Festivales
BAFICI 2022 – Competencia internacional
Vanguardia y Género
La última edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine (Bafici) arroja números que develan el regreso a las salas, el beneficio del cambio de sede y la necesidad de un público por volver a una cierta normalidad. Más de 380 mil personas disfrutaron de una cartelera con 290 películas, programadas en 450 funciones y respaldadas por más numerosas actividades especiales en 15 sedes. Todo un logro, si tenemos en cuenta que en 2020 el festival debió suspenderse y en 2021 se llevó a cabo de manera virtual.
La intención del cambio de sede obedeció a la necesidad de devolverle a la calle Corrientes (la que nunca duerme) el brillo que alguna vez tuvo. Allí se concentran librerías, teatros, pizzerías, bares… y las salas cinematográficas, que entre los años 60 y 70 tuvieron su época dorada y hoy, algunas, las que aún se resisten a la desaparición, tratando de salvaguardar la historia cinéfila de Buenos Aires, ofrecieron sus espacios como sedes del festival. Que el motor del evento hubiera estado ubicado en el Centro Cultural San Martín fue todo un gesto.
La Competencia Oficial Internacional presentó 31 películas de 19 países, entre cortos y largos, con gran presencia del cine argentino. La Competencia Vanguardia y Género regresó con 28 películas procedentes de 21 países, con amplia mayoría de filmes latinoamericanos.
Hemos encontrado constantes en los temas tratados, como pasa casi siempre, solo que en esta oportunidad es el cine (o su entorno) el que está presente en varias de las opciones ofrecidas este año. El caso más literal es el Last Film Show (Pan Nalin, 2021). El cine indio suele brindarnos maravillosas historias protagonizadas por niños. Samay, personaje autobiográfico, descubre el cine alrededor de los nueve años. Queda prendado del haz que se desprende del proyector y se posa en la pantalla. Su padre lo ha llevado al cine, advirtiéndole que será la única vez que lo haga. Sus vidas transcurren alejadas de la gran ciudad, en un pueblo que vive al pulso del horario ferroviario. Las vías, el tren, los pasajeros… ya son parte fundacional de la cinematografía. Encontramos en la película de Pan Nalin la presencia de esos elementos cinematográficos en el entorno de Samay y su pandilla. La desobediencia familiar va aunada al afán de aprender a utilizar el proyector, así que en lugar de ir a la escuela, el niño asiste cada día a la sala donde un hombre joven lo entrena.
La historia se va desenvolviendo entre reprimendas, intereses locales y el descubrimiento de la luz a través de los vidrios de colores. El juego con los reflejos, la distorsión de las formas, las tonalidades que adquieren los cristales con la luz y una serie de guiños cinematográficos brindan el aspecto formal con que el autor atrapa al espectador. Mucho más que la aventura de un niño contra los adultos, para imponer su propia sala de proyección. Podemos pensar que, gracias a Samay, el cine triunfa… hasta que vemos a un grupo de mujeres reunidas, que gesticulan con sus brazos cubiertos de pulseras multicolores, como parte del homenaje que Nalin realiza al cine. ¿Parece una idea inconexa? No sabemos qué opinarán otros espectadores, esas últimas imágenes, los nombres de realizadores notables sobreimpresos en la pantalla y la música alegre parecen expresar un sentimiento positivo, muy distinto al del espectador, que desconsolado deja la sala, sin poder alejar de su mente la torre de celuloide prendiéndose fuego.
En tenor semejante discurre la película filipina Leonor Will Never Die (Martika Ramirez Escobar, 2022), en la que Leonor es una guionista jubilada que pasa sus horas frente al televisor, consumiendo películas de acción. Ella vive en un mundo paralelo, imaginario, donde va construyendo un nuevo guion que tiene como héroe a su hijo muerto. Un accidente la deja en coma, pero su mente sigue imaginando la película que está rodando. Sin cortapisas, realidad y ficción se mezclan y el espectador participa, como el resto del elenco, de la afiebrada imaginación de la protagonista. Como en el caso anterior, estamos ante un homenaje al cine. Así como Pan Nalin rescata el dispositivo, Martika Ramírez Escobar se centra en el cine de acción, en el que la propia Leonor es una heroína que interviene para salvar a su hijo.
