Investigamos 

Momentos cinematográficos que perduran

LA MAGIA DE LA INOCENCIA Y LOS RITOS DE PASAJE. Una escena de la película Kundun, Martin Scorsese, 1997

Kundun

Esta bella película, de excelente diseño, cargada de historia, ofrece múltiples escenas que cualquiera puede escoger como de gran factura. Es una narración sobre los tiempos modernos del Tíbet, signada por la invasión y dominio de ese país, centro de antiguas tradiciones budistas, por la aplanadora militar e ideológica del comunismo ateo chino, que, con total menosprecio y ante la indiferencia práctica de las potencias mundiales, arrasó con la cultura y con la independencia de estas tierras y sus costumbres milenarias, basadas en la búsqueda del crecimiento de la conciencia personal y colectiva según los caminos propuestos por Buda.

Se nos narra la historia del Dalai Lama, reconocido, desde su más tierna edad, como una reencarnación de los lamas que gobiernan la región y elevado a sus deberes como líder espiritual y político desde niño. Prontamente se vio obligado a madurar y a asumir grandes responsabilidades al enfrentar la invasión china, ante la cual mantuvo una estrategia que se puede considerar como admirable, dada su falta de experiencia y la total debilidad práctica de su nación para enfrentar la apabullante arbitrariedad, que, si bien respondió con heroísmo y dignidad, poco pudo hacer para mantener su identidad y su independencia.

La escena que he seleccionado tiene que ver con las ceremonias de iniciación del niño-lama a su dignidad como líder. Vemos al personaje, pequeño, vestido de amarillo y naranja, sentado en un trono grande, presidiendo el momento, ante una asamblea de monjes y personajes. Acaba de desfilar en medio de la multitud, que ofrece bufandas blancas como homenaje. Son estas algunos de los tantos símbolos que acompañan el protocolo de esta sociedad, donde el niño será el Dalai Lama número 14, reencarnación del Buda de la Compasión, como le señala el monje que lo educa. Son palabras mayores para un niño que, con mirada sorprendida y divertida, se sienta en un trono grande, recibiendo cuatro objetos casi mágicos y que luego sale en palanquín, con su séquito, mirando por la ventana a las gentes, a los que danzan, observando sus propios zapatos y vestidos. Terminada la ceremonia pública, sube por un sendero inclinado hacia el palacio-templo. Antes de entrar, alcanza a ver a sus padres, sonriendo con orgullo, esperanza y agradecimiento. De alguna manera, pareciera que el niño es consciente de todo ello. Ya adentro, pasea sus miradas por los ventanales a la enorme fachada del edificio, antes de llegar hasta el trono interior, donde recibe los saludos protocolarios, donde le entregan el sello del mando, donde le hablan y le muestran imágenes de los Lamas anteriores. Observa callado a los monjes en meditación orante y termina la escena como un niño cualquiera, jugando con una tutora con soldaditos de plomo.

Advierto en todo ello lo que son las múltiples escenas que todos vivimos, ritos de pasaje desde nuestra inocente niñez, cayendo en cuenta, en muchas formas, de los objetos, de las personas, de las relaciones, de las responsabilidades, en el tránsito hacia la vorágine de la vida cotidiana, donde nos convertimos en reencarnaciones del gran ser humano que potencialmente somos, con mayor o menor gracia. Nos podemos preguntar cómo hubiera sido nuestro propio trasegar si estuviéramos en la piel de este famoso niño y al mismo tiempo preguntarnos por los continuos y diarios ritos de pasaje de nuestra propia vida.

Película

 

SUFRIMIENTO, BURLA Y PERDÓN. Una escena de película La Pasión de Cristo, Mel Gibson, 2004

La pasión de Cristo

Celebramos por estas épocas la Semana Santa, buena ocasión para recordar escenas de este filme, que es todo un hito, un íntimo acercamiento, desde el cine, a la dolorosa pasión de Cristo, la persona que probablemente más ha influenciado en la humanidad en los últimos 2000 años. Estos dolores los sufrió este hombre, colgado y clavado de una cruz, con el cuerpo lacerado, en medio de burlas y humillaciones. En verdad muchas personas sufrieron muerte de cruz bajo el dominio romano, seguramente experimentando terribles tormentos, ya que se trataba de una forma degradante de tortura, que daba lugar a una muerte lenta, triste, solitaria, desolada. Entonces, ¿qué hay de extraño o notable en la muerte de Jesús? Creo que en estas escenas, en las cuales Jesús se va muriendo, de la forma en que las ha trabajado Mel Gibson y las ha protagonizado Jim Caviezel, se transmite, de alguna manera, esa situación única. En efecto, se ha hecho énfasis, a través de los diálogos, de los gestos, de los personajes, de los ambientes, en la esencia compasiva, redentora de este extraño personaje, que trasiega por los universos del perdón, que es capaz de experimentar la más extrema de las empatías compasivas por todos los que lo rodean en esos momentos únicos. Creo que ningún otro personaje crucificado, en la historia registrada, ha sido capaz de experimentar tales sentimientos en circunstancias tan oprobiosas y denigrantes. Bien se refleja ello en estas escenas, vívidas, angustiosas.

