Críticas
Lealtades eternas
Dogman
Luc Besson. Francia, 2023.
Tras algunos años dirigiendo películas que se alejaban de la calidad de sus primeras obras, el francés Luc Besson nos ha presentado Dogman. Estamos ante un filme que, acercándose a algunos temas comunes de sus orígenes como la venganza o la caracterización de seres marginales, destaca por el exceso, por el torrente de ideas acumuladas y por la destreza en la hibridación de géneros. Si hasta la fecha teníamos al director Aki Kaurismäki como el mejor y más fiel amigo de los perros, también a Matteo Garrone, Besson se perfila como un duro candidato para ocupar el primer puesto. El finlandés, a lo largo de su carrera, se ha valido de sus propios canes para que intervinieran de manera notable en sus largometrajes; cómo no acordarse por ejemplo del último, de Chaplin, el compañero de Ansa en Fallen Leaves (Kuolleet Lehdet, 2023) y participante estelar en esa escena final inolvidable. También el italiano demostró su inmenso amor por estos animales en su largometraje homónimo Dogman (2018), a través de la ternura del dueño de una peluquería canina. Y el francés, que da las gracias a Garrone en los títulos de crédito, aborda un filme en el que coloca en boca de su personaje principal la siguiente frase: “… los perros, el único defecto que tienen, por lo que yo sé, es que confían en los humanos…”.
La película arranca con un aparatoso control policial en el que se detiene a una furgoneta. Lo conduce una persona disfrazada de Marilyn Monroe que no se sobresalta lo más mínimo. La policía abre el portón trasero y observa asombrada que la carga está compuesta por un montón de perros. El conductor, Douglas, acaba en una prisión, en donde le visita una siquiatra para determinar su estado mental. Y mediante sucesivos flashbacks que alternan presente y pasado, junto al relato paralelo de la vida familiar de la mujer siquiatra, se hará un recorrido en la existencia del protagonista desde que era un crío, hasta el momento de la detención. Se trata de una fábula impregnada de hiperrealismo en la que se abordan malos tratos, abusos intolerables, amores imposibles, mundos del cabaret, delincuencia urbana… Melodrama, musical, ciencia ficción, thriller, todo género vale en una amalgama que el autor sabe combinar con destreza y habilidad, hasta conformar un fresco que atrapa y encandila con ternura, emoción y también con acción y violencia. En una borrachera de despliegue visual, la obra se desboca mientras se libera de cualquier prejuicio desde el primero de sus fotogramas.
Douglas, interpretado asombrosamente por Caleb Landry Jones, resulta un personaje excesivo, abrumador, dogmático y autosuficiente. Machacado por la vida, es capaz de reinventarse suceda lo que suceda, ya moviéndose dentro o fuera de la legalidad. No hemos nombrado el western con anterioridad pero nuestro protagonista vendría a conformar una especie de llanero solitario que no sabemos si queda circunscrito en el ámbito del héroe o del villano. En su intento de superación del trauma por viajes en infiernos personales, Douglas alcanza la heroicidad a través de su particular salida victoriosa, con la inestimable ayuda, por supuesto, de sus fieles animales. Con su apoyo y encerrado en sí mismo, es capaz de mostrarse tanto invencible como vulnerable, colérico como tierno, implacable y generoso. Así mismo, se transforma en la representación del resentimiento no superado, acumulado durante años, como Bane, el villano principal de El caballero oscuro. La leyenda renace de Christopher Nolan (The Dark Knight Rises, 2012), tras permanecer años en la cárcel de Peña Duro. Al tiempo, difícil nos resulta situar a Douglas en la categoría de los ídolos orgullosos, fanfarrones y competitivos de las películas del Oeste que resuelven sus conflictos a tiros o, por el contrario, en la de los héroes actuales solidarios y humanistas. Douglas resulta un auténtico rompecabezas.
Ahondando en el carácter del personaje principal, también podríamos endosarle rasgos sociópatas. De temperamento claramente misántropo, se muestra arrogante y seguro de sí mismo, puede resultar encantador, es capaz de manipular el discurso con tal de salirse con la suya, presume de lobo solitario (en compañía de sus perros, no los olvidemos) y asume la falta de remordimientos por sus acciones. Y si es necesaria la justificación lo hace con el perentorio reparto de la riqueza mundial entre los más desfavorecidos, como un trasunto de Robin Hood, de gran corazón, fuera de la ley y escondido en su particular cueva. La amoralidad y el rechazo a las reglas impuestas que imperan en Douglas, unido a su aura de héroe desde la villanía puede haber encendido la luz roja de peligro máximo para algunos. La inquietante simplicidad entre la dualidad del bien y el mal que parece exhibir el filme de Besson en su mensaje es posible que aleje a algunos espectadores de la obra. No es nuestro caso. Además, no hay que olvidar que el largometraje no juega con parámetros de final feliz sino que resulta mucho más complejo, dejando el poder de redención y perdón en manos de Dios.