Con temas tan sombríos como la muerte, el coma, el hospital… parece increíble que Ramírez Escobar haya logrado una comedia simpática sobre el personaje de Leonor, que resulta querible por creativa y soñadora. Como notas al margen de la descabellada historia pasan situaciones que tienen que ver con una realidad social que empuja a los jóvenes a buscar el futuro fuera del país, policías de civil que “plantan” drogas junto a cadáveres de inocentes o matones que imponen la mafia en lugares donde la gente trabajadora solo quiere vivir en paz. Estamos ante una historia ingeniosa, donde conviven efectivamente ficción y realidad, un drama familiar con tono de comedia musical, en el que destaca Sheila Francisco, una protagonista que se calza el personaje a la perfección y nos despide, amablemente, con una hermosa canción. Obtuvo una Mención Especial de la Competencia Internacional.
Fanny camina (Alfredo Arias e Ignacio Masllorens, Argentina-Francia, 2021) tiene la estética del cine argentino de teléfonos blancos, pero propone un desfase entre tiempo y espacio que, al promediar la película, termina convirtiéndose en su punto fuerte. Mientras Buenos Aires ve deambular a los porteños con su vestimenta moderna, Fanny, vestida, maquillada y peinada como en su época, recorre la calle Corrientes y comenta con tristeza en lo que se han convertido las grandes salas cinematográficas. Rodada en blanco y negro, los autores reúnen a Fanny Navarro con Eva Perón en una Buenos Aires actual. Ambas mujeres provenían del mismo estrato social, incursionaron en el radioteatro y en el cine, y terminaron dedicándose a la actividad política. Junto a la figura de Juan Duarte son las intérpretes principales de una obra coral, que utiliza a personajes anónimos pero representativos de una condición: los trabajadores, la amiga, la actriz, la madre, etc., para comentar las habladurías que corrían entre colegas y amistades sobre los intereses que entrañaba la amistad entre las dos mujeres. En los diálogos que mantienen hay cierta mirada crítica a una etapa histórica argentina, en la que, hasta entonces, la mujer no tenía protagonismo político. Fanny camina en una búsqueda… ¿dónde quedó todo lo que le prometieron? La película no se aventura más allá… Una pena.
The Cry of Granuaile (Irlanda, 2022), por su parte, coloca el acento en el personaje de ficción. Iba a ser una película por encargo, que luego cobró vida en la mente de su director, Dónal Foreman (The Image You Missed, vista en Bafici 2018). Le habían pedido presentar un proyecto sobre una mujer norteamericana en Irlanda. Tratando de no repetir personajes ni argumentos trillados, y basándose en investigaciones realizadas para sus trabajos previos, ideó la historia de una directora de cine madura que va a Irlanda para filmar un documental sobre un personaje mítico, Grace O’Maley, popularmente conocida como Granuaile o la Reina Pirata, que vivió en el siglo XVI. La cineasta, cargada de leyendas y anécdotas sobre esta dama misteriosa, busca apoyo en una investigadora para que la asesore. Las dos mujeres emprenden un viaje hacia los sitios que habitó Granuaile y se encuentran con un circuito turístico que enoja a la joven y fascina a la cineasta. Desde su primer encuentro, en que la investigadora rompe con su novio, la mujer se mostrará comprensible con su situación, pero irá debatiendo durante todo el viaje su idea del personaje, al que cree reconocer en cada rincón de la isla, mientras que la joven considera que todo no es más que un mito y que de la persona real no quedan huellas.
Si el objeto de estudio es el personaje, la película se centra en esa relación que se va construyedo entre las dos. Una, soñadora; la otra, lógica. Ambas irán construyendo, sin darse cuenta, una relación materno-filial que se desmoronará a medida que avanza la historia. Las seguimos en sus búsquedas, en sus complicidades y también en sus desencuentros. El cine está presente como objetivo del viaje, pero el acento está puesto en la relación entre ambas. Los lugareños intervienen, pero no logran horadar el muro que se han construido, encerrándose en una situación respectivamente incómoda. La relación se va tornando tan árida como el paisaje que las envuelve. El frío y la bruma, el mar de un azul intenso y la piedra porosa, imágenes metafóricas de su choque cultural. Espacios abiertos, paisaje espectacular, un mito de cuentos infantiles y una aparente sororidad que estalla por los aires cuando se habla sin pensar. Una de las mejores apuestas, obtuvo el premio a Mejor Actuación para Judith Roddy y una Mención Especial a la Música de la Competencia Internacional.
