Cinevirus
Al mal tiempo, cine de sofá
Terror mefistofélico, drama erótico adolescente, comedia negra de serie B y romanticismo en cuatro películas. Si las puertas siguen cerradas, que la cultura entre por la ventana.
Hereditary, Ari Aster, EUA, 2018
Un chico joven conduce por una carretera desértica y poco iluminada en plena noche. Maneja de forma alterada y con el pie ahogado en el acelerador. La hermana pequeña va en el asiento de atrás, luchando por su vida, pues una terrible asfixia, debida a una alergia, la está dejando sin oxígeno. Mientras sigue retorciéndose en el asiento, se las apaña para bajar la ventanilla y sacar la cabeza por la ventana. En ese momento, su hermano, con ímpetu de llegar al hospital lo más rápido posible, atisba algo parecido a un animal tirado en medio del asfalto y gira violentamente el volante hasta bordear la carretera. En ese preciso instante, la hermana ve cómo se le aproxima un poste hacía su cabeza a la velocidad del rayo. Se escucha un fuerte golpe… ¡freno en seco! El joven hace el amago de mirar por el retrovisor, pero no se atreve. Donde antes había planos rápidos y un ritmo musical que golpeaba tu estómago, ahora reina el silencio y la calma nocturna. Algo horrible ha ocurrido. El joven llega a casa en estado de shock. Su mente no le deja digerir lo que ha ocurrido hace unos momentos y lo mantiene aletargado. Se acuesta en su cama. La cámara lo mantiene fijo en un primer plano sin abandonar ni un segundo su conmocionado rostro. Por supuesto, el joven se mantiene en vilo. Por la mañana, escuchamos que la madre le dice a su marido que va a coger el coche para ir a comprar. Segundos más tarde, un exasperante grito de llanto y dolor resuena en toda la casa. La madre ha abierto el coche. Ari Aster no ha mostrado nada y lo ha dicho todo.
Ver Hereditary es cabalgar con la inquietud. Es una de las mejores películas de terror de la década, quizás, la mejor. No solo estamos hablando de las peripecias creativas de un autor, sino también de una ejecución milimétrica y precisa. Los retorcidos entresijos familiares son la costura que mantiene como estandarte este filme tan imprescindible para los amantes del terror como para cualquiera que profese amor por el cine. A oídos del diablo llegó que su género estaba moribundo, entonces cedió su batuta a un joven llamado Ari Aster y nos obligó a ver el mismísimo infierno en la tierra.
Dreamers (Soñadores), Bernardo Bertolucci, Reino Unido, 2003
Los años sesenta están a punto de culminar, y como buen cazador, Bertulocci coloca su mirada en Francia, más concretamente en el París de 1968, momento en el que la capital parisina estaba a punto de hacer historia. Un joven americano acaba de llegar. Es un fanático del cine, uno de esos que, pese a su edad, quedas sorprendido por la cantidad de cultura cinéfila que guarda a sus espaldas. En una manifestación contra el cierre de la Cinémathèque conoce a dos hermanos, Isabelle y Theo; unos mellizos veinteañeros con la misma saciedad cinematográfica que Matthew, pero mucho menos introvertidos y con una moral libertina tan destacable como discutible. Sus padres viven en una casa enorme, en el centro de París, pues su padre es un famoso escritor. Cuando se van a pasar unos días fuera de la ciudad, Theo e Isabelle invitan al tímido Mathew a que se instale unos días y convivan juntos.
Bertulocci mantiene como telón de fondo el Mayo del 68. Su mirada no es histórica ni comprometida, sin embargo, sí que hace respirar a sus personajes el espíritu de la época. Los tres jóvenes se desviven tanto por el cine que cuando incurren en las salas se ponen en primera fila, según ellos, para que les lleguen antes las imágenes a la retina. Pero ese romanticismo alberga a su vez la crítica del autor; son jóvenes ajenos a la realidad, que constantemente ven películas, idealizan personajes, incluso, imitan sus escenas predilectas. Deciden cruzar corriendo el Louvre en un tiempo récord, rememorando la película Bande à part, de Godard. Pese a todo ello, resultan niños aburguesados que, cuando la calle más los necesita, se quedan recluidos en casa, jugando a extravagantes acertijos erótico-sexuales. No saben cocinar, necesitan un talón de sus padres para sobrevivir económicamente y mantienen conversaciones sobre la revolución maoísta, mientras están tumbados en la cama bebiendo vinos caros.
Una noche, un adoquín rompe una de las ventanas de la vivienda, se escucha el bullicio de la gente en la calle; ha estallado la revolución. Isabelle, poéticamente, dice: “La calle ha entrado por la ventana”. ¿Será suficiente para despertar a estos soñadores?
One Cut of the Dead, Shinichirô Ueda, Japón, 2018
Si vuestro prejuicio os dice que One Cut of the Dead suena a película cutre de zombis, hacedle caso, pues no se equivoca. Pero si vuestro prejuicio insiste en que ya lo habéis visto todo acerca del género y que ya habéis caminado suficiente por esos senderos, lo siento, no podéis estar más equivocados. ¿Y si os dijera que fue la película más ovacionada del festival de Sitges de 2018?
Nos encontramos en una enorme fábrica abandonada. Dos chavales jóvenes sin muchas dotes interpretativas están dándolo todo en pleno rodaje de una película de zombis. El director, que tiene una mala hostia sin precedentes, no ve con buenos ojos las actuaciones y monta en cólera. Mientras la maquilladora les da un poco de agua en un descanso, les cuenta una horrible historia que ocurrió hace años en esa misma fábrica. Unos ruidos emergen del exterior y, sin comerlo ni beberlo, un auténtico apocalipsis zombi irrumpe en la película. Mucha atención (no os podéis imaginar hasta que punto) a los sonidos, muecas de los actores y silencios, porque esa primera introducción, perfectamente filmada en un solo plano secuencia, es la conexión directa con el resto del filme.
La Teoría del Autor, escrita por Sarris, apoyaba la idea de Bazin y Astruc, entre otros, de que el director era el único responsable y cabeza visible de un filme, frente a otros críticos y cineastas que argumentaban que el resultado final de una obra cinematográfica constaba de muchas personas que apenas podían verse, pero que eran igual de importantes que el director. Ueda homenajea a todas esas personas que viven en la sombra cinematográfica, aquellas en las que uno se levanta del asiento en cuanto aparecen sus nombres después del fundido a negro final. A todas aquellas involucradas en el sacrificio de hacer una película. Es un monumento humano (literal) a todos ellos.
One Cut of the Dead lo tiene absolutamente todo: sangre, acción, persecuciones y muchísima diversión. Y lo más impresionante es que todo ello confluye en un metalenguaje audiovisual que rompe la cuarta pared con un talento y una inteligencia nunca vistas en este tipo de género. Para culminar, una fotografía familiar y una sonrisa muestran la humildad que se esconde en esta maravillosa historia. Película destinada a convertirse en un clásico del cine de culto. No dejemos que el tiempo entierre esta joya y démosle entre todos el lugar que se merece; entre las más grandes.
Lo que queda del día (The Remains of the Day), 1993
Película a reivindicar. Tuvo la mala suerte de enfrentarse a un Steven Spielberg en pleno apogeo creativo, que en 1993 estrenaba La lista de Schindler, arrasando con los premios Oscar. Esto hizo que el filme de James Ivory, pese a su moderada popularidad, quedase relegado a las sombras tras ocho nominaciones. Cuestión de mala suerte.
La historia presente nos descubre a Stevens, un mayordomo de una talla profesional sin parangón, en su viaje por Inglaterra para intentar emendar un error de su pasado, un pasado que vivió entre las paredes de la gran mansión Darlington Hall veinte años atrás. La película se establecerá en esa época durante gran parte del metraje, pues es donde Stevens sirvió como empleado a un aristócrata británico de gran influencia para el futuro de Europa. En esos agitados días, se incorpora como ama de llaves la señorita Kenton, una mujer hermosa y de carácter que hará que la vida de Stevens tome un nuevo rumbo.
Pero no habría historia por mucho carácter que tuviese la señorita Kenton si el señor Stevens no fuese un hombre de carácter férreo, extremadamente racional y con una personalidad que imposibilita la idea de penetrar en él, aunque solo fuera atisbar una pizca de sus sentimientos más profundos; pues su armadura es fuerte e infranqueable. La historia de amor es tan hermosa como sutil, y todo esto lo pone de manifiesto una escena preciosa en el que el inflexible Stevens lee un libro en su habitación mientras disfruta de su tiempo libre. La señorita Kenton entra y le pilla leyendo el libro. ¿De qué libro se trata?, se pregunta ella. Stevens titubea con el interrogatorio y evita responder. Al final, la señora Kenton lo acorrala (literalmente) en una esquina y le separa los dedos para leer el título. ¿El señor Stevens leyendo una novela sobre una historia de amor apasionada? El lado más sentimental y profundo del obstinado mayordomo queda al descubierto.
Quizás, todo pueda resumirse en una historia de amor en la que el protagonista se da cuenta, gracias a una mujer, de que no vive en unas paredes de una mansión, sino de una prisión, una prisión que le impide realizar una vida propia; sin subjetividad, acatando órdenes sin oponer resistencia mientras reprime sus verdaderos sentimientos. Un hombre que va en busca de enmendar sus errores, pues decide tomarse unos días libres y emprender un viaje por carretera para reencontrarse, años más tarde, con la señorita Kenton.
Las grandes obras del cine convencional coinciden en algo: una historia hermosa, personajes complejos en el aspecto emocional, un simbolismo que debe atravesar la pantalla con su significado, actores en estado de gracia y un guion pulcro y exquisito. Lo que queda día cumple a todos los niveles. Es una obra tan equilibrada y rica en matices que podría ser digna de estudio por las universidades de cine. Hermosísima y triste historia de amor.