Yo me atrevo a describirlas a continuación en una prosa que pretendo que sea poética, convencido de que la poseía permite síntesis vitales. Me baso en las palabras que pronunció Cristo y que registra la escena, las cuales también son únicas e irrepetibles, habiendo llegado hasta nosotros en la tradición evangélica.

En medio del dolor, dice Cristo a su Padre que perdone a todos estos que lo insultan, lo desafían y se burlan, porque no saben lo que hacen.

El regalo del perdón es privilegio divino de un Padre bueno, que a sus hijos acepta con compasión.  La ignorancia y la falta de conciencia son el obstáculo mayor, origen de la torpeza, que menosprecia su amor de Padre creador.

Rodeado de compañeros malevos, de ladrones crucificados a su vera, Cristo dialoga con ellos. Nace así la amistad eterna y la promesa del paraíso para el amigo de última hora. Es completa la certeza, evidente es la promesa, para el ser humano que acepta ser acogido por el Dios del paraíso.

Este hombre que sufre se pregunta ¿Por qué he sido abandonado?”. Son preguntas que no tienen respuesta, esas preguntas del dolor, cuando se sienten bien adentro las inevitables penas y las tristezas. ¿A quién preguntar, si no es a Dios? Ya sabrá Él dar su respuesta, que, en lo profundo del ser, se siente amorosa y verdadera.

Es inevitable, ante tanto desangre, experimentar la sed. Tengo sed, dice este hombre angustiado. Cuando falta el agua, falta la sustancia más esencial. Somos cuerpos vivos por el agua, que en constante vibración maternal nutre cada instante de la vida. Es la sed comunicación desde adentro. Nadie niega el anhelo del sediento cuando hay manantiales de agua fresca. Es esta una invitación para escuchar con atención amorosa las voces propias y las extrañas, para compartir las fuentes abundantes que el Señor nos ha confiado, para que nadie tenga sed.

Va llegando el final. Todo se ha cumplido. Ha valido el esfuerzo infinito, los sacrificios, las enseñanzas, los milagros.

Es el momento de la entrega del espíritu. Ciclos eternos son los de la vida cuando está presente el espíritu. Es el cielo que anima la tierra con el amor divino infinito, energía inagotable que no cesa.

 

Clips

https://youtu.be/a5uPA8B_dz8?si=ztRms-ep2Roq5xIg

 

UNIVERSOS PARALELOS. Una escena de película La última tentación de Cristo, Martin Scorsese, 1988; escrita por Paul Schrader, basada en la novela de Nikos Kazantzakis; protagonizada por Willem Dafoe.

La última tentación de Cristo

Termino este recorrido por tres escenas con otra película sobre la pasión de Cristo. En este caso, enteramente distinta a la del filme de Mel Gibson.

Trata la escena de la última de las tentaciones por las cuales pasa Cristo, que ocurre cuando está a punto de morir, pendiente del madero de la cruz, al frente de una multitud de curiosos, algunos amigos, soldados y más de un enemigo. En esos momentos, nosotros y Cristo notamos, al pie de cruz, la presencia de un hermoso joven, casi un niño, de larga cabellera, rostro suave y gestos amistosos. Parece un ángel consolador, alguien que tiene respuestas y salidas al doloroso trance. ¿O será un demonio experto en tentaciones que le ofrece una salida a Jesús para que renuncie a su misión, para que haga una transición, desde el dolor hacia la liberación? El personaje explica que no es necesario asumir el papel de mesías redentor, que es posible liberarse y renunciar a una realidad dolorosa, asumiendo otra realidad feliz, un mundo paralelo donde espera un humanismo completo, que incluye el amor de pareja, porque hay personas dispuestas al amor. Un mundo donde la tierra adquiere un significado hermoso y especial, nacido de la conciencia apreciativa del ser.

Estamos presenciando en la escena un verdadero universo paralelo, donde hay un Cristo doble, que vive entre el presente y el futuro, conducido por esta hermosa aparición, que ocurre en el instante mismo de su muerte. Como se nos ha dicho muchas veces, los moribundos experimentan, en esos fugaces momentos, vívidas escenas de su vida, especies de recopilaciones que dan la sensación, nos imaginamos, de logros, más que de frustraciones.

Se plantea la dualidad sueño-vivencias temporales. ¿Hay sabiduría en esta escena para nosotros, los espectadores? ¿Podemos replantear y redefinir situaciones angustiosas y limitantes, donde parecemos condenados, encontrando otras opciones de liberación y felicidad? ¿Hay ángeles consoladores o demonios, maestros del engaño, prestos a ayudar o a causar la perdición? Quizás lo podamos descubrir mediante ejercicios de percepción, ensayos prudentes, utilizando como brújula nuestra conciencia, nuestras preguntas y el bien que hagamos.  Pero también, vale la pena revisar la misión, la vocación que hemos elegido, como camino de servicio.

 

Clips

Comparte este contenido:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.