Sobre cineastas y camarógrafos, es decir, el sujeto que opera la cámara vimos dos películas que tratan el tema. Más explícitamente lo hace El filmador (2022). Su director, el uruguayo Aldo Garay, se propuso descubrir al posible cineasta escondido tras la figura del escritor José Pedro Díaz, a través del material filmado durante su viaje a Europa en 1950 junto a su esposa, la poeta Amanda Berenguer. Recopilando sus películas, los diarios de viaje y las fotografías de esa travesía, armó su documental. Cuando la pareja llega, en Europa todavía hay rastros de la guerra. París los seduce, pero España les duele.
El trabajo de edición de imágenes y sonido (la lectura en off de los diarios de viaje) nos lleva por ese descubrimiento del Primer Mundo que todo intelectual de la época debía realizar. En sus diarios registra sus intereses culturales, sus inquietudes filosóficas, relata sus encuentros con personalidades. El Sena y sus puentes, las calles de París, un París sin el retrato de la Torre Eiffel y, sin embargo, no puede ser más París… España ofrece otras imágenes, así que el ojo del camarógrafo se demora en el paso cansino del hombre que arrastra un carro o la gente empobrecida por la guerra. En los diarios se nota su desolación, su solidaridad, su necesidad de permanecer en ese país para registrar todo lo que sucede. Viaja por los pueblos y entiende cómo se ha desangrado España, el país más pobre de Europa.
Al regreso, habla de sí mismo y de su extrema timidez, de la certeza de que su esposa está haciendo el camino paso a paso y va creciendo cada día (para convertirse en la reconocida poetiza). Hay palabras amables para ella y ensimismadas para él. Garay trata con cariño a su personaje, le da tiempo para expresarse a través de las líneas de su diario, leído sin prisas ni pausas. Es un trabajo amoroso el que realiza. Tanto, como el cuidado de este material documental que permaneció oculto durante 70 años y hoy está debidamente restaurado y preservado. Un documental pequeño lleno de grandeza. Obtuvo el Premio Especial del Jurado de la Competencia Vanguardia y Género.
Ida (Argentina, 2022), de Ignacio Ragone, es el otro film que tiene de protagonista al camarógrafo. El director de Chaco ha recibido de Ariel, un conocido, la noticia de que le queda poco tiempo de vida. Le sugiere filmar algo al respecto. El hombre se niega, pero un día le llega a Ragone una serie de imágenes filmadas durante su partida, desde el aeropuerto hasta Francia. Y en ese exilio, el recorrido en tren, la vista de un río desde el puente, el otoño, el invierno… todos son desplazamientos, idas (¿o huidas?). Al tiempo, le llega al director una carta… A partir de esos dos elementos, Ragone compone un corto de 13 minutos que es una ida y una despedida. En su carta, Ariel cuenta todo lo que postergó, todo lo que no realizó en vida, anteponiendo motivos irrisorios. Es una bellísima película con imágenes dinámicas que se suceden sin prisa, acompañadas de un relato que invita a la meditación sobre qué hacemos con nuestro tiempo. Muy merecido el premio al Mejor Cortometraje de la Competencia Internacional.
Como en otras secciones del festival, aquí también encontramos propuestas rodadas en pandemia. Y comenzamos por Malintzin 17 (México, 2022), de Eugenio y Mara Polgovsky. Eugenio es camarógrafo y durante la pandemia, confinado con su hija, retrató ese espacio externo vedado por un tiempo, recorrido por gente que realiza servicios a la comunidad o vecinos que pasean el perro, van de compras en cercanías o conducen sus automóviles. Pero el objetivo de la cámara de Eugenio, a pesar de registrar lo que sucede fuera de su hogar, no los tiene como sujetos. Tampoco lo es su hija, que desde la ventana de al lado se asoma y es interpelada para que diga algo asombroso, como hacen los chicos cuando no estamos con la cámara encendida, pero cuando tienen una lente observándolos no se les ocurre nada ingenioso. El motivo que incita a la cámara de Eugenio es una paloma que ha construido su nido sobre el poste de la luz, en un nudo gigante de cables, expuesta no solo a la luz de la calle, al sol, sino también a la tormenta. Son esas pequeñas cosas que nos llamaban la atención cuando no había mucho más que hacer, que permanecer encerrados en casa.
