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Cómo cazar a un monstruo

Más allá de la duda, de si efectivamente algo haya podido o menos pasar, se sitúa el acto por nada puro (pureza de los sentimientos, de la visión del mundo) de reconocer que sí, efectivamente, el mal existe en cuanto parte de la humanidad. Somos, por así decir, tanto buenos como malos, dependiendo de a cuál ser de entre nosotros se haga referencia. Y, por supuesto, en el caso de Gros el ser en cuestión es un pederasta, alguien que durante décadas y bajo el cobijo de algunos de sus pares (en el sentido de paridad de falta de lo humano, lo decente, lo correcto) pudo hacerles daños a muchos niños (tan solo seres que nada le habían hecho a Gros y que no merecían lo que les tocó pasar). La necesidad de una resolución se encuentra, en este documental de Tamayo, en la búsqueda de una verdad que ya de por sí se conoce (ya sabemos, al comenzar el tríptico de episodios, que Gros ha sido condenado) y que nos muestra, a través del ojo inteligente del director y periodista, cómo el malo en realidad no es nada más que una persona que defiende su mentira (él nunca abusó de nadie) y que se revela tan banal como poco inteligente. Una cuestión, una vez analizada fríamente, que pone de manifiesto el horror superficial de algo que es un trauma y una violencia profunda; los malvados, quizás, siempre piensan no estar haciendo nada que los pueda llevar a la condena (moral, ética y, como en este caso, entre cuatro paredes y unas rejas).

Lo que hace Tamayo es acercarse a y bucear dentro de un pasado que está formado por agujeros, unos agujeros que se llenan de las palabras de algunas víctimas y que son rechazados por Gros mismo, quien sigue sosteniendo que la suya ha sido una vida sin pecados, pura, completamente inocente. Una vida de carácter religioso, no solo desde un punto de vista metafórico, sino lamentablemente (para quienes todavía, inocentes como los santos, creen en lo puro de una supuesta fe) concreto, real. Y la persecución que vemos es la de las víctimas que se encuentran en un estado de traumas (quizás imposibles de resolver) y que se preguntan hasta qué punto se debe y puede hablar de justicia, ya que el mal pasado no tiene ningún tipo de salvación. Es también, el documental de Tamayo, una pregunta sobre la motivación que lleva a fingir la inexistencia de todo tipo de acusación aun cuando todo está tan claro y resulta tan obvio, amontonándose los (horribles) testimonios, ya que solo el alma más ingenua podría prestarle atención a lo que Gros dice cuando profesa su inocencia. Es un estudio sobre la maldad humana, por supuesto, y la ya citada banalidad de su ser (ya esto lo sabíamos bien, como Arendt nos expuso), y es también el necesario reconocer que estamos rodeados de personas entre las cuales se esconden inútiles canallas.

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