Críticas
Fábula de perdedores
Fallen Leaves
Kuolleet Lehdet . Aki Kaurismäki. Finlandia, 2023.
El realizador finlandés Aki Kaurismäki continúa su dilatada trayectoria cinematográfica, entregándonos verdaderos tesoros. Destacan por su economía narrativa, por su transitar entre el realismo y la fábula, por su recorrido entre la comedia y el drama. Se encuentran teñidos de un humor negro que lleva a la sonrisa, sin desembocar en carcajadas. En su último filme, Fallen Leaves, nos enternece con otra obra deliciosa e inolvidable. Y vuelve con sus personajes solitarios, desengañados y resignados, con sus vicios, defectos y carencias. Son seres que viven al margen de la sociedad de consumo y se encuentran atrapados en el círculo más bajo de la clase proletaria. Ansa vive sola en Helsinki y trabaja como reponedora en un supermercado. Holappa es un obrero alcohólico que también se encuentra solo. La relación que se establece entre ambos, tras un encuentro casual, marcará el ritmo de la película.
Las criaturas de Kaurismäki reflejan una intensa melancolía. Se envuelven en máscaras insondables y mantienen la mirada perdida, como en sueños, inerte, indefinida. Parecen inspirados en el retrato de El chico con chaqueta azul, de Modigliani. Sostienen una actitud petrificada mientras no pierden la esperanza de encontrar una razón para vivir ese “accidente que es la vida” (Kundera). Van vagando, abandonados a la suerte, por unos surcos de barro totalmente inestables. Parece que tuvieran la enfermedad de ver las cosas como son. Han interiorizado golpe a golpe lo efímero, lo frágil, el azar, el absurdo, la muerte. Ansa y Holappa son personajes excluidos, silenciosos, que deben mirar al mundo a través del cristal. Así lo hace Ansa desde su ventana y Holappa, desde un espejo roto. La imposibilidad de acceder al otro lado. El deseo de tocar aquello inalcanzable les devuelve a sí mismos una visión de lo que son realmente. Están lastrados, no pueden avanzar, únicamente les falta que se les niegue el derecho a respirar. Volvemos al eterno retorno, mientras se cae en la tenaz repetición de un encuentro fallido.
Holappa y Ansa arrastran con resignación su triste existencia y, como diría Rilke, no piensan en victorias, únicamente en sobreponerse. Los protagonistas asisten a un pase en el cine de Los muertos no mueren de Jim Jarmusch (The Dead Don’t Die, 2019). Se trata de una sala que recuerda a la pintura de Edward Hoopper, New York Movie. Se perfila como aquellas que van cerrando, una tras otra, sustituidas por multicines instalados en centros comerciales. El contacto con el mundo exterior se mantiene en estos últimos a través de las pantallas de los teléfonos móviles, y la comodidad y prodigios tecnológicos han sustituido al recogimiento, a la magia, a una atmósfera escondida en la oscuridad. Era el escenario de un hechizo que permitía escapar del día a día, trasladarse a otro mundo. Ya Fellini recordó esos lugares a punto de desaparecer en 1973, unos años en los que el declive empezaba. Entrañable momento aquel en el que, en Amarcord, el adolescente Titta se sienta en un cine casi vacío para disfrutar de la cercanía de Ninola, la peluquera. El autor finlandés continúa erigiéndose, con Fallen Leaves, en uno de los postreros combatientes del cine de arte y ensayo, con melancólica resignación.
Kaurismäki mantiene su cámara estática, atento a las reacciones de los personajes y a la simbología de los objetos que pueblan su puesta en escena. A pesar del carácter melodramático de la narración, siempre lineal, se mantiene alejado de cualquier intervencionismo, distanciado de lo real, en una mirada objetiva e imperturbable. Se diría que se impregna del espíritu wabi-sabi japonés en una estética minimalista, no simple, que acepta con serenidad los destrozos del destino y también de forma resignada lo que no se puede controlar. Nada sabemos del pasado de Ansa y Holappa, pero sí somos conscientes de su triste e incierto futuro, a pesar del final del largometraje, ciertamente optimista, hipnótico y cautivador, en claro homenaje a Charles Chaplin. Podemos aquí reflexionar sobre el carácter irreversible o no de la precariedad. El director nos traslada con sabiduría esa sensación de estar viviendo dentro de un presente continuo sin comienzo ni fin, día tras día; de estar instalados en un sistema económico del que, como ya auguró Margaret Thatcher, “No hay alternativa”.
Ante todo lo anterior, qué mejor que mantener una actitud irónica frente a la lógica burguesa, sosteniendo como únicas armas el deseo, la fantasía, el sueño. Holappa y Ansa se alzan sobre sus propias ruinas sin abandonar nunca la dignidad. Mientras tanto, el realizador se pasea en un clasicismo postmoderno saturado de colores intensos, envuelto del imaginario colectivo finés: el carácter taciturno, el abundante consumo de alcohol, la parquedad verbal y gesticulante, la lengua nativa con su acento preciso y seco. Al tiempo, se rodea de objetos del pasado, insertando las nuevas tecnologías en muy contadas ocasiones (móviles, ordenadores…), con voluntad explícita de prescindir o dejar fuera de campo el sexo o la violencia. Al igual que sus personajes, olvidados de la sociedad actual, intentando buscar segundas o terceras oportunidades, el autor rescata del pasado transistores que vomitan terribles noticias de la guerra en Ucrania o gramolas, aquellos aparatos en los bares que hacían sonar determinadas canciones mediante el depósito de monedas. También aparece la predilección sobre prendas de ropa pasadas de moda y chillonas, con inclinación por esa terrible mezcla de rojo y amarillo (con perdón).
La película avanza implacable a través de una cotidianidad que golpea una y otra vez. Pero nuestros héroes no se rinden. Sin familia, incorporados maquinalmente al ritmo mecánico de las fábricas, con un orgullo que les lleva a enfrentarse al futuro sin reproches ni victimismos. Lacónicos y cómicos en ocasiones, se sumergen en un aparente estado de indiferencia que no pretende influir en los demás, sino marcar límites. ¿Cómo se te ocurre decir lo que yo puedo o no puedo hacer? Queda claro desde el principio su bondad o maldad, su honestidad o vileza. Con esa fusión de géneros característica, el cineasta elimina todo lo superfluo, consiguiendo el mayor impacto con mínimos elementos. También contamos en esta película con actuaciones musicales en vivo que paralizan la acción y conmueven profundamente, además de reflejar patetismo y tristeza. La fusión de música clásica, pop, rock o popular finesa se presenta como otra herramienta esencial del autor. Sin renunciar tampoco a la música no diegética.
Por último, queríamos darle una vuelta a ese humor fino, melancólico e irónico que es utilizado prácticamente como elemento liberador. Con acusada inexpresividad y distanciamiento, intenta otorgar poca importancia a todo. Una comicidad hierática que deriva hacia el surrealismo. El cine de Kaurismäki, ¿se trata de un arte realista o de cuento de hadas? ¿cae en la denuncia, en el activismo, en el compromiso, en un reflejo de ciertos parias sociales? ¿melodramas, cuentos, tragedias, comedias, cine negro? ¿estética kitsch o minimalista? Estamos ante un maestro que acierta conviviendo entre ambigüedades, mientras sus criaturas “únicamente” anhelan una dosis de compañía, de solidaridad, de afecto. Recomendaba Baudelaire: “Hay que estar siempre ebrio. Nada más; ese es todo el asunto. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que os fatiga la espalda y os inclina sobre la tierra, tenéis que embriagaros sin tregua. (…) De vino, de poesía o de virtud, como queráis, pero embriagaros”.
Tráiler:
Ficha técnica:
Fallen Leaves (Kuolleet Lehdet ), Finlandia, 2023.Dirección: Aki Kaurismäki
Duración: 81 minutos
Guion: Aki Kaurismäki
Producción: Sputnik, Finnish Film Foundation
Fotografía: Timo Salminen
Música: Tomi Leino, Valtteri Väänänen
Reparto: Alma Pöysti, Jussi Vatanen, Alina Tomnikov, Martti Suosalo, Janne Hyytiäinen, Sakari Kuosmanen, Maria Heiskanen, Nuppu Koivu, Sherwan Haji, Eero Ritala