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Revelación, búsqueda y religiones

La experiencia religiosa es universal. Con Dios o sin él, el ser humano posee una percepción y capacidad espiritual innegables, que no se apaciguan. Conforman un recóndito anhelo que puede reprimir, sofocar, encubrir con los bienes materiales, la lujuria, el poder o la gula, pero está pulsando en su interior. La experiencia religiosa o espiritual es consustancialmente humana, universal y múltiple. Una vez más, nuestra cámara crítica y foco se sitúan sobre un género cinematográfico situado temáticamente en un entrecruzamiento de motivos muy diversos. Nuevamente, trataremos de adoptar una perspectiva lo más abierta posible: religiones, fe, revelación, meditación, filosofías orientales…; hinduismo, budismo, judaísmo, islamismo, cristianismo, protestantismo, etc.

Ajustados a la extensión como siempre, intentaremos dar cabida a la mayor parte de estos referentes espirituales, pero obligados a eludir películas que ya han sido muy estudiadas precisamente por su grandeza, como las magistrales obras de Carl Theodor Dreyer, La Passion de Jeanne d’Arc (1928) y Ordet (1955), o Andrei Rublev (1960) de Andrei Tarkovsky, la ya estudiada por nosotros Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera (2004) de Kim Ki-duk o innumerables obras; otras películas -de igual pretensión espiritual- las evitaremos porque descarrilaron por el barranco de los fines comerciales, como Kundun (1997) de Martin Scorsese,  Pequeño Buda (1993) de Bertolucci, La pasión de Cristo (2004) del efectista Mel Gibson[i]. No podemos más que ocuparnos de unas cuantas que encontramos particularmente especiales o distintivas.

El filo de la navaja

El primer filme tiene unas especiales resonancias para esta crítica. «Qué pena irme tan pronto, me hubiera leído mi novela preferida una 6ª vez» −dijo mi madre poco antes de su fallecimiento, yo tenía veintinueve años, hablaba de El filo de la navaja /  The Razor’s Edge, de Somerset Maugham, una novela magnífica de 1944 que quien escribe devoraría con dolor y gozo, pocos meses después. Fue adaptada al cine en 1946 por el gran director Edmund Goulding, junto a Lamar Trotti, quien coescribió el guion con el propio Maugham. Larry Darrell (Tyrone Power) lo abandona todo, novia incluida (Gene Tierney), tras el impacto de la guerra y la pérdida de su mejor amigo allí, rechaza la riqueza material, todo le constriñe y asfixia. «¿No es mejor aceptar las cosas según vengan?»−. Las pulsiones de la filosofía oriental se filtran desde el principio. En su búsqueda interior, visita París, minas de carbón francesas y el Himalaya buscando respuestas; ayuda a los demás, se sacrifica, se vuelve modesto, reflexiona y trabaja en lo que puede. La bondad y la falta de ubicación interior dominan su carácter, afirma que «se siente impaciente, confuso, necesita aprender». Su novia se casa con otro, tiene hijos, pero sigue enamorada de él y obstaculizará su futuro matrimonio de forma espantosa.

La música arropa a la perfección cada escena. La narración visual es excelente y propia de Goulding, los movimientos de cámara fluyen ahiladamente, con ricos planos secuencia, el uso del trávelin muy sugerente; la iluminación perfecta, con contraluces efectistas pero delicados. La fotografía es en su conjunto excepcional. Hay diálogos tan hondos como clarividentes. «¿No sabes que muchos otros han estado haciéndose esas preguntas durante miles de años?»-le dice un minero. «Sí, ¿pero no te parece que el hacerse estas preguntas durante miles de años solo prueba que es imposible evitarse su planteamiento?» -Contesta Larry. «Hablas como un hombre muy religioso que no cree en Dios» − Añade el minero, un cura renegado. Una frase memorable que resume el sentido universal base de la espiritualidad humana.

El minero le habla de India y él viaja allí, donde un maestro le explica la esencia del hinduismo, que nos es otra que la misma base del Agnosticismo, la esencia más primitiva de la religión que, desde India, llegó a Egipto, Grecia, a las bases del cristianismo. También se halla en la Mística católica, musulmana y judía: en todo ser humano «hay una chispa de la infinita bondad de Dios», de allí emana la calma, compasión, la paciencia, la abnegación y la paz eternas, hay un ápice de divinidad en nuestro interior que hemos de preservar. «No habrá verdadera felicidad hasta que los hombres no aprendan a buscarla dentro de ellos mismos», le dice el maestro hindú. Larry llegará a tener una experiencia mística de revelación de lo absoluto divino. Pero al final le dice a la pérfida Isabel: «Seguiré con mi búsqueda». No hay otra. En ello estamos todos.

