Críticas

Oblivium

Cerrar los ojos

Víctor Erice. España, Argentina, 2023.

Y es que a veces el menester de escribir críticas no tiene sentido ya que, déjenme ustedes la posibilidad de explicarme, es inútil buscar palabras ante la presencia de lo que es, más o menos, perfecto. Es una lástima, efectivamente, lo que podríamos definir un laico pecado mortal, cuando se nos presenta algo que, en su conjunto, solo puede resumirse con una simple frase : que vayan a verlo (o verla, si en vez de filme utilizamos película) y me dejen en paz. Que quede claro: no es que no se pueda hablar, sin embargo, ¿es que tiene sentido cuando la obra que queremos (tenemos que) analizar traspasa la cuestión de lo presente para ir más allá, hacia los espacios que solo las cimas más altas de la producción humana tienen derecho a ocupar? Palabras grandes, me doy cuenta, algo que podría parecer una especie de captatio benevolentiae (cosa imposible, ¿de quién exijo esta supuesta benevolencia?), pero que, al fin y al cabo, no pueden sino esconder el hecho de que yo, un macho verdadero, de los que no se inclinan ante las lágrimas de las mujeres (que mis sobrinas me excusen), he llegado al final con los ojos llenos de agua salada (lágrimas machísimas, por supuesto).

Habría que preguntarse sobre el valor mismo de una película, como hace Erice. Y no, no se trata de controlar el significado simbólico del cuento que se nos viene narrando, sino el valor mismo del acto de ver, de entrar en contacto con la imágenes de la pantalla en cuanto espectadores, elementos que forman parte de una situación (el evento) que se desarrolla en la tácita aceptación de que cuando nos sentamos en las butacas no vemos lo que queremos ver, sino lo que otros ojos nos ofrecen. Nos engaña, el cine, ya que pensamos ser espectadores activos, ya que la mirada a través de la cual se amontonan los actores hablando es la nuestra, pero es todo espejismo, irrealidad de lo que es solo real dentro del marco de la ficción (entonces, nunca y siempre, según los puntos, por supuesto, de vista), y lo que pensamos ser nuestra capacidad de analizar lo que está delante de nosotros y darle un sentido es, finalmente, solo la estrategia del director quien nos conduce, sin dejarse ver, hacia aquellas emociones, sensaciones y opiniones a las que quiere que lleguemos (pensando, por supuesto, ser nosotros los que están pensando, mirando, actuando).

¿De qué puede hablar, entonces, una película? Depende de lo que los directores y los guionistas elijan, depende de lo que estemos listos a aceptar, de lo que permitamos que entre dentro de nuestra mirada, aceptando lo bueno y, a veces, lo malo de todo lo que puede ser un elemento extraño, fuera de lo límites de nuestro yo. Y es así que una historia con una estructura lineal, muy simple de por sí (un actor desaparece y después de décadas el director se encuentra a hablar del suceso en una transmisión televisiva), se convierte en la profundidad de la existencia, del infinito que se vierte dentro de las acciones de cada instante sin por esto perder su valor tanto banal como sublime. Es la facultad de ver, efectivamente, de cristalizar las imágenes y traspasar el tiempo lo que el cine aporta a la cultura humana. Y es no tanto un misterio, de carácter secular, sino un acto de análisis, de recuperación de la memoria dentro de lo que es un cuento que tiene un final en el hecho mismo de no tenerlo, liberándose así de los lazos de las cuatro paredes de la pantalla y abriéndose paso dentro de nuestra misma realidad. Nos mira en los ojos, por así (y no solo) decir.

Si es difícil hablar de la película de Erice es porque se trata de un verdadero evento. No es solo el hecho de estar sentados en una butaca, sino de ser parte misma del discurso que se va desarrollando, tanto sobre el cine como sobre el concepto mismo de nuestra vida, de lo que significa recordar, fingir ser otra persona y perderse en el olvido hasta volver a la superficie. Si de obra de arte se trata, esto se debe también a la capacidad de Erice de volver universales acciones que hacemos cada día, sin darnos cuenta de lo profundo que puede ser el hecho mismo de llevar una vida tranquila. Y, en la tranquilidad, se sitúa también el concepto de dolor (como la pérdida de la familia, la muerte del hijo) y de recuperación de un pasado que ya está prohibido, como en el caso de las viejas cintas de celuloide que han dejado paso a elementos tecnológicos más recientes. ¿Es que nosotros también estamos a punto de desaparecer, parte de un pasado que ya no puede volver?

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Ficha técnica:

Cerrar los ojos ,  España, Argentina, 2023.

Dirección: Víctor Erice
Duración: 169 minutos
Guion: Víctor Erice, Michel Gaztambide
Producción: Víctor Erice, Cristina Zumárraga
Fotografía: Valentín Álvarez
Música: Federico Jusid
Reparto: Manolo Solo, José Coronado, Ana Torrent, Petra Martínez Pérez, María León, Antonio Dechent, Josep Maria Pou, Soledad Villamil, Juan Margallo

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