Festivales
FESTIVAL DE SEVILLA 2024
21 Edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla
Tomando impulso de nuevo
El Festival de Cine Europeo de Sevilla, en su vigésima primera edición, se acaba de celebrar del 8 al 16 de noviembre con su versión íntegra, tras el acortamiento de la pasada por la excusa de la entrega de los premios Grammy en la ciudad. Afortunadamente, no se ha dejado morir el certamen y en esta ocasión se ha recuperado su duración, se han incorporado nuevas sedes y se ha expandido con más secciones. Han tenido cabida talentos emergentes, películas sin distribución en España por el momento, otras cuya participación europea es minoritaria pero fundamental y largometrajes icónicos que merecen ser rescatados en pantalla grande. Con todo ello, se ha procurado recoger muchas de las mejores obras producidas en este continente a lo largo de 2024. En la Sección Oficial, con una programación excelentemente escogida, se han reunido filmes producidos en Europa de diferentes estéticas y narrativas, muchos de ellos muy bien recibidos en festivales como los de Toronto, Venecia, Cannes o Karlovy Vary. Amores y desamores paternofiliales, pasados colectivos incómodos, luchas por la supervivencia, violencias de diferente índole o la batalla frente a adicciones son algunos de los temas que se han abordado en la misma. Seguidamente, vamos a desarrollar un somero perfil de algunas de las propuestas que hemos tenido la ocasión de visionar y en muchos de los casos, de saborear.
And Their Children After Them (Leurs enfants après eux) ha obtenido el Giraldillo de Oro como mejor película. Se trata del cuarto largometraje de los directores franceses Ludovic y Zoran Boukherma. Consiste en una adaptación de la novela de Nicolas Mathiey. Con una duración excesiva para la propuesta (144 min), marca la evolución de unos adolescentes, junto con la que experimentan igualmente sus mayores, desde el año 1992 hasta 1998. Sucede en verano, con saltos temporales de dos años, en una población francesa desindustrializada. Es un relato de iniciación que toma como leitmotiv la sustracción de una moto. A pesar de que el filme se crece con fuerza en los momentos en que la violencia amaga o estalla, cuenta con demasiados momentos convencionales que es muy probable que funcionen comercialmente. Amores adolescentes, delincuencia, diferencia de clases y racismo se envuelven con una potente banda sonora que reúne canciones de los 90. El actor principal, Paul Kircher, también ha conseguido, como en Venecia, el premio al mejor actor, un intérprete al que no le terminamos de coger el pulso.
The Girl with the Needle (Pigen med nålen) era nuestra favorita. Se ha llevado cuatro galardones: el del sueco Magnus von Horn como director, el de la danesa Trine Dyrholm como mejor actriz por su encarnación de Dagmar Overbye, una asesina en serie de bebés que existió en la realidad, el de Michael Dymek por su extraordinaria fotografía en blanco y negro con formato 1,66:1 y el de Jagna Dobesz por la dirección artística, en un largometraje situado en Copenhague a finales de la Gran Guerra. De estética expresionista, incluye homenajes a los hermanos Lumière en escenas que recrean la salida de los obreros de la fábrica y recurre a la fealdad y al tremendismo, a la vez que incluye elementos circenses, honrando con ello a Tod Browning y a sus seres diferentes de La parada de los monstruos (Freaks, 1932). Un terror gótico que se exhibe con horror, fealdad y miseria, al tiempo que la sordidez parece abrazar a todos los personajes, en una crueldad curtida a base de extenuantes e inacabables calamidades.
Desmontando un elefante es la muy estimable ópera prima del español Aitor Echeverría. Cuenta con las magníficas interpretaciones de Emma Suárez como madre alcohólica y de Natalia de Molina como hija protectora. Unas actuaciones intensas, descompuestas, reconstruidas una y otra vez. Se trata de uno de los relatos más desgarradores que hemos visto sobre adicciones, con el mérito de que se realiza desde una puesta en escena sobria, seca, dura, sin elementos superfluos que consigan desviar la atención de lo esencial del drama y del sufrimiento intenso de sus personajes. El filme se detiene en el proceso de desintoxicación de la progenitora, Marga, una arquitecta que ha triunfado profesionalmente y que ha ocultado su elefante durante demasiado tiempo. ¿Y cómo debe comportarse el entorno? ¿Adoptar una actitud paternalista, protectora, acusadora, de asunción de responsabilidades? Entre frustraciones e impotencias se suceden días rellenados por rutinas, reuniones terapéuticas, estremecedores silencios o llamadas de auxilio, mientras nos preguntamos si es demasiado tarde para que el elefante se evapore de la habitación.
