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Cela y cine
Se cumple este año el centenario del nacimiento de una de las figuras imprescindibles de las letras españolas del siglo veinte, Camilo José Cela (Iria Flavia, 1916-Madrid, 2002), miembro de la Real Academia de la Lengua desde 1957, ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1987, del Premio Nobel de Literatura en 1989 y poseedor también del Premio Cervantes, que se le otorgó en el año 1995, y autor igualmente de una ingente obra repleta de novelas, libros de viajes, poemas, artículos periodísticos, cuentos, ensayos o apuntes carpetovetónicos. Sin embargo, su relación con el cine fue escasa, interviniendo como actor en algunas películas, con la realización o colaboración de algún guion, o en algún artículo periodístico interesándose por el cine, y participando como actor o narrador en un par de las únicas tres adaptaciones que se hicieron de sus obras. Afortunadamente, dos de ellas resultaron excepcionales transposiciones a la pantalla de dos de sus mejores trabajos: La familia de Pascual Duarte (1942) y La colmena (1951).
En 1946, colaboró como guionista en la película del realizador Pío Ballesteros, Consultaré a Mister Brown, en la que un pobre hombre se inventa la existencia de un pudiente socio extranjero, con el objeto de conseguir las necesarias ayudas financieras para sus negocios, relación imaginaria que con el tiempo termina volviéndose insoportable. Se basa en el texto de Cela El socio de Genaro Prieto.
La primera experiencia de Cela como actor, además de creador de los diálogos, se produjo en el año 1949, en el film El sótano, de Jaime de Mayora, relatándose lo que sucede durante una hora en una ciudad azotada por un bombardeo. Por aquellas fechas, el escritor publicó un artículo en prensa narrando su experiencia como actor novel, y llegó a equiparar la interpretación, “el vivir cinematográficamente un tipo humano bien perfilado” con “vivir, cuartilla a cuartilla, el nacimiento, el crecimiento y el punto final de una novela”. Por lo demás, nos hace partícipes de su intención y la del director de abordar en el filme los problemas de escenario único, la trama sutilísima, las reacciones humanas condicionadas por una causa extraña, y de la que no podían sustraerse la homologación de los tiempos de acción y proyección.
También en 1949, bajo la dirección de Pío Ballesteros, intervino Cela en el largometraje Facultad de Letras, en una presencia fugaz, encarnando a un profesor de Filosofía, filme que se centra en la relación de cuatro amigos estudiantes, de caracteres muy dispares, participando también en la misma intérpretes como Fernando Fernán-Gómez y José Bódalo.
En 1950, Camilo José Cela colaboró como guionista en una película de episodios de carácter fantástico, de los directores Edgar Neville y José Antonio Nieves Conde, El cerco del diablo (o Alma Cercada), en la que intervinieron grandes intérpretes, como José Bódalo, Fernando Rey, Luis Prendes o Conchita Montes.
La siguiente incursión en el cine del escritor gallego, vino de la mano del debut tras la cámara de Fernando Fernán-Gómez, con la obra Manicomio (1952), un insólito filme que inspirado en textos de Edgar A. Poe, Ramón Gómez de la Serna, Leonidas Andreiev y Alexander Kuprin, narra la historia de un joven que acude a un sanatorio mental a visitar a su novia, psiquiatra de la institución. Según recordaría Fernán-Gómez en sus memorias, ante la crisis que atravesaba el cine español, no fue difícil conseguir un gran reparto con “tres perras gordas” (Antonio Vico, Vicente Parra, Julio Peña, Manuel Alexandre, Susana Canales…), pero no interesó al público ni a la crítica, circunstancias que achacaba especialmente a su exceso de literatura e intelectualización. Por su parte, a Camilo José Cela, el realizar una interpretación haciendo el burro, pegando coces y comiendo hierba le llenó de gran satisfacción.