Hablábamos de misantropía en el personaje de Douglas. Creemos más bien, como Zimmermann, que este hombre destrozado desde su infancia utiliza la soledad como “contraveneno para la misantropía”, como antídoto administrado para retrasar el avance de una sustancia que ya está actuando. Douglas no es más que un ser con la inteligencia suficiente para alejarse del “camino oblicuo que suelen tomar las cosas en la cabeza de los hombres”. Por circunstancias del destino, Douglas llega a convertirse en un experto en la obra de William Shakespeare. Pues bien, creemos que es perfectamente consciente, como en Ricardo III, de la maldad que conlleva un crimen, pero cae en la tendencia de poetizarlo a través de su destino social, muy propio de la tradición literaria francesa (véase Victor Hugo, Casimir Delavigne, Alfred de Vigny, Eugene Sue o Alejandro Dumas). Siguiendo al protagonista de Dogman vemos su faceta libertaria, de autodeterminación, de virtuosismo, de su transformación en una especie de instrumento de la justicia divina. Y la venganza se engloba en dicho bloque. Crímenes prácticos que encuentran parciales justificaciones en situaciones públicas de la sociedad, el Estado o la Iglesia, excusas que no se pueden negar ni a un Ricardo III ni a un Macbeth.
Douglas se convierte en arquetipo de personaje borderline, en su huída del dolor y del trauma. Su cuerpo se vuelve el epicentro de turbulencias profundas y se transforma en presa fácil de comportamientos extremos, conductas de riesgo y juegos al límite. En espacios urbanos y con nocturnidad, retoma la posesión de sí mismo y de su cuerpo deforme para acercarse a una suerte de monstruosidad profundamente humana. Al cine de Besson, como mucho cine posmoderno, no le agrada los compartimentos estancos ni las dicotomías. Todo es posible, todo es capaz de fundirse en el mismo abrazo. Existe en Douglas un dolor de vivir, más que un dolor de morir y de manera optimista, el director francés se enfrenta al duelo, a la resistencia y a la batalla intentando encontrar una salida existencial, aunque sea enfrentándose a las estructuras sociales. Besson sitúa esta obra, a pesar de ser de producción completamente francesa, en Estados Unidos. Quizás no sea un tema baladí cuando ironiza o juega en Dogman con los grandes valores americanos y las figuras que los encarnan, ya sea el héroe, el superhéroe o el villano.
Y para acabar, merecen capítulo aparte, claro que sí, esos amigos fieles que jamás nos abandonan. La herencia europea moderna, de tradición baziniana, en el contexto de ser o de no ser el sujeto humano semejante al animal, encontraba al animal alineado con lo humano. Así, en Al azar, Baltasar (Au hasard Balthazar, 1966), Robert Bresson convertía al burro en cuerpo de denuncia de la maldad. Era un animal maltratado en el que el espectador depositaba su compasión y enjuiciaba la condición humana. Sin embargo, Luc Besson muestra a los perros como animales mismos en una imagen no antropocéntrica. Para ello no duda en colocar la cámara a la altura de los canes y en insistir en las ventajas de su nula vinculación con la naturaleza del hombre. En esta obra llegan a cobrar un protagonismo extraordinario e incluso participan activamente en una escena inolvidable: aquella en la que se elabora ese pastel mágico. Los perros, a pesar de los peligros que corren, nunca son dañados. Caminan junto a nosotros y nos asisten siempre, especialmente cuando más los necesitamos. Y si no, quédense con la maravillosa toma final desde la vigilancia y la humildad. No hay palabras, no necesitan hablar.
Tráiler:
Ficha técnica:
Dogman , Francia, 2023.Dirección: Luc Besson
Duración: 114 minutos
Guion: Luc Besson
Producción: Europa Corp, TF1 Films Production, Luc Besson Production, Canal+, Ciné+
Fotografía: Colin Wandersman
Música: Eric Serra
Reparto: Caleb Landry Jones, Jonica T. Gibbs, Christopher Denham, Clemens Schick, Michael Garza, Grace Palma,Corinne Delacour, John Charles Aguilar, Iris Bry, Marisa Berenson, Lincoln Powell, Alexander Settineri, Bianca Melgar