Críticas

En el crepúsculo

María Callas

Maria. Pablo Larraín. Italia, 2024.

MaríaCallasCartelLas biografías fílmicas han recurrido en ocasiones a cantantes o compositores operísticos. María Callas ya tuvo una transposición cinematográfica con el desacertado filme de Franco Zeffirelli, Callas Forever (2002). En él, el manager de un grupo de rock intenta convencer a la diva para que vuelva a los escenarios. Con anterioridad Federico Fellini, en su largometraje Y la nave va (E la nave va, 1983), ya retrató la gente de la ópera en un viaje marítimo que se emprende para esparcir las cenizas de una célebre soprano por el Mediterráneo. Un episodio que a pesar de que el realizador italiano situó durante la Primera Guerra Mundial, estaba basado en el esparcimiento de los restos de la Callas en el mar Egeo. En esta ocasión, es el director chileno Pablo Larraín el que se interesa en llevar al cine a la figura de la cantante con su María Callas,  protagonizada por Angelina Jolie. La película completa su trilogía sobre biopics de figuras femeninas célebres del siglo XX, tras Jackie (2016) y Spencer (2021). La primera está centrada en la que fuera primera dama estadounidense Jaqueline Kennedy, y la segunda, en la princesa Diana de Gales.

Larraín se basa en los últimos días de María Callas en París, antes de su muerte. Con la única compañía de su asistenta y de su mayordomo, María, enferma, abusa de medicamentos hipnóticos y sedantes mientras intenta recuperar la voz perdida. Retazos del pasado, entre sueños turbadores, pueblan su mente al tiempo que pretende conformar una especie de autobiografía sin necesidad de papel y lápiz. Angelina Jolie realiza un notable esfuerzo por encarnar a la griega, una mujer que ha triunfado en los teatros más célebres del planeta, que ha sido aclamada como una diosa, pero que se encuentra en sus horas más bajas tras la pérdida de su prodigioso canto y de los seres que más quiso. Jolie, que ha debido aprender a cantar para encarnar a la diva y debió interpretar seis arias que se mezclan con originales de la Callas, también ha logrado captar su vulnerabilidad, contradicciones, elegancia y desamparo. Tras cuatro años sin actuar en público, la soprano se halla en plena decadencia y en su interior se cuestiona qué parte de ella conforma la artista y cuál corresponde a la persona: María o la Callas, la Callas o María. La mujer o el mito. Nos encontramos en la capital francesa, en septiembre de 1977. La protagonista tiene 53 años y está cansada. Casi no come, ha palidecido y prácticamente se alimenta de sus pastillas y sus recuerdos. 

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El realizador empieza y termina su largometraje en el mismo momento, el de la muerte de María Callas. Y con delicadeza y respeto, mantiene su cámara alejada, en la distancia. Sin embargo, se vale de los primeros planos para entrar en la vulnerabilidad de la diva y asomarse a su intimidad en los momentos más dramáticos. Con distintos formatos o tonalidades, recurriendo en ocasiones a registros documentales o mezclando texturas, logra conformar una obra con mentalidad operística, ampulosa y trágica. Concibe el espacio fílmico como fantasmal, como un lugar afectivo que permite que los vivos y los muertos se encuentren e interactúen. Y planea la memoria desde la nostalgia. María se perfila en el presente como una especie de presencia espectral mientras que la imagen que percibimos no se limita a la extensión del cuadro. El chileno huye de las convenciones del género biopic para abrazar sus propios códigos narrativos tanto históricos como estéticos. No pretende una reconstrucción fiel de la vida de la protagonista, sino acercarse a la sicología del personaje, trasladándonos sus emociones en un presente y pasado que se confunden entre analepsis y brumas psicóticas. Y captamos con voracidad la subjetividad de María en su desorientación y entre grietas existenciales. Por supuesto, todo sin olvidar a la música como materia esencial de la representación. 

La decisión estética del cineasta nos recuerda a la que adoptó el francés Bruno Dumont en Camille Claudel 1915, aunque aquí la decisión fuera mucho más radical. Se ocupó de la escultora en los inicios de su internamiento en el sanatorio de Montdevergues, en el que pasaría el resto de su vida, omitiendo sus carrera profesional. Decía Gena Rowlands en Noche de estreno, de John Cassavetes (Opening Night, 1977), que “en un momento de nuestras vidas, la juventud muere y una segunda mujer entra en escena”.  Y María ya ha entrado en una nueva etapa de su existencia, que es siempre la historia de una gran soledad, no solo frente al espejo, en el caso de la diva. No olvidemos que María era una actriz y convirtió en espectáculo su situación en el espacio social, llenándolo de desdoblamiento, teatralidad y autovigilancia. Gena Rowlands en Noche de estreno interpreta a una actriz atormentada por lo que ya no es, por lo que ha perdido. Y como ella, nuestra María Callas se interna en un túnel de drogadicción, de estupor y de aislamiento. Divinidades transformadas de repente en humanas, en frágiles y a punto de la desaparición. Por desgracia, parece que sigue vigente la sentencia de Susan Sontag cuando dictaminó que “solo los hombres están autorizados a envejecer».   