Entrando ya en las tres adaptaciones que se hicieron de la obra de Cela en el cine, la primera consistió en la de la novela La familia de Pascual Duarte, llevada a la pantalla grande con el más escueto nombre Pascual Duarte, realizada en el año 1975 por Ricardo Franco, guion del mismo Franco, Emilio Martínez Lázaro y Elías Querejeta, producción de este último y fotografía de Luis Cuadrado. Los intérpretes principales los asumieron José Luis Gómez, Paca Ojea, Héctor Alterio y Eduardo Calvo. Querejeta, con su equipo habitual, nos acerca una estimulante aproximación cinematográfica al mundo literario de Camilo José Cela, y en especial, a una novela que marcaría un hito fundamental en la literatura castellana, llegando a convertirse en universal al ser la segunda más traducida a otras lenguas, después de Don Quijote. Con respecto a la obra escrita, así hablaba en estos términos el jurado de Estocolmo:
«Es una novela cruda, tremenda en algunos pasajes, que, a pesar de censuras y prohibiciones, tuvo un impacto sin precedentes, hasta el punto de que, después de El Quijote, debe de ser la novela más leída de la literatura española».
A través del recurso de constantes saltos narrativos que discurren aleatoriamente a lo largo de la vida de Pascual Duarte, desde principios del siglo veinte hasta el período de la España de la II República, Ricardo Franco nos acerca a ese campesino extremeño, de padre alcohólico y violento, que a través del universo literario de Cela nos cuenta su vida desde la cárcel, esperando su propia ejecución, y que en el filme comienza con su entrega a los militares, mientras que con continuos flashbacks y flashforwards, nos descabeza el cúmulo de fatalidades, pobreza y ruindad que marcarían la vida del protagonista.
Con una fotografía en color que sorprende en un primer momento, al conservar en la memoria colectiva imágenes de aquella época y aquellos sitios en blanco y negro, oscuros y tenebrosos, acorde al subdesarrollo, brutalidad, carnalidad y mimetismo con el árido entorno, desde distintos focos narrativos, se va sucediendo una Extremadura miserable, de caciques y labriegos, violenta, machista, alcoholizada y brutal, donde no parece haber salida, ni siquiera con la emigración a otras poblaciones cercanas.
Ese paisaje árido y ambiente desolador se retrata con eficacia y acierto en el film, recurriendo tanto a planos generales, grandes planos que muestran la sequedad y austeridad del entorno, como a primeros planos o planos detalle, que se regodean en una mano que lía un cigarrillo o en la limpieza de la escopeta.
Con unas decisiones del realizador realmente atrayentes, como la congelación del movimiento mientras decidimos la suerte de nuestro perro o la introducción de la época histórica mediante la fotografía del Borbón de turno al mando, de unas urnas o de una radio anunciando una amnistía general, nos envolvemos en esa España turbia, recelosa, donde la sola supervivencia deviene en primaria. Contrasta, por su viento fresco, las imágenes que se insertan de la película de Buster Keaton, Siete ocasiones (Seven Chances, 1925), cuando Keaton es perseguido y acosado por sus innumerables pretendientes.
Lo único menos brillante que podemos achacar al largometraje de Ricardo Franco, es cierto desconcierto producido por el ritmo narrativo, teniendo que sospechar, en algunas ocasiones, el tiempo real transcurrido entre sucesivos acontecimientos. Por lo que respecta a las interpretaciones, José Luis Gómez, como Pascual Duarte, borda ese papel de hombre rústico, aunque sí que sabe escribir, al contrario que su hermana (¿Otra vez razones de género?), de pronto violento, naturaleza siniestra e inquietantes silencios, ganador del premio al mejor actor en el Festival de Cannes. Hector Alterio, como padre soberbio, que pasa de una breve y efímera presentación de hombre tierno y preocupado por su familia, hasta configurar un personaje alcoholizado, violento y completamente inútil. La madre, Paca Ojeda, brutal en su papel de mujer, que sin recursos intelectuales o económicos, no se somete fácilmente a la voluntad y violencia de los varones, y sabe salir adelante sola, muy sola, sin apoyo exterior alguno.