Las imágenes más buscadas por el ojo del fotógrafo son hermosas: un edificio que de día parece estar inconcluso, de noche deja una ventana abierta al infinito; la planta llena de flores en el jardín de la planta baja que hubiera sido un hogar maravilloso para los pichones, es desdeñada por la paloma; la lluvia que se recorta en el haz de luz del foco en la noche; los reflejos del pavimento mojado; el parque de enfrente, también descartado por el ave; los transeúntes que pasan, se besan o se abrazan, los que limpian las calles, los que cargan víveres, los que pasean al perro… El nido no está cerca, pero se interpone en todas las tomas. En realidad, no se interpone, el nido es el sujeto que está rodeado de todo lo demás. Es el protagonista de la historia, la fealdad de los cables no arruina la toma de la naturaleza o de la calle. La paloma, hermosa, resiste incluso bajo la lluvia, cumple con su deber, alejada de la ardilla que pasa corriendo cada mañana, mientras protege a su cría. Es un documental casero, personal, pero, como los Polgovsky, nos convertimos en voyeristas de la vida de ese pequeño y estoico animalito.
Clementina (Argentina, 2022), de Constanza Feldman y Agustín Mendilaharzu, en cambio centra la acción dentro de un departamento donde una pareja (interpretada por los directores) pasa el confinamiento. Son ellos, en su convivencia, a quienes vemos como si fueran animalitos atrapados en una jaula para ser sometidos a estudio. Radiografía de una pareja muy joven, del papel que suelen ocupar el hombre (siempre hijo) y la mujer (siempre madre) en una relación que va decantándose a través de manipulaciones muy sutiles y de ponerle el cuerpo a todo lo que se presenta. Clementina es, en esencia, solidaria y casi todos se aprovechan de ella. No es que no se dé cuenta, sino que se presta con cierta resignación.
La dirección de arte es cuidada, tiene todos los detalles que suele tener cualquier vivienda, una pérdida de agua aquí, una pared rota allá, el desorden en la cocina, los espacios de trabajo limitados… Hay muñequitos en todos los rincones, en los muros de las ventanas, en el toallero… es que él sigue siendo un chico. Y ella soluciona todo…, y lo que no sabe, lo aprende. Hermosa película, una historia escrita con gran cuidado, protegiendo una relación que está al borde, pero que no se cae ni se quiebra. Es sólida, cada uno sabe el papel que ocupa en la relación. Y no hay conflicto. O el conflicto es gigante e imposible de solucionarlo, así que no queda más que la resignación, pero sin rabia, sin asperezas, como si fuera natural.
Parece una obra de teatro de cámara, realizada en un espacio pequeño, pero tan lleno de vida que no asfixia. El encierro tampoco es claustrofóbico. Es una comedia de costumbres deliciosa. Me sorprendí, al finalizar de verla, con una sonrisa que se había mantenido durante más de la mitad de la película. Gran ganadora como Mejor largometraje, Gran Premio en la Competencia Internacional y, por supuesto, del Premio del Público al Mejor Largometraje Argentino.
La marginalidad produce fantasmas donde no siempre existen. Así es Carrero (Argentina, 2022), la ópera prima de Fiona Lena Brown y Germán Basso. Con actores no profesionales, narra la historia de dos hermanos que deciden dar un paso en busca del sustento propio, dejando de lado la exigencia de la madre para que terminen sus estudios. Una historia sencilla, poblada de peligros y tentaciones, en los que es fácil caer. Sin embargo, sus diferencias separan a los hermanos que continuarán por caminos separados. El que se queda del lado más peligroso de la senda contacta con un carrero que conduce un caballo cansado. Las salidas con los nuevos amigos ofrecen el desvío del camino en el que lo han educado, pero el joven se mantiene en su meta, intentando comprar el caballo, que tiene dueño. Liberado de la cárcel, el propietario del caballo posee tal violencia contenida que impregna la historia de un suspenso que alcanza en este punto uno de los registros más altos.