En mi opinión, la más noble, que no perfecta, película sobre el cristianismo y la figura de Jesús es El evangelio según San Mateo (1964) de Pier Paolo Pasolini. Una película en donde la contemplación de la cámara, estática, calmosa, se precipita en ocasiones, así como la abrupta narratividad; pero es en su sencillez artesanal absolutamente respetuosa con la figura de un Cristo que no se deleita en zalamerías, si no que exige entrega con aspereza, proclama lo justo, regaña cuando es necesario, no se expresa con el tono suave de un profeta al predicar, sino con desconcertante firmeza y rigor. Rechaza los valores asociados al dinero, al poder y la acumulación de bienes, subraya los valores de justicia, de caridad, de amor a Dios, al prójimo y al enemigo, el perdón, la misericordia y la paz. Los milagros se relatan sin efectismos hueros.

Se adapta el Evangelio de San Mateo de Cafarnaúm, sus exactas palabras y parábolas, sin artificio, lo que refuerza la autenticidad de la estética neorrealista, aquí rodada cámara en mano. La crucifixión se muestra con distancia, no se regodea en el dolor, para Pasolini lo importante no es el padecimiento, sino las enseñanzas de Cristo. Los actores no son profesionales, resulta impecable la labor de Enrique Irazoqui como Jesús, un estudiante de 1º de Económicas de la Universidad de Barcelona, hijo de madre israelí.

Los comulgantesIngmar Bergman incluye en su trilogía acerca de la angustia humana su obra más personal y biográfica, aquella de la cual el director sueco afirmó le sirvió más para conocerse a él mismo, para cerrar una sempiterna crisis de fe y angustia ante el silencio de Dios, terminó de cuestionar su existencia aplastando sus dudas con la losa de la imposibilidad que le permitió seguir viviendo en paz. Dentro de este tríptico metafísico-agnóstico, figura Los comulgantes / Nattvardsgästerna (1963), con su habitual Gunnar Björnstrand como Thomas, un pastor protestante griposo y rijoso, febril y en crisis de fe. Con una de sus actrices habituales, la intensa Ingrid Thulin como Märta, la amante del pastor, ambos personajes centrales. También el pescador depresivo, trastornado y suicida al que no logra ayudar el pastor con su perorata egocéntrica y nihilista, que casi parece haberlo impulsado a descerrajarse un tiro. Su esposa abúlica y el lúcido sacristán.

Antes de proseguir con el filme, hay que señalar dos relaciones. Bergman se hizo proyectar Journal d’un curé de champagne (1951) de Robert Bresson antes de rodar su obra, y hay aspectos que sí le influyeron: el protagonista sacerdote en plena crisis, enfermo, en un entorno rural hostil, neblinoso y frío. También este cura, aquí jovencísimo, habla con un personaje que poco después se suicida, lo que —junto con el acoso de los mezquinos pueblerinos— le genera una gran angustia depresiva de la que tampoco logrará salir. En su caso, salvo en su lecho de muerte, cuando entiende que, después de todo, «todo es gracia». Sin embargo, hay una pureza dulce e inocente en este curilla católico veinteañero y enfermizo —fue un niño desnutrido hijo de alcohólico— que no aparece en el venenoso pastor de Bergman. El cura de Bresson fue interpretado magistralmente por Claude Laydu, quien merece la mitad del León de Oro de Venecia que este gran filme de Bresson obtuvo ese mismo año. El uso de ciertos primeros planos del rostro iluminado de este sacerdote también recuerda a los notables primeros planos de la película de Bergman. El uso de la cámara cobra nuevos visos en la trilogía del sueco, los primeros planos fijos, centrados, absorben cada detalle interpretativo, contemplan más que graban las interpretaciones, que ganan con los juegos de cámara. Para el maestro sueco, afirmaba David Thompson, el rostro humano era el mejor paisaje[ii]. La angustia, el genio, la rabia que carcome al pastor de Los comulgantes se proyecta en estos planos minuciosamente.