No parece que desagradó en absoluto a Cela esta visión cinematográfica de Ricardo Franco, de su novela, bronca y exacerbada, novela desarrollada en un país brutal, y heredera de la tradición tremendista de la literatura española, que no ahorra en el lenguaje crudo y soez, que destruye la figura del narrador omnisciente, también la narración cronológica, y que no se olvida de la ironía y la picaresca.
La segunda adaptación al cine de una obra de Cela consistió en el filme La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona (1979), dirigida por Ramón Fernández, a socaire de los nuevos tiempos que corrían de destape y liberación sexual. El largometraje se basa en la homónima crónica del escritor gallego, cuya primera edición se publicó en 1977, y que se detenía en un suceso acaecido en Archidona, provincia de Málaga, en 1971. Transcribimos literalmente parte del acta de la causa que se siguió en Tribunales para su esclarecimiento:
«Probado que el día 31 de octubre de 1971, en el cine Archidona, de la ciudad de Archidona, durante la presencia de un espectáculo de cante flamenco, la procesada masturbó a su novio, el procesado, teniendo este el órgano viril fuera del pantalón, lo que motivó que salpicara de semen a los también espectadores (…) y su esposa (…), sentados dos filas más atrás, causando desperfectos en sus ropas, pericialmente valorados en 3.500 ptas. y 1.600 ptas. respectivamente»
En fin, el suceso y la película no merece mayor comentario que el general regocijo que la situación produjo, y que aprovechó Cela para sacarle partido con su habitual ironía y sarcasmo, en la correspondencia que mantuvo a propósito del incidente, aprovechando de paso la ocasión para volver a intervenir en una película, esta vez como narrador.
En 1982 se adaptó al cine por el realizador Mario Camus la obra La colmena, manteniendo en la pantalla el mismo título, con producción y guion de José Luis Dibildos, y con la participación de sesenta actores, escogidos entre los mejores profesionales españoles del momento. La lista es larga, pero como muestra, podemos citar a José Sacristán, Victoria Abril, Agustín González, Francisco Rabal, José Luis López Vázquez, Ana Belén, Rafael Alonso, Francisco Algora… Incluso el propio Cela intervino en el filme encarnando a un profesional dedicado a la invención de palabras. Del original literario con más de trescientos cincuenta personajes, y de una estructura técnica compleja, en un desarrollo espacial de solo tres días, evolución discontinua de la acción y simultaneidad narrativa, Mario Camus consigue un fresco de la ciudad de Madrid de 1942, de la inmediata posguerra, esa urbe en donde sus habitantes huelen a hambre, a miserias, que deben recurrir a pillerías varias en busca de la propia supervivencia. En ese entorno, duro pero sin que se escape una mirada compasiva hacia esos seres desorientados, coloca Camus su cámara, con maestría, utilizando colores desvaídos, como el gélido ambiente, retratando miserias, aburrimientos, picarescas, soledades, la moral dominante impuesta por los ganadores de esa guerra estúpida, deteniéndose en la religión, el machismo, la codicia o la falta de caridad de los que se creen más y mejores católicos. Precisamente, en dos películas que hemos visto recientemente, en La colmena y en Surcos, de José Antonio Nieves Conde (1951), nos ha llamado la atención, por desconocer el asunto, de que los militares sirvieran, al menos, para encarnar el papel de beneficencia y repartir sobras de comida entre los más necesitados.
La película de Mario Camus ahonda en una certera muestra de la fauna del momento, despidiéndose con un largo travelling por las mesas del Café La Delicia, que aunque no era el Café de Rick en Casablanca (Michael Curtiz, 1942), bien podría considerarse su versión hispana, aunque aquí se compren o vendan plumas de última generación y no visados, y los tableros de mármol de las mesas se obtengan de losas del cementerio, con nombres y fechas de fallecimiento de los difuntos incluidos, y aunque aquí, la dueña del café, Doña Rosa, carezca de ese corazón de oro de Rick, y se trate solamente de una vieja huraña, avara, déspota y deleznable. Tampoco aquí la toca otra vez Sam, pero no nos falta la interpretación en directo de la popular canción Ojos Verdes.