Vida en pausa (Quiet Life) también se encontraba entre nuestras favoritas. Se trata de la última obra del director griego Alexandros Avranas, principalmente conocido por Miss Violence (2013). Como en esta última, sus personajes se muestran imperturbables, inexpresivos a la manera de los de Lanthimos o Kaurismäki. Mediante cámara fija y gelidez absoluta, nos sorprende con una enfermedad que al parecer existe realmente: la que afecta a niños cuya familia se encuentra en trámites de obtener el estatus de refugiado. El sentimiento de desamparo, desarraigo y rechazo les hace entrar en coma (síndrome de resignación infantil). En esta obra atañe a una familia rusa, padre y madre con dos hijas pequeñas, que han tenido que huir a Suecia al ser perseguidos y atacados en su país natal por ejercer su libertad de expresión. Una punzante visión de nuestra sociedad del bienestar incapaz de abrir sus puertas ni siquiera para ofrecer unas migajas. Amargo y desolador panorama de vidas truncadas a las que la desesperación puede abocarles al absurdo antes que a la resignación. Y con la película, nos embarga una enorme tristeza por esa deshumanización que hace que seamos capaces de tratar al otro como un número, como un obstáculo al que debe apartársele de nuestro camino, cuanto antes mejor. Sí, esa maravillosa Europa del bienestar a la que muchos de nosotros pertenecemos y no dudamos en fomentar sus políticas o mirar hacia otro lado.
The Sparrow in the Chimney (Der Spatz im Kamin), del suizo Ramon Zürcher, es la última entrega de la “trilogía animal” de los hermanos Ramon y Silvan Zürcher. Efectivamente, el gorrión en la chimenea pero también el gato en la lavadora, el perro olvidado, las luciérnagas asesinas, las mariposas retadoras o las gallinas descabezadas. Narra los dos días de convivencia de una familia en una casa en las afueras rodeada de naturaleza. Otra familia disfuncional, a su manera. Desde los primeros instantes detectamos profundos traumas que erosionan la convivencia. Así, se perfilan caracteres ácidos, sombríos o autodestructivos, otros deslenguados, tercos o rebeldes, otros reservados, temerosos y acosados… En una residencia sin cerraduras, dudamos si estamos viendo un relato gótico repleto de alegorías, una película de terror a la que no le falta la sangre o una comedia mordaz y costumbrista de seres perturbados. En donde nada parece neutro, en donde el cuadro es capaz tanto de recoger incesantes movimientos como en detenerse bruscamente, en donde la tensión domina, los instintos se desatan hasta que la tempestad estalla y arrasa.
Transamazonia es una coproducción de la directora de origen sudafricano y residente en Alemania, Pia Marais. Está narrada básicamente desde el punto de vista de una adolescente que vive con su padre en la selva africana, ambos occidentales. La chica es conocida como “la niña milagro” al ser la única superviviente de un accidente de avioneta ocurrido en su infancia. Además, asiste como curandera a su padre en tareas de evangelización a la población aborigen. De gran belleza en su composición, el filme consigue mantener un pulso firme a pesar de manejar diferentes líneas narrativas. Con una atmósfera brumosa y enigmática, entramos en luchas de búsqueda y conservación de identidades. Mientras asistimos a enfrentamientos entre nativos y empresas madereras que vienen esquilmando sus tierras y al intento de imposición de dioses y demonios propios, nos cuestionamos qué resulta más deleznable: robar bienes materiales o aspirar a apropiarse de almas ajenas.
