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Puan: Encuentros cercanos
Vamos por la vida según el camino que nos indican: a veces, lo seguimos; otras, lo desobedecemos. Desde que nacemos, encontramos compañeros de viaje que nos abandonan en algún tramo de nuestro recorrido. Según pasan los años, y de acuerdo con la intensidad de ese acompañamiento, vamos atesorando amigos a los que incorporamos a nuestra familia elegida. Otros pasan al olvido hasta que, en algún recodo del camino, vuelven a aparecer para remover sentimientos positivos y negativos, pero, sobre todo, para darnos cuenta de por qué, a veces, pareciera que el tiempo no ha pasado y el afecto está intacto o, por el contrario, los habíamos archivado en algún rincón de nuestra desmemoria.
De encuentros y desencuentros se trata el tema de este mes. Y he elegido Puan, una película en la que el encuentro es factor esencial en una de sus líneas narrativas, en tanto conflicto y como ingrediente fundamental para el desarrollo del personaje principal. Este filme de María Alché y Benjamín Naishtat, ganó el premio a Mejor Película en San Sebastián 2023 y el de Goya 2024 a Mejor Película Iberoamericana. Advierto que me extenderé sobre la trama, así que cuenta con spoilers.
Marcelo Pena es docente de Filosofía en la prestigiosa Universidad de Buenos Aires (UBA). Ha sido profesor adjunto por muchos años, hasta ahora, en que el titular de la Cátedra ha fallecido. La comunidad de Puan –así es como se denomina familiarmente la actual sede de la facultad de Filosofía y Letras, que desde los años 90 funciona en la calle con ese nombre– está integrada por docentes, administrativos y alumnado. Allí es donde Marcelo pasa la mayor parte de su jornada. Como todo docente en la Argentina, es un profesor subpagado y debe realizar otras actividades para completar su sueldo. Su grupo de pertenencia está formado por los profesores a los que conoce hace años y con los que ha conformado un grupo cuasi familiar.
María Alché y Benjamín Naishtat escribieron el guion de Puan durante la pandemia, pensando en Marcelo Subbioto, un actor secundario en el que vieron el gran potencial que su película ha demostrado. Los autores eligieron una locación y una especialidad conocida por los tres para brindarle las posibilidades de lucirse como protagonista a este actor con el que rápidamente empatiza el espectador, a pesar de (o quizás por) su torpeza y timidez.
Marcelo sigue el sendero que le va trazando la vida, en apariencia, sin contratiempos ni sobresaltos. Su camino está diseñado hacia la titularidad del cargo docente que ha quedado vacante. Si bien es muy introvertido ante sus colegas, en clases despliega todo su histrionismo, contagiando su pasión por la filosofía.
Alché y Naishtat trazan una radiografía que se repite cada año en esta casa de altos estudios: con el recorte presupuestario se dispara la consabida resistencia donde no solo docentes y alumnos se unen para defender a la Universidad, sino toda la sociedad, que se siente orgullosa de contar con una educación de calidad y gratuita, donde estudian los hijos de todas las clases sociales. La última marcha, el pasado 23 de abril, movilizó a una multitud extraordinaria en todo el país, ante la amenaza del actual gobierno de arancelar la educación.
Que la película haya sido estrenada al tiempo del conflicto docente real ha permitido su permanencia en las salas de cine y su disponibilidad por streaming. El ámbito es familiar para gran parte de los argentinos, que se ven representados como estudiantes o como docentes, a través de su propia experiencia o la de algún familiar. “Todos somos la UBA”.
Los toques de humor (a veces escatológicos, otras, caricaturescos) con que los autores le quitan algo de solemnidad al problema real, permiten que Marcelo, con su perfil bajo, se convierta en un antihéroe. Pero no todo sendero lleva a un lugar seguro. Y el que recorre nuestro personaje tiene sus obstáculos. Rafael Sujarchuk (Leonardo Sbaraglia), un excompañero de estudios, envuelto por una experiencia exitosa y reconocimiento profesional en Alemania, viene a disputarle el cargo de titular de cátedra. Su seguridad se lleva por delante la tímida aspiración de Marcelo y pone a tambalear el piso sobre el que hasta ahora ha visto apoyada su existencia.
El encuentro es inesperado y no deseado. Hacía años que no sabían uno del otro. Marcelo no guarda buen recuerdo de cuando eran compañeros. El histrionismo de Rafael, con sus anécdotas mundanas y diplomas que blande cual pavo real, lo saca de quicio. Marcelo tiene a la comunidad de su lado, pero le faltan agallas, y la contundencia de la experiencia que trae Rafael puede eclipsarlo.
El encuentro confronta. Pero no a Marcelo con Rafael. Sino a Marcelo consigo mismo. Al reconocer, en el otro, el peligro de perder su oportunidad, toma conciencia de lo gris que es su existencia. Todos se lo hacen notar: la necesidad de que los colegas lo induzcan a luchar, la seguridad de su esposa que lo empequeñece cada vez más, el hijo que le reclama una atención más comprometida y él, que no termina de imponerse.
La falta de pago a los docentes y la amenaza del cierre de la Universidad (en una increíble prolepsis de la realidad, si pensamos que el guion fue escrito en época de la pandemia y lo que retrata sucede cuando se estrena el filme), le permite a Marcelo atravesar esa pared imaginaria que se ha construido para reinventarse y tomar cartas en el asunto, convocando a la resistencia.
El concurso docente será el pretexto de un duelo entre protagonista y antagonista. Sin embargo, ese no es el tema del filme, sino la reconversión, ante los demás, de un ser anodino en ese héroe que sus alumnos admiran. Marcelo pasará todos los estadios: el choque inicial del reencuentro, el reconocimiento de su adversario, la curiosidad por ese bagaje que trae, la unión con él ante la responsabilidad de actuar ante un peligro común y la salvación, que viene de la mano de un intento, por parte de los realizadores, de una resolución salomónica.
Caminante, no hay camino, se hace camino al andar… recitaba Serrat, haciéndole honor al poeta Machado. Si la sociedad nos convierte en un seres intercambiables y desechables, donde no existimos, sino competimos, el encuentro nos ayuda a ser, y no solo a tener.