Críticas
Horror cromado, sabor a pólvora
Bullet Ballet
Shinya Tsukamoto. Japón, 1998.
Hay directores que, por encima de modas, presión del público o apreciaciones de la crítica van a contracorriente, defendiendo contra viento y marea su idea de lo que significa contar una historia en imágenes. Condenados al ostracismo en la mayoría de las ocasiones, empujados por un puñado de fieles atrapados por los delirantes universos personales perpetrados por estos artistas en las esquinas olvidadas del cine, su nombre pocas veces aparece en esas irritantes listas de mejores directores. Shinya Tsukamoto es uno de esos guerrilleros del séptimo arte, respaldado por un puñado de películas entremezcladas en una carrera algo irregular, pero siempre marcada por la autoría y el posicionamiento ante la forma y el fondo.
Hace muchos años que Tsukamoto me voló la cabeza con Tetsuo, the Iron Man (Shinya Tsukamoto, 1989), que dejaba patente el estilo de este director japonés. Tendría unos 15 años entonces y, antes que Lynch, Buñuel u otros cineastas con tendencia a moldear la realidad para mostrar su aspecto onírico y demencial, Tsukamoto dejaba en mi memoria cinéfila el primer acercamiento a lo prohibido, a la ruptura de las normas y convencionalismos.
Tetsuo se convirtió rápidamente en un clásico de la corriente Ciberpunk, al mismo tiempo que establecía bastantes lugares comunes en el cine de Tsukamoto. El fetichismo, la violencia, la neurosis, los espacios claustrofóbicos y la decadencia urbana eran los pilares de aquella extraña mezcla entre ciencia ficción, horror y película de monstruos al más puro estilo nipón, como si un paciente de institución mental rodase el episodio más enfermizo de los Power Rangers. En cierto modo, Tsukamoto moría de éxito con su primera acometida cinematográfica, y su monstruo de metal ha engullido el resto de la obra del siempre interesante director. Es de justicia rescatar otro de los inspirados momentos de los inicios de su carrera, Bullet Ballet (Shinya Tsukamoto, 1998), donde incidía en muchos de los grandes hallazgos de Tetsuo.
El cosmos de Tsukamoto se nutre de los aspectos tormentosos de la psique del ser humano, de las pesadillas tecnológicas, de ciudades convertidas en cicatrices purulentas donde se concentra lo peor que puede dar la especie. La soledad en junglas de hormigón y cristal somete al ciudadano de a pie a un constante golpe contra el muro de la realidad perversa, sucia y herrumbrosa. Los espacios son como enormes cárceles mugrientas, ínfimos espacios del desasosiego, estaciones de metro decadentes y devoradas por la suciedad, escenarios de corrupción, dejadez y abandono.
Este es el tablero sobre el que Tsukamoto coloca sus peones, seres humanos convencionales hasta el vómito, pero arrastrados por la inevitable locura que impregna cada átomo del universo del director, empujados a lo anormal en la cotidianidad deformada.
Bullet Ballet narra la historia de Goda (interpretado por el propio director), un gris oficinista sin nada peculiar o destacable. Sin embargo, la vida lineal del protagonista da un vuelco tras el suicidio de su novia. La joven se ha quitado la vida de un disparo, y Goda se obsesiona con la posibilidad de tener su propia arma. Comienza entonces un viaje desesperado a la locura, descenso a los callejones oscuros de Tokio, que le llevará incluso al enfrentamiento con una banda de delincuentes juveniles.
El estilo de Tsukamoto tras la cámara es desafiante, escapada hacia rincones poco frecuentes, incómodos e incluso feístas. Ojo inquieto, nervioso, reflejo de la histeria contenida en cada idea convertida en fotograma. Cortes abruptos, incluso incomprensibles, rompen el ritmo y provocan sorpresa, que será más o menos digerida dependiendo de las ganas del espectador de entrar en el perverso juego visual. El montaje no es menos salvaje, mezclando sin tapujos imágenes inconexas, metáfora de la degradación de los personajes o simple enajenación fílmica.
El blanco y negro metálico que vimos en Tetsuo regresa tan sucio como lo recordábamos, estética de lo perturbador, traducción de una pesadilla. Aunque el aspecto fantástico en Bullet Ballet no es tan básico como en la mentada película de Tsukamoto, el contrastado uso de este recurso estético recrudece el aspecto pesadillesco de la propuesta, que provocará el desconcierto incómodo en los que se atrevan a cruzar el umbral hacia el insano cosmos de Tsukamoto.
Los personajes de Bullet Ballet están al límite. Fetichistas de las armas, adictos a la violencia (entre otras drogas), obsesionados con la muerte, esclavos de los recovecos patológicos de atribuladas mentes, son víctimas y verdugos en la sociedad en caída libre. No hay ni un atisbo de luz, ningún rincón de esperanza, salvo la condición de ser un superviviente.
El descenso a los infiernos cromados de Bullet Ballet se acompaña con los sonidos infernales que son, también, marca de la casa. El ruido industrial nos adentra en la espiral de enajenación que envuelve la película, en contraste con los silencios tormentosos, espectrales, ausencias inhumanas salpicadas de alienación.
El cine de Shinya Tsukamoto no es trago sencillo. Es de esos directores centrados en la creación de ambientes y atmósferas, en donde la historia se desvanece como un mal sueño. La simpleza con la que trata las imágenes en Bullet Ballet no quita ni un ápice de sinceridad salvaje a la película. Las sensaciones que producen sus obras, sobre todo en esta primera etapa, no son especialmente agradables. Es más, en ocasiones parecen escupitajos al rostro del espectador, sometido a lo que parece un auténtico castigo visual, centrado en la experimentación con lo truculento.
Con Tsukamoto no hay medias tintas. O se le ama o se le odia. O se entra en su juego de espejos macabro y desesperanzado o las emociones malsanas harán mella en la conciencia del espectador. Con su múltiples fallos, con su extraño modo de cohesionar sus historias, con el espíritu punk presente en cada fotograma, no puedo evitar mi fascinación por el cine de Shinya Tsukamoto. La experiencia onírica que impregna a su obra es demasiado libre, visceral, desvergonzada y bestial como para que pase inadvertida. Incluso aunque su cine resulte indigesto si no se dosifica. Porque es una voz única. Chirriante, cortante como un cuchillo, sucia y aplastante como un martillo golpeando un yunque, sí, pero única. Es la demostración de que el cine también tiene lugar para lo oscuro, lo feo, lo antiestético, para la mugre.
Es la certificación de que la locura también se puede filmar.
Ficha técnica:
Bullet Ballet , Japón, 1998.Dirección: Shinya Tsukamoto
Duración: 87 minutos
Guion: Shinya Tsukamoto
Producción: Kaijyu Theater
Fotografía: Shinya Tsukamoto
Música: Chu Ishikawa
Reparto: Shinya Tsukamoto, Hisashi Igawa, Sujin Kim, Kirina Mano, Takahiro Murase, Tatsuya Nakamura, Kyoka Suzuki