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Entre silencios, ecos y soledad: Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005)
Muchas veces las narrativas que abordan la temática amorosa se enmascaran de otra cosa. En el caso de este western, que a las claras no lo es, el amor está presente, no hay duda alguna. ¿Es trágico? Sí. Pero también es real. En 2005, Ang Lee adaptó el relato homónimo de Annie Proulx, surgiendo así Brokeback Mountain, una película de poco más de dos horas de duración, con un guion y una fotografía soberbios, dos protagonistas magníficos rodeados por una naturaleza penetrante, tácita, silenciosa, abrumadora y solitaria. Parecería ser que, solo en los retirados picos verdes y nevados de las montañas, el amor entre dos hombres podía estar a salvo de las miradas y el rechazo de los otros.
La soledad sobrecoge a los personajes y al espectador, al igual que la naturaleza, en un espacio salvaje, libre, sin intervención del ser humano. Es allí donde Ennis y Jack van a encontrar un lugar donde pueden ser ellos mismo, donde pueden construirse como sujetos masculinos gays, sin riesgos, sin peligros, sin las miradas ajenas. En esa naturaleza que se muestra igual de inhóspita, agreste, hermosa y sublime, los protagonistas encontrarán paz y seguridad, en contrapartida con el verdadero mundo inhóspito: la civilización humana y su tendencia a la categorización y a la autodestrucción. Lee nos traslada a la América profunda de la década de los 60, 70 y 80, en el Sur de un país caracterizado por la discriminación sistemática del diferente, de todo aquel que salga de la norma establecida.
El “sueño americano” viene en decadencia, la tierra de la abundancia, la libertad, la igualdad y los derechos no es lo que parece. La muerte de Kennedy, la crisis de los misiles, la guerra de Vietnam, las revueltas por los derechos civiles de distintas minorías evidencian cómo esa América está atravesando por distintos cambios profundos, sobre todo en las grandes ciudades. Cambios que parecería que el mundo pastoril y campestre de la América profunda siguen de largo. Los valores heteronormativos y patriarcales continúan siendo los mismos, hay que casarse, tener hijos, trabajar e ir a la iglesia. Las minorías no son aceptadas, son repudiadas, odiadas e incluso asesinadas. Este es el panorama que vemos en Brokeback Mountain, donde la pobreza y la ignorancia son moneda corriente. Dos hombres juntos, en un rancho, no es una opción viable.
En este “terreno vedado” vamos conociendo, durante veinte años, a Ennis y a Jack, dos cowboys jóvenes y fuertes que necesitan subsistir mediante cualquier trabajo que puedan conseguir. Uno más pobre que el otro, en el amplio sentido del término, se cruzan y terminan en una montaña, aislados de la supuesta civilización y en medio de la barbarie. Ennis, en la ruina económica, sin apoyo familiar y con grandes problemas de comunicación, se muestra parco, solitario, encerrado en sí mismo. Hasta su postura evidencia la imposibilidad de expresar y construirse desde lo que siente y piensa. Incluso en el propio tono de voz y en la no vocalización se muestra esa imposibilidad de apropiarse de su voz como sujeto, reaccionando salvajemente cuando no encuentra otra forma de comunicarse. Jack, por el contrario, es más extrovertido, habla claro, su tono de voz es alto y risueño. Puede comunicarse y construirse con más soltura y es quien inicia esa comunicación sexoafectiva dentro de la carpa, y es eso mismo será lo que le costará la vida. Los colores de ambos personajes parecerían ir a tono con la propia personalidad. Jack siempre va vestido con colores vivos y brillantes, que hacen que sea visible al resto. Ennis generalmente viste en tonos monocromáticos, más apagados, que pasan inadvertidos, quizá como sus propios gustos e inclinaciones.
La agresión y la violencia son parte de un constructo de masculinidad que acompaña a la sociedad del momento. El hombre toma, pelea, trabajada duro, monta y busca mujeres para embarazar. El hombre se cría como hombre, como macho, de lo contrario terminará siendo marica, invertido, afeminado, queer. Esa construcción estructura al sujeto masculino desde una narrativa donde la sensibilidad no tiene cabida y los sentimientos no se comunican. Cada uno los procesa en soledad, no se comparten, menos aún, entre hombres. La incomunicación y la soledad son transportadas por la narrativa homosexual, evidenciando a dos sujetos cuya sensibilidad y representación está a medio camino de Hércules y Ganímedes, “un objeto híbrido, el cuerpo del hombre viril con la mente del efebo”, como sostiene Thomas Waugh en El tercer cuerpo: estructuras en la construcción del sujeto masculino en las películas narrativas gays. Sí, el hombre viril está presente en Ennis y Jack, independientemente de la inclinación sexual, aunque la sociedad no lo vea así.