GodlandTambién la vileza del sacerdote de Bergman halla un eco en el pastor presbiteriano danés de la islandesa Godland (2022) de Hlynur Palmason. Este pastor llega a Islandia, s. XIX, para construir una Iglesia y fotografiar habitantes. Antes debe atravesar la inhóspita isla junto a ásperos lugareños y todos los tópicos de la revelación del viaje se producen. Sin embargo, él es un religioso soberbio, desagradable, se irrita por todo, maltrata a los caballos. A pesar de su juventud, no posee esa candidez amable del cura de Bresson. Pero es una obra magna, impacta la fotografía de la naturaleza islandesa, aunque no se entiende la elección de la relación de aspecto 4:3, el formato académico más antiguo, que aquí encontramos limitador para una obra tan estética, naturalista y visual. Pero los perfiles humanos, los silencios, el viaje a caballo en grupo, el choque psíquico del impaciente sacerdote con los habitantes y la resolutiva contundencia del final hacen que el gran arte defina esta película.

Pero retornemos al filme referencial de Bergman. Advierte Tejero cuánto hay de la vida y gris infancia de Bergman en Los Comulgantes, quien fue hijo de un pastor protestante (capellán de la Corte Real de Suecia). Su estricto entorno religioso, aislado y triste le generó una eterna culpa que proyectó en sus películas. En Los Comulgantes «dio cuenta, con despojado patetismo, de la crisis de valores del mundo moderno, abocado al nihilismo. La llamada trilogía de la duda está marcada por un tono fúnebre y melancólico que hace que sea más fácil admirarla que disfrutarla»[iii].

Bergman creó una ruptura en este filme, donde ya se pueden «rastrear las complejas formas en que la experiencia personal se transmuta en imágenes y sonido». Se centra es este pastor luterano rígido que, como su padre, creó un universo en el que «la expiación por el sufrimiento estaba a la orden del día». Proyectó las morosas tardes de Domingo en la Rectoría, la fascinación adolescente por el nacional-socialismo, «la mezcla angustiosa entre esposa y madre» (aquí Märta), la «alegría mayor que la alegría» del sexo, forman la carne y la sangre de su obra[iv]. Bergman escribiría en su diario que aquí terminaba en su interior el debate religioso, asumió el silencio de Dios entendiéndolo como su ausencia, la película supuso una lápida a ese conflicto que arrastraba siempre: «La operación está por fin acabada»[v].

Los comulgantes

La fotografía es increíblemente expresiva por su sencillez: Nykvist siempre concedió gran importancia a su participación en Los comulgantes: «Supuso un punto de inflexión en mi carrera como fotógrafo, pues aprendí la enorme importancia que tiene la simplificación, reducir las luces artificiales y la iluminación ilógica. Ingmar me obligó literalmente a conseguir condiciones lumínicas reales al cien por cien». La cámara hace un trabajo impecable de la mano del maestro sueco: Märta / Ingrid Thulin se explica en dos largos primeros planos fijos que suman siete minutos, deslumbra. Sin decorado detrás, como en un ensayo ante cámara, recuerda la poderosa influencia de la escena teatral en el director. La música acompasa las emociones, la angustia, los sonidos del papel al crujir no se disimulan, al tragar agua, los silencios importan incluso más. La obra supuso una ruptura estética, desde la gran secuencia inicial se otorga una gran importancia estética al ritual, a la pulcritud de las simetrías y del orden. Pero Los Comulgantes no ofrece respuesta alguna, te provoca más reflexiones, más incógnitas, más incomprensión, te deja desnudo ante el umbral de lo eterno, te genera más angustia y vacío. Te sacude, en suma. Arte. Gran Arte.

La espiritualidad tiene que ver, por otra parte, con la humanidad, con los valores de autosuperación, por ello, siquiera de pasada hemos de nombrar obras como El vuelo del Fénix (1966), otro excepcional trabajo del director Robert Aldrich[vi], quien sitúa a un grupo de hombres en un desierto tras un accidente de avión. Interesa la pugna de los valores humanos como la solidaridad, la generosidad, la lucha, la autosuperación contra el egoísmo, la cobardía, el desequilibrio o la mezquindad de algunos personajes. Se echa de menos alguna figura femenina (también había enfermeras en la guerra, asistentes y otras profesionales). La autosuperación ha brindado innumerables películas que no tienen aquí cabida y que impulsan al ser humano a superar su propio espíritu en la enfermedad física o mental, en el deporte, a causa de un duelo, por la guerra u otras duras exigencias vitales[vii].

