Críticas
Una mirada atrás
Cita a ciegas
Blind Date. Blake Edwards. EUA, 1987.
Un triste adiós a los lujosos croissants, a las amargas copas de vino y rosas, a las panteras de pelaje rosa y a las fiestas de espuma efervescente. ¡Así es la vida! un sinfín de momentos pretéritos que han quedado suspendidos en el eterno limbo del pasado.
El éxito del ayer son aguaceros de lágrimas embarradas de rímel. La coyuntura del tiempo juega con los sentimientos y crea una impresión angustiosa, un reflejo triste del pasado, pues ha quedado constatada la repentina e irracional marcha de la inspiración. Es la gravitación de la realidad, es la muerte de una porción henchida de magia.
El contraluz del éxito de una formula cinematográfica. Un cóctel molotov, inestable, atrayente, pero fugaz. La unión utópica de la felicidad y la tristeza. Un solo ser, un desafío, un imposible que fraguó durante un exiguo aliento. Es la mezcolanza de los opuestos, un rugido sedoso capaz de crear un reto incitador carismático, extrovertido, único. La provocación a la vida, una carcajada que tristemente se desperdicia en el aire, un momento que se acaba.
Divertidas cortinas de humo que, sin complejos, descargan feroces críticas en cada escena. Sin límites ni ataduras, estas películas muestran la inmensidad de sus posibilidades en una atmósfera en clave de tragicomedia. El ritmo y el compás se convierten en elementos determinantes para que el efecto cómico se pierda frente a la magnitud de lo melodramático. La risa, los gags visuales y los diálogos imposibles forman una estructura convincente, que define con propiedad y precisión las expectativas creativas.
Los largometrajes de Blake Edwards muestran una apariencia ingenua y simple, gracias a la explosión de locura, jaleo y escenas disparatadas. Un truco de magia, una distracción visual, para poder esconder las malas vibraciones que pueda producir el mensaje principal. Siempre en un ambiente atractivo y ocurrente, tácticas herederas del cine mudo, estas películas esconden su verdadera personalidad tras una potente estela cómica. Un plan cariñoso para sincerarse con el público, un camino fácil para poder desnudar, sin complejos, la auténtica e inimitable intención del director.
Es un estado gaseoso, cuyos movimientos hipnotizadores resultan altamente inestables, pero al mismo tiempo producen un shock cautivador. Esta vibración, de brochazos amargos y dulces, es perfecta para originar emociones antagónicas. Comedias peliagudas con un alma profunda y sentida, capaz de dotar a la trama de sensibilidad y conciencia. La suavidad y sencillez del continente beneficia la atención del contenido; la acidez, la demencia, el amor, el dolor… son elementos extremos, que consiguen una estructura singular, que va más allá de los géneros de la comedia o el drama.
Un sinfín de matices, la riqueza de influencias y una imaginación iluminada; las películas de Blake Edwards crecieron gracias a esa fórmula intuitiva, astuta. De este modo, pudo desahogar sus inquietudes y pensamientos, y al mismo tiempo cosechó un éxito vibrante y rotundo en el mundo del cine. Sigilosamente, este sistema se fue apagando, incapaz de evolucionar, y quedó caduco, algo aburrido, extenuado. La teatralidad de sus historias, la ambigüedad de su género y la uniformidad de sus composiciones no supieron crecer con las necesidades del nuevo público. Los triunfantes años sesenta se perdieron en la inmensidad de la vida, y la magia de Edwards se desfiguró en un despropósito avinagrado con texturas empalagosas.
De la necesidad de “pre-existir” en el infinito compás de la diversión nació la película Cita a ciegas. La esperanza mutada en desesperación y necesidad trazó un plan de conservación, una especie de “esperpento” de Valle-Inclán adaptado a las exigencias de la Meca de cine. Una película socarrona, travestida con trapos de vodevil light, una agobiante exhumación de los fantasmas de pasado. Blake Edwards creó una comedia romántica, un tributo a aquellos años de plenitud, un calco gracioso pero vacuo de sus largometrajes aclamados.
El cine silencioso aprieta un grito encolerizado en el caos y tumulto de los diálogos de este largometraje. Cada palabra, cada sonido y cada tonalidad de esta película están arreglados para tratar de reinventar y modernizar la doctrina aprendida de Keaton o de Chaplin, pero la pobreza de esencia de la historia anula la finalidad de sus antecesores. Los estereotipos, aunque entretenidos, liberan una especie de simpática singularidad que reverbera experiencias terrenales y, por lo tanto, libera al largometraje de sus ataduras huecas. Gracias a las emociones cotidianas del amor, la estabilidad, la amistad, el miedo y el odio que aparecen en la historia, la trama se humaniza dentro de ese caos y se establece un nivel más hondo y familiar.
El encanto de este largometraje de Edwards no se ve a simple vista, pues está velado tras la ingesta de ironías y figuras retóricas. La pureza de esta comedia reside en el “in crescendo” gradual de las necesidades más íntimas de sus personajes dentro de una sociedad ciega e insensibilizada. Los protagonistas, a pesar de su ofuscamiento y sus disputas, consiguen entender el encanto de su situación. Es un “vivieron felices y comieron perdices” entre grandes y escandalosas carcajadas. Un cuento de hadas ácido, sincero, ameno y sincero, sin hechizos, ni brujas ni espadas, pero con un encanto diferente: tierno y punzante, pero siempre desde un prisma disparatado.
Una comedia sin más, sin pretensiones ni aspiraciones, que presenta un Blake Edwards sencillo y desenfadado, pero nostálgico de una época dorada. Pensamientos que vagan por derroteros imposibles de alcanzar, una personalidad enfrascada en un tiempo de bonanza, un género mutado pequeño e insuficiente en mundo exorbitante, universal.
Una parada, un suspiro y una sonrisa. Pretender capturar el tiempo es imposible, pero el segundero puede frenarse con la suntuosa carrera de Bo Derek por la playa, la musical androginia de Julie Andrews en los cabarets de medio mundo o los soberbios labios rojos de Kim Basinger borracha de amor. No, la vida no se puede detener, pero siempre hay algún ardid para evadirse de la impasible celeridad de los años.
Ficha técnica:
Cita a ciegas (Blind Date), EUA, 1987.Dirección: Blake Edwards
Guion: Dale Launer
Fotografía: Harry Stradling Jr.
Música: Henry Mancini
Reparto: Kim Basinger, Bruce Willis, John Larroquette, William Daniels, George Coe, Mark Blum