La escena donde Ennis le cuenta a Jack cómo su padre lo lleva a él y a su hermano (nótese que la hermana queda fuera de esto) a ver el cuerpo de un hombre asesinado, al cual lo arrastraron del pene por “vivir” con otro hombre en un rancho… Ese momento evidencia justamente esa agresividad masculina, donde la homosexualidad no tiene cabida alguna. No solo es objeto de rechazo o juicio de valor peyorativo, sino que en la América de los años 60 era objeto de asesinato a manos de los verdaderos hombres que “limpian” los pueblos de ese tipo de gente. Esos prejuicios están en los cimientos de la sociedad, sobre todo de la América profunda y en el medio oeste, y se pueden ver en otros films como Los muchachos no lloran, de Kimberly Peirce, ambientada en Nebraska, estado vecino de Wyomin; o La historia de Matthew Shepard, de Roger Spottiswoode, que se ambienta en el propio Wyoming, el mismo estado de Brokeback Mountain, ¿casualidad, coincidencia o evidencia de la mentalidad de una cultura?
La escena del primer encuentro sexual de los protagonistas también hace alusión a esa masculinidad que se entremezcla en ese momento donde el sexo parece una especie de lucha animal salvaje. Es interesante cómo, luego del encuentro, ambos sostienen que no son queers, otorgándole ellos mismos ese tono despectivo y descalificativo. No, según la visión de la masculinidad que deben ostentar, no son y no pueden ser homosexuales, pero se encuentran en esos picos verdes y nevados durante veinte años. Es interesante la ambivalencia constante de los protagonistas, ese vaivén entre el-deber-ser y el-ser, ese desentenderse del término queer mientras hacen el amor en una carpa, en un hotel o simplemente mientras admiran la naturaleza. Estamos en una sociedad donde nominar y etiquetar es fundamental para diferenciar en todo sentido y eso adquiere una fuerza arrolladora que instaura patrones y roles. En palabras de Judith Butler en Cuerpos que importan, “los actos performativos son formas del habla que autorizan: la mayor parte de las expresiones performativas, por ejemplo, son enunciados que, al ser pronunciados, también realizan cierta acción y ejercen un poder vinculante” (2015, p. 316).
Ennis no puede acceder a los pedidos y deseos de Jack, no puede abandonar sus responsabilidades para irse juntos, no está bien visto y, seguramente, les genere problemas. El personaje no quiere aceptar lo que siente y en varias ocasiones lo evidencia reaccionando con violencia hacia los demás, hacia Jack o hacia sí mismo. Por otro lado, no puede evitar sentir lo que siente y aunque su masculinidad impuesta por una sociedad enajenante esté en peligro según los parámetros establecidos, continúa yendo a ese rincón único y libre donde puede respirar, donde puede comunicarse con el otro y consigo mismo. Jack, si bien mantiene las mismas apariencias, también se casa y tiene un hijo, se siente sofocado y escapa a otro país para poder satisfacer sus deseos naturales, estar con un objeto amoroso de su agrado: un hombre. Esa línea, que Jack cruza y que Ennis no, es lo que hace que Ennis se quede con una postal y una camisa ensangrentada del hombre al cual amó sincera y profundamente.
La escena del minuto 106, donde Jack le dice a Ennis Tell you what, we could have had a good life together, a real fuckin’ good life, muestra todo aquello que podría haber sido, pero que no fue. No fue porque la sociedad ignorante y prejuiciosa no deja espacio para aquello que salga de la norma, por eso es necesario vigilar y castigar, en palabras de Michel Foucault. Ennis se vigila y se castiga a sí mismo, no permitiéndose vivir su vida por miedo a la represalia o a la muerte, sin darse cuenta de que está muerto en vida y que sus esfuerzos son en vano, porque la muerte prematura llega igual. Jack, en cambio, es vigilado y castigado por esa sociedad hipócrita que no vive y no deja vivir, como no logra encauzar ni controlar sus deseos fuera de las fronteras de Brokeback Mountain, donde la civilización no puede penetrar, es golpeado, humillado, aplastado, asesinado. La sociedad disciplina al cuerpo gay, lo encauza, lo corrige, y si no puede, lo aniquila. Como sostiene Thomas Waugh “los desenlaces narrativos, lejos de celebrar la unión, imponen una separación, pérdida, desplazamiento, a veces la muerte”.
Lamentablemente, la narrativa de la película no permite un final feliz, no hay posibilidad de futuro para estos dos personajes y la soledad cae nuevamente como una sombra que todo lo engulle. Nadie en esa sociedad es feliz, ni los hombres, ni las mujeres, ni los heterosexuales, menos aún, los homosexuales. En ese desenlace fatídico, cruel, cobarde y nada civilizado que tres hombres por “mano” propia le dan a Jack en su afán de “corrección” del queer del pueblo, queda detalladamente claro: la escena de la muerte dura apenas unos segundos, pero es desgarradora e impactante. No se necesita mucho más que decir, la imagen habla por sí sola. Esa muerte prematura separa a dos hombres enamorados que nunca pudieron estar unidos más que en la naturaleza salvaje y “bárbara” de Brokeback Mountain. Parecería ser que solo lejos de la sociedad “civilizada” se puede ser uno mismo, sin miedo a las consecuencias.