexicano de Nuevo Orden (2020), de Michel Franco. Se ha alzado con la mejor interpretación masculina en el Festival de Venecia por el trabajo de Peter Sarsgaard. El conflicto se inicia cuando un hombre sigue a Sylvia, una trabajadora social encarnada por Jessica Chastain, tras una fiesta de antiguos alumnos de instituto. El mayor problema del filme es que intenta meter con calzador tantos temas que resulta muy difícil salir airoso. Se abarca la demencia, la pedofilia, además de delitos sexuales varios y su ocultamiento, el alcoholismo, la maternidad, las sobreprotección y el cuidado de los que tienen dificultades para valerse por sí mismos; y también, un tema recurrente en este Festival: la de los conflictos que surgen en las relaciones familiares, en este caso centrado en las maternofiliales. En realidad, el tema más potente de la película, además de la memoria, de los que no pueden recordar y los que prefieren olvidar, es el amor. Un sentimiento que a veces surge de forma inesperada en las condiciones menos favorables. Asistimos a un melodrama sin grandes audacias técnicas, regado de sombríos puntos existenciales y en el que la crueldad característica del director aparece demasiado matizada.
El último trabajo de Wim Wenders en Japón, Perfect Days, viene avalado por el premio al mejor actor para Kôji Yakusho en Cannes. Caracteriza a Hirayama, un hombre que es feliz con su rutinaria y sencilla vida. Trabaja como limpiador de lavabos públicos en Tokio y disfruta de música de los 70 y 80 que escucha en sus casetes, además de con la lectura y con la fotografía. Se adopta el punto de vista subjetivo del personaje, el trasunto asiático de Paterson de Jim Jarmusch (2016). Pequeñas cosas con importancia que rellenan una vida, mientras que traumas anteriores, aunque no superados, ya están cargados en la mochila para poder seguir adelante. Otra vez entramos en rupturas familiares pero sosegadamente, al tiempo que se está satisfecho y en gratitud con la cotidianidad que aporta la limpieza de aseos, el registro diario de los árboles o la visita a los mismos establecimientos día tras día. Con formato cuadrado y predilección por planos cenitales y nadires, asistiremos a un conmovedor retrato humanista, sencillo y melancólico del director de Paris, Texas (1984), que nos retrotrae al admirado maestro Yasujirō Ozu: “¿Por qué tiene el hombre que buscar el ruido cuando reina el silencio?
Para terminar, tuvimos la ocasión de deleitarnos con el último trabajo de Christian Petzold, el autor de Bárbara (Barbara, 2012) o En tránsito (Transit, 2018). Se trata de El cielo rojo (Afire/Roter Himmel), obra que obtuvo el Oso de Plata al Gran Premio del Jurado en la última Berlinale. El realizador alemán nos obsequia en esta ocasión con un largometraje que respira aires rohmerianos. El guion se limita a cinco personajes muy diferentes que se reúnen en una casa junto al mar, con distintos objetivos, pero todos sumidos en sus propios egos. Lo que pretende mostrarse como una comedia ligera entre jóvenes a la búsqueda de diversos fines, a través de un giro inesperado pero anunciado, se transforma en una verdadera tragedia de tintes apocalípticos. Al tiempo que las criaturas del alemán se dedican a buscar inspiración o placer, el cielo se va tornando cada vez más rojo por los incendios forestales de los alrededores. Un escritor, un fotógrafo, una vendedora de helados, un socorrista y un editor que, sumidos en sus propias banalidades, deberán enfrentarse, quieran o no, ante la pesadilla originada por la destrucción de la naturaleza, una hecatombe que marcará el destino de todos. Petzold, a pesar de ridiculizar a sus personajes, los trata con cariño. Mientras fuego y agua sirven para manejar simbolismos, la belleza se impone, incluso en la más desoladora oscuridad.