Los orígenes del islamismo quedan bellamente relatados en Mahoma, el mensajero de Dios (1977) de Moustapha Akkad, una película de sabor épico en sus escenas de viaje a pie y en las de lucha. Anthony Quin magnífico, interpreta a un seguidor del profeta. El filme fue supervisado por autoridades musulmanas de la época, cada frase atribuida a Mahoma es veraz y se rescata un hermoso mensaje original, que acerca mucho más de lo que pensamos el discurso de Mahoma a nuestra cultura. Mahoma no es representado en la película porque tal religión no lo permite, pero otros repiten lo que acaba de afirmar: «Ante Dios los hombres son tan iguales como los dientes de un peine», «no enterréis a las niñas», «no caséis a la fuerza», «hombre y mujer son iguales ante los ojos de Dios», «judíos y cristianos tienen idénticos derechos que los musulmanes», «la mujer tiene derecho de herencia», «Dios jamás amará a quien desencadena guerras», «la tinta de un escolar es tan sagrada como la sangre de un mártir, un hombre que lee es bienaventurado ante los ojos de Dios, aprended a leer y enseñad», «Mahoma no se vengó ni dejó que nadie lo hiciera», «no oprimirás ni serás oprimido»[viii]. Este mensaje original choca poderosamente con otros autoproclamados discursos islamistas coetáneos y que encierran mujeres, les impiden trabajar, las tapan, niegan la alfabetización social que no sea destinada a la lectura coránica, etc. Solo por el contraste de discursos, la película merece la pena. También excesivamente extensa, pero los planos generales del desierto, el reflejo de la vida de los primeros seguidores del islam, su discurso generoso, tolerante y humilde, hace que sea valioso su visionado.

God on TrialEn cuanto al cine sobre judaísmo, encuentro la indagación entre feminismo, religión y homosexualidad femenina memorable en la israelí The Secrets (2007), de Avi Nesher. Si bien, acerca de la religión, destacaría God on Trial (BBC, Tv, 2008), dirigida por A. De Emmony con guion de F. Cottrell Boyce. En la tradición judía, es habitual discutir sobre Dios y se asume que en cada época se debe reinterpretar la Torah según su aplicabilidad coetánea, desde el pleno respeto, naturalmente. Pero en la esencia de tal religión está ese debate, lo que encuentro un rasgo loable. Ocurre con el judaísmo como con el Islamismo, que el 8%-10% de su versión -la integrista, reaccionaria, extremista- parece la más reflejada en el cine y en los medios, lo que divulga una impresión distorsionada de sus auténticos devotos.

El reparto de God on Trial reúne grandes actores, de distintas nacionalidades[ix]. Ambientada en lo que sería un barracón de Auschwitz, relata el juicio que, con seriedad, realizan un grupo de cultos judíos a Dios, entre ellos un ex alto jurisprudente, profesores universitarios, un físico, estudiosos de la Torah, médicos y otros judíos humildes.  Siguieron los parámetros y leyes de un juicio común y aplicaron el proceso a Jehová por romper el Pacto que hizo con Moisés de preservar y proteger al pueblo judío. Las argumentaciones de acusación y defensa son tan inteligentes como apasionantes. De fondo el espíritu de libertad de debate del judaísmo. Una muy interesante película, y también un debate desgarrador. Se inspira en El juicio a Dios, de Elie Wiesel (1995), quien se basó en un evento del que fue testigo en Auschwitz, cuando tres rabinos se reunieron para juzgar a Dios por tolerar el Holocausto. «Sucedió a la noche. Había sólo tres personas. Al final del juicio, emplearon la palabra «chayav», en vez de “culpable”. Significa “Él nos debe algo”. Luego nos fuimos a rezar»[x].

SamsaraNo podemos terminar sin antes salirnos del marco fílmico para incidir en una serie documental de Ron Frikle de gran proyección espiritual, especialmente la magistral muestra Samsara (2011) rodada en cien lugares de veinticinco países, la cumbre de la trilogía de Ron Frickle (aquí con Mark Magidson), tras los documentales Chronos (1985) y Baraka (1992). Samsara[xi] se ocupa de la relación de la humanidad con la eternidad, en palabras de Fricke. Rodada en 70 milímetros usando el sistema Panavision System 65 y utilizando la música de M. De Francisci, L. Gerrard y M. Stearns para impulsar la obra, pura imagen sucesiva que induce a la reflexión poderosamente. Planos generales y profundos de la naturaleza apabullantes, belleza doliente, imágenes de la religiosidad judía, de Jerusalén, La Meca, África, del Tíbet, Nepal, de las meditaciones hindúes, musulmanas, budistas, cristianas… Indescriptible, inefable, asombrosamente bella. Te acerca al ser humano y su hondura reveladora respecto a un misterio ancestral, genuino y demiúrgico, que perdura en nosotros.

