Críticas
La inmortalidad de un entorno
Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia)
Birdman or (The Unexpected Virtue of Ignorance). Alejandro González Iñárritu. EUA, Canadá, 2014.
La obsesión del cine (estadounidense) por registrar las fluctuaciones, las derivas y los sinsabores de sus oficios es casi tan antigua como el propio medio. Y dentro de estos oficios, el más atractivo y glamuroso para ser presentado en pantalla siempre será, por supuesto, el de los actores. Una industria como Hollywood, asentada en la persistencia incondicional del star system, goza de una casuística más que contrastada para plasmar con credibilidad y conocimiento estas historias. Algunas de las más célebres ya se ofrecieron en sus años dorados con el surgimiento de aquel atractivo subgénero llamado «cine dentro del cine».
Pero la industria avanza con el mundo, provocando una obligatoria evolución de los dispositivos generadores de la popularidad. El sistema de las estrellas sigue funcionando igual a nivel estructural, aunque el poder del reconocimiento cada vez concierne más a la inconsciente (e instantánea) faena de la masa; un hecho que se ajusta al aforismo del subtítulo de la última película del mexicano Alejandro González Iñárritu.
Desde el mismo momento de su estreno, Birdman ha sido calificada como una versión actualizada del discurso de Eva al desnudo (All About Eve, Joseph L. Mankiewicz, 1950) o El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, Billy Wilder, 1950). Entonces no se pensaba en plasmar el auge y caída de un mito cualquiera –algo de lo que ya se había encargado una década antes y con mucho mérito, por citar otra entrada canónica, Ciudadano Kane (Citizen Kane, Orson Welles, 1941)–, sino en hacer hincapié en la moda como contexto de una industria que constituía (y constituye) uno de los principales motores de la economía norteamericana.
Por su parte, a Iñárritu se le podrá achacar, en cuanto autor consagrado, que haya abandonado la preocupación social para acogerse a la frivolidad o que haya importado su reconocible caligrafía de postproducción a la misma producción, anticipando el timing de su pulso desde el montaje al rodaje. Pero, más allá de los fanatismos, nada es condenable cuando el mexicano ha sabido enfocar la prostitución y el reciclaje de un icono pop desde los códigos posmodernos de la sociedad de la información. Nada tendría sentido, ni los prontos ególatras del intérprete, ni la ansiedad del representante, ni la desesperanza del productor, ni las intrigas entre bambalinas, ni siquiera la polémica sentencia de la crítica, sin la batuta caprichosa del público. Y de sus smartphones: si siempre fue así, hoy lo es más que nunca.
Ahora parece imposible deshacerse del lugar común. El cine y las series de televisión de los últimos tiempos nos tienen muy acostumbrados a la fábula redentora del fracasado inmaduro, incluso dentro del mundillo (desde Curb Your Enthusiasm o Juerga hasta el fin –This Is the End, Seth Rogen y Evan Goldberg, 2013– a la patria ¿Qué fue de Jorge Sanz?). El camerino mugriento que apesta a alcohol o el estado de ánimo en función de los retuits de un vídeo anónimo son recursos ya muy trillados. Así, el verdadero acierto del cineasta pasa por la convivencia del componente irreductible del pasado con la maleabilidad del presentecuasifuturo. Birdman practica una suerte de reivindicación del retrato analógico desde la eficacia de las herramientas de un entorno tan virtual que se escapa al control racional. Esto sirviría para explicar, por ejemplo, que todo el metraje se recoja en un larguísimo, y evidentemente trampeado, plano secuencia. O el sentido de la tarantiniana elección de «rescate» de Michael Keaton: el primer Batman tras aquella televisiva barriguita de Adam West, lejos aún del boom del blockbuster de superhéroes como demostración ostentosa de la burbuja digital en el cine; inmejorable contrapunto a la poderosa imagen de una Emma Stone en el candelero.
Y es que Iñárritu parece haber importado al dominio de los entresijos del artisteo aquella idea peregrina de Carlos Vermut sobre una trama alternativa para el hombre murciélago, centrada en los episodios domésticos y conyugales del comisario Gordon. Por eso sus problemas son los de toda la vida, por muy pervertidas que se encuentren hoy las relaciones sociales: el prematuro desahucio de un sector profesional efímero y la soledad como consecuencia de la incomprensión de una familia arrastrada por unos exagerados (y divertidísimos) delirios de grandeza, cortados en seco por los gritos de un pobre taxista que solo quiere cobrar su carrera. Porque, por encima incluso de la influencia de las redes sociales, la crítica del tabloide de turno continúa siendo la única con el poder suficiente para hacer y deshacer. Y lo que presumiblemente se antoja la prueba definitiva: pese al mágico despliegue de impresionantes efectos visuales e improbables movimientos de cámara, aún con la inagotable colección de premios que pueda terminar cosechando, Birdman será recordada por el ritmo contagioso de unas lacónicas baquetas y unos holgados calzoncillos blancos.
Tráiler:
Ficha técnica:
Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) (Birdman or (The Unexpected Virtue of Ignorance)), EUA, Canadá, 2014.Dirección: Alejandro González Iñárritu
Guion: Alejandro González Iñárritu, Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris, Armando Bo
Producción: Alejandro González Iñárritu, John Lesher, Arnon Milchan, James W. Skotchdopole
Fotografía: Emmanuel Lubezki
Música: Antonio Sánchez
Reparto: Michael Keaton, Emma Stone, Edward Norton, Zach Galifianakis, Naomi Watts, Amy Ryan
6 respuestas a «Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia)»