Críticas

Campos inundados de sueños rotos

Arroz amargo

Riso amaro. Giuseppe de Santis. Italia, 1949.

Póster de Arroz amargoArroz amargo (Giuseppe de Santis) es una gran película dentro un contexto de películas enormes, legendarias, que pusieron los cimientos a gran parte del cine posterior y la forma de entender el arte de rodar películas. El cine de posguerra italiano, lo que se ha denominado neorrealismo, dejó una cantidad de joyas incuestionables que han influenciado a varias generaciones de cineastas, atrapados por la pureza de una visión cercana y aparentemente simple, de peripecias y gente pequeña viviendo el día a día.

Quizá el tiempo ha dejado Arroz amargo, la obra maestra de Giuseppe de Santis, un tanto en segundo plano. No es una película tan reivindicada como otros ilustres ejemplos generacionales, como Ladrón de bicicletas (Vittorio da Sica, 1948) o Roma, ciudad abierta (Roberto Rossellini, 1945) , por citar dos celebradas obras italianas de posguerra. Sin embargo, en su momento llegó a estar nominada al Oscar a la mejor historia el año de su estreno, y sus particularidades convierten esta interesante mezcla de géneros en una pieza única dentro del movimiento.

La película de De Santis navega por diferentes mareas en una historia que va del retrato costumbrista a la trama criminal, con fuertes aires de melodrama y poderosa presencia femenina. El foco se centra en la rutina de la jornaleras que migran en masa al valle del Po para cultivar el arroz. En ese sentido, Arroz amargo entra dentro de los cánones del neorrealismo, entre el retrato costumbrista y la crítica social, espejo de una sociedad en construcción. El cine se convirtió, en cierto modo, en la voz de aquellos que más sufrieron las consecuencias del conflicto, personas que se conforman con la supervivencia, enmarcados en vidas con gran cantidad de pesares y escasas victorias.

Pero De Santis marca las diferencias desde el comienzo de la obra. Bien es cierto que en esos primeros instantes vemos lo que será constante en toda la filmación, una cámara curiosa y reveladora, que recorre casi uno por uno los rostros de desconocidos, promesa de las historias que cada uno de ellos esconde. Pero pronto aparece el elemento criminal, el punto que será el disparador de la trama, de personajes turbios y amorales encarnados en un Vittorio Gassman encantado con el seductor delincuente al que interpreta.

Silvana Mangano en Arroz amargo

Si bien Gassman es el detonante, no cabe ninguna duda de que las grandes protagonistas de la turbulenta historia de amor y engaño que perpetran De Santis y su equipo son ellas, los fascinantes papeles femeninos. Pasiones y desengaños conforman el viaje interior de dos mujeres enfrentadas por las circunstancias, camino tortuoso que conlleva la toma de contacto con la realidad, dura como un puñetazo.

Entre medias de este cruce de amor belicoso, de Santis no se olvida del conjunto, y roza en ocasiones el documental. La vida de mujeres que renuncian a mucho por un trabajo poco agradecido, apiñadas en barracones mientras dura la temporada, fluye con la rutina, que conlleva sus propios ritos y conflictos. Los espectadores observamos  cómo se conforma un minúsculo universo, con reglas propias, de solidaridad y lucha a pesar de que, en el fondo, no dejan de ser un puñado de desconocidas.

Pequeñas historias que de Santis atisba en caras, momentos, sutil, íntimo y cuidadoso al introducirse de forma tan visceral en la dureza del trabajo diario, la monotonía, esperando un mañana mejor, algo de justicia para existencias desbaratadas. De Santis, con muy poco, justifica a sus mujeres, les da sentido individual con pequeños detalles, y conforma el cosmos único que llega a ser el escenario perfecto para los acontecimientos que llegan a su eclosión en los tensos momentos finales de la película.

Silvana Mangano en Arroz amargo

La habilidad de de Santis para conjugar los distintos tonos de la película dejan para el recuerdo el perfecto equilibrio entre intenciones, la maestría de un director con ideas claras y herramientas de primer orden. De la luminosidad de los campos de arroz a la sórdida y tenue luz de la nocturnidad perversa en la que se escabulle el criminal, cada pieza encaja a la perfección en la identidad visual indiscutible de Arroz amargo. 

Pero, como comentaba, la función sería muy distinta sin la aportación de las dos protagonistas, encarnadas por Silvana Mangano y Doris Dowling. Dos mujeres diametralmente opuestas, que se mueven entre el intento de comprensión mutua y el enfrentamiento directo. Rota y escéptica una, pasional e ingenua su oponente, la combinación de caracteres es motivo de tensión, la cuerda que se tensa hasta el dramático desenlace de la película, con ese punto despiadado que, en ocasiones, reflejaba el cine de este imprescindible movimiento italiano.

Pero, sin duda, la que se lleva la palma es Silvana Mangano, fascinante en su papel repleto de contradicciones humanas, tan libre como atrapada en su propia vida, tan ávida de sentir emociones que pierde el control. La voluptuosidad con la que Mangano defiende su rol es ya parte del cine, muestra de inusitado erotismo para la época, todo movimiento y sugerencia. El director, en otra de las mutaciones de la propia película, aprovecha el potencial exuberante de Mangano para dar rienda suelta a la pura energía cinética de bailes desenfrenados, en los que el swing rompe las reglas de la banda sonora y el montaje se torna tan frenético como los movimientos de la protagonista.

El éxtasis de juventud en el entorno triste y gris de eternas perdedoras, la bailarina sonriente se aferra a sueños de lugares lejanos y aventuras, pero la sonrisa se borra poco a poco, en cada escena, tras los encuentros dolorosos con el muro impenetrable de la realidad.

En los encharcados campos de arroz, los sueños se ahogan.

Clásico a redescubrir, Arroz amargo es pieza indispensable de proporciones, en los que prima el melodrama, pero cuyos elementos diferenciadores impiden que caigan en los excesos lacrimógenos del género, apoyado en fabulosos elementos de serie negra y la estampa realista armada de cierta crítica social.

De esas películas que hacen amar el cine, imposible no amar Arroz amargo. 

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Ficha técnica:

Arroz amargo (Riso amaro),  Italia, 1949.

Dirección: Giuseppe de Santis
Duración: 108 minutos
Guion: Carlo Lizzani, Gianni Puccini, Giuseppe de Santis, Corrado Álvaro, Ivo Perilli
Producción: Lux Film
Fotografía: Otello Martelli
Música: Goffredo Petrassi
Reparto: ilvana Mangano, Vittorio Gassman, Doris Dowling, Raf Vallone

Una respuesta a «Arroz amargo»

  1. El cine que hacia pensar. El cine del entretenimiento intelectual. La joya que la Europa de post guerra, sembro para germinar la conciencia humana. Sus imagenes que brotaban las utopias de un mañana. Hoy todo oscurecio en la mediocridad de la existencia. Por siempre el SEPTIMO ARTE

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