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Bess no habla sola
Bess NcNeil habla con Dios. Y no solo habla, conversa, es decir el Divino le responde, le habla por su nombre y le otorga palabras de amor al mismo tiempo que la regaña. Se dice que Bess perdió a su hermano de forma inesperada y que eso desequilibró su mente, pero ella piensa que, por el contrario, ese evento le permitió acceder a su dimensión espiritual. Nadie más escucha a Dios, y por eso ella comprende que la vean con cierta desconfianza, pero solo quiere cumplir los deseos del Padre y ser buena hija en la tierra, y para ello solo debe seguir puntualmente y línea por línea los renglones de Dios. Pero los renglones de Dios siempre son torcidos.
Es casi natural concebir hoy a la condición espiritual como un espacio interno, donde se entra en contacto con aquello que, aunque inmaterial, no deja de ser parte fundamental del individuo. La mente, el alma o , simplemente, esa dimensión que no es física del ser humano ha sido objeto de estudio desde los tiempos anteriores a las religiones o a las ciencias. Los magos y gurús buscaron las rutas para acceder a esta zona, poniendo en práctica diferentes formas de concentración y de ampliación de la conciencia, que con el transcurrir del tiempo y el asentamiento de las culturas fue tomando la forma de un método de introspección, basado en la atención plena, y de sometimiento del cuerpo a condiciones extremas como el aislamiento, el ayuno o ciertas posturas. La práctica espiritual metódica permitió consolidar las tradiciones religiosas y dar acceso al individuo común a la posibilidad de la trascendencia, entendida según las diferentes culturas, como el poder ser «Uno con lo Divino», o bien acceder al paraíso, a la evolución de la mente o, simplemente, a la superación de la condición humana.
Sin embargo, la evolución de la propia condición humana, que no deja de reconocer la gran importancia de la práctica espiritual, ha ido relegando a un segundo término su importancia, en parte por la cotidiana necesidad de inmediatez que aleja al individuo común de prácticas que demanden tanta paciencia y dedicación, y en parte también, por la ahora arraigada necesidad de lo tangible, lo comprobable y manipulable. No resulta raro entonces que, ante la falta de pruebas y la imposibilidad de convertir una experiencia personal en transpersonal despierte desconfianza y sospecha, incluso en la más sincera expresión de morar en lo divino, hasta el mismo gurú puede ser visto como un loco que habla solo.
Solamente el artista es capaz de conmover incluso al más incrédulo y apático de los observadores, su capacidad de acceder a los diferentes estratos de la mente humana, manipulando los sentidos, le permite dejar semillas de duda por debajo de cualquier mecanismo de rechazo basado en la objetividad de la ciencia positiva. El artista del cine se vale de la representación para franquear las barreras de defensa de la psique, y sin que el espectador pueda siquiera darse cuenta, justo donde se desdibuja la frontera que separa el cuerpo del alma, detona la poderosa onda expansiva que resulta ser la experiencia de lo espiritual. En su obra de 1996, Rompiendo las olas (Breaking the Waves), la primera de sus películas filmadas bajo los lineamientos del manifiesto Dogma 95, Lars Von Trier planta una semilla que, en apenas 158 minutos, florecerá en cada uno de los espectadores como la más inesperada y bella de las flores.
Ambientada en una cerrada y muy conservadora comunidad calvinista de Escocia en los años 70, Lars Von Trier presenta a Bess McNeil (Emily Watson, simplemente maravillosa), una joven aparentemente afectada en lo emocional por la muerte de su hermano, y que es conocida en la iglesia por su fervor religioso. Su acercamiento y solidez en la fe es tal, que frecuentemente se le ve conversando directa y fluidamente con Dios. La comunidad se manifiesta francamente descontenta cuando decide casarse con Jan, un joven trabajador de una plataforma petrolera, evidentemente alejado de la iglesia. Bess está enamorada y, luego de la ceremonia, lleva muy mal las largas semanas en que Jan está en plataforma, tanto, que le pide directamente a Dios, en sus repetidas conversaciones, que lo regrese a tierra como sea y lo antes posible.
Durante una de sus jornadas laborales, Jan sufre un terrible accidente que, entre otras cosas, lo deja paralizado de sus extremidades, lo que además de robarle la independencia e impedirle moverse, lo deja sin la posibilidad de tener relaciones sexuales con su esposa. Bess siente una terrible culpa por haber pedido a Dios traer a su marido a tierra, y toma los hechos como una especie de castigo por su egoísmo, lo que parece fortalecer su relación con el Divino, incrementando e intensificando sus largas conversaciones en la iglesia. Ante la evidente descomposición emocional de Bess, su marido le pide tener relaciones sexuales con otros hombres, lo que, ante la insistencia y las circunstancias locales, es tomado por la protagonista como una especie de penitencia mandada por Dios, lo que pone aún más en tela de juicio su salud mental.
