Reseñas de festivales 

AninA

aninaAlfredo Soderguit ya había ilustrado la novela de Sergio López Suárez, en la que se basa AninA, el primer largometraje animado uruguayo, que destaca por sus bajos costos de producción y la frescura de su propuesta, al exponer la experiencia de una niña de edad escolar que sufre las burlas de sus compañeros, debido a su nombre y apellidos palíndromos: Anina Yatay Salas.

En realidad, lo del juego de palabras es solo un pretexto para mostrarle a los más chicos cómo superar algunos ejemplos que dan los adultos y que no están tan buenos. Como el nombre de Anina, todo tiene su juego de espejos. La maestra bondadosa tiene como contrapuesta a otra  más severa e injusta. Las vecinas que cotillean sobre la vida de los otros tienen como contrapartida a los padres de Anina, que entre juego y juego van explicándole a la niña por qué senderos debe recorrer el camino de la infancia. Por supuesto que entre los chicos también habrá los respectivos confrontamientos, por lo que entre la amiga y la enemiga de Anina se tenderán algunos lazos que en una primera instancia serán conflictivos, pero gracias a una prueba a la que las somete la directora del colegio, se establecerá una larga espera que servirá para poner las cosas en su lugar.

Esa espera será el momento de tensión del filme, una especie de suspenso, que será aliviado por las experiencias cotidianas que vive Anina y que transmite no sólo como su rutina, sino también como una identidad local, que nos hablará de los entornos y las costumbres uruguayas. Y lo hará a través de dibujos muy coloridos, casi planos, con juego de luces y sombras para subrayar los momentos de tensión y el estado anímico de los protagonistas, con locaciones cotidianas, donde no hay teléfonos móviles ni ordenadores. En realidad, ni siquiera se echan de menos.

Hay también un discurso de fondo sobre la educación, entre una modalidad tradicional, a la que se le debe aquella terrible frase de “la letra con sangre entra” y a la que Soderguit le dedica algunos planos inspirados en The Wall (Alan Parker, 1982), y otra más moderna y comprensible, que viene de la mano de la comunicación y la paciencia, que se apoya más en las líneas de diálogos que en los dibujos. Es una grata sorpresa ver cómo el cine uruguayo va conquistando nuevos formatos y posibilidades para seguir dándose a conocer fuera de sus fronteras.

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