Críticas
Un matador imbuido de preceptos bíblicos
Seven
Otros títulos: Pecados capitales.
Seven (Se7en). David Fincher. EUA, 1995.
Revisión de esta intrigante obra de culto a 30 años de su estreno; nos retrotrae en el tiempo a un interesante policial de final impredecible, con una pareja de detectives asociada en el combate a un asesino serial devenido “predicador”, pretencioso ejemplo “elegido” para “liberar” a la humanidad.
Kevin Spacey encarna la figura de un obseso criminal; empecinado en sembrar el ejemplo bíblico, elige sus víctimas de acuerdo a los 7 pecados capitales. Brad Pitt y Morgan Freeman intentarán capturarlo, la empresa no será fácil.
A medida que la investigación avanza se van limando asperezas, los detectives hacen suya una causa que intenta sacudir la modorra de una sociedad conquistada por la apatía y el vicio. En cierto sentido, los pecados capitales son asumidos por los representantes de la ley sin justificar quien se abroga el derecho al sádico castigo por interposición de códigos ajenos al poder estatal. El matiz radica en que John Doe opera sobre lo socialmente aceptado, comportamientos “indignos” admitidos por el colectivo como actos naturales, cotidianos.
Seven / Pecados capitales es un thriller de transcurso suave, pocos momentos de tensión y algo de gore; la asimetría de los personajes razona en función de una caja de pandora destinada a una intrigante apertura; la simpleza descoloca por lo poco habitual. Vuelta de tuerca ingeniosa, aporta la ausencia de un heroísmo afianzado en la costumbre. Caen los estereotipos ligados a protagonistas frecuentemente asociados a resultados donde el “bien” siempre triunfa. Desafío moral en la paradoja de una retorcida defensa de valores compartidos.
Fincher descarta el morbo, otro lugar común que otorga éxito a este tipo de producciones, las constantes del delito se desdibujan en planos breves, aunque no por ello menos elocuentes. Las necesidades del guion ubican la acción en función de la enunciación de pistas para el avance de la investigación. Una especie de paso a paso va incrementando la intriga; los fugaces planos denotan lo necesario como para que la información dé cuenta de la característica sádica del asesino. Luego vendrá el contraste, el criminal es un sujeto educado y de buen pasar. Lejos está del prototipo esperado, el sanguinario psicópata o el asesino psicótico por fuera de sus cabales. Hay un raciocinio elemental, el delincuente comparte argumentos que derrapan en consecuencias criminales.
El clima opresivo resalta luces y sombras típicas del cine negro. De estética sombría, la cinta evoluciona hacia el cierre en un descampado a plena luz. Del encierro en las oficinas y los grises días lluviosos, hacia un final soleado bajo la presión de una caja. El instinto se revuelve ante la imagen de lo inerme, la pasividad rinde sus frutos. Una atmósfera mezquina define la decadencia humana, la iluminación contribuye al “mensaje de salvación”, el mal triunfa producto de la apatía y corrupción, paradoja situada en la presencia de un asesino serial con el suficiente espacio como para alcanzar la realización de un “original” sentido de vida al servicio de la divinidad. De la “proclamación” deviene la diferenciación que “legitima” la propia función social, el enviado de Dios permanece impasible ante preguntas que intentan socavar la tranquilidad de alguien que opera con la seguridad espiritual acorde al caso.
La escasez bordea los límites, la intriga deshace obstáculos sin detenerse en cruentos detalles. La policía señala el estado de la partida; algunos se molestan con quienes se exceden en especificidades aclaratorias, otros se esmeran por alcanzar la “verdad absoluta”; Mills y Somerset integran esta categoría. De ahí proviene la otra paradoja: el asesino admira a su perseguidor.
El control solo se desplaza en apariencia, el poder sobre el otro se juega en la limitante del pecado; el “enviado de Dios” domina, imparte justicia divina, el aval autoriza una cruzada contra el “mal”. La policía no es enemigo a combatir, sino instrumento enquistado en la propia maldad para ser utilizado a regañadientes. El control emocional es defensa ante el horror. Mills es presa del caos, su vínculo con Somerset lo acomoda, pero la prueba final desarticula la partida; irremediable cierre que provoca la empatía del espectador.
Somerset es la contracara, prototipo del detective noir: mundano, solitario, sin familia, más hábil para el trabajo que para la vida, antihéroe que se embarra en la experiencia del ensayo y error. No se las sabe todas, está impregnado del realismo de la tarea ingrata, versión desvirtuada del héroe indestructible que bajo cualquier circunstancia encuentra salida. Mills hace gala de una sapiencia artificial que rápidamente se irá desgastando ante la autoridad; la importancia recala en el asesino, tiene el control absoluto.
El estilo dibuja una sociedad neoyorquina fuera del alcance de la ley. La vulnerabilidad humana es parte de un sistema ineficiente que reduce el “mundo” a un recinto de evasión, delito y marginalidad; el neo-noir se cuela por todas partes. La desilusión y el pesimismo invocan la presencia de un robusto paquete de recorridos que muere en intenciones al servicio de algo más grande. Todos están atrapados en un juego de perdedores; John Doe tiene la llave, es el titiritero del proceder agobiante; influencia que direcciona las pistas hacia una definición gradual que manipula resultados.
Seven es un film emblemático de los 90; prototipo del nuevo cine negro, sabe integrar el uso del claro oscuro en un guion sencillo pero efectivo. Golpea la sensibilidad del espectador con un giro sagaz que invita a la rememoración. Cada tanto es bueno rescatar este tipo de cinta del baúl de los recuerdos, nos pone sobre aviso acerca del estado actual de un género que perdura en el tiempo; la violencia urbana se encarga de sostener la vigencia de un clásico que no deja de sorprender.
Ficha técnica:
Seven / Pecados capitales (Seven (Se7en)), EUA, 1995.Dirección: David Fincher
Duración: 127 minutos
Guion: Andrew Kevin Walker
Producción: New Line Cinema, Kopelson Entertainment
Fotografía: Darius Kondji
Música: Howard Shore
Reparto: Brad Pitt, Morgan Freeman, Gwyneth Paltrow, Kevin Spacey, John C. McGinley, Richard Roundtree, R Lee Ermey, Lenland Orser, Richard Shiff, Julie Araskog, Mark Boone Junior, Daniel Zacapa, Richard Portnow