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Benjamin Abrahão
Huyendo de la convocatoria para luchar en la Primera Guerra Mundial, Benjamin Abrahão Botto llegó a Recife, en Brasil, donde se dedicó a la venta ambulante, ofreciendo telas y, más tarde, harina, azúcar y carne proveniente del Sertão[1]… El Sertão se apropió de sus sueños de montañés y supo que algún día lo visitaría. Compró dos burros y un caballo y se dirigió hacia Juazeiro do Norte, un pueblo invadido por los peregrinos que visitaban al Padre Cícero.
Cícero Romão Batista, también conocido como Padim Ciço, era un sacerdote de gran influencia en la región nordestina brasilera. Propietario de grandes extensiones de tierra, su acción influyó en los aspectos sociales, políticos y religiosos de la zona, a través de su principal asistente, el doctor Floro Bartolomeu. Su autoridad se hizo sentir en la región hasta poco después de la Revolución de 1930.
El fascinante inmigrante libanés pronto pasó a integrar la «corte» del Padre Cícero, convirtiéndose en su secretario. Fue testigo de la historia regional, desde el paso de la Columna de Prestes, que buscaba derrocar el gobierno de Artur Bernardes, hasta la llegada al poder del general Getulio Vargas.
Se dice que el Padre Cícero convocó al cangaceiro[2] Lampião (Virgulino Ferreira da Silva) para que se sumara a la lucha contra la Columna Prestes[3], a cambio de la amnistía por los crímenes cometidos y su nombramiento como Capitán. El encuentro, llevado a cabo en 1926, ha quedado como una simple anécdota, porque Lampião continuará refugiado con sus hombres en el sertão, pero nos sirve para entender dónde se enlazan las vidas del cangaceiro y del libanés.
La presencia de los cangaceiros en el pueblo no era extraña. Solían acercarse durante el día para abastecerse de alimentos y municiones o, por las noches, para bailar y captar compañeras. Se alejaban del lugar, retirándose en fila india, ya que el último de ellos barría las huellas dejadas.
A la muerte de su padrino, y luego de haber visto en un cine imágenes de los cangaceiros mostrados como desalmados asesinos, Abrahão busca el apoyo del dueño de ABA Film, Ademar Bezerra de Albuquerque, para internarse en la «caatinga»[4], con el fin de registrar la vida en el cangaço y dar por tierra las blasfemias contra la gente de Lampião. Hablando con los lugareños se entera que Lampião, aunque pertenecía a una familia acomodada, se había entregado al bandidismo para vengar la muerte de su padre, en manos de un terrateniente de Vila Bela. El libanés y el cangaceiro compartían el padrinazgo del Padre Cícero. Quizá esa haya sido la puerta que se abrió para su encuentro y la posibilidad del registro histórico de un modo de vida en el Brasil profundo de los años treinta.
El antiguo vendedor ambulante debió sortear una serie de obstáculos impuestos por el cangaceiro para que no lo encontraran. En Ceará, Bezerra de Albuquerque le facilitó una cámara de 35mm con una lente normal y quinientos pies de película, y con unas pocas indicaciones, se internó en el Sertão. Luego de varios días de recorrido, llegó hasta el campamento de Lampião, quien lo recibió con la misma frase que utilizaba el Padre Cícero cuando lo saludaba a él: “¿Cómo es que ha llegado aquí con vida, cabra vieja?”.
La desconfianza del cangaceiro ante el aparato cinematográfico permitió que los primeros planos fueran rodados por él. Así que retrató a Abrahão en imágenes que aún perduran. Estuvo allí cinco días, en los que rodó a Lampião y a María Bonita, su compañera, junto a otros cangaceiros. El libanés volvió ansioso por ver las imágenes registradas. Adhemar Alburquerque le señaló algunas imprecisiones para que corrigiera en el futuro: el temblor de la imagen, el filtro de la luz solar, la angulación ideal, etcétera. En su emoción, proporcionó artículos para periódicos que adelantaban una nueva incursión en el cangaço para continuar filmando, lo cual centró la atención de la policía que, invariablemente, se veía impotente de capturar a los bandidos.
Abrahão registró nuevas tomas que fueron rescatadas de la censura que le impuso el gobierno de Getulio Vargas. Allí podemos ver escenas de costura, de rezo, de persecución del ganado, o en una puesta en escena ficticia, combatiendo a las “volantas”[5], así como otras donde se los muestra arreglándose y perfumándose para bailar en parejas al son de la música. De esta última escena proviene el título de la película de Paulo Caldas y Lírio Ferreira, Baile Perfumado (1999), inspirada en la vida del libanés.
El cineasta utilizó trípode para filmar las escenas de la vida diaria de los cangaceiros. Cámara en mano muestra el desplazamiento de los hombres a caballo tras el ganado o recogiendo agua, mientras a lo lejos vemos a una de las mujeres lavando la ropa. Por momentos, la imagen tiembla. Podemos intuir que los nervios le hacen una mala jugada al libanés. Pero allí están los rostros de los hombres y mujeres que deambulan por el cangaço, tratando, entre combates, de llevar una vida “normal”. Llama la atención su vestimenta. Llevan ropa de campaña, pero están munidos de bolsos y armas que cruzan su pecho y espalda. Utilizan una especie de uniforme con algunas variaciones. El sombrero es de cuero, con el ala doblada y decorada con estrellas y monedas. Las alforjas para llevar víveres y municiones están dispuestas a los lados, se ven hermosamente bordadas. Los zapatos también son confeccionados por ellos y son de cuero. Suelen ir acompañados de perros.
En una de las escenas, vemos a Corisco, el lugarteniente de Lampião y protagonista de la película de Glauber Rocha, Dios y el Diablo en la Tierra del Sol, alcanzarle la cantimplora con agua al propio cineasta. Todo habla de la aridez del lugar y su difícil permanencia. En un momento, vemos en primer plano un grupo de cactus y detrás un par de cangaceiros que avanzan con sus rifles. Para combatir el calor, instalan campamentos cubiertos por telas que los protegen del sol, mientras observamos actividades cotidianas, como una escena de costura o una misa. La cámara registra, titubeando, los rostros de estos hombres y mujeres. Y por momentos, parece no animarse a reproducir la muerte de un animal que les servirá de alimento.
En el combate, la cámara duda, hasta que los cangaceiros avanzan hacia nosotros, para dejar a Dadá apuntándonos. Lampião y su mujer, María Bonita, miran a cámara. Corisco y Dadá, también. Parecen subyugados por el aparato. Seducidos por la posibilidad de vivir para siempre en la eternidad del cine.
Lo cierto es que a su regreso a Fortaleza se apuraron los tiempos. Abrahão pretendía que su película tuviera un montaje lógico, con el fin de humanizar la figura de Lampião. La proyección de la actividad en el sertão despertó la curiosidad de la policía y de los buscadores de recompensa. El libanés, asustado, huyó a Pernambuco.
En mayo de 1948 apareció muerto de 42 puñaladas. La película con el corte final se exhibió a los pocos días en una función privada a la que asistieron funcionarios policiales y políticos. A finales de julio, Lampião y sus hombres fueron masacrados en Sergipe. Sus cabezas fueron cortadas y dispuestas a manera de altar macabro con sus sombreros y pertenencias, en pirámide escalonada.
El material rodado fue incautado por el Gobierno, depositado sin cuidado en un sótano sucio y húmedo, hasta su redescubrimiento en 1957. Se rescataron apenas 15 minutos. Hoy se reconoce que estas imágenes históricas son las primeras y únicas obtenidas de los cangaceiros en su hábitat y han servido de inspiración a los más de cincuenta documentales y filmes de ficción realizados sobre el tema.
Lampião, o Rei do Cangaço (Benjamin Abrahão, 1936)
NOTAS:
[1] Zona árida del Nordeste brasilero.
[2] Bandido rural.
[3] La Columna Prestes predicaba reformas políticas y sociales, denunciando la pobreza de la población y la corrupción de los líderes políticos.
[4] Otra manera de denominar al Sertão.
[5] Las Volantas eran tropas policiales especialmente preparadas para combatir a los cangaceiros.
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