Otro filme de excepción, entre la ficción y el documental, es Paths of the Soul (2015), con guion y dirección de Zhang Yang, que sigue la dura peregrinación de 2000 kilómetros de un grupo de aldeanos desde su villa, Nyima, hasta Lhasa, la capital sagrada del Tíbet. Película con actores no profesionales, sin un guion elaborado, fotografiada a lo largo de todo un año, un trabajo inspirador e impactante. La naturaleza tibetana abruma por su grandiosa belleza. El camino de 1200 millas es un puro dolor por cómo caminan y cada 7 u 8 pasos han de lanzarse al suelo a hacer una reverencia, por lo que solo pueden recorrer 10 kms al día. Impresiona la terrible dureza que viven durante ese año, uno muere, una mujer da a luz en el camino. Es un peregrinaje que realizan «por la felicidad y el bienestar de otros» a los que dedican su brutal esfuerzo. Su amabilidad y caridad emocionan, en ellos refulge la chispa de un absoluto perpetuo que podría perdurar en el ser humano. Su visionado deposita una semilla luminosa en tu interior.

Y es todo. Un artículo sin final porque no hay cierre, lo ponen ustedes. Busquen un lugar tranquilo, siéntense, cierren los ojos, guarden silencio. Apaguen sus pensamientos, sientan su conciencia desnuda y alerta, escuchen cómo el otro lado relumbra en su interior, ahí es todo. Y no hay más nada.

 

[i] La mexicana Him. Más allá de la luz (2010), con guion y dirección de Frank Darier Baziere , relata curaciones milagrosas y se inspira en las enseñanzas de René Mey. Es un producto de escasa calidad, pero nos acerca a una de esas eventuales figuras que han demostrado ante miles de testigos utilizar alguna forma de energía universal o personal para la sanación propia o ajena. No consideramos que se trate de un fenómeno paranormal, sino una habilidad neurológica poco explorada que algunos han tenido el privilegio o la habilidad de desarrollar. Siempre dejando a un lado a los estafadores y chamarileros, naturalmente.

[ii] David Thompson, Sight and Sound, (octubre 2007).

[iii] Juan Tejero, “Ingmar Bergman. El cineasta atormentado”, Ars Medica. Revista de Humanidades (2008) 1, pp. 110-117.

[iv] “Nattvardsgästerna/Los comulgantes. 1962, Suecia”, Historias de cine III, (2022), en

https://bilbaomuseoa.eus/pdf/historiasdelcine/5-BERGMAN_CAST.pdf (comprobado el 1/1/2023)

[v] I. Bergman, Diario de trabajo (30/12/1962).

[vi] Merecen ser recordadas las más grandes obras de arte de Robert Aldrich como fueron la excelente Canción de cuna para un cadáver (1964), la memorable y excepcional ¿Qué fue de Baby Jane? (1962), la impactante El asesinato de la hermana George (1968) o, en otro orden, Doce del patíbulo (1965).

[vii] Sólo por citar unos ejemplos, queremos referir la coreana Castaway on the Moon (2008), Wild / Alma salvaje (2014), la que debiera haber recibido más atención, una muy comercial que también nos enseña algo En un lugar salvaje (2021), y al menos una de animación, la encantadora Cuando el viento sopla (1986).

[viii] Estas frases, tomadas del filme (asumiendo algún matiz perdido en la traducción) y atribuidas a Mahoma, fueron respaldadas por la Universidad de Al-Azhar en Cairo y “The high islamic congress of the Shiat in Lebanon”

[ix] Rupert Graves, Eddie Marsan, Stellan Skarsgård, Stephen Dillane, Antony Sher, Lorcan Cranitch, Matthew Goode, André Oumansky, etc.

[x] Eduardo Laso, “¿Qué quiere Dios? God on trial. Andy de Emmony. 2008”, Ética & Cine, Vol. 9, No. 1 (Marzo – Junio 2019), pp. 19-26.

[xi] No se confunda con la española Samsara (2023) de Lois Patiño.

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2 respuestas a «Revelación, búsqueda y religiones»

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