Festivales
Mostra Internacional de Films de Dones de Barcelona – Cine de autoras
La 20ª Mostra Internacional de Films de Dones de Barcelona dedicó este año su sección de Cine de autoras, a la que sin duda es la matriarca del cine de mujeres, Agnès Varda. La exhibición íntegra de su obra Agnès de aquí y de allá Varda (Agnès de ci de là Varda), una serie documental de cinco episodios, fue el mejor homenaje a esta extraordinaria autora, viajera infatigable del alma, que generosamente nos lleva de su mano a recorrer distintos lugares del planeta para cumplir su apretada agenda: repleta de compromisos oficiales, como festivales, muestras, homenajes, exhibiciones, pero también llena de encuentros amistosos y pausas reflexivas.
Ella es el nombre de mujer de la Nouvelle Vague, feminista impenitente, documentalista comprometida con su entorno y su tiempo, inunda hoy tanto la sala oscura como deslumbra con sus videoinstalaciones. Ella, siempre está a la vanguardia, siempre en movimiento. Con la cámara entre sus manos ha puesto una rúbrica al ensayo cinematográfico, ha escrito con acetato en blanco y negro hasta con los bits de la imagen digital. Hoy, con una juventud de más de ochenta años y unos ojos vivaces que escudriñan todo, la acompañamos en su particular road movie a sitios tan antagónicos como San Petersburgo, Río de Janeiro, Berlín, Nantes, Ciudad de México, Venecia o Sète. Para descubrir que mientras más nos alejamos de su hogar, más conocemos la esencia de Agnès Varda.
El árbol de la vida
Cada capítulo, a modo de aleccionadora introducción, empieza igual: un árbol de la casa de Agnès debe ser podado. Sin embargo, a la vuelta de cada viaje de ella, el árbol la sorprende con nuevo follaje, como una persistente metáfora de la vida en continuo crecimiento. Así, ella nos abre una ventana al patio interior de su vida, que se niega a marchitar, sino que por el contrario, crece de manera rebelde y frondosa, verde y lleno de vida por delante, en menos de dos minutos.
Las cien y una noches
Agnès Varda siempre rinde homenaje al cine, como materia prima de su obra y su vida. El primer episodio, cual “viaje a la semilla”, se dirige a Nantes para participar de un homenaje a Jacques Demy, la ciudad natal del director que recuerda el vigésimo aniversario de su muerte. Sin embargo, el cine, como imagen en movimiento, es el triunfo de la vida, y Nantes celebra también los cincuenta años de Lola (1960), la ópera prima del director. Así, Agnès, su viuda y su compañera a lo largo de cuarenta años, rememora junto a Anouk Aimée, la protagonista sempiternamente hermosa, los lugares del rodaje de esta producción en la compañía de Michel Piccoli, otro gran actor de Demy.
En este episodio también visita a otro compañero de ruta en Berlín, al documentalista francés Chris Marker, quien fuera de cuadro, nos muestra su caótico y fascinante estudio de creación e invita a Agnès Varda a sumergirse en el mundo de Second Life. Y finaliza en Portugal, junto al centenario Manuel de Oliveira, quien declara desconocer la soledad y vivir acompañado por el “ángel de la creación”, que la graba y se deja grabar imitando a Charlot.
Agnès también se cita en el resto de los episodios con obras y creadores que han marcado su vida: recorre los pasillos de El Hermitage, tras los pasos de El arca rusa (Alexandr Sokurov, 2002), pasa por Alexanderplatz para detenerse a “saludar” a Fassbinder, viaja hasta Brasil tras la huella de Glauber Rocha o visita al cineasta Carlos Reygadas en lo más profundo de México. Y para concluir este viaje iniciático, regresa a Sète, escenario de su obra La Pointe Courte (1954), como última puntada de esta red de imagen en movimiento.
Daguerrotipos
Los retratos de la cotidianidad, sin duda, son la especialidad de Agnès Varda. Ella, creadora consagrada, que alega que a medida de la edad recibe más premios y homenajes, logra fijar su atención en mujeres y hombres particulares que se cruzan por su camino: una hermosa mujer calva, que iba a entrevistarla, termina siendo entrevistada y confiesa su alopecía; una vendedora de mole, que nos revela los dieciocho ingredientes de su particular creación; intercepta a otra en Los Ángeles para que nos hable de los devastadores enfrentamientos de las bandas de un pasado reciente; y en Sète, unos hermanos nos revelan la tradición familiar de la fabricación de redes de pesca.
Los espigadores y la espigadora
Admiradora del arte contemporáneo, Agnès visita singulares artistas cuyas materias primas pueden ser insospechadas para la creación: Barceló cuida celosamente a unas termitas que le proporcionan particulares retazos de papel, Annette Messager convierte inocentes peluches en desgarradoras obras, Christian Boltanski se vale de toneladas de ropa usada para homenajear a los cuerpos de las personas desaparecidas y Pierre Soulages se sumerge en el negro absoluto mientras su cotidianidad transcurre en la luminosa costa mediterránea.
Pero también se detiene en aquellos objetos cotidianos, carentes de valor artístico, pero llenos de significado emocional. Visita el Museo Internacional de las Artes Modestas, en Sète, que intenta recuperar aquellos objetos, que por su carácter industrial, han sido considerados menores. Se encuentra en Lyon con Michel Jeannès, que sale a su paso con su particular “cabeza de botón”, cuya obra se centra en este objeto y el valor sentimental que le otorgan, sobre todo las mujeres que con cada puntada los cosen a la tela y guardan un secreto.
Significativamente, estos cinco capítulos o etapas de este continuo viaje en movimiento, terminan en México con el encuentro de las particulares calaveras representadas por el arte popular. Contrariamente a la vieja Europa, que las muestra sombrías y apocalípticas, en México son alegres y coloridas. Se ríen, literalmente, de la muerte. Para lo cual Agnès Varda se lleva un “bar portátil” que despliega sus figuras bebiendo y bailando en un local de estos particulares y esqueléticos parroquianos.
Sin duda, Agnès Varda continúa espigando este planeta lleno de rastrojos, aquí y allá, atrapando con su mirada aquello que para otros pasa inadvertido.
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