A Missing Part (Une part manquante) es la película con la que ha participado en la Sección Oficial el director belga Guillaume Senez. Jay, su protagonista, excelentemente interpretado por Romain Duris, es un ciudadano francés que en turno de noche conduce un taxi por las calles de Tokio. Sueña con que su hija de doce años, con la que perdió contacto hace nueve, se suba un día al vehículo. En Japón, en los casos de separación no se permite la custodia compartida y la misma se otorga a uno solo de los progenitores. La expareja nipona de Jay no ha permitido ningún contacto entre padre e hija y los lazos se perdieron. Con una cámara muy cercana al personaje principal, mientras pasea su dolor por las avenidas de la capital, el guion y la puesta en escena transitan desde la oscuridad salpicada por rascacielos y luces de neón hasta la luminosidad que otorga la esperanza en el futuro. Una conmovedora historia que sabe transmitir el desgarro, la desesperación y el abatimiento que azota a cada uno de los afectados en la aplicación de una legislación inhumana.
Comme le feu es un interesantísimo filme del canadiense Philippe Lesage, el autor de Los demonios (Les démons, 2015), presente en este certamen por circunstancias de la producción. Con escenas muy largas y cámara estática, relata la reunión de unos amigos que se juntan en una cabaña aislada en plena naturaleza, al norte de Canadá. Ante la invitación de uno de ellos, allí coincide un pequeño grupo compuesto de jóvenes y de artistas mayores que beben y hablan demasiado, hasta que las rencillas del pasado y aflicciones del presente alejan cualquier convivencia pacífica. A pesar de su irregularidad, el largometraje avanza sabiendo adaptarse con habilidad a las vueltas que contiene un guion perverso. Entre bromas demasiado pesadas, se navega desde toques rohmerianos a peligros imaginados y también demasiado reales. En unas vacaciones alejadas de términos como placenteras o encantadoras, sobresalen de forma muy sugestiva las escenas que se desarrollan alrededor de una mesa. Otorgándose el punto de vista a uno de los jóvenes invitados, se perfila el abismo entre egos desmesurados, envidias cocidas a fuego lento y temperamentos inmaduros.
Alpha, del director holandés Jan-Willem van Ewijk, se convierte en una película de supervivencia mientras un padre y un hijo intentan redimirse de sus enfrentamientos existenciales. El joven trabaja como profesor de snowboard en los Alpes suizos y allí acudirá el progenitor para pasar unos días juntos. De carácter muy distinto, se enfrentan al duelo por la reciente muerte de la madre y esposa con comportamientos divergentes. La tensión entre los dos hombres estallará en una excursión por la montaña acompañados de algunos amigos. Comparada con Fuerza mayor (Turist/Tourist/Force Majeure) de Ruben Östlund por los espacios en los que se desarrolla y por sus masculinidades confusas, el discurso se pierde en cuanto se apodera del filme la desigual lucha frente a la imponente naturaleza. Y ante la adversidad, encerrada en formato 4:3 y envuelta en zumbidos desasosegantes, no queda más que unir fuerzas y rezar si se es creyente. En realidad, no nos ha llegado a interesar las fisonomías de unos seres volubles, superficiales y caprichosos.
Ernest Cole: Lost and Found es un documental sobre la vida del fotógrafo sudafricano Ernest Cole, de raza negra, pionero en desvelar las atrocidades del apartheid durante los años 60 y 70. Dirigido por el haitiano Raoul Peck, autor de I Am Not Your Negro (2016), se vale para labrar su película de la documentación personal del fotoperiodista encontrada en la caja fuerte de un banco sueco en 2017. Utiliza las imágenes y las palabras del mismo Cole como herramientas audiovisuales, además de declaraciones de amigos y familiares, junto a testamentos históricos de representantes públicos del momento para recordar épocas de segregación racial, discriminaciones inconcebibles, persecuciones y torturas de las fuerzas del orden. El protagonista jamás consiguió sobreponerse cuando, al tener que huir de su país de origen, se encontró similar discriminación y persecución en la nación de acogida, en Estados Unidos. El desespero y el desarraigo marcó su existencia, desde el reconocimiento al olvido. Las exhibición de las fotografías del artista mediante un hábil montaje se convierte en poderoso y emocionante testimonio de atrocidades que no pueden ni deben caer en el olvido.
The Antique se trata de una obra georgiana de la directora Rusudan Glurjidze que se presenta como un intento de denuncia de las deportaciones brutales de ciudadanos de Georgia residentes en Rusia cometidas por este último país en 2006, y ordenadas por su presidente Putin. El filme se inicia y acaba con la lectura en off de la resolución del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de 2019 condenando a la nación soviética a indemnizar a los ciudadanos georgianos afectados. No obstante, a pesar de que en su última media hora se exhiben en pantalla escenas de detenciones, encierros y deportaciones inmediatas, lo que realmente hemos visto es la historia de dos personas solitarias muy distintas que consiguen, pese a sus diferencias, hacerse compañía. “Nos llevamos bien”, expresa en un momento determinado una de ellas, una mujer georgiana que accede a comprar un apartamento con su anterior propietario incluido en el lote, un anciano ruso que impone sus particulares reglas de convivencia. Desarrollado en San Petersburgo, sus crudas estaciones se imponen con avenidas cubiertas de hielo para configurar un panorama sucio y desangelado.
Banzo, de la directora portuguesa Margarida Cardoso, indaga en las heridas abiertas por el pasado colonial de su país, utilizando armas de la ficción y del documental. En el filme, un doctor acude en 1907 a una isla de la costa africana gestionada por Portugal, con el encargo de sanar el extraño virus que afectaba a los sirvientes esclavizados. Una rara nostalgia que embargaba a trabajadores mozambiqueños que preferían morir a permanecer fuera de su lugar de origen. Estamos ante un largometraje oscuro, plúmbeo y enigmático al tiempo que sugestivo. La autora, desde la ambigüedad de su puesta en escena, pretende remover la violencia colonial adoptando el punto de vista de los opresores y acogiendo el silencio resignado de los oprimidos. Aquí, como en Ernest Cole: Lost and Found, será un fotógrafo el encargado de salvaguardar los horrores para que no se borren de la historia. El filme cuenta con un impactante final dentro de una barca que inevitablemente conecta con nuestros días: se sigue huyendo de aquellos lugares imposibles y se continúa, fatídicamente, sin poder alcanzar el destino.
This Life of Mine (Ma vie Ma gueule) es la obra póstuma de la directora francesa Sophie Fillières, muy conocida en su país por sus comedias que, por misterios de la distribución, no consiguieron repercusión en España. Está protagonizada por Agnès Jaoui, quien interpreta a una mujer de 55 años en crisis por la relación con sus hijos, por la no asimilación de su divorcio, por la insatisfacción con su trabajo y sobre todo, por esa batalla perdida contra el paso del tiempo. ¿Cuántas duchas nos quedan antes de morir, se pregunta en una escena? Dividida en tres partes, hace gala de un humor absurdo con naturalidad y frescura. Fuera de Francia, la obra puede cojear un tanto frente a ciertos guiños y apariciones de difícil entendimiento más allá de sus fronteras. En cualquier caso, termina siendo una honesta y delicada reivindicación del intento de búsqueda de la paz interior perdida, ante la agitación y turbulencia de nuestras formas de vida contemporáneas.
Paul and Paulette Take a Bath es la última película de la Sección Oficial con la que queremos terminar esta crónica. Del director francobritánico Jethro Massey, se trata de una comedia romántica que pretende homenajear a las de la Nouvelle Vague, con actualización de políticas de género. Partiendo de un encuentro casual en París entre dos jóvenes, una francesa y un estadounidense, se recrea con episodios truculentos de la historia francesa, tales como la muerte de María Antonieta, los fusilamientos de la Comuna, los atentados de Bataclan o una suerte de zoológicos instalados en el país a cuenta del colonialismo. En un relato repleto de inseguridades, la fémina se perfila como una mujer excesiva de carácter impulsivo y absorbente, capaz de dejar en sombras al protagonista masculino. De todas formas, únicamente detectamos temperamentos caprichosos, inmaduros e irresponsables en lo que se pretende exhibir como carismático y fascinante.