Reseñas 

He Came Back

El ojo de la cámara sabe cómo grabar para que el testimonio siga vivo (casi) indefinidamente. Lo hace no por motivaciones suyas, ya que la máquina no sabe pensar, sino porque alguien ha decido proponer a los espectadores un tema que se desarrolla durante el movimiento de las figuras en la pantalla. Y, por supuesto, la decisión de mostrar, de enseñar, implica de por sí una valoración de lo que se muestra, de lo que se enseña, para que el producto tenga ya, de antemano, un peso específico dentro de las muchas ofertas que se hacen en el mundo de las obras cinematográficas. Una cuestión, entonces, que es definida tanto por quienes ruedan como también por quienes miramos, ya que aceptamos escuchar y visionar algo que, algunas veces, no puede sino llevar a un sentido de malestar físico, psicológico y moral. Como en el caso de la violación, del uso del sexo como instrumento de tortura y dominación, transformando un acto privado en una cuestión de poder político, destruyendo, en parte, la vida de personas cuyo único pecado ha sido el de no tener maneras de rebelarse en contra de unos verdugos que, al fin y al cabo, son físicamente seres humanos como muchos de nosotros, y, al mismo tiempo, no son (afortunadamente) como la mayoría de los seres humanos.

Que la guerra sea algo negativo ya se sabe, menos en aquellos casos de defensa, en los que ella llega sin que nosotros la hayamos ido buscando. Que pueda llevar a atrocidades mayores que la cuestión de matar es algo de cuya comprobación no podemos escapar. Es entonces una necesidad moral y ética la que empuja a que los testimonios no se pierdan en el transcurrir del tiempo, y que las voces de los supervivientes (ejemplos de humanidad y de coraje ante los cuales solo podemos arrodillarnos) no acaben en el silencio de “lo que fue, fue, y ahora adelante”. Es también una exigencia de justicia, de saber que tanto cómo el ser humano puede dañar a los otros, al mismo tiempo el ser humano sabe reconocer lo correcto, lo moralmente aceptable y lo éticamente necesario, y así hacer todo lo que puede para que la retribución, dentro de la legalidad de una tribu universal, tenga su merecido lugar. Hay, a veces, eventos en los que no podemos alejarnos del hecho de emitir un juicio, algo que, dentro de la visión moral típica de nuestro código genético, nos proponen una división escueta, clara, entre el bien y el mal, y es en estos momentos que tenemos que ofrecer nuestro tiempo para escuchar a los y las supervivientes para que les reconozcamos no solo su derecho a hablar, sino nuestra lealtad que no puede sino ser toda para ellos.

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