Miseria, ironía, hipocresía, cinismo, sentido del humor, ternura, compasión y mucho, muchísimo humo de cigarros, de puros; y unos cafés con leche eternos, por lo menos para Doña Rosa, mientras se divaga de lo divino y de lo humano, del atractivo de los seudónimos de escritores o del discurso que ya tenemos preparado para cuando ingresemos en la Academia de Jurisprudencia, mientras aprovechamos el momento para sablear al aspirante. Prostitutas, funcionarios, poetas, amas de casa, amantes, ganadores de la contienda bélica y perdedores de la vida, una verdadera colmena intentando pulsar el botón adecuado para la supervivencia. Todo ello con abundantes planos medios, muchas escenas en interiores, y un tenebroso ambiente que casi no permite distinguir el día de la noche, si acaso en apenas un par de escenas en exteriores en donde parece escaparse un rayo de sol.
La película nos deja imágenes inolvidables, como cuando José Luis López Vázquez casi babea ante ese queso manchego, enterito, que han enviado al compañero de pensión, o el mismo actor agujereando un huevo a escondidas, tragándoselo crudo, o ese encuentro indeseable en la escalera entre padre e hija, y Martín, José Sacristán, esperando al ángel de la guarda que se haga cargo del pago del café consumido, no piensen mal, no estamos hablando de una botella de cava o un bocadillo de calamares; y cartas de recomendaciones, donaciones para bautizos de niños chinos, para que no acaben en el limbo. En fin, ante todo, mucha necesidad y demasiada hipocresía, un mundo coral cuya excelente ambientación le valió al film, entre otros galardones, el Oso de Oro a la mejor película en el Festival de Berlín.
Por último, destacar que el largometraje solo pudo ser posible con la promoción de la colaboración entre la industria cinematográfica, sobre todo la producción, y la televisión pública, TVE, iniciándose una política de apoyo económico por el gobierno para la adaptación al cine de las grandes obras de la literatura española.
A Camilo José Cela parece que le gustó la suya. Con su habitual soberbia, declaró que él no lidiaba con tontos, que se había rodeado de la gente oportuna, y que la sensación que le produjo el film fue nula, ajena en cualquier caso a su lenguaje literario, de lo único de lo que se hacía responsable, produciéndole estupor la experiencia y teniendo dudas de que, quien no hubiera leído el libro, pudiera entender la película.
A pesar de las desagradables vicisitudes por las que parece que ha pasado la Fundación del escritor y su entorno durante estos años, han aparecido noticias de que los herederos de Cela se han decidido a ponerse las pilas para la celebración del centenario, y su hijo, Camilo José Cela Conde, recientemente, acaba de anunciar “muchas sorpresas”, entre ellas, el rescate de un guion y de varios poemas inéditos, y la reedición de todas sus obras. Quedamos a la espera del resultado de dichas promesas.
Bibliografía:
Guía del Cine Español, Carlos Aguilar. Cátedra. Signo e Imagen.
El tiempo amarillo. Memorias 1921-1997. Fernán Gómez. Capitán Swing.
Camilo José Cela. La forja de un escritor (1943-1952). Fundación Banco Santander.
Apuntaciones críticas sobre la obra de Camilo José Cela. Gaspar Sánchez Salas. Ediciones Carena.
Camilo José Cela. Su arte literario. José A. Ponte Far. Tambre Crítica.
Camilo José Cela. Ana María Platas Tasende. Autores Lu.
Historia del cine español. Román Gubern, José Enrique Monterde, Julio Pérez Perucha, Esteve Riambau y Casimiro Torreiro. Cátedra. Signo e Imagen.
El cine español. Una historia cultural. Vicente J. Benet. Paidós Comunicación.
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