Capitán América: El Soldado de Invierno

Quien renuncia a su libertad por seguridad, no merece ni libertad ni seguridad

Benjamin Franklin

Recientemente, Julie Taymor y Bono defendían la idea –en su versión tipo musical de Spider-Man- de que los héroes de los cómics son la mitología moderna. Hay mucho de cierto en la forma en la que los valores, las creencias, la historia y las esperanzas de la humanidad se plasman en los libros de cómics y luego –gracias al aparato hollywoodense- cobran vida tridimensional para convertirse en éxitos taquilleros y así llegar aún a más gente, convirtiéndose en anhelos comerciales, pero también volcándose hacia el imaginario colectivo de la sociedad contemporánea. Ahora personajes como Spider-Man, Captain America o Iron Man, son súper hombres que responden a las letales amenazas que vive a diario la humanidad, y se crean gracias a los avances tecnológicos, que si bien antes parecían “imposibles”, cada vez resultan más cercanos a la realidad que vivimos. Razón por la cual, se van sintiendo más próximos, más humanos y más posibles.

Capitán América: El Soldado de Invierno, es la segunda parte de la saga que se está construyendo sobre el superhéroe americano por excelencia, ése que lleva los colores de la bandera estadounidense en el uniforme y una estrella en el corazón. Chris Evans re-encarna nuevamente al fornido e íntegro Capitán Rogers, sólo que ahora lo hace en la época actual, después de despertar tras décadas de profundo sueño. Como en su película anterior (y parece que va a ser parte del sello que caracteriza a este personaje y sus mundos narrativos), hay un dejo de nostalgia por el pasado en esta cinta, no sólo en los momentos en los que se vinculan presente y pasado, sino sobre todo en la continúa revisión de la historia, dado que parece que Steve Rogers vivirá de sus recuerdos. Tal vez es el Avenger que deberá contener la furia del presente y la esperanza del futuro, al salvaguardar no solo a Estados Unidos, sino también a la historia de la que él es prueba fehaciente. En esta ocasión Steve Rogers comienza una misión de “rutina” hasta que aparece El Soldado de Invierno que enfrentará al Capitán América con su pasado que nunca lo abandona. Winter Soldier es una máquina de matar que al menos mantendrá a Rogers ocupado durante buena parte de la película, con secuencias intensas, persecuciones y demás artilugios de acción y aventura. Acompañan al Capitán algunos personajes recurrentes en la serie y del universo de los Vengadores, como Nick Fury (Samuel L. Jackson) o Black Widow (Scarlett Johansson), y hace su aparición Falcon, encarnado por un simpático Anthony Mackie. Aunque todos son fundamentales para el desarrollo de la cinta, realmente la historia gira en torno a Rogers, al Winter Soldier y a Alexander Pierce (Robert Redford), quien se convierte en el punto medular de la película, puesto que resulta el autor intelectual del caso a tratar.

Independientemente de la calidad de los efectos especiales, del diseño de producción (que al igual que la entrega anterior, tiene muchas virtudes), de las secuencias de acción, de las coreografías y de la intensidad de las escenas, hay que reconocer que la película se balancea entre momentos de energía y acción, la trama histórica, el conflicto principal y algunos instantes personales de los personajes, lo que resulta una combinación que afortunadamente no cansa. Aunado a esto, hay un par de temas que hacen de esta película algo que va un poco más allá del mero entretenimiento. En primer lugar, la premisa que detona los problemas en la historia, que es el total acceso a la vida privada de las personas. La posibilidad de tener a todo el mundo vigilado para poder tomar acciones en contra de cualquier individuo sin importar dónde esté o qué haga. Vivimos en un mundo que está tan conectado por redes (ya no sólo físicas, sino también virtuales) y estamos tan expuestos (consciente o inconscientemente) que confundimos cada vez más la libertad de expresión con la exposición total. Mientras que, al mismo tiempo, vamos perdiendo la posibilidad de mantener una vida privada y cada día nuestra existencia puede correr más peligro.

Lo que sucede con el plan maquiavélico de Pierce no es tema para analizar ahora, pero sí es importante la reflexión que hace la película respecto a la manera en la que nos conducimos y como gradualmente hemos ido prefiriendo llevar una vida digital expuesta (o sobre expuesta), que luego culmina con una serie de limitaciones que se amparan en la importancia de nuestra seguridad. Nosotros mismos hemos ido conduciendo las cosas para lleguar a ese punto de total estrés y de elegir las fortalezas aún a costa de nuestras vidas y nuestra libertad. Por otro lado, el enaltecimiento de los valores de mediados de siglo veinte como rectores del superhéroe más emblemático de Estados Unidos remite a la fortaleza espiritual que han ido acuñando durante décadas los estadounidenses, con respecto a su nacionalismo exacerbado.  Es esta necesidad de servir a su país y de hacer lo mejor para su comunidad (y el mundo entero) lo que ha conducido a Rogers y a cientos de soldados estadounidenses que año a año se enrolan peleando por causas “nobles” en terrenos desconocidos. Todo por ese afán de «salvar al mundo» que ellos anhelan. Ahí, entonces, nuevamente está la reflexión sobre la construcción de los héroes y las historias que modelan a la sociedad a través de los nuevos medios. Si antes los mitos se transmitían de forma oral y luego a través de los cuentos impresos, ahora el cómic y el cine han ido transformando la percepción de la realidad, y han incrustado en el imaginario colectivo a personajes que simbolizan a una nación entera, sus ideales, sus propósitos y le dan esperanza en momentos en donde cada vez parece que se diluye entre los noticieros y los desastres naturales.

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