Críticas

La esperanza del ascenso por el arte

El brutalista

The Brutalist. Brady Corbet. EUA, 2024.

El brutalista aficheLazlo Toth es un “reconocido” arquitecto judío que se exilia en Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial. Un millonario contrata sus servicios. La obra está en marcha, la imaginación se esparce por la agreste ladera de una importante localidad de Filadelfia. La apuesta por el sueño americano cobra magnitudes tentadoras. No será fácil, Lazlo deberá adaptarse a las veleidades del magnate y su familia.

El brutalismo alude a un estilo arquitectónico magnificente, básico en la composición de gigantescas estructuras que deparan lo grandioso; justa compensación de un minimalismo más adherido a lo personal que a lo artístico.

El judío resulta segregado, la tierra de las oportunidades lo margina, el conocimiento y la idoneidad profesional aportan esperanza, la cultura gesta fantasía, los fuertes estereotipos ilusionan. Guy Pearce y Adrien Brody se preparan para el Óscar.

La oculta batalla descompone sumisiones, oportunidad para fundir madejas complacientes al servicio del poder. El brutalismo acciona desde el símbolo, “olvidada” grandiosidad expuesta a la vista de un magnate entrometido, se ofrece a modo de compensación por la barbarie. Van Buren, especie de mecenas, impulsa la creatividad de Lazlo, reconocimiento de un estigma salvador, posibilidad de distinción que no autoriza el repudio. El arte, cual insignia de prestigio, se cuela en la vida de los ricos; tributo ante la muerte, rinde homenaje, alabanza disgregada que comporta el vacío de un afecto condicionado al interés. Van Buren exhibe su idea al mundo. Protocolo insustancial, sometido a veleidades, sufrirá amenazas presupuestales solapadas, aunque, en último término, el peso del artista continúa persistiendo. Cual heroica función, no exenta de precariedades, la labor de Lazlo se empecina, el intento busca compensar la sucesión de humillaciones propuestas por la vida.

El brutalista fotograma

Destaca la puesta en escena unida a una fotografía que da el tono a la circunstancia en los matices que armonizan el momento. Allí, las dimensiones del brutalismo afloran, lo monumental emula lo sarcástico; Van Buren tolera la indigencia en confines sociales autorizados. El pasado es opacado por la gestación de una obra en movimiento. Es el combate a la humillación absoluta; su perimido prestigio salva a Lazlo del pisoteo protegido por una línea muy delgada definida en la pose de los que siguen un estereotipo. Van Buren valora lo que valora su clase social: el arte de las personalidades reconocidas. Hecho el descubrimiento y, aunque el menosprecio es inevitable, se elude la limosna. La oportunidad es única para un reconocimiento que demanda esfuerzos. Por momentos, el ricachón derrapa en bromas ofensivas, la violación será el acto final.

El apellido Miller, y su conversión al catolicismo, pueden favorecer la estrategia de un inmigrante con hambre de éxito, su nombre judío rechina en la comunidad de oportunidades. Un arquitecto, reconocido en su patria, jerarquiza a los patrocinadores, los alienta en el convencimiento de su superioridad social. Los marginados estarán al servicio de los ricos.

La traición del sueño americano ofrece la mentira en la penumbra; primeras imágenes de una estatua de la libertad derrotada sobre el pavimento; los planos breves anuncian un arribo poco alentador. Lazlo se debate gentilmente ante amables prostitutas, luego sustituidas por inyecciones de heroína. Desde el inicio, reconocemos el esfuerzo por sostener una vida en el exilio.

El brutalista plano

La derrota protagoniza un hito transitorio, Van Buren rescata al arquitecto de los “escombros” de una ensoñación aferrada al cambio en la estadía.

La grandeza da la cara en sus dos vertientes: el dinero y el arte. Circunstancias derivadas de historias de vida enraizadas en el poder de la marginación, acicate para una compensación que intenta absorber inferioridades sentidas. Lazlo Tóth y Harrison Van Buren son dos caras de la misma moneda, figuras asimétricas sí, pero de naturaleza semejante, aunque con distintas derivaciones, uno padeció la marginación luego de ser un gran artista, el otro sorteó un episodio familiar de rechazo en la niñez.

La creación y la destrucción son pilares asimilables; Lazlo se esmera en la oportunidad que nunca llega y, cuando lo hace, se traduce en un profundo sometimiento encastrado en la fuerte presencia de exteriores. La zona de construcción es propiedad de Harrison. Los exteriores circundan lo que está en manos de otros. Lazlo es prisionero del capricho de una “acción benévola” típica de quien opera pensando en apropiarse de los demás para uso personal. Lo traumático inunda un periplo plagado de desaciertos que empañan la contingencia.

El brutalista escena

El filme no propaga demasiadas ideas, pero es contundente desde la grandiosidad de los escenarios que propone, en contraposición al pragmatismo austero que permanentemente intenta minar las intenciones simbólicas de ascenso social del arquitecto brutalista. La pulseada se entreteje en los espacios altos, la dimensión del crecimiento vertical motiva el sacrificio; el recorte de la paga es la agresión a un mundo concreto destinado a la promoción de sufrimiento vinculado a la marginalidad. La gran obra puede ser la salvación, catapulta hacia el reconocimiento por parte de una sociedad segregacionista.

La tolerancia se explica por el valor artístico, más no por el valor social. Dicotomía que impregna la cinta de principio a fin. Van Bruen y su familia aceptan por conveniencia; la faceta del reconocimiento social está basada en la apariencia, en el regodeo por la contratación de un oculto arquitecto de renombre. Es la importancia por la exclusividad, el alto vuelo de los ricos se pavonea, mientras los recortes presupuestales hieren el proyecto de Lazlo; unos luchan por el control de la economía, otros por una estética en defensa de la dignidad.

Una fórmula interesante asigna la muerte en un movimiento de cámara que registra la cruz sobre una estructura con forma de lápida, el movimiento asciende; el tilt up encuentra el mismo símbolo en el techo dentro de una formación semejante a una caja cuadrada. La música acompaña la tragedia, mientras las ideas de tumba, féretro y ascenso a los cielos aparecen bien definidas en contraposición a la consagración de la obra y su autor en el tiempo. El destino desconocido de un hombre se suma a la vigencia y reconocimiento tan ansiados en la creación que perdura. La historia recupera la dignidad ante la muerte, el brutalista podrá descansar en paz.

Fuerte crítica a la tierra de las oportunidades en tiempos de postguerra. Las clases altas regulan posibilidades en función de intereses y prejuicios. Se sientan las bases para un reconocimiento que restringe libertades, el éxito depende de una partida con muchas piezas en juego

 

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Ficha técnica:

El brutalista (The Brutalist),  EUA, 2024.

Dirección: Brady Corbet
Duración: 215 minutos
Guion: Brady Corbet, Mona Fastvold
Producción: Coproducción Estados Unidos-Reino Unido; Brookstreet Pictures, Carte Blanche, Andrew Lauren Productions (ALP), Intake Films, Killer Films, Yellow Bear Films, Protagonist, Three Six Zero Group, Proton Cinema. Distribuidora: Focus Features, A24
Fotografía: Lol Crawley
Música: Daniel Blumberg
Reparto: Adrien Brody, Felicity Jones, Guy Pearce, Joe Alwyn, Raffey Cassidi, Stacy Martin, Isaach de Bankole, Alessandro Nivola, Emma Laird, Jonathan Hyde, Jaymes Butler, Peter Polycarpou, Jeremy Wheleer

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