Con una fotografía cuidada y atmósferas estilizadas de los espacios sumamente empobrecidos, hay un cierto deleite por torcerle el brazo al desenlace imaginado. La delicadeza con que Brown y Basso delinean su historia se agradece. Carrero es una exposición sobre la miseria, el basural, la explotación del animal, la violencia criminal, el peligro que corren las infancias… Los realizadores estuvieron años para conocer el barrio y a su gente. Permitieron la intervención de los actores no profesionales para redondear la historia definitiva. Aunque se muestre una dura realidad, hay una mirada comprensiva que permite soslayar una esperanza. El desenlace se resiste a complacer nuestra imaginación. Pequeña obra, amorosamente desarrollada y, a pesar de mostrar una dura realidad, posee un optimismo necesario. Ganadora del Premio Estímulo del Cine Argentino.
Le Prince (Alemania, 2021), el primer largo de Lisa Bierwirth, narra el encuentro entre Monika y Joseph en Frankfurt. Ella, una curadora de arte alemana que opta por un ascenso, se encuentra en una situación azarosa con él, un empresario congoleño que busca inversores para instalar una mina de diamantes. La relación parece resistir los prejuicios raciales en ámbitos tan dispares como una sala de arte donde se mueve ella o los bares clandestinos donde se desenvuelve él. Las amistades, los socios, todos los que los rodean no apuestan a la relación. Sin embargo, hay una historia de amor, inspirada en la vida de la madre de la directora y narrada desde una mirada femenina. Monika es fuerte, pero junto a Joseph su trato se vuelve sereno y delicado. Joseph es orgulloso, pero en ella encuentra el gesto amoroso reparador. La gestualidad, tomada en planos cercanos de sus rostros y manos dicen más que las líneas de diálogo. Los planos generales muestran el contexto, que siempre es ajeno para alguno de los dos. Colores claros para los ambientes de Monika. Espacios mal iluminados para los negocios de Joseph. No pueden ser más distintos. El personaje de él es opaco, el de ella transparente. Ambos se contemplan como si el resto no existiera. La cámara logra traducir esa simbiosis de fortaleza y ternura que es donde contactan.
Fred Baillif fue trabajador social, así que no es extraño que haya encontrado la nota justa para narrar la historia de las jóvenes que forman parte de La Mif (Suiza 2021) o “familia”, como explica la directora de la institución que las recibe en acogida. El director pasó dos años visitando hogares de adolescentes en riesgo y compartiendo experiencias con los cuidadores. Sus actores no son profesionales, pero han pasado por la experiencia de los roles que interpretan. Cada adolescente tiene una historia difícil para contar, pero las cuidadoras saben responder a sus necesidades. Vemos retazos de sus historias y frente a nosotros se abre un abismo de oscuridad. Una película fuerte, de adolescentes rotas que no ven más salida que el suicido para sus problemas familiares, de inserción social, de desarraigo… mientras otras son optimistas y confían en que lograrán salir adelante. Tienen a los docentes para sostener sus carencias, pero la vida no siempre ofrece soluciones simples. Compuesta como un puzle documental, es efectiva y contundente al retratar los dramas de unas chicas que recién empiezan a vivir. Obtuvo el Premio a Mejor Largometraje y Gran Premio de la Competencia Vanguardia y Género.
La joyita del festival es Eami (2022), una coproducción entre Paraguay, Argentina, México, Estados Unidos, Francia, Alemania y Países Bajos. Paz Encina nos ofrece una sensible composición poética acerca del legado que le deja una anciana a una niña. La narración es reposada, constante y relata el desalojo sufrido por la destrucción del pueblo ayoreo. Las enseñanzas sobre la madre tierra y las advertencias acerca de aquellos que vinieron a trastocar el equilibrio natural son la valiosa herencia que recibe la joven. Comenta en una entrevista Paz Encina que su interés radica en la condición humana y todo lo que le sucede. Si bien la historia se sitúa en el Chaco paraguayo, su temática es universal. En todos los continentes hay opresores, perseguidos, exiliados que lo han perdido todo. La esperanza son esos niños que deberán reconstruir un pasado perdido y recobrar los sonidos y las costumbres ancestrales para volver a vivir en comunión con la naturaleza. Los invito a leer la crítica de Alexandra Vázquez , que ha sabido interpretar esta pequeña gran obra de la directora paraguaya. Eami obtuvo el Premio a la Mejor Dirección en la Competencia Vanguardia y Género.