Críticas
Palabras, palabras, palabras...
Hamlet
Laurence Olivier. Reino Unido, 1948.
Hamlet es, sin duda, una de las obras más importantes de la literatura universal, y una de las piezas teatrales más recordadas de William Shakespeare, el escritor más influyente de todo el mundo anglosajón. No es extraño, por tanto, que el cine se haya interesado por esta tragedia en numerosas ocasiones. La trasposición que hoy hemos convocado en estas líneas no es la primera, ni mucho menos, pero sí una de las más prestigiosas y conseguidas, y la que, en cierto modo, ha marcado el camino posterior para todas las trasposiciones de Shakespeare. Detrás de las cámaras de esa adaptación –y delante, pues se reserva el papel protagonista– se encuentra uno de los más grandes actores británicos de todos los tiempos, Sir Laurence Olivier, que desplegó sus dotes interpretativas tanto en el cine como en el teatro. Aunque tan solo dirigió cinco películas a lo largo de su dilatada carrera, las tres primeras estaban basadas en textos de Shakespeare: Enrique V (Henry V, 1944), Hamlet (1948) y Ricardo III (Richard III, 1955).
Que Shakespeare es casi un género cinematográfico es algo que ya vimos en su momento, en el artículo “‘Jesús, las cosas que hemos visto’: Shakespeare en el cine”, por lo que ahora nos centraremos en Olivier y en las distintas adaptaciones que se han llevado a la pantalla de la tragedia del príncipe de Dinamarca. Acaba de estrenarse Mi semana con Marilyn (My Week with Marilyn, Simon Curtis, 2011), en la que Kenneth Branagh interpreta a Olivier. No deja de ser curioso, ya que Branagh y Olivier comparten muchos puntos en común. Es un interesante juego de espejos, porque, en efecto, nadie mejor que Branagh para hacer de Olivier, con el que se le ha comparado en tantas ocasiones.
Hamlet no es solo una tragedia de la venganza, sino la gran tragedia de la duda, ya que Hamlet es más un héroe de la palabra que un héroe de la acción. Hay extremos que no podemos resolver, como la propia locura de Hamlet o la implicación de Gertrude en el asesinato de Hamlet padre, por eso no es casualidad que muchos críticos se hayan referido a Hamlet como la “Mona Lisa” de la literatura moderna. Olivier recreó un Hamlet con claros tintes edípicos, con lo que enlazaba la tragedia isabelina con la tragedia clásica sofoclea. Lo más llamativo es que Olivier rueda su película en interiores –salvo la muerte de Ofelia, inspirada directamente en el cuadro de Millais– y prescinde de tres personajes, Fortimbrás, príncipe de Noruega, y Rosencrantz y Guildenstern, amigos de Hamlet, lo que le costó, en el momento del estreno, duras críticas, pero le permitió aligerar el metraje y dejarlo en dos horas y media.
Lo bueno de los grandes clásicos de la literatura es que siguen despertando nuestro interés, y eso es lo que le pasa a un personaje como Hamlet, que se ve envuelto en una difícil situación: Gertrudis (Eileen Herlie), madre de Hamlet, acaba de casarse con Claudio (Basil Sydney), su cuñado, poco después de la muerte de su esposo. Olivier encarna a un Hamlet permanentemente de luto y apesadumbrado por la muerte de su padre, cuyo espectro se le aparece y le dice que su muerte no fue fortuita, sino un asesinato cometido por Claudio. Hamlet finge primero su locura y posteriormente enloquece (o casi), provocando el caos a su alrededor, ya que, cuando trata de vengarse, provoca la muerte de Polonio (Feliz Aylmer), la locura de Ofelia (Jean Simmons) y el ansia de venganza de Laertes (Terence Morgan).
En cierto modo, Laertes y Hamlet son personajes similares, ya que a ambos les mueve el deseo de venganza, si bien la forma en que asumen esa tarea es bien distinta. Laertes es un vengador cegado por la ira, en tanto que Hamlet quiere estar seguro de que es verdad cuanto le ha contado el espectro, de ahí que urda una trama para asegurarse: representar frente a la corte La muerte de Gonzago, en un brillante ejercicio de teatro dentro del teatro, para ver la reacción de Claudio.
Olivier emplea flashbacks para el relato de ciertos hechos y transforma algunos de los soliloquios de Hamlet en monólogos interiores que el personaje no pronuncia, tan solo piensa –en esto se diferencia de las adaptaciones modernas–. La corte de Elsinore, un tenebroso castillo junto a un acantilado, deviene un hortus conclusus o jardín cerrado, una auténtica cárcel, como afirma el propio protagonista. Aunque no hay en el Hamlet de Shakespeare una lectura edípica en clave freudiana, es un concepto que explota convenientemente Olivier, ya que el príncipe se muestra muy distante con Ofelia pero manifiesta por Gertrude un amor algo más que filial –la besa en los labios en distintos momentos del film–.
Ha habido otras adaptaciones de Hamlet muy estimables, como la de Grigori Kozintsev (1964), en clave existencialista; la de Franco Zeffirelli (1990), que sigue de cerca la de Olivier; o la de Kenneth Branagh (1996), que trasladó la acción a una Dinamarca que parece la Rusia zarista pero respetó el texto íntegro –cuatro horas de duración–; ahora bien, lo que no podemos negarle a Sir Laurence Olivier es el hecho de que prácticamente “se inventó” al personaje de Hamlet para el cine. No es poco, desde luego.
Premios: ganadora de 4 Oscar: Mejor Película, Mejor Actor (Laurence Olivier), Mejor Dirección Artística (B/N) y Mejor Vestuario (B/N); ganadora de un BAFTA a la Mejor Película; ganadora de dos Globos de Oro: Mejor Película Extranjera y Mejor Actor (Laurence Olivier); ganadora del León de Oro y de la Copa Volpi a la Mejor Actriz (Jean Simmons) en el Festival de Venecia.
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Trailer:
Ficha técnica:
Hamlet , Reino Unido, 1948.Dirección: Laurence Olivier
Guion: Laurence Olivier, según la obra de William Shakespeare
Producción: Reginald Beck, Anthony Bushell y Herbert Smith
Fotografía: Desmond Dickinson
Música: William Walton
Reparto: Laurence Olivier, Jean Simmons, Basil Sydney, Eileen Herlie, Norman Wooland, Felix Aylmer, Terence Morgan, Anthony Quayle, Stanley Holloway, Peter Cushing, Christopher Lee
Maravillosa e inolvidable
Lo digo hoy, 1 de octubre en que terminó de ver la versión de 1990 de F. Zeffirelli. Ambas para no olvidar. Pero la de Olivier… una genialidad que el tiempo no opacó.