Ante el franco deterioro de la salud de Jan y los malos pronósticos de los médicos, la actividad sexual de Bess se torna tan aberrante como evidente; esto, además de conseguirle la excomunión, la conduce a un violento y fatal destino en la intimidad de unos pescadores malintencionados. Luego de su muerte, Jan muestra una franca y progresiva mejoría en su salud, al punto de que logra recuperar la movilidad de sus extremidades y rescatar así el cuerpo de su amada para depositarlo en el mar. Aunque la comunidad había condenado el alma de Bess al infierno, el Dios con el que tanto habló y con quien estuvo tan cerca, decide mostrar la profundidad y fuerza del amor divino, desinteresado y entregado al bien del otro, en un inesperado final que el cineasta danés retrata en una corta pero poderosísima escena final.
La obra fílmica es hermosa en su sencillez, la cámara desnuda, que intenta serle fiel al manifiesto Dogma 95, retrata sin filtros a una chica llena de amor y transparencia, y se convierte en el ojo que espía y documenta la sinceridad de su espiritualidad. Solo el espectador puede ser testigo de que aquella naturalidad con la que habla con Dios es la misma con la que le declara amor a su marido y también con la que seduce al desconocido para cumplir su penitencia. No hay academia en los encuadres ni en la paleta, las secuencias largas y atropelladas, compuestas de planos descuidadamente iluminados, retratan cotidianidad, no teatralidad, y en ese sentido, sí que cumple con el manifiesto. Aunque se sabe de algunas locaciones premeditadamente armadas para el rodaje, los planos transcurren con naturalidad en escenarios orgánicos, en donde todo parece estar en su sitio, sin artificios ni apoyos extradiegéticos. Incluso la escena de la cirugía craneal que se le hace a Jan resulta inquietante por una verosimilitud sin morbo.
Aunque un poco puesta a modo por el autor, la serie de eventos que componen la historia en su transversalidad no es del todo ajena a la compleja sencillez de la vida de una comunidad ultraconservadora. El guion, del mismo Lars Von Trier, va revelando con destreza la transparencia de Bess, dejándola desnuda en su espíritu ante el espectador. En cada capítulo se espera encontrar una explicación formal a sus alucinaciones, pero a cambio, se nos otorga el destello y brillo de una sincera experiencia con lo divino, la cual florece en medio de una feroz batalla de fuerzas que se oponen. Por un lado, la ajena e incrédula postura del sacerdote y la comunidad religiosa, que revela justamente la negación ante la posibilidad de que una chica pueda experimentar una relación con Dios superior a la suya, ergo debería tratarse de una necedad o una desviación en su salud mental, y como respuesta, se le desacredita y condena con toda la supuesta fuerza que el Señor les ha otorgado. En el extremo opuesto, el acompañamiento amoroso de su marido, quien lejos de siquiera intentar comprenderla, le da espacio para su expresión y acoge sus miedos y angustias con bondadosa empatía.
El guion del danés, que pacientemente elabora entre líneas sobre esta prejuiciosa y necia negación ante lo espiritual, se asienta en el terreno franco de lo humano. Dios no se ve ni habla, y cualquier presencia divina o sobrenatural es solo tácita, e incluso queda siempre en duda. Son estos personajes francamente humanos quienes desarrollan de manera vertical esa presencia, cada uno representando de diferente manera la tolerancia y la empatía para con Bess, que es el símbolo de la fe desinteresada. La simbología que se deposita en los demás personajes es tramposa pero efectiva, ya que disfraza de espirituales a los incrédulos y de materialistas a los creyentes. Con esta polarización de personajes, el autor va apretando el nudo de la trama para que al final reviente y el mensaje sea revelado.
En la secuencia final, dicho mensaje se entrega sin delicadeza alguna, Dios habla por su amada Bess y revela su relación impoluta por las acciones humanas; aquí el cineasta es el vehículo de la revelación y para ello contrasta la cinematografía realista y casi documental de toda la obra con la escena final, un extraño e inesperado brote de realismo mágico, que cae como agua fría a los ojos de los prejuiciosos. En la estructura formal de una escena tan importante y que cambia el curso del filme, Von Trier deja claro que “El Mensaje” no es una prueba de Dios, es una prueba de la fe. El plano final no muestra a Dios ni a los ángeles o al paraíso, lo que muestra es un símbolo, uno claramente comprensible, que enaltece el valor de la fe y la espiritualidad desinteresada, símbolo fácilmente aplicable a cualquier otra tradición religiosa o simplemente a una espiritualidad libre.
Rompiendo las olas es una obra hermosa por su naturalidad y transparencia, es ambiciosa por la trascendencia de su objeto de tratamiento, pero no intenta adoctrinar. La forma es ideal para para plantar el mensaje de la fe dentro de una normalidad mundana. Como película es valiosísima por su estética deliberadamente descuidada, pero que lleva un claro sello de autor. Como guion es impecable por su natural evolución que, repleta de símbolos, logra disimular con gracia la intervención del artista. Y finalmente, como mensaje es hermosa por su claridad, universalidad y poder, pues alcanza a cualquiera que pueda acceder a su propia alma y morar allí, como a Bess McNeil, que no hablaba sola.
Buenos días, excelente comentario, me dejó muy entusiasmado, sin quitarle mérito a que no es lo mismo comentar una mala película, que una buena. Consulta, donde se puede ver? Saludos SERGIO SALINAS
En la plataforma MUBI
Excelente trabajo.
Gracias por comentar películas que están fuera de la « industria » cinematográfica y artística en general!