Críticas
Polvaredas infranqueables
Boreal
Federico Adorno. Paraguay, 2022.
Una camioneta despide una nube de polvo en su trayecto. El paisaje que queda atrás se tiñe de un marrón denso y opaco que impide ver más allá de la carrocería del vehículo. Adentro, los hombres viajan en silencio, una procesión fúnebre al corazón del Chaco Paraguayo. A medida que avanzan, pareciera que su pasado se esfuma con el sendero estrecho y pedregoso. Aquí, ya no importa de dónde vienen ni a dónde van. Tal como los objetos que caen por el camino sin aparente valor e importancia alguna, ellos también son dejados atrás, en un lugar en ninguna parte. Ante la promesa de retorno del jefe menonita, solo resta trabajar y esperar o, en su defecto, trabajar para no enloquecer en la espera.
En Boreal, los hombres abandonados son César, Genaro y Benjamín, quienes deben alambrar la finca del patrón antes de su regreso. Sin nadie ni nada a su alrededor, cada quien lidia con el encargo de la forma en que puede. Para César, el mayor de los tres y quizás el de mayor experiencia, la magnitud del esfuerzo físico se sobrelleva con la garantía del estipendio que abriga sus noches de descanso. Por su parte, Genaro ahoga las penas tanto pasadas como venideras con litros de caña barata que adormece su cuerpo, y a Benjamin, un joven cuya inexperiencia en el rubro supone un contratiempo, el aburrimiento lo agota tanto como cargar troncos sobre la espalda de un sitio al otro. Los días transcurren en la monotonía. Los hombres trabajan, discuten, duermen. Con el alba, repiten lo mismo, una ruleta sinfín de tierra y picadillo enlatado.
Federico Adorno, el director, describe el espacio como una prisión invisible, un calabozo sin paredes, donde lo único que resta por hacer es cumplir la condena. En este lugar, donde no hay norte ni sur, principio ni fin, el horizonte se extiende al infinito sin nada más que arbustos aislados o rocas como únicos puntos de referencia. Pretender un escape es un acto suicida, pues aún logrado el cometido, el hambre y la sed, como cualquier necesidad básica humana, tiene su costo. Cuando la espera se hace eterna, los reclamos retumban en el vacío; en esta cárcel ni siquiera los pájaros escuchan los gritos enmudecidos en la lejanía. La brecha entre quien supervisa y quien cumple una orden es abismal. Solo quien conduce conoce el retorno, pues solo él reconoce los linderos de aquello que es suyo, que posee y delimita, aquello tan grande e intangible que requiere de un vehículo que lo desplace para trazar su forma. En contrapartida, los empleados no poseen más que su sacrificio, puesto en venta al precio de un salario paupérrimo.
El avance de las tareas es lento y tedioso. La madera que se extrae de los árboles es utilizada para modificar el escenario natural. Las fronteras ilusorias, de pronto, se injertan en la tierra en forma de postes artificiales que marcan los confines de un territorio que termina y el otro que empieza, un terreno que tiene dueño. Boreal observa los cuerpos en desgaste, desde lo corporal a lo psíquico. El paso del tiempo se vale del deterioro gradual de los trabajadores sumidos en un espejismo anímico. Bajo el sol del mediodía, los labios cuarteados de Benjamín se descascaran y sus manos se llenan de ampollas. La embriaguez casi permanente de Genaro machaca los ánimos con la desesperación compartida que sale a flote en momentos de vulnerabilidad. El ocio en el trabajo, esos breves momentos de baño en las aguas del pantano o las noches silenciosas y eternas, pronto se reemplazan por los roces y las fricciones entre ellos mismos que estallan en exabruptos violentos con el más mínimo desacuerdo. Cuando el abandono se vuelve eterno, es el joven quien cae en la realización de su fatídico destino, uno que buscará rehuir a toda costa, mientras la tez de los viejos tolera la quemazón y la injuria del jefe, un poco por miedo, un poco por resignación, y un tanto porque quizás no quede otra alternativa para sobrevivir en este mundo.
En un país donde la ganadería es uno de los pilares de la economía que, en apariencias, solo sigue creciendo, el reverso de la opulencia es la precariedad. Tras los números descomunales de ganancia y crecimiento, la explotación ganadera es una maquinaria de dominación que arrasa como un fuego incontrolable con todo aquello que reside en su camino. El terrateniente explota la tierra para explotar a los animales y también a otros hombres en beneficio propio. Incluso en medio de la sabana abierta, el empleador acentúa sus privilegios y recalca su soberanía sobre lo que pisa. La carpa de los peones, hecha de toldos y colchones destrozados, carece de muros, y por ende, de privacidad alguna. Aquí, lo suyo es de quien posee la tierra sobre la que descansan, pues su reposo también tiene dueño, así como la utopía de una vida digna.
Boreal observa a sus personajes como víctimas de las adversidades nefastas de un sistema laboral deplorable. Los hombres son meros engranajes, piezas que se reemplazan y que se cambian apenas se oxidan y, en casos extremos, cuerpos que son desterrados cuando se desgastan. Tan funesta como la explotación que denuncia es el carácter cíclico de la misma, la repetición de patrones y la imposibilidad de ir contra la magnitud de este sistema. Mientras el polvo vuelve a ennegrecer la imagen, la desesperanza embarra cualquier noción de idear siquiera una suerte distinta.
Tráiler:
https://youtu.be/LH0CMuj5OSI
Ficha técnica:
Boreal , Paraguay, 2022.Dirección: Federico Adorno
Duración: 87 minutos
Guion: Federico Adorno
Producción: Coproducción Paraguay-México; Balthazar S.R.L, Cine Murcielago
Fotografía: Fernando Lockett
Música: Richard Wagner, Carlos Zárate
Reparto: Amado Cardozo, Fabio Chamorro, Mateo Giménez