Críticas
Stop motion como simulacro
Anomalisa
Charlie Kaufman y Duke Johnson. EUA, 2015.
La semilla que dio vida a Anomalisa tiene su origen en una ficción sonora que Charlie Kaufman creó en 2005, dentro del contexto de un proyecto de Carter Burwell, que consistía en la lectura del guion por parte de tres actores en un escenario, acompañados por música y efectos sonoros. Varios años después, Dino Stamatopoulos leyó dicho guion y no solo consiguió convencer a Kaufman para materializar aquella idea, sino que además se hizo cargo de encontrar los fondos necesarios para llevarla a cabo, incluso a través de una campaña de mecenazgo online que congregó a más de 5500 patrocinadores.
Kaufman, reconocido guionista que destaca por su gran creatividad, ha dado vida a siete guiones para largometrajes entre los que figuran Cómo ser John Malkovich (Spike Jonze, 1999), ¡Olvídate de mí! (Michel Gondry, 2004) y Confesiones de una mente peligrosa (George Clooney, 2002), y ha colaborado para diversas series de televisión. En 2008 debutó en la dirección con Synechdoche, New York y ahora presenta su segundo largometraje en el que comparte la labor de dirección con Duke Johnson, quien aporta su experiencia con la animación, tras haber trabajado en las series de televisión Moral Orel (2008) y Mary Sahally´s Frankenhole (2010-2012) y haber realizado el cortometraje Beforel Orel: Trust (2012).
Michel Stone es un padre de familia y una importante figura dentro del mundillo de la industria de la atención al cliente, autor de libros que tratan sobre la corporación empresarial. Durante un viaje en avión a Cincinnati donde acude para dar una ponencia, resuenan en su cabeza las palabras que su ex novia le escribió en una carta. Este solo será el comienzo de un viaje interior que perseguirá a Michel la noche antes a su seminario. El rencuentro con su ex novia y el descubrimiento de una mujer llamada Lisa que representará una voz nueva, casi milagrosa, serán los puntos de inflexión que marcarán el devenir de Michel, no solo de esa noche sin fin, sino de su futuro inmediato.
Anomalisa tiene mucho de excepcional. Estamos ante una cinta absolutamente humanista que no está interpretada por actores reales. Son marionetas las que representan la condición humana y abordan problemas que el cine ha tratado en numerosas ocasiones, cuestiones trascendentales que intentan dilucidar el significado pleno de la idiosincrasia del ser humano. Reflexiones acerca de lo que nos diferencia a unos individuos de otros y nos hace especiales o sobre el complejo sentimiento del dolor dentro de la existencia. Kaufman recupera preguntas en el aire que ya aparecían en Synechdoche, New York, relacionadas con la imposibilidad de amar a otros cuando uno no se ama a sí mismo o el por qué queremos más a unas personas que a otras.
La elección de utilizar el stop-motion se presenta como la necesidad de pensar con cierta distancia los problemas del ser humano, como si al asignárselos a marionetas que son tan solo prototipos humanoides, pudiéramos dejar a un lado la visión solipsista y bajo esa desemejanza identificativa, contemplar mejor dichos interrogantes. La paradoja encuentra su sentido en el momento en el que somos conscientes de que la utilización de la animación en este contexto funciona como el mecanismo de un reloj, cuando asistimos a determinados pasajes de la película en que la representación de lo humano resulta menos impostado que muchas escenografías llevadas a cabo por actores reales. Ejemplo de esto es la escena en que Michel mantiene una relación íntima con una mujer. Es casi imposible recordar una escena similar que defina tan bien cómo ocurre un primer encuentro amoroso entre dos personas en la que el carácter íntimo que emerge sea tan palpable.
La imagen de estas marionetas es hiperrealista. No solo existe máximo mimo en la gestualidad que imprimen sus emociones, sino en cada uno de los detalles del escaparate en el que se mueven los personajes. El escenario que describe Anomalisa es el mundo interior de Michel, una realidad gris y monótona, tan solo decorada por los reconocimientos a su yo profesional, como si ese éxito conseguido debiera obnubilar el resto de su vida. Todo a su alrededor parece ir en la dirección correcta, pero hay algo dentro de él que le impide ser feliz. La habitación de un hotel se convierte en un reducto circunstancial que permite a Michel preguntarse a sí mismo cómo se encuentra. La necesidad de amar y ser amado no siempre cumple con los términos preestablecidos. Una voz nueva, que nada tiene que ver con su anodino entorno, recala en la complejidad de las relaciones humanas y aparece como un estallido de ilusión. No todo en el filme pretende ser realista, también hay un espacio para las ensoñaciones llenas de angustia en las que las cualidades humanas de Michel se desquebrajan, cuando los miedos le persiguen por los pasillos del hotel. Todo reincide en la imposibilidad de ser feliz.
En definitiva, Anomalisa plantea algo tan mundano y a la vez profundo como una crisis existencial. En este sentido, comparte con filmes como Lost in Translation (Sofia Coppola, 2003) o Bird People (Pascale Ferran, 2014) la necesidad impetuosa de cambio, de encontrar una vía de escape que detone los cimientos que han establecido el rumbo de la existencia que rodea al personaje. Ese mecanismo que da la cara cuando todo dentro de uno ya no se identifica con el contexto en el que está sumido.
Anomalisa sigue la estela sobre la búsqueda personal como eje central del trabajo que ha desarrollado Kaufman a lo largo de toda su filmografía y aunque mantiene muchas señas de identidad como el tipo de humor y una puntual incursión surrealista, estamos ante su trabajo técnicamente menos convencional y más complejo, que a su vez destaca por una trama sencilla que se aleja de las alambicadas estructuras de sus anteriores guiones.
Ficha técnica:
Anomalisa , EUA, 2015.Dirección: Charlie Kaufman y Duke Johnson
Guion: Charlie Kaufman, Dan Harmon
Producción: Starburns Industries
Música: Carter Burwell