No hay nada nuevo que se pueda decir acerca de una figura como la de Jean-Luc Godard, y todo lo que intentemos entresacar sobre de su cine distará años luz de sus auténticas intenciones. Autor de la Nouvelle Vague que desde los años 60 viene revolucionando el concepto de cine y que ahora, a su 83 años, sigue demostrando su heterodoxia, exploración y sentido incombustible del medio cinematográfico. Han pasado más de 50 años desde que Godard participara por primera vez en el Festival de Cannes en calidad de actor con el film de Àgnés Varda, Cleo de 5 a 7 (1962). Hasta en siete ocasiones ha optado a conseguir la Palma de Oro pero nunca hasta ahora había sido premiado. Un premio del Jurado ex aequo con Xavier Dolan, el benjamín de la Sección Oficial. Tal vez, este premio ha llegado demasiado tarde para Godard. El plantón que ha dado al Festival, tanto en el estreno de su film como en la rueda de prensa anunciada, tiene mucho que ver con el distanciamiento que siente con el sistema de distribución que existe hoy en el cine y con la idea errónea que se tiene de él como autor. Todo esto lo quiso explicar a través de una carta audiovisual, dirigida al director y al delegado general del Festival, a los que agradece su invitación. En el mismo video existen alusiones a William Shakespeare e incluso a la filósofa alemana Hannah Arendt, todo unido mediante un montaje brusco y fragmentado, como el que utiliza en sus últimos films.
El estreno de Adieu au langage fue una de las experiencias más intensas e interesantes que se han podido vivir en esta edición. Y merecieron la pena las dificultades para poder entrar a ese pase único en el Teatro Lumière, entre una multitud que se agolpaba y empujaba para evitar quedarse fuera del que era el film más esperado de toda la selección. Gafas 3D en el rostro, la proyección comenzaba, no sin antes un “Godard for Ever” que elevó los ánimos de los presentes. Una vez concluida la sesión, aplausos, abucheos, alaridos… la gente se expresa.
Un film como Adieu au langage no puede dejar a nadie indiferente y es merecedor del mayor de los elogios o el azote crítico más violento. Adiós al lenguaje, un adiós a la francesa, sin mirar atrás, sin retorno. El lenguaje es necesario, pero Godard quiere romper con él, tal y como lo conocemos. En su caso con el cinematográfico. Ha optado por la libertad más plena y para ello se ha desprendido por completo de las ataduras. No deja espacio a la continuidad, ni a los personajes, y tanto el montaje como el sonido circulan a su libre albedrio. Un jaque mate al orden, a la conexión, al contexto, a la asociación. Ha dividido la cinta en dos bloques que ha querido llamar “naturaleza” y “metáfora” y que funcionan en bucle. Ha utilizado a dos figuras humanas, un hombre y una mujer, que se encuentran, se aman, se pelean y ya no se soportan. También para ellos el lenguaje se ha evaporado. Entretanto, un perro omnipresente, porque Godard nos recuerda que el perro es el único ser vivo que es capaz de amarte más que el amor que tiene por sí mismo. Él también piensa, pero su lenguaje es corporal.
Godard vuelve a recurrir a sus habituales tics. Películas clásicas en la televisión de un salón, esa voz en off filosófica, que aporta la intelectualidad del lenguaje, las palabras en sonido, que conllevan ideas y conceptos, a ratos políticos, a ratos existenciales, siempre humanísticos. Todo puede combinarse, la escatología con una conversación inteligente. Por qué no, todo al mismo tiempo. Lord Byron, Frankenstein, Mary Shelley, Jack London, la sangre, el agua… La imagen y su sobreexposición para pasar al blanco y negro, imágenes de un cine del pasado. EL 3D para ensamblarlas, yuxtaponerlas, todo fuera de sincro.
Tal vez el problema esté en nosotros y en nuestro cerebro atiborrado de estructuras cuadriculadas y líneas rectas, de normas a cumplir. No sé si Adieu au langage es un disparate, una tomadura de pelo o una obra maestra, pero es lo más estimulante que ha podido verse en esta Sección Oficial.