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María Callas había representado en innumerables ocasiones y en los teatros más selectos a las heroínas trágicas de Bellini, de Puccini, de Verdi, de tantos y tantos compositores. Llevaba tantas vidas y muertes dentro de ella… La acción devastadora del tiempo no la ha respetado, al igual que a todos los demás, pero se resiste, como Norma Desmond en El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder (Sunset Boulevard, 1950). Y la Callas se agarra a los últimos clavos, intentando recuperar su voz, mientras interpreta el aria “Piangete voi?” de Ana Bolena en una estremecedora escena en la que recuerda cuando lo hizo y triunfó en La Scala de Milán. Y Larraín, con esos primeros planos aludidos, hace legible el lenguaje del inconsciente, como diría Walter Benjamín. Ensancha el espacio y alarga el movimiento para estructurar y atrapar el núcleo difuminando el trasfondo. Logra que contemplemos lo bello no desde la complacencia, sino desde la conmoción. Y nos invita a demorarnos acogiendo el conjuro de Fausto: “¡Pero quédate! ¡Eres tan hermosa!”. El transcurso temporal resulta superado para cobijarse en la eternidad del presente. 

El realizador se acerca a la cultura de la celebridad cuando se requería tener talento, a diferencia de la fama contemporánea. Para el héroe homérico, también para Cicerón, la gloria existía junto a los bienes físicos y de fortuna, como la fuerza, la belleza, la salud, la nobleza y la riqueza, pero surgía de un valor. ¿La dulzura del pasado? A María ya únicamente le queda el recordarlo, el hacer presente lo que ya no es ni puede ser. Huele a frío mientras camina por las calles parisinas atravesando su propio dolor. Traspasa los márgenes de su triste realidad melancólica flotando entre la fábrica de sueños a la que le trasladan las drogas. Su estado alterado de conciencia se abre en secuencias alucinadas entre delirios. Larraín consigue con su puesta en escena que la realidad material se desvirtúe y se transforme en estados mentales que navegan tocando verdades y fantasías. Las proyecciones mentales de la protagonista sustituyen así los papeles meramente descriptivos. Pero como dice María, “lo que es real y lo que no es real es solo cosa mía”.

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María Callas rogaba a Dios que se la llevara antes que a Onassis. Pero el destino no lo quiso. Era un ser con una infancia traumática y un don prodigioso que supo sublimar con el esfuerzo personal y la búsqueda de la perfección. Pero en su lucidez, la atormentaron los defectos que el tiempo trajo y ya no pudo corregir. Para ella, una frase no era nunca la misma, una forma no era nunca igual, una actuación jamás podía repetirse exactamente…. ¿Murió la diva de melancolía? Y aunque lo hizo sola y abandonada, Larraín también convierte en leyenda el momento en el que le alcanzó el fin del camino. Su magnetismo no se apagó ni en ese momento y se derrumbó con la grandeza y el poderío que lo hacía en sus representaciones de figuras como Norma, como Madame Butterfly, como Tosca, como Medea, como Suor Angelica… El único adiós concebible para una diva.

Tráiler:

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Ficha técnica:

María Callas (Maria),  Italia, 2024.

Dirección: Pablo Larraín
Duración: 123 minutos
Guion: Steven Knight. Biografía sobre: Maria Callas
Producción: Coproducción Italia-Alemania-Chile-Estados Unidos; The Apartment, Komplizen Film, Fabula, Fabula Pictures, Filmnation Entertainment
Fotografía: Edward Lachman
Música: Laura, Claycomb, Dániel Csengery, Rebecca Emmett, Csaba Faltay, Milena Fessmann, Sam Okell, James Shirley
Reparto: Angelina Jolie, Pierfrancesco Favino,Alba Rohrwacher, Haluk Bilginer, Kodi Smit-McPhee, Valeria Golino, Stephen Ashfield, Alessandro Bressanello, Rebecka Johnston, Toma Hrisztov, Christiana Aloneftis